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Entrevistas

15 de Noviembre de 2019

Maurizio Lazzarato: “La revolución es subjetivación y ruptura política, es un intento de salir del enclaustramiento del poder”

Para el filósofo italiano Maurizio Lazzarato -quien recientemente participó del VII Coloquio Latinoamericano de Biopolítica en Santiago-, la elección de Jair Bolsonaro nos hace retornar a los orígenes del neoliberalismo a través de la alianza entre políticos fuertemente ligados a la Iglesia Católica y militares comprometidos con una agenda conservadora. También nos recuerda la importancia de la experiencia chilena, al mostrarnos que el neoliberalismo no es un proyecto político constituido únicamente desde una racionalidad económica, sino sobre los miles de muertos que dejaron las dictaduras militares en la región. Agrega que fue la derrota de los revolucionarios chilenos lo que permitió que se impusiera en el país la competencia de unos sob re otros, y no pierde oportunidad de discrepar con Michel Foucault a partir de la biopolítica, la revolución y el cambio climático. Pase e ilústrese.

Por

Maurizio Lazzarato, es un filósofo y sociólogo italiano radicado en Francia y miembro del Collège International de Philosophie e investigador en el Matisse/CNRS, de la Universidad de París I. Ha realizado diversas investigaciones sobre trabajo inmaterial, ontología del trabajo y capitalismo cognitivo. Durante la década de los setenta, fue parte del movimiento Autonomia Operaia y participó como miembro fundador de la revista de filosofía y política Multitudes. Sus fuentes filosóficas y políticas, provienen de pensadores como Gilbert Simondon, Gabriel Tarde, Michel Foucault, Gilles Deleuze, Félix Guattari, y la crítica post-operaria italiana. Entre sus trabajos más importantes, se encuentran: “Potencias de la invención. La psicología económica de Gabriel Tarde contra la economía política” (2002); “La fábrica del hombre endeudado: ensayo sobre la condición neoliberal” (2010); Junto a Alain Badiou, Jacques Rancière, Antonio Negri y Etienne Balibar, “El síntoma griego. Posdemocracia, guerra monetaria y resistencia social en la Europa de hoy” (2013); “Gobernar a través de la deuda: tecnologías de poder del capitalismo neoliberal” (2014); “Marcel Duchamp et le refus du travail” (2014); y, junto a Éric Alliez, “Guerres et capital” (2016).

¿Cuál es su impresión del panorama latinoamericano contemporáneo?

-Lo que sucede en Brasil es en mi opinión una cuestión muy importante. Bolsonaro nos hace regresar al inicio del neoliberalismo. Al menos yo lo interpreto de ese modo. ¿Qué es lo que hemos visto? Estamos asistiendo al retorno de la extrema derecha, con generales y políticos neoliberales en un mismo gobierno. Este es un índice muy claro de los comienzos del neoliberalismo. En Chile, precisamente, su inicio coincide con los generales de extrema derecha y los economistas de la escuela de Chicago.

¿Se trataría de un cierto retorno a la condición originaria del capitalismo?

En Chile, el neoliberalismo nace sobre la base de la represión a la revolución. Esto es muy importante, porque todo el mundo critica el neoliberalismo, pero olvida que su nacimiento fue construido sobre los cadáveres de los miles de militantes comunistas y socialistas de Chile y de América Latina. Este aspecto me parece decisivo: el elemento de la violencia sobre los cuerpos. Teniendo esto en cuenta, es que Milton Friedman, el líder de los Chicago Boys, se reúne con Pinochet en 1975 y Friedrich von Hayek afirma en 1977 que “la libertad personal es más grande con Pinochet que con Salvador Allende”. 

Por estos días usted participó de un coloquio internacional sobre biopolítica en Santiago de Chile. El vocablo incluido en la convocatoria, es un concepto popularizado por el filósofo francés Michel Foucault de gran influencia en Europa y las Américas. ¿Qué relación tiene el pensamiento de este filósofo con la cuestión neoliberal que acaba de evocar?

