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Entrevista Canalla

28 de Agosto de 2020

Maggie Lay, vedette eterna: “En la clase media están todos cagaos”

La legendaria figura del espectáculo relata su vida encerrada, habla de la situación mundial, analiza la belleza en plena pandemia y confiesa su objetivo de no abandonar jamás su profesión.

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Maggie Lay es una vedette muy seria que sólo da entrevistas después de haber ido a la peluquería. Maggie Lay, de hecho, no habla con la prensa si no tiene los labios pintados de rojo. No acepta fotografías si las pestañas no están delineadas. El otro día estrenó un peinado, confeccionó un artefacto capilar de vanguardia, una primicia estética, y por ese motivo pudo conceder dos entrevistas. Es que es, ni más ni menos, Maggie, la diva de la boite, la artista que lució las plumas en el Bim Bam Bum de calle Huérfanos, el bikini glorioso de los años ochenta. 

Y de pronto aparece fulminante en Zoom.

-Aló. Aló. Alóóó.

-¿Maggie?

-Sí, mi amor.

-Está deslumbrante.

-Ay, gracias.

-Le queda ese moño.

-Me arreglé porque una es profesional.

Se alisa un mechón, se estira el bluyín. Luce pintada y con ese moño creativo sobre su cabeza. Rubia, atlética, eterna. Su edad fluctúa entre los sesenta años y los setenta y cinco. Pero se ve joven porque Maggie invierte en vanidad: se pone bótox, rellena arrugas, tiene musculatura, caderas untadas en crema y dos muslos que se le endurecieron por subir escaleras. Tiene un hijo grande, en edad y en longitud de huesos, un basquetbolista; y una hija en plena edad de millennial.

-Y yo mido un metro setenta.

-Es alta.

-Y bien formada, mi amor.

Maggie Lay, en realidad, desde hace seis meses es una vedette solitaria que pasa la pandemia abrazada a un gato. Es una vedette que riega las plantas y les hace preguntas. Es una vedette que se guiña un ojo ante un espejo de cuerpo entero. Limpia los vidrios para mantenerse en su peso. Pero, como sea, es una vedette cada minuto de su vida. 

-Eso sí, con esto de la pandemia parezco presa domiciliaria.

-No se hunda- apoyamos.

-¡Si no me hundo, huevón!- reclama- Los encerrados deberían ser los enfermos, no los sanos.

-¿Y los sanos?

-Deberían ser más sanos. Eso creo yo.

-¿Qué echa de menos del mundo pre-pandémico?

-Las clases de yoga y de vodevil. Le enseñaba a mujeres súper normales a cantar y a ser sensuales.

Tenía veinte alumnas y les enseñaba fórmulas para impactar. Sensualidad para todo tipo de mujer. En tres meses, con dos clases por semana, se titulaban de sexys. 

“Maggie Lay, en realidad, desde hace seis meses es una vedette solitaria que pasa la pandemia abrazada a un gato. Es una vedette que riega las plantas y les hace preguntas. Es una vedette que se guiña un ojo ante un espejo de cuerpo entero”.

-Y no es solamente para que muevan la canasta.

Y ríe.

-¿Qué opina de la política?

-Ah cresta- se le desfigura la mueca.

-¿Qué le pasa?

-Yo no hablo de esas cosas. Nooo, qué lata. Yo, mi vida, soy Maggie Lay, yo canto y bailo, yo llego a las mujeres y a los varones.

-¿Y Piñera?

-No hablo de ningún señor de la política. 

Tiempo atrás relató que bailó ante los militares y posó una pluma en la cabeza de Pinochet. Allí, sentado, la contemplaba el general. Y la diva cruzó una mirada con Pinochet, en el instante peak del acto, y detectó dos ojos helados. Azules, sonrientes, pero de metal. Pero ese tema lo margina del cuestionario. “No hablo de Pinochet”, afirma, como si estuviéramos en los ochenta y todos corriéramos un riesgo. Quizás por eso, por los efectos de esa anécdota, por detallar el morbo de un dictador, no habla más de políticos.  

-Yo soy del pueblo- dice.

-Yo soy de la gente- dice.

-Yo sufro como todos- dice.

Y cuenta que ella, a lo largo de su vida, ha sido una artista. Bailó en las revistas. Cantó, se sentó en los muslos de chilenos incrédulos ubicados en la primera fila. Viajó por el mundo izando una tanga. Se radicó por diez años en España. Tuvo un amor. Y ese hombre, el amor de su vida, un día se mató. Estuvo en televisión y su escote fue parte de El Festival de la Una. Tuvo plata y no tuvo plata. Y, milagrosamente, pareciera que jamás envejeció.

-Antes los hombres eran más caballeros. Pero a Maggie Lay nunca le faltaron el respeto. 

En la imagen la vedette nacional Maggie Lay se presenta para apoyar a los taxistas y colectiveros en 2016. Créditos: Agencia Uno.

-¿Y los hombres de hoy?

