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Entrevistas

23 de Abril de 2020

Adriana Valdés: “Estamos estupefactos; transformados en estúpidos también”

Leo Piagneri

“Yo creo que las cosas no deben volver exactamente a lo mismo, pero hay fuertes intereses para que nada cambie”, dice la directora de la Academia Chilena de la Lengua y aguda ensayista. Aquí reflexiona sobre los miedos atávicos que, en su opinión, despierta el coronavirus.

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Como mujer inteligente que es, Adriana Valdés no juega a tener la iluminación divina ni la verdad total. Duda. Se cuestiona. Se ríe. Avanza. Y vuelve. Y así es como observa esta pandemia: como un momento que hay que atravesar casi a ciegas y caminando con la misma cautela de los animales al cruzar un río. 

Reconocida ensayista y pedagoga de Castellano, Adriana Valdés es la primera mujer en dirigir la Academia Chilena de la Lengua –justo hace un año- y preside también el Instituto Chile, además de ser parte de Comunidad Mujer. A sus 76 años está más activa que nunca y se ha plegado a estos nuevos tiempos on line con la flexibilidad de un millennial. Sus reuniones ahora las hace por Zoom y es una habitante chispeante del mundo de Twitter. No se quedó abajo del vagón de las nuevas tecnologías. Le encanta entrar en esa dimensión, dice, aunque le resulta más agotador. Pero ella misma escribió el libro “Redefinir lo humano”, donde explica cómo desde la imprenta en adelante, los ciudadanos han tenido que ir ajustando su pantalla mental y su capacidad intuitiva para comunicarse en otros códigos.

Esos son los espacios que habita Adriana Valdés: las palabras, los movimientos circulares de la humanidad, la poesía, el vuelo de las ideas y la sombra de la muerte como la contratapa de la vida. De hecho, la muerte no es solo un tema de curiosidad intelectual en ella. Ha sido una vivencia. Acompañó al poeta Enrique Lihn en su viaje final, escribió un libro sobre él y desde hace unos años es parte del Proyecto Mikita, un espacio de reunión donde, alrededor de un café, se reflexiona sobre el inevitable fin de la vida.

¿Cómo se vive el encierro?

-Estoy acostumbrada a estar sola. Este desastre de escritorio, lleno de papeles y de tierra, es mi cubil. Aquí estoy bien. Por carácter, me cuesta salir. Lo hago igual, pero en lo profundo tengo algo de monjil. No de monja, no. Eso no. Me refiero a que el encierro siempre ha sido como una segunda naturaleza para mí. Más encima tengo la suerte de tener una especie de angelito de la guarda. Hace unos años, se vino a vivir un nieto a mi casa. Los dos teletrabajamos desde acá y nos hacemos compañía, cocinamos, conversamos y jugamos cartas de vez en cuando. 

Estamos cruzando un momento rarísimo como humanidad. ¿Te resulta amenazante?

-Creo que la palabra que mejor nos describe ahora es que estamos estupefactos. Eso significa que estamos transformados en estúpidos también (se ríe a carcajadas). Tienen una etimología común… Y yo estoy estupefacta. Y esto rima muy bien con algo que leí de Mariana Enríquez en una columna tremenda que escribió porque le preguntan mucho: “Bueno, tú que eres una intelectual, dinos hacia dónde van las cosas”. Ella dice que esto es como si hubieras chocado en auto y antes de darte cuenta de lo que ha pasado, viene alguien a preguntarte si te vas a comprar un auto nuevo. 

“Creo que la palabra que mejor nos describe ahora es que estamos estupefactos. Eso significa que estamos transformados en estúpidos también (se ríe a carcajadas). Tienen una etimología común… Y yo estoy estupefacta”.

Claro, en un momento así, estás absolutamente incapacitado para poder responder… 

-Claro, entonces uno se va a otro tipo de pensamiento; y es un pensamiento que a mí siempre me ha acompañado. La persona que mejor lo puso en palabras fue Antonio Tabucchi cuando dijo que la vida es subrepticia. Y lo que nos está pasando no es lo que estamos diciendo ni lo que estamos viendo; es lo que no vimos venir… No vimos venir el estallido social. Tampoco vimos el coronavirus. Toda esa vida que vivíamos era subrepticia. 

Adriana Valdés – Foto: Leo Piagneri

Y ahora, ¿volveremos a lo mismo cuando todo pase? ¿O el virus nos irá  a llevar a alguna otra parte?

-Yo espero que nos lleve a otra parte. Sería terrible seguir igual; sería como seguir viviendo sin haber pasado por la vida. Es como viajar y no conocer la ciudad a la que has ido. Entonces, pasar por una experiencia como esta y volver a lo mismo, querría decir que nos rehusamos a vivir. 