-Voy a referirme a aquello que Foucault no nombra. Toda la tradición que abre Michel Foucault sobre la interpretación del neoliberalismo es muy peligrosa, porque él no logra ver que la condición a partir de la cual el neoliberalismo se impone -la política de deuda, el capital humano, etcétera-, es la derrota política del proyecto revolucionario. Es necesario que la revolución sea bloqueada, y que, a partir de ese momento, los revolucionarios sean transformados en vencidos. Una vez que estos han sido derrotados, o más bien, cuando los revolucionarios se ven a sí mismos como derrotados, es que pueden aplicarse las políticas neoliberales y las formas de intervención biopolíticas sobre la población. Sin esta condición, que es la derrota de la revolución, la biopolítica resulta imposible. Considero que nos encontramos, así, frente a un elemento extremadamente fundamental, que tanto Michel Foucault como la tradición inaugurada con la formulación biopolítica, ciertamente evitan. Regularmente pasamos por alto este aspecto y pensamos que la biopolítica, que el nacimiento de la biopolítica -donde Foucault se refiere al neoliberalismo-, es solamente una transformación del mercado, una transformación económica y una transformación en las formas de subjetividad. Y no es solamente aquello. No es solamente una restructuración de las empresas, una restructuración del consumo y de las finanzas. Creo fundamental no olvidar que, con todo, se trata de la victoria política estratégica contra las clases políticas dominadas. 

Usted es enfático en poner en valor esta tesis a partir de la elección de Bolsonaro.

-La elección de Bolsonaro en Brasil, nos ha hecho volver a esta idea. Es evidente que nos encontramos en una situación diferente, sin duda. Sin embargo, hemos vuelto en América Latina al punto exacto donde el neoliberalismo nació. La primera gran experimentación neoliberal de Friedman fue Chile. A continuación, Argentina, Uruguay y otros países. Sobre miles de muertes. Esto último es necesario decirlo. De lo contrario, tenemos la impresión de que el neoliberalismo es una técnica biopolítica, un poco gentil, o menos gentil. ¡No! El desarrollo del neoliberalismo ha programado sus bases sobre las vidas y los cuerpos de miles de personas. Su historia se ha escrito sobre miles de muertos. 

Si tomamos el caso de Chile -previo al estallido social de octubre- nos encontramos con la representación de un país ejemplar en el nivel de cifras económicas: un país que atraía la inversión, con el ingreso per cápita más alto de la región. Un país que no tenía inflación, y cuyos datos económicos lo mostraban como un país de gran estabilidad financiera e institucional. Sin embargo, lo que llama la atención, es que, aun cuando se trataba de un país con la menor deuda pública de la región, el significado social de la deuda, en cambio, se inscribió en el corazón de la vida cotidiana de los chilenos. Y las actuales protestas en Chile lo han puesto de manifiesto. Teniendo esto en cuenta, ¿cuál es para usted la relación entre deuda personal y deuda colectiva?, ¿cómo explicar esta aparente paradoja entre ambas?

-Sin duda, la deuda más importante es la deuda privada. Esta fue importante en la crisis financiera global del 2008. La deriva de la deuda privada, que fue transformada luego, en deuda pública para resolver los problemas que el colapso del sistema financiero estaba creando. Para resolver ese problema, se transfirió la deuda privada en deuda pública. Entonces, la explosión de la deuda pública en realidad constituyó una forma de reparar o despejar la deuda privada. 

En la actualidad, nos encontramos frente a una situación en la cual la deuda privada se vuelve mucho más importante en el mundo que la deuda pública. Entonces la cuestión de la deuda individual y la deuda colectiva depende de diferentes situaciones. 

¿Cuáles?

-Sabemos que en Chile una de las deudas más importantes es la deuda de los estudiantes, así como el problema de la salud privada y las pensiones, problemas que no se encuentran para nada resueltos, porque justamente nos encontramos en una situación en la cual la deuda privada crece por todas partes y se hace cada vez más importante. Eso nos muestra una situación mundial donde prácticamente no hemos salido de la crisis de 2008. Aún permanecemos al interior de esta. Estamos en una peligrosa situación, porque para salir de la crisis de 2008 no solamente se ha impuesto el escenario de pagar la deuda privada con deuda pública. Los bancos centrales inyectaron una enorme liquidez en los sistemas financieros que, sin embargo, no consigue los resultados esperados. Al contrario, ellos contribuyeron a crear un socavón financiero enorme. No hemos salido de la crisis; existe un riesgo permanente de explotar, no podemos decir cuándo, no obstante, simplemente ocurrirá y la situación en Chile ya nos está mostrando sus primeras luces.

