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Opinión

21 de Octubre de 2019

¿Por dónde partir?

Agencia Uno

La clase política debe dar signos concretos para dialogar, ceder y avanzar, y las retroexcavadoras o ideologismos son el camino equivocado. Además, deben ocuparse de reconstruir la legitimidad desde sus bases: ninguna medida será efectiva si la población no cree en quienes las impulsan.

Joaquín Castillo
Joaquín Castillo
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Ya no se pueden hacer oídos sordos a la tesis del malestar, y queda claro que el crecimiento, si no viene acompañado con una disminución de la desigualdad —por mucho que algunos centros de estudios de derecha se empeñen en afirmarlo— sirve de poco. La perplejidad y parálisis abundan en muchos de quienes intentan interpretar lo que se desató el viernes. Estamos rodeados de profetas no escuchados, comentaristas que piden la renovación de un vago pacto social e irresponsables que creen que el hashtag #RenunciaPiñera es la solución para una crisis que así solo empeoraría. La condena a la violencia, ahora que se han visto sus consecuencias más brutales, ha sido transversal, a pesar de un tibio coqueteo inicial por parte del Frente Amplio y el PC. La pregunta, entonces, es por dónde comenzar a salir de una crisis social y política que tiene pocos precedentes en Chile.

Lo primero es defender la democracia a como dé lugar. Un estado de excepción constitucional para defender el orden público no nos retrotrae a la dictadura, pero un vacío de liderazgo no ayuda a cuidar un sistema que fue difícil recuperar. Por eso, se necesita un compromiso total y transversal con la democracia, donde se dejen de buscar mezquinos intereses partidistas. Cuando parte de la oposición juega a desestabilizar al gobierno no entiende que ellos también son parte de la crítica, y creen ingenuamente que el poder les llegará con tranquilidad a sus desprestigiados partidos. Le guste o no a muchos, Sebastián Piñera es también parte de la solución, y lo que debe exigírsele es liderazgo y respuestas, no que dé un paso al costado.

Lo segundo es la necesidad de dar una explicación sociológica más profunda que permita comprender la grave encrucijada en que nos encontramos. Acá no bastan las explicaciones monocausales, ni servirá buscar culpables de la inacción pasada. Es necesario dar cuenta cómo la temperatura de la convivencia de un país que se gloriaba de su estabilidad sube de manera tan exponencial, generando un ambiente tenso y polarizado. Ahora parece quedar claro que el desarrollo por sí solo no trae estabilidad, y que el “modelo”, aunque no se ha derrumbado, no se basta a sí mismo como una fórmula construida por un panel de expertos.

La clase política debe dar signos concretos para dialogar, ceder y avanzar, y las retroexcavadoras o ideologismos son el camino equivocado. Además, deben ocuparse de reconstruir la legitimidad desde sus bases: ninguna medida será efectiva si la población no cree en quienes las impulsan. Solo así podrán avanzar a lo tercero: de acuerdo con ese diagnóstico complejo, se debe acordar un amplio paquete de propuestas que permitan salir del momento crítico y establecer un piso mínimo desde el cual se pueda reconstruir.

Si las pensiones y la dificultad de llegar a fin de mes son el centro de la demanda, entonces se necesita una reforma urgente al sistema de AFP y al salario mínimo. A eso se suma una serie de reformas en áreas de salud (más subsidios a remedios a distintos sectores de la población, más especialistas en regiones, etc.) y un combate más efectivo contra el narcotráfico (que si no incluye una reforma a las cárceles y una efectiva reinserción juvenil, es una medida a muy corto plazo). Si vemos que la plata no alcanza para todo, quizás sea hora de preguntarnos por qué priorizamos en cosas como la gratuidad universitaria, en crear nuevos ministerios que duplican burocracias o la organización de eventos como la COP25…

Por muchos signos anarquistas que hayan quedado grafiteados en las paredes del metro, lo que aquí se necesita es un mejor Estado, uno que pueda hacer frente a las prioridades sociales de manera eficiente y para amplios sectores de la población, donde no haya un importante sector de los chilenos que sienta que se quedó debajo de la mesa. El problema, además, si bien tiene una importante dimensión de orden público, no es puramente policial o militar: es un problema político. Y esos problemas no necesitan soluciones militares, sino políticas. Por todo lo anterior, urge que el gobierno amplíe su mirada y proponga una retórica donde todos defendamos una democracia que no ha sido fácil conseguir y mantener. Con menos guerra y una proyección más propositiva podemos empezar a retomar este camino.

*Joaquín Castillo, Subdirector del Instituto de Estudios de la Sociedad.

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