“La persona que mejor lo puso en palabras fue Antonio Tabucchi cuando dijo que la vida es subrepticia. Y lo que nos está pasando no es lo que estamos diciendo ni lo que estamos viendo; es lo que no vimos venir… No vimos venir el estallido social. Tampoco vimos el coronavirus”

¿Sería tan raro? Somos una sociedad bastante negadora y que se resiste al cambio. 

-Yo creo que hay dos niveles ahí. Uno, es un nivel social donde hay grupos que van a querer volver a lo de siempre. Pero también hay grupos que van a querer que lo de siempre nunca vuelva. Ahí tenemos por delante una lucha social bastante grande. Yo creo que las cosas no deben volver exactamente a lo mismo, pero hay fuertes intereses para que nada cambie. Además se ha desarrollado una especie de teatrología en que se han manifestado tantos monstruos.

¿Qué tipo de monstruos?

-Donald Trump… Para mí, él encarna la monstruosidad. Y creo que de repente vamos a darnos cuenta que el sueño de nuestra razón engendró monstruos y el problema es que varios de ellos son los que hoy están conduciendo el mundo. A escala planetaria, vemos este desfile de monstruos, de gente que no parece gente y que cuando parece gente, es gente impresentable. Yo creo que eso va a ayudar a que -por asco o por vómito- no volvamos a lo mismo de siempre. Porque si lo de siempre produce esto que estamos viviendo, vamos a seguir igual. Y eso es como que nos refregaran la nariz en mierda. Yo creo que pocos estaríamos dispuestos a eso. El tema, creo yo, es que el mundo se va a fragmentar.

“Hay dos niveles. Uno, es un nivel social donde hay grupos que van a querer volver a lo de siempre. Pero también hay grupos que van a querer que lo de siempre nunca vuelva. Ahí tenemos por delante una lucha social bastante grande”

EL PELIGRO DE LAS TRIBUS

Hace un tiempo reflexionabas sobre redefinir lo humano. ¿Este virus nos obliga a una redefinición también?

-Yo lo pensaba pero en relación con la tecnología. Redefinir lo humano en este contexto, me parece un poco utópico. No creo que cambien los hábitos ancestrales. Te voy a contar una anécdota sobre cómo se constituye una tribu. Tengo un nieto que cuando era chico no tenía juguetes bélicos porque sus padres nunca le regalaron nada que tuviera que ver con guerra. Hasta que un día agarró el secador de pelo y le dijo a su mamá: “Te maté”. A los padres les dio pena y le compraron una espada, un casco y un escudo. Mi nieto se vistió feliz y fue donde la mamá y le dijo: “Me hace falta algo”. Y ella le respondió: ¿Qué te hace falta?”. Y mi nieto le dijo: “Un enemigo”. Bueno, así se constituyen las tribus. Y mientras, más fragmentados y peor estemos en términos de vida social, más tribus construiremos sobre la base de poder construir un enemigo. 

Generar tribus o bandos, ¿es volver a lo primitivo?

-Es algo atávico. Por eso es que esa parte no la veo fácil. Las formas democráticas con que nos relacionamos, no bastan. Ahí empieza a salir algo completamente primitivo: armar al otro como un hombre de paja y destruirlo porque eso produce unidad en mi propia tribu. Y eso le pasa a la gente que tiene mucho miedo. 

Y ya hay un miedo enorme desplegado…

-Todos estamos constituidos de miedo. Claro, este es un miedo muy justificado, pero lo que digo es que aquí hay un miedo ancestral también. Recuerdo a Patricio Marchant cuando decía que el ser humano era de las criaturas más indefensas de este mundo. Nacía y tenía que sostenerse durante mucho tiempo. Patricio pensaba que mejor habría sido ser mono, porque las mamás-monas tienen pelitos y uno se puede agarrar de ellas y no son como las mamas humanas que son resbalosas. Entonces, uno vive desde lo más atávico y muerto de miedo de caerse. Por eso, y vuelvo al punto, se arman estas tribus que tienen en común un enemigo. Eso es lo que puede pasar con los nacionalismos, de los que tanto se ha hablado en este tiempo.

LA DESIGUALDAD Y LA MUERTE

¿Este virus potencia las diferencias o nos pone a todos por igual?

-Nos va a atacar a todos por igual, pero a mí me va a atacar menos. Me pongo como ejemplo solo para mostrarte lo que les pasa a muchos. El hecho de vivir en un lugar grande, hace que yo no esté hacinada. Puedo abastecerme de alimentos y por los cuidados de salud que he recibido durante mi vida, he podido llegar a la vejez en un estado relativamente aceptable. Entonces, es cierto que el virus no distingue, pero es mucho más mortífero para la gente más débil. La desigualdad social, la violencia intrafamiliar y muchas otras carencias hacen que no sea para todos igual. Y ahí hay un problema latente: que nuestra desigualdad es casi constitutiva. 

