Al encuentro con mi madre en Colchane: La doble travesía de Marina y Héctor
¿Una costurera venezolana de 56 años recorriendo cinco fronteras a través de una red de transporte ilegal que incluyó caminatas por bosques de plátanos, persecuciones en motocicleta y un trayecto de siete horas por el desierto más árido del planeta? ¿Un hijo viajando cientos de kilómetros para encontrarla en un pueblo del que la mayoría de sus compatriotas quieren escapar? Parece ficción, pero pasó. Héctor y Marina planearon un encuentro improbable en Colchane. Aquí la historia de un hombre que pasó horas mirando el desierto, con la incertidumbre de no saber si su madre aparecería por el horizonte.
Por Sebastián PalmaCompartir
Héctor L. camina a paso firme dejando atrás las últimas casas del poblado de Colchane. El fuerte viento le rebota en el cuerpo, a su espalda una tormenta eléctrica anuncia que la noche será fría. Se detiene a 200 metros del poblado, ya no se escuchan llantos de niños, ni ruidos de sirenas. Son las 20:35 de la noche y el sol comienza a desaparecer. Su madre partió hace una hora y media desde Bolivia tratando de llegar a Chile por un paso ilegal.
El cielo altiplánico andino parece una acuarela. Él, mirando el horizonte, apunta con sus dedos hacia el costado de una montaña nevada en medio de la inmensidad del desierto, que se ha transformado en el epicentro de una de las crisis migratorias más dramáticas en la historia del país, que el gobierno busca detener con advertencias y repatriaciones.
–Por ahí va a aparecer mi madre. Por ahí tiene que aparecer.
***
Héctor nació y se crió a principios de los noventa en la ciudad de Valencia, en el estado de Carabobo, Venezuela. Su madre Marina, lo crió sola trabajando como costurera para los vecinos de su barrio, en una pequeña casa sin alcantarillado, pero en la que nunca faltó la comida en la mesa.
Héctor no conoció a su padre y desde muy pequeño tomó consciencia de que sólo eran ellos dos. A los 15 años, comenzó a trabajar en un McDonalds después del colegio para aportar con algo en la casa. La relativamente sólida economía que por esos años se vivía en el país, hacía que con lo que ambos ganaban al mes, pudieran pagar las cuentas y vivir de buena manera.
“En ese tiempo la mayoría de los venezolanos creían en el Chavismo. Era como un embrujo. Yo lo entiendo. Si a ti te dan todo y todo está barato obviamente vas a creer. Solamente las personas con conciencia proyectaban que se estaba gastando el presupuesto y que la situación podría explotar”, cuenta hoy Héctor (30) .
El empleo lo mantuvo hasta que entró a estudiar publicidad en la Universidad de Carabobo, lugar en el que logró terminar sus estudios. Pero en esos años la economía del país empezó a venirse abajo. Los vecinos ya no pedían trabajos de costura a Marina y él fue despedido.
Comenzó a participar en manifestaciones opositoras junto a otros compañeros de estudios, incluso se encapuchó un par de ocasiones. Chávez ya había muerto hace tres años y la ilusión de la Venezuela bolivariana se quebrantaba. El desprecio de Héctor al gobierno también se trasladó a su casa, se sentía angustiado al oír los discursos de Nicolás Maduro en cadena nacional.
Sin dinero, hubo varios días en que la madre y el hijo solo podían comprar un kilo de yuca. La comida, por primera vez en más de 20 años comenzó a faltarles. La situación, recuerda, llegó a un límite cuando su madre se puso a llorar mientras comían la raíz. Entendió que la situación en Venezuela no iba a mejorar y decidió emigrar en el 2016 a Santiago. A sus 25 años por primera vez se despidió de su madre.
Le prometió que se volverían a ver.
En Santiago, Héctor se instaló en la casa de unas tías que años atrás habían venido a Chile. Allí duró tres meses, ya que encontró empleo en un taller como fabricante y soldador de letras y logotipos publicitarios y a que se emparejó con una mujer venezolana que trabaja como cajera en un banco. Ambos se fueron a vivir a un departamento en Recoleta.