-Son distintos, mi vida. Son más desordenados. 

Hace dos años concedió una entrevista en la que dijo, secamente, que en dos años más se iba a retirar. Los cálculos son tajantes: Maggie Lay, a su honorable edad indeterminada, con las curvas aún curvadas, debía retirarse justo ahora. El reportero, con el afán de obtener un estado de ánimo interesante, le insinuó la fecha prometida.

“Tiempo atrás relató que bailó ante los militares y posó una pluma en la cabeza de Pinochet. Allí, sentado, la contemplaba el general. Y la diva cruzó una mirada con Pinochet, en el instante peak del acto, y detectó dos ojos helados. Azules, sonrientes, pero de metal. Pero ese tema lo margina del cuestionario. “No hablo de Pinochet”, afirma, como si estuviéramos en los ochenta y todos corriéramos un riesgo”.

-Maggie…

-¿Sí, mi amor?

-Usted dijo que se iba a retirar. Que debía dejar de ser vedette el 2020.

-Yo digo mucha huevada, señor.

Y aquí, la vedette que tuvo años atrás las que fueron juzgadas las nalgas más vibrantes del mercado bohemio, entrega un mensaje lleno de pundonor:

-¡YO SOY MAGGIE LAY!

Es el grito de Mel Gybson en El Patriota. Es el alarido de una heroína del género. Maggie Lay no se retira, Maggie Lay permanece aferrada a las plumas. 

-Sí, mi amor. Un año más. Tomaré la decisión en un año más. Todos los años digo lo mismo, pero es que…

-Piénselo.

-Es que, fíjate, yo en verdad voy a morir siendo vedette. Yo, hasta el último día, seguiré siendo la atracción de un espectáculo- y sostiene el teléfono mientras camina con el gato en el cuello, como si se hubiese puesto una bufanda con colmillos. Y así está feliz.

“Es que, fíjate, yo en verdad voy a morir siendo vedette. Yo, hasta el último día, seguiré siendo la atracción de un espectáculo- y sostiene el teléfono mientras camina con el gato en el cuello, como si se hubiese puesto una bufanda con colmillos. Y así está feliz”.

MI CUERPO

Nació bajo el nombre internacional de Magdalena Hay-Sang-Lay Wangnet. Es hija de un hombre alto que desciende de chinos y de una mujer delicada que desciende de alemanes. Dicen que es Acuario. Su cara tiene rasgos de tres continentes: un poco de China, un poco de Alemania y las muecas son de Chile. 

-Esa mujer era tremenda, compadre- esta frase sincera pertenece al actor Adriano Castillo, alias el Compadre Moncho.

-¿Qué tan tremenda?

-Puta, compadre, el mejor poto que vi en mi vida.

Describe la curva como si hablara de una escultura de Miguel Ángel. 

Maggie Lay fue un fenómeno en una época en que nadie quería hacer ruido. Imperaba el fusil de Manuel Contreras. De todos modos, Maggie se lució en el Bim Bam Bum. Era una joven fibrosa, sin acceso al bisturí. Era una señorita natural, nacida en el Chile hondo, surgida de la clase media con deudas, aficionada a la ópera, a leer filósofos. Incluso compitió en un sudamericano de natación. Tuvo a su primer hijo antes de tiempo, apenas en los veinte. Tuvo a su segundo hijo fuera de tiempo, a los cuarenta y tanto. 

-¿Le importa mucho ser bella?

-Naaa. Si la belleza es subjetiva. Hay gorditas que son maravillosas. Para mí no hay mujer fea.

-¿Y hay hombres feos?

-No, mi amor. Hay hombres que parecen feos, pero es porque son diferentes. A mí me gustan tipo indios, morenos, de pelo liso.

-¿Es posible ser hermosa en plena pandemia?  

-Yo personalmente creo que estoy muy bien. El espejo todavía no me escupe. 

En estos momentos Maggie Lay se graba con el teléfono y se mira ante el espejo. Y hace un gesto repentino: se sube la ropa y muestra una pechuga. 

-¡Mira cómo estoy! ¿Viste?

-No vi…

El reportero, casualmente, tuvo una distracción en ese momento. Brotó el seno y él anotaba un dato superfluo en la libreta. 

-Bueno, si viste, bien; si no viste, te lo perdiste.

Maggie se exhibe sin culpas. Hace un par de días fue multada por Facebook por mostrar en un video un pedazo de su anatomía.

-Me estaba duchando e hice un video y se me vio un cachete del poto.

-¿Por qué mostró el cachete, Maggie?

-Ni me di cuenta. Y Facebook me multó con 20 horas en que no podré utilizar la cuenta.

“Naaa. Si la belleza es subjetiva. Hay gorditas que son maravillosas. Para mí no hay mujer fea”.

-Maggie, ¿quién tiene el cuerpo del momento?

-Los jóvenes.

-¿Qué mujer le impactó por su físico?

-La Marlen Olivarí era escultural. Pero se puso tanta cosa y ya no es la misma, se convirtió en una señora.