“A propósito de esta división tribal, este año se cumplen 50 años de la publicación de ‘El obsceno pájaro de la noche’, de José Donoso y lo estábamos recordando en la Academia de la Lengua. Te lo cuento porque ésa es, quizá, una de las obras en que más se nota esa división. Mi temor es que uno puede volver a ese sustrato. Y es aterrador. Hay que leer de nuevo ese libro. De hecho, tenemos un proyecto para invitar a las personas a seleccionar qué párrafos prefieren porque eso muestra también al otro; es un reflejo de una persona”. 

“Es cierto que el virus no distingue, pero es mucho más mortífero para la gente más débil. La desigualdad social, la violencia intrafamiliar y muchas otras carencias hacen que no sea para todos igual. Y ahí hay un problema latente: que nuestra desigualdad es casi constitutiva”

¿Como un modo de poner el foco en las palabras?

-Es que en eso estoy yo. Mi diagnóstico es muy pesimista respecto de la naturaleza humana, pero en esta vuelta he estado más activa que nunca. O sea, nunca he estado más enchufada con las personas. Nunca he provocado más encuentros y no lo hago para que me escuchen. Porque yo no sé lo que tengo que decir, lo hago porque -por ejemplo- en el Instituto Chile hay grandes personas. Y si esas personas se juntan, algo de sabiduría va a salir de ahí.  Hay que dejar de lado los cliché, el ego. 

¿Por eso se te ve tan activa en Twitter? 

-Es que es como una botellita que lanzas al mar. A mí me entusiasma.

Hace unos días se te leía como apesadumbrada. 

-Sí, muy, muy.

Me llamó la atención que lo compartieras por redes sociales…

-Es que yo creo que es útil compartir esas cosas. Cuando estamos mal, todo el mundo te dice: “Levántate. Estás bien”. Y tú te levantas, pero te sientes poco reconocido, poco contenido. No necesitas que te digan que te levantes. Necesitas que te acompañen. Y mi manera de acompañar a las personas que están mal -como puede estar cualquiera en este aislamiento- es diciendo que yo también. 

¿No te da nervios exponerte?

-Es que no es tan personal. Yo lo pongo ahí porque creo que es un servicio colectivo compartir que estamos en una situación que nos puede llevar al miedo, al pánico. Esa es una verdad para todos. Yo no me puedo poner por encima de eso. Si lo siento, lo comparto. 

¿Y qué tal la respuesta de los otros?

-Hay mucha gente que responde. Las que menos me gustan son las psicólogas jóvenes que te dan consejos. Yo se los agradezco en el alma porque tienen una excelente voluntad. Pero no se trata de eso. No es que uno no sepa. Uno sabe, pero comparte un dolor. Y al compartir un dolor, ese dolor propio es menor y más de alguien se sentirá contenido. 

En el fondo, es apostar a abrir la herida.

-Claro, y también está esa cosa de que, porque eres vieja, te miran como si fueras alguien sabio. Yo no lo soy. He vivido muchas cosas, pero eso no te transforma en sabia. La gente está como muy ansiosa de que haya alguien sabio que le diga como vivir. Pero eso no se puede hacer. 

“Hay mucha gente que responde. Las que menos me gustan son las psicólogas jóvenes que te dan consejos. Yo se los agradezco en el alma porque tienen una excelente voluntad. Pero no se trata de eso. No es que uno no sepa. Uno sabe, pero comparte un dolor”.

¿Por qué no?

-Porque es vender pomadas. Lo único que uno tiene que hacer es abrirse a la experiencia. Si hay algo que uno puede transmitir es que por más dura que sea una experiencia, todo pasa. Y creo que mostrar fragilidad es una fuerza también. Todos somos frágiles y nos tenemos que tener unos a otros, pero no con admiración, sino que con mucha más misericordia. No con tanto desprecio, sino que con más misericordia. Todos merecemos compasión.

La muerte también es un tema que está presente y que genera mucho miedo. ¿Lo vives con temor?

-Si tienes 76 años, la muerte está en tu presupuesto. Por lo tanto, lo estoy viviendo muy tranquilamente. A veces me enojo conmigo misma porque no he ordenado mis papeles y ya debería haberme deshecho de muchas cosas. Debería estar ligera de equipaje. Pero si a mi edad tú no piensas en la muerte, es porque tienes mucho miedo o eres tonto. 

“Creo que mostrar fragilidad es una fuerza también. Todos somos frágiles y nos tenemos que tener unos a otros, pero no con admiración, sino que con mucha más misericordia. No con tanto desprecio, sino que con más misericordia”

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