En su libro La fábrica del hombre endeudado (2010), usted señala que la deuda no es tan sólo un dispositivo económico, sino que también funciona como un dispositivo de gobierno, esto es, como un dispositivo de producción y conducción de subjetividades colectivas e individuales. ¿De qué manera –piensa usted- que los sujetos se pueden posicionar contra la deuda si esta no representa solamente un presente oscuro sino un devenir incierto?

-Después de 2008, se ha producido un cambio radical en la subjetividad. Hemos pasado del hombre endeudado a uno que se encuentra expuesto a un discurso de derecha, específicamente, de la extrema derecha fascista. Tenemos un acontecimiento que emerge en 2008, con la crisis de 2008. El consenso logrado en torno a las políticas de austeridad establecidas por los bancos centrales, ha producido por todas partes el auge de la extrema derecha. Se trata de un fenómeno muy importante. Específicamente, el cambio en la subjetividad consiste en que, por una parte, tenemos la posibilidad de hacer una revuelta como en Grecia. De hecho, la gente hizo revueltas y fueron reprimidos. Mientras que, por contrapartida, constatamos la existencia de una transformación subjetiva que se dirige hacia nuevas formas de fascismo. Esto es lo que está pasando. No es más el problema del hombre endeudado. El hombre endeudado se está convirtiendo en un hombre fascista y de extrema derecha. Los discursos conservadores han sabido capitalizar muy bien los problemas sociales derivados de la deuda, entre otras cosas, por el progresivo descrédito y repliegue de las organizaciones sociales y políticas comprometidas con una agenda de transformaciones radicales en el mundo.

Siguiendo esta línea de argumentación, usted también proyecta mucho más lejos la relación entre muerte y capitalismo. En este sentido, ¿cuál es el lugar de la guerra en el nacimiento del capitalismo?

-Sin duda que no podemos pensar el capitalismo sin la guerra, puesto que se trata de una relación fundacional. Me parece que la cuestión de la guerra es clave para entender el desarrollo del capitalismo y las reconfiguraciones actuales de los procesos de acumulación. El capitalismo no es solo un modo de producción, tal como lo pensaba Marx. El elemento de la guerra es clave, ya que funciona como su principio de constitución y desarrollo. Si usted quiere, es un poco como el modelo de Walter Benjamin cuando distingue entre una violencia constituyente y aquella constituida, orientada a conservar un determinado orden fundado. Tal como señalaba, en Chile, por ejemplo, el neoliberalismo se pone en vigor a partir de la guerra civil abierta por el golpe de Estado. 

En su análisis, se trataría entonces de una profunda intimidad entre guerra y capitalismo, hasta el punto de volverlos indisociables. 

-Es lo que intento señalar. Sin embargo, habría que tener precaución, porque aquella situación inicial del capitalismo contemporáneo es completamente distinta a la actual. Es necesario establecer distinciones que nos permitan advertir la especificidad de los procesos de acumulación e institucionalización política del capital a nivel local y planetario. En este sentido, me parece pertinente advertir la existencia de distintos tipos de guerra y su distinción es fundamental. Por ejemplo, la guerra civil en Europa, la guerra contra los campesinos, la expropiación de la tierra en Inglaterra, la caza de los mendigos en toda Europa; y, por otra parte, las guerras de conquista a inicios del siglo XV -que fue continua por lo demás- en las colonias. El problema es que no podemos entregar un juicio sobre el poder, como lo hizo fundamentalmente el marxismo occidental, a partir de una sola consideración que es el contexto de Europa. Es necesario entender que el poder es siempre un poder mundial. Se trata de un poder que articula un centro y una periferia. En las colonias, la guerra ha sido siempre un estado de excepción, de exterminio. Las guerras de conquista no han finalizado jamás. Entonces cuando se dice que en la historia europea hubo un periodo de paz [se refiere al periodo posterior a la guerra de los 30 años y a la paz de Westfalia a mediados del siglo XVII], hay que considerar que en las colonias la guerra siempre estuvo ahí. Entonces, si tomamos en consideración un nivel que podríamos denominar mundial del poder -que es el único nivel en el cual podemos juzgar el poder-, es necesario decir que la guerra es el elemento constitutivo del poder. La guerra civil y la guerra de conquista. Este análisis es el que Foucault no hace…

¿Y quién lo hace?