Con el paso de los años, la situación de Héctor mejoró considerablemente, amobló su departamento y se compró una motocicleta. Él no pasó un solo día sin hablar con su madre y tampoco dejó de enviarle dinero mes a mes. En las conversaciones le hablaba maravillas de Chile, le contaba que se parecía a la Venezuela de su infancia.
Por la inflación en Venezuela el dinero que Héctor le enviaba a Marina se devaluaba cada día más. Los depósitos de $100mil que periódicamente realizaba a su madre ya no le alcanzaban.
A fin de año ambos decidieron que lo mejor era que ella abandonara el país. Héctor, como gran parte de los venezolanos que se encuentran en Colchane, pagó un servicio de turismo que prometió trasladar a su madre desde Venezuela a cambio de 500 dólares. Pese a que el viaje contemplaba varios pasos por fronteras -la mayoría de ellas ilegales- en Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile, la oferta no suponía mayores complicaciones. Ya varios otros lo habían hecho, incluso familiares de un amigo de él, quien le hizo el contacto con la agencia que terminaría trasladando a su mamá.
Pero la situación estaba a punto de cambiar.
***
Cuando la mujer ya venía en viaje, el pequeño pueblo fronterizo de la región de Tarapacá comenzó a colapsar y a llenarse de inmigrantes. Las razones del embotellamiento fueron variadas. Primero, el fortalecimiento de medidas migratorias en la zona fronteriza de Tacna y Arica obligó a los viajeros a buscar nuevas rutas de ingreso al país, viendo en Colchane una buena opción. La situación derivó en un alza de los cruces irregulares, según señala Erick Marchant, el teniente de la subcomisaría de Colchane a The Clinic, casi “500 personas” cruzaban diariamente desde Bolivia por estos caminos, la cifra crece a 600 pasadas diarias según la estimación del alcalde Javier García.
En el colapso, también influyó el decomiso a mediados de enero de más de 20 minibuses que trasladaban diariamente a cientos de extranjeros indocumentados desde Colchane a otras ciudades de Tarapacá. El escenario configuró una tormenta perfecta. El pueblo de 1.583 habitantes, la mayoría de origen aymara, prácticamente duplicó ese número y los inmigrantes que quedaron allí varados se comenzaron a instalar en improvisados campamentos en la plaza pública, casas abandonas, a un costado del complejo fronterizo e incluso en la calle.
La situación llegó a un límite la semana pasada cuando dos extranjeros murieron. La primera víctima fue de un hombre venezolano de 69 años, quien, según su acompañante, habría presentado problemas respiratorios. El segundo caso, una mujer colombiana que llegó a la subcomisaria de la comuna, también con dificultades para respirar.
Angustiado por la crisis migratoria y las posibles complicaciones en la llegada de su madre, Héctor le explicó la situación a sus jefes en Santiago, quienes lo autorizaron a ausentarse. Él resolvió viajar por tierra a Iquique y luego a Colchane en busca de Marina quien ya había cruzado varias fronteras por Sudamérica, juntos acordaron encontrarse en la plaza del pueblo el sábado 6 de febrero, cuando, según el itinerario del viaje Marina, cruzaría la frontera chilena.
***
Héctor llegó a Iquique el viernes 5 de febrero, luego de un viaje de casi treinta horas en un bus que salió desde Estación Central, en las que no pudo dormir por la angustia. Se instaló en una posada y decidió salir a caminar por el centro de la ciudad para que el tiempo se le pasara más deprisa.
En el centro de Iquique se cruzó con un campamento donde más de 100 venezolanos que lograron bajar desde Colchane viven en situación de calle. En el lugar había niños pequeños, adultos mayores y familias que no han podido dejar la ciudad en meses por falta de recursos.
Héctor se conmovió, les dio dinero y alimentos a un grupo y escuchó las historias de sus travesías para llegar a Chile, muy parecidas a las que su madre estaba viviendo. Algunos, los con más recursos, también viajaron a través de agencias de turismo que operan a lo largo de Sudamérica, otros lo hicieron por sus propios medios pidiendo aventones a camioneros o incluso caminando con mulas de carga.