-¿Y a usted? ¿Le preocupa perder encanto?

-Yo voy a ser una vieja linda. Hay viejas que tienen cara de amargadas y ésas son las peores.

Le tocan el timbre, parece que es otro camarógrafo. Negocian una toma. Maggie Lay, por algún motivo, es la figura del momento. Pacta horarios con los periodistas, gestiona peinados con la peluquería. A su casa del barrio Diez de Julio ingresa un profesional con cámara, deambulan reporteros planeando una frase ingeniosa. Maggie, afortunadamente, ha conservado el color del rouge.

En la imagen la vedette nacional Maggie Lay se presenta para apoyar a los taxistas y colectiveros 2016. Crédito: Agencia Uno.

-Maggie, ¿y le apena que se haya regulado el piropo?

-El piropo es precioso. Siempre es bonito escuchar un buen piropo.

-¿Siempre es dicho con cariño?

-O sea, el hombre cuando está en grupo es terrible. Y, bueno, las peores palabras me las han dicho cuando trabajé manejando un colectivo.

-¿Qué le decían?

-Rucia conchatumadre.

-Eso no es un piropo.

-Pero lo decían.

-¿Y qué le gusta que le digan?

-“Qué lindo tu pelo”, “qué lindos tus ojos”, “qué bonito se te ve ese vestido”, cosas así- y se mira otra vez a un espejo. Y se le escapa una sonrisa, como si estuviera apareciendo por televisión.

ENCERRADA

-¿Una vedette se aburre sin público?

-Uf, naaa, yo estoy haciendo cosas todo el día, yo soy hiperkinética. 

“La Marlen Olivarí era escultural. Pero se puso tanta cosa y ya no es la misma, se convirtió en una señora”.

-¿Y sin hombres?

-No es problema.

Maggie confiesa ser soltera, pero tiene un amigo que la solía visitar cuando todo era normal. Es un hombre aparentemente muy simpático, según la descripción que hace Maggie. Un señor con sentido del humor y algún atributo erótico.

-Nos juntamos en algún lugar y lo pasamos muy bien.

Se queda en silencio y agrega, entre risas:

-Bueno, además están mis cuatro amantes.

-¿Cómo dice?

-Viven conmigo.

-Eso ya es una secta, Maggie…

-Son mis cuatro vibradores- anuncia enfática.

-¿Entonces no necesita hombres de carne y hueso?

-Soy autosuficiente. Tengo un dido chino, uno rojo, uno azul y uno verde. ¡Mis amantes son de todas las razas!

-Le felicito…

-¡Una mujer puede ser muy feliz con la imaginación! Yo lo paso regio.

La vedette, en todo caso, tiene un listado de seres humanos a los cuales, ante una emergencia sensorial, puede recurrir. “La liebre”, dice, “puede saltar en cualquier momento”.  

“O sea, el hombre cuando está en grupo es terrible. Y, bueno, las peores palabras me las han dicho cuando trabajé manejando un colectivo”.

-¿Cómo era Chile antes, en la época de a revistas?

-Cartucho.

-¿Y cómo es el Chile de hoy?

-Mucho más abierto.

-¿Hoy Chile es machista?

-¡Muy machista! Si yo fuera legisladora exigiría inmediatamente igualdad en los sueldos.

Y, luego, mística, como ocurre en muchas vedettes, Maggie Lay, la irreductible, admite que está enamorada de Jesucristo. “Yo lo amo”, declara, “es un gran filósofo”.

-¿Informó a Jesús de lo le pasa?

-Le he dicho a Jesús que nos eche una manito a todos, que ayude a la gente sencilla… 

-¿Qué le contestó el Nazareno?

-Yo creo que nos va a ayudar. Porque se necesita ayuda con urgencia. En la clase media están todos cagaos. 

Pausa final: la vedette se pasea con el teléfono en la mano, con la pose sencilla de una diva. Esquiva reporteros, esquiva a un camarógrafo que delibera el momento de grabar. La casa se le llenó de flashes.

“Maggie confiesa ser soltera, pero tiene un amigo que la solía visitar cuando todo era normal. Es un hombre aparentemente muy simpático, según la descripción que hace Maggie. Un señor con sentido del humor y algún atributo erótico”.

-¿Qué va a pasar? ¿Qué viene, Maggie?

-No tengo idea, poh. 

-Maggie, ¿es usted una diva?

-¿¿Yo?? ¿¿Diva?? Te digo…yo sólo bailo, canto y enseño. Así soy yo- y la vedette eterna, la mujer que jamás dejará de cargar plumas en la espalda, la monarca del bikini, se distrae, corta la entrevista y su último grito se alcanza a escuchar por Zoom: “Ay, Dios mío”. Y justo en ese momento alguien le saca una foto.

“Y, luego, mística, como ocurre en muchas vedettes, Maggie Lay, la irreductible, admite que está enamorada de Jesucristo. “Yo lo amo”, declara, ‘es un gran filósofo'”.

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