Exclusiva con Joshua Wong, el joven que se enfrenta a China: “Hong Kong se ha transformado en un estado policial. Esperamos que organizaciones de DDHH condenen violencia de uniformados”
A los 14 años se transformó en una especie de mesías. En el símbolo de un movimiento y el portador de un mensaje. La cara y la voz de quien salvaría a Hong Kong del régimen comunista chino y les devolvería la ansiada libertad que soñaron cuando dejaron de ser una colonia británica, a finales de los 90. Hoy tiene 23 años, prácticamente ha dedicado toda su juventud al activismo y dice que no va a parar. En exclusiva para The Clinic, habla sobre el estallido social hongkonés, las violaciones a los Derechos Humanos y en cómo no va a descansar hasta liberar la ciudad en la que nació. Una promesa que se hizo a sí mismo.
Por Juan Cruz GiraldoCompartir
“Es difícil para nosotros, los ciudadanos de Hong Kong, pensar en cómo saldremos de esto”, responde por teléfono para The Clinic el activista Joshua Wong (23), “me pregunto ¿cómo lo resolveremos? Trato de creer en el cambio, pero la violencia policial es desmedida. En los últimos siete meses más de siete mil personas fueron arrestadas y otras mil perseguidas”.
Wong se impacienta rápidamente cuando la conversación se entrecorta por la baja señal. Su voz se escucha lejos, la ensucia un ruido que parece el motor a medio andar de un aire acondicionado, pero sigue hablando. “Los presos más jóvenes que se han llevado en las protestas tienen once años y los más viejos 84”, cuenta. Para él es urgente que se sepan las atrocidades que los uniformados locales cometen a diario en su localidad. “Muchas mujeres comprometidas con el movimiento, que han participado de las marchas, han sido violadas en grupo al interior de las estaciones de policías. Algunas resultaron embarazadas. Es el precio que pagaron por estar comprometidas con Hong Kong”.
La llamada se cae y no pasa un segundo antes de que envíe por texto tres puntos suspensivos, ansioso. “¿Cuánto va a durar la entrevista?”. Cabe transparentar que pidió las preguntas por escrito antes de dar cualquier declaración. Los mails los responde sin ninguna diplomacia, de manera directa y concisa. No habla de su vida privada. Tampoco habla de sus sentimientos. No dice nada sobre su familia, ni entra mucho en detalles sobre cómo era su vida antes de convertirse en activista. Evita responder en quién soñaba convertirse cuando grande, antes de ser fichado como un uno de los actores sociales más peligrosos para la China comunista, portada de revistas internacionales como Time, y el protagonista del documental de Netflix, “Joshua: Teenager vs Superpower” (2007), catalogado como “inspirador”, según Variety.
La historia de Joshua Wong pareciera tener tintes mesiánicos. De partida su nombre -Jesús en castellano- le da un saborizante épico a su biografía. Entre todos los hongkoneses, una ex colonia británica, capitalista, que desde finales de los 90 se siente esclava de un sistema al que no quiere pertenecer, emergió él: un niño de 14 años que, sin provenir de una familia rica, ni de académicos o pensadores, se cuestionó todo. ¿Tenía su gente que aceptar el adoctrinamiento obligatorio comunista en todas las aulas de su ciudad? Joshua se opuso. A través de redes sociales convocó a otros secundarios que tuvieran la misma inquietud y sin darse cuenta fundó el Scholarism, un movimiento estudiantil que se negaba al plan de estudios nacional impuesto por el Partido Comunista. “Muchos papás les decían a los hijos que no se unieran a las manifestaciones porque iban a echar a perder su futuro, pero ¿qué futuro tendríamos bajo este régimen sin libertad?”.
Cuando era un adolescente, en 2012, recorría el centro junto a una decena de otros escolares repartiendo panfletos, gritando por un megáfono para que quienes lo escucharan se unieran al movimiento. Sin mucho apoyo popular, uno de los líderes internacionales de la última década según la revista Fortune, ocupó una plaza a un costado de los edificios gubernamentales, exigiendo hablar con el jefe ejecutivo, el líder designado por China, Cy Leung. “El cambio se genera con acciones”, agrega Joshua. Los días pasaban y la frustración crecía. Nadie del oficialismo parecía escucharlos. Él y sus compañeros estaban acalorados por la humedad, incómodos por la lluvia y desmotivados bajo carpas, pero al noveno día aparecieron 120 mil personas vestidas de negro, todos se organizaron por Facebook. Eran universitarios, profesores y padres que admiraban la determinación de Joshua y los otros niños, y se sumaron a las protestas. Así lo logró. Cy Leung dio la noticia que ellos tanto esperaban. Las escuelas tendrían la opción de enseñar el plan nacional o seguir con su malla curricular occidentalizada. Fue la primera vez, según los medios internacionales, en que un movimiento -en este caso uno liderado por un secundario- le dobló el brazo al gigante asiático.