En la conversación, sus compatriotas le advirtieron que preferían vivir en las calles de Iquique, que seguir en Colchane, donde el frío nocturno, que alcanza los -5ºC. puede ser mortal y la altura de casi 4000 metros al nivel del mar les provocaba una sensación de ahogo. Algunos incluso le llegaron a advertir que era mejor que no subiera al pueblo fronterizo, que esperara a su madre en Iquique y que ellos por ningún motivo volverían a aquel “infierno”. Pronto Héctor sabría a lo que se referían.
–Yo sabía que era arriesgado, pero tenía que llegar– asegura.
Ya en el hotel, Héctor se acostó más angustiado que cuando salió. No pudo dormir pensando en el largo camino que su madre había recorrido para llegar a Bolivia.
***
Una vez que Marina salió de Venezuela, el pasado 24 de enero, ella intentaba ponerse en contacto con su hijo siempre que encontrara señal. A través del teléfono le narró a Héctor detalles del viaje a través de la agencia de turismo, que opera como una verdadera red sudamericana de transporte ilegal, y que bien podrían configurar el guión de una película de Hollywood.
Según Marina, la primera frontera entre Venezuela y Colombia fue sencilla. La mujer le comentó que las autoridades de su país la dejaron salir sin problemas y que incluso no timbraron su pasaporte. En Colombia siguió su recorrido en un minibus acompañada de otra decena de personas que tenían como destino final a Chile. Llegó a Bogotá, donde incluso pasó la noche en un hotel.
La situación se comenzó a poner compleja al intentar cruzar a Ecuador por el paso de Ipiales. La mujer, le narró a su hijo que llegó a un punto fronterizo en el minibús donde le dijeron a ella y a la decena de otros pasajeros que debían bajarse. En el lugar los esperaban un grupo de hombres motorizados que los harían cruzar la frontera.
“Me dijo que eran muchos, que nunca había visto tanta motocicleta junta. Cuando comenzaron el cruce, algunos policías intentaron parar a los que podían y les quitaban las motos, pero de cien que pasaban no agarraban a más de cinco, porque pasan todo el día. Fue lo mismo que una película. Lo primero que me dijo mi mamá cuando hablamos fue ‘esto fue una adrenalina que nunca había sentido en mi vida’”.
El cruce en motocicleta no fue la única experiencia extrema, para pasar de Ecuador a Perú por el cruce de Tumbes, la mujer y su grupo, en el que habían por lo menos tres niños, debieron adentrarse y caminar por un bosque de bananos, al trayecto incluyó el cruce de un río, donde Marina debió caminar con el agua hasta la cintura.
“Estuvo cinco horas caminando en fango. A mí me dijo que se cayó varias veces porque era muy resbaloso. Y muchos se cayeron en el agua”, asegura Héctor.
Ya en Perú, recorrió un día en bus para llegar a Lima, en la capital peruana la agencia de turismo le comunicó a Héctor y Marina que la situación estaba complicada en la frontera con Bolivia, por lo que el viaje llegaba hasta ahí. Héctor reclamó por teléfono, pero lo terminaron bloqueando. Marina se tuvo que quedar en la casa de unos familiares de la pareja de Héctor durante tres días.
Según señala en Colchane el subcomisario de la PDI Carlos Court, una parte importante de los inmigrantes que llegan a Colchane lo hacen a través de agencias de turismo ilegales. Sobre la red de transportes el funcionario señala que: “Hay empresas que se están investigando que están ofreciendo el servicio de dejarlos en la frontera y que sigan a pie”.
El comisario agrega que muchas de estas empresas prometen dejar a los inmigrantes en Iquique, lo cual es prácticamente imposible, y que terminan dejando a sus pasajeros abandonados en distintos puntos del itinerario, tal como le ocurrió a Marina. “Se está investigando a estas agencias, que prometen mucho, y que los que las utilizan se dan cuenta que la realidad es otra