-Lamentablemente, Carl Schmitt, que es un reaccionario, lo dice muy bien. Para que la norma jurídica se imponga, es necesario una normalización previa. La norma no se impone al caos. La norma no se impone a la confusión de la guerra civil. Es necesaria una normalización. Es en ese momento que la guerra comienza a instalarse. Es en ese momento en que se pueden instalar los dispositivos biopolíticos y se pueden también instalar dispositivos disciplinarios sobre la población. 

Existe una situación que precede al desarrollo de la norma que es, en efecto, la normalización. Es decir, la meta de la biopolítica es una normalización del poder. Sin embargo, existe un precedente que constituye una normalización más importante aún, que hace que, efectivamente -tal como ha sucedido en Chile-, se pueda aplicar una norma neoliberal a partir del año 1973, y este es, sin lugar a duda, la destrucción de la subjetividad revolucionaria. A partir de ese momento, la gente fue obligada a aceptar los dispositivos neoliberales. No habría sido posible la imposición de la racionalidad neoliberal en los inicios de la década de 1970 -el hecho de que cada uno se convierta en un empresario de sí mismo-, a quienes querían cambiar el mundo, hacer la revolución. Entonces existe un precedente, que lamentablemente Foucault y todo el pensamiento crítico, no tomó en consideración. Esto es, cómo obligar a que cada uno se convierta en empresario de sí mismo. En la actualidad, una constelación de pensadores, como Christian Laval, Pierre Dardot, o Wendy Brown; todos ellos dicen cosas que pasan por ciertas, esto es, que los liberales fueron todos a Chile porque allí existía la posibilidad de experimentar cosas nuevas, pero lo cierto es que fueron porque la subjetividad había sido aniquilada. En consecuencia, no es posible discutir en torno del neoliberalismo sin este presupuesto que subrayo.

A propósito que usted ha mencionado a Michel Foucault y el problema biopolítico, ¿Qué relaciones establece entre capitalismo y biopolítica?

-Lo primero que le diría es que, contrariamente a los planteamientos de Foucault, no es cierto que la biopolítica, que el problema del poder sobre la vida, se presente en Europa durante el siglo XVIII. Eso es falso. Es necesario ponerse de acuerdo en cuanto a cómo comprender el capitalismo. El capitalismo desde sus inicios se organiza en relación con la vida. No solamente en relación con el trabajo, lo que sería una forma muy limitada de presentar el capitalismo. Esa es una confusión que han introducido los marxistas. Por ejemplo, pensemos en las poblaciones colonizadas, donde el problema se advierte con mucha precisión: la biopolítica no se inicia en el siglo XVII o XVIII. Más bien, el hecho de que la vida ingrese en el sistema político, es un fenómeno que acompaña el inicio de la conquista colonial y el capitalismo. Estoy pensando en el trabajo vivo, pero también en la vida de las mujeres, de los colonizados, del conjunto de los indígenas, todo lo cual es puesto directamente en la política. Entonces, el biopoder no se inicia en el siglo XVII. Pienso que todo eso es falso, absolutamente falso.

Siguiendo su argumentación, ¿es posible señalar que el biopoder se ha transformado en un poder sobre la existencia en general?

Ciertamente. El problema de los seres vivos, no es solamente un problema de los humanos. Es también el problema de los seres vivos no humanos. Y esto es así desde un inicio. La destrucción de los bosques, la explotación del agua, de la tierra, comienza inmediatamente. Los seres vivos humanos, el trabajo pagado y el trabajo no pagado, la vida no humana, los ríos, los bosques, los minerales, etcétera, ciertamente que también son explotados. Entonces no es verdad que todos estos fenómenos hayan comenzado con el biopoder. Justamente porque no se ha puesto en consideración el biopoder con aquello que ha ocurrido en la economía mundial. Se trata siempre del punto de vista de la historia eurocéntrica e igualmente la de Michel Foucault, que centra su mirada sobre Europa. No consigue ver el precepto global del capitalismo. 

El capitalismo, por otra parte, se inicia en las colonias. El dispositivo de control sobre los cuerpos, se ha implantado mucho antes con el racismo. Y el sexismo se ha implantado mucho antes en las colonias que en Europa. El racismo que Foucault observa muy tardíamente durante el siglo XIX en Europa, había estado ya desde un inicio en las colonias. La organización de las colonias fue posible en torno al racismo y a la subordinación de la mujer. 

¿Usted, en este punto, toma distancia de Marx?

Todo depende de cómo se quiera leer el capitalismo. Por ejemplo, si se quiere leer de una manera muy estrecha como lo lee Marx, es decir, en la relación entre capital y trabajo. El resultado es una perspectiva muy estrecha de todos estos problemas. Sin embargo, si leemos el capitalismo de manera diferente -como yo pienso que es necesario leerlo-, se advierte que éste ha investido desde un inicio el problema de la vida, de la vida en todas sus articulaciones: trabajo vivo, trabajo vivo pagado, trabajo vivo no pagado, seres vivos no humanos. Incluso, todas las dimensiones que ahora tienen lugar en la crisis ecológica, habría que buscarlas allí.

Estos problemas están presentes desde hace cinco siglos. Desde hace cinco siglos que el capitalismo explota a los seres no vivos. Esta es otra concepción, en mi opinión, que es necesario tener en cuenta respecto a todos estos asuntos.

¿Qué es para usted la revolución?

La revolución es subjetivación y ruptura política, es un intento de salir del enclaustramiento del poder. En los trabajos de Foucault, es posible observar una inquietud sobre las formas de vida del mundo griego. Pero lo que él no atiende, fundamentalmente, es la subjetivación y la ruptura política que entrega una subjetividad revolucionaria. El problema consiste en que, desde hace siglos, desde la conquista de las Américas, vemos por todas partes formas de revuelta, que se socializan, en apariencia, solamente en el siglo XIX o en las formas de organización del siglo XX, que dieron paso a la revolución soviética, y Foucault considera poco o nada de lo que ocurrió en las revoluciones al sur del mundo.

Cuando Michel Foucault desarrolla sus investigaciones sobre la arqueología de la vida ética, pone de relieve sobre todo este último aspecto, esto es, una vida orientada conforme a un ethos o un modo de conducirse en el mundo con arreglo a una libertad, ciertamente indeterminada, aunque siempre determinable por las prácticas de los sujetos.

Para mí, el problema ético está allí; no está en el cinismo ni en los griegos. El problema no está en ensayar pequeñas formas de salir en pequeños grupos o de formas individuales, de la situación en la cual nos sentimos sujetos. No es la resistencia. Si, efectivamente, existen formas de subjetivación, son las formas de subjetivación revolucionarias. En mi opinión, es necesario volver a sostener esta cuestión. El problema fundamental reside allí. 

La categoría de revolución estuvo presente en el léxico político de los movimientos sociales de la década de los 60 y 70 a lo largo del mundo. Sin embargo, pareciera ser que esta experimentó algunas dificultades, en cuanto al modo en que se la pensó, así como también en los proyectos políticos en los que se materializó…

-En relación con este aspecto que usted subraya, me parece que una de las principales críticas a la idea de revolución, fue su reducción normativa, esto es, el modo en que se homologó al proyecto socialista. Me parece que son esos mismos movimientos los que muy tempranamente comenzaron a cuestionar las figuraciones destinales de la política revolucionaria. Mi planteamiento, sin embargo, es otro. Creo necesario volver a pensar y problematizar el concepto de revolución, porque, en mi diagnóstico, es justamente lo que hemos abandonado cuando se trata de pensar la ruptura política y la transformación radical. Las protestas a lo largo del mundo, de las que precisamente Chile es un ejemplo sumamente importante, han fracturado los procesos gubernamentales, disolviendo sus lógicas de administración de la vida. Sin embargo, no contamos con un léxico, o al menos con categorías políticas que nos permitan nombrar aquello que está ocurriendo, al mismo tiempo que proyectar las luchas del presente en una dirección que asegure una salida de las lógicas capitalistas y gubernamentales. Las categorías con las que pensamos la política, son categorías anticuadas que hemos heredado del liberalismo. Una vez más, Chile está demostrando la impotencia e inoperancia de estos modos de entender y practicar la política. 

Esto que usted señala, ha sido singularmente relevante en Chile, por cuanto pareciera ser que no basta con la formulación de una crítica local a las formas de gobierno o a las injusticias generadas por los procesos capitalistas de acumulación. Lo que la experiencia chilena nos está mostrando, es la necesidad de articular una concepción de la política que sea capaz de disputar una determinada concepción de sociedad, que es al mismo tiempo una concepción de mundo, así como el agenciamiento de una disposición subjetiva de transformación radical. Posiblemente, la exigencia de una asamblea constituyente, se oriente para nosotros en esta dirección…

-Efectivamente. La situación en Chile me parece muy pertinente para pensar todas estas cosas. Hemos visto que cuando la gubernamentalidad declina, lo que aparece es la fuerza y el enfrentamiento. Y esto es muy importante entenderlo, porque constituye una clave de lectura de nuestro presente: los procesos capitalistas de acumulación a nivel planetario, ya no necesitan de la democracia ni de las formas tradicionales de gubernamentalidad. Más aún, contemplan la excepción al interior de sus mismas instituciones jurídico-políticas, como la actual Constitución Política en Chile, construida en dictadura.

Teniendo en cuenta estos aspectos, me parece relevante volver a pensar la revolución, pero como antes decía, también la guerra, a condición de pensarlas siempre de manera plural. No hay “la” revolución ni “la” guerra, sino revoluciones y guerras. Por otro lado, también me parece relevante considerar que no podemos volver a pensar estas categorías en los modos del pasado; hacerlo así, implicaría abandonar efectivamente los problemas que estos conceptos comportan, su especificidad política, cultural e histórica.

A propósito de las nuevas condiciones y los nuevos retos para la constitución de subjetividades que tengan por norte la transformación radical ¿Tiene usted alguna impresión sobre las últimas reuniones en torno al cambio climático en la ONU, así como también acerca de los obstáculos puestos por administraciones como las Trumps y Bolsonaro a este problema?

Pienso que el problema de la crisis ecológica representa uno de los nuevos movimientos sociales nacidos en los años sesenta. Ha habido movimientos importantes contra la colonización. El movimiento ecologista y el movimiento feminista, todos esos movimientos que son desplazados frente a la centralidad que se le otorga al trabajo abstracto, al trabajo clásico.

Si advertimos que el capitalismo explota la vida desde sus inicios, no en el sentido de la biopolítica, no solamente la vida de los humanos, o la vida de los comportamientos humanos, encontraremos el problema de la regulación de todas las formas de vida. Como lo he dicho anteriormente, el problema es también la fertilidad de la tierra, cómo explotar los bosques, el agua, las fuentes mineras, etcétera. Ciertamente resulta necesario mirar la acción del capitalismo sobre la vida; el trabajo vivo, los humanos y los no humanos, pero también la vida inorgánica. Es el conjunto del sistema el que está en discusión y todo aquello que ha sido explotado desde hace unos cinco siglos. 

En la actualidad, todo esto se transforma en una crisis ecológica. Una cuestión fundamental es la separación entre “naturaleza” y cultura (y que no está presente ni en Michel Foucault ni en Gilles Deleuze). La separación entre esos dos elementos. Por “naturaleza”, no solo habría que entender los bosques y los ríos, sino también las mujeres, los colonizados, los indígenas, los esclavos. La naturaleza no es solamente la naturaleza humana, sino también aquella no humana. Desde un inicio se han desvalorizado estos tipos de subjetividad que han dado lugar al trabajo no remunerado. Lo único que cuenta como humanidad es el hombre blanco. Todo lo demás está completamente desvalorizado. Entonces la cuestión de la vida y de la ecología, no es solamente una “cuestión verde”. Es una cuestión que concierne la subjetividad en general. Por ello, he señalado que el pensamiento crítico contemporáneo debiera considerar un horizonte de problemas que conciernan a la clase, al género y a la raza. Me parece que estos tres elementos constituyen coordenadas fundamentales para entender cuál es el suelo que pisamos y de qué modo podemos practicar otros modos de lo político que nos permitan salir del fascismo y de los discursos de la ultraderecha. 

Esta constatación introduciría un contrapunto fundamental para el agenciamiento de nuevas subjetividades y prácticas de lo político capaces de enfrentar la crisis y la catástrofe a la que nos arrastra el capitalismo.

-Sí, absolutamente. Hay que pensar en aquellos discursos que la biopolítica no alcanza a cubrir. Es necesario atender a aquellos aspectos en que el capitalismo manipula los elementos de la vida en términos amplios, para generar, desde allí, una estrategia que no necesariamente tiene que ser una estrategia ecologista, sino una estrategia política, que vincule las cosas que siempre han estado unidas: espacios de naturaleza humana y también espacios de naturaleza no humana. Habría que asumir un punto de vista más amplio cuando nos planteamos el problema ecológico.

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