Lo que vino para Hong Kong después fue un estallido social. Pensar en que tendrían una libertad académica, les hizo pensar de frentón en el sufragio libre. Del Scholarism, el movimiento evolucionó a Occupy. Y con el Occupy llegó la revolución de los paraguas. Sus primeras líneas organizadas, apagando lacrimógenas con bidones de agua, cegando a los uniformados con rayos lásers, vistiendo capuchas, armaduras improvisadas y antiparras para defenderse de los perdigones, derribando las cámaras para evitar el reconocimiento facial, se transformaron en un ejemplo para las primeras líneas de todo el mundo. “Hong Kong se ha transformado en un estado policial. Esperamos que la ONU y otras organizaciones internacionales de Derechos Humanos muestren mucho más apoyo a nuestra ciudad y condenen la violencia de los uniformados. Sabemos que han enviado comités investigadores sobre las brutalidades policiales. Se contabilizaron hasta 30 mil latas de lacrimógenas y 10 mil balas de goma que se usaron contra los civiles en el último semestre. Están arrestando a los periodistas, a los doctores y enfermeras que prestan primeros auxilios en las calles, no hacen distinciones”, dice. Han pasado seis años de protestas continuas, de campamentos que se toman las principales avenidas de la ciudad y de líderes sociales que han enfrentado el peso de la ley.
En la actualidad, Joshua ya no es un secundario, y es cofundador del partido democrático Demosisto, aunque es perseguido constantemente por las autoridades. “He estado arrestado ocho veces y he sido enviado a prisión al menos tres. Claro que me canso. Estuve condenado a pasar 100 días encarcelado, pero pienso que es un precio pequeño si lo comparo con el destino de alguno de mis amigos que ya están en la cárcel y que enfrentan penas de hasta siete años. He sido un activista en la calle desde que tenía catorce, sé que me pierdo tener una vida normal, como otro joven, pero no se trata de soñar, lo más importante hoy es cómo podemos contribuir más para que la ciudad que tanto amamos y que nos pertenece, pueda ser un lugar para que las generaciones que vienen tengan un futuro más brillante”, dice. Cuando en 2018 recibió la sentencia de los tres meses por su desobediencia civil, no lloró, se mantuvo más bien con una actitud desafiante. No quería que los seguidores del movimiento lo vieran frágil.
En junio de 2019 Hong Kong vivió otra movilización histórica: más de dos millones de personas salieron a la calle para oponerse a una ley de extradición que permitiría movilizar a los detenidos desde Hong Kong hasta Beijing. “Los medios tradicionales son controlados por el gobierno, pero las redes sociales y los medios alternativos son los que nos ayudan a organizarnos”, cuenta Wong, “cómo las personas se han tomado las calles en la última mitad del año es prueba suficiente de que merecemos una democracia y que nosotros continuaremos la lucha hasta el día en que tengamos elecciones libres. Mantenemos la fe porque nos apoyamos. No hay arrepentimiento. No estamos caminando solos. Gente de todas las generaciones salen a la calle y nos garantizan, hace que nos demos cuenta que no tenemos por qué ser derrotados por el régimen”.
En varios posteos que hace en su cuenta de Instagram y Twitter sube imágenes de los niños elegidos de Digimon. Un animé que cuenta la historia de jóvenes comunes y corrientes, que un día, por azar del destino, deben salvar el mundo junto a monstruos superpoderos y aparatos tecnológicos. Él compara la historia de esos niños con la de los jóvenes hongkoneses. En el documental de Netflix “Joshua: Teenager vs superpower” comparó también a China con Darth Vader y a los escolares con Jedis. Otra vez: niños elegidos, únicos, con capacidades que no ha tenido nadie antes en la historia para detener el avance de una súper potencia. “No somos chinos. Somos de Hong Kong”. El desenlace de si Hong Kong consigue el sufragio libre o no, es todavía una historia abierta, pero históricamente, Wong será recordado como el adolescente que puso en jaque al Partido Comunista chino.
“Las clases dominantes hoy se mueven con indecisión. Los que hacemos la resistencia, los secundarios aquí y en todo el mundo, tenemos que mantenernos críticos, protestando. Veo a los que luchan por cambiar el destino y creo que no hay motivos para pensar en arrepentimientos, ni poner un pie atrás, estamos moviéndonos por causas justas, por nuestros derechos. Es momento que Beijing se de cuenta de que necesitan darnos de vuelta nuestros derechos, detener la brutalidad policial y dejar que elijamos nuestro gobierno”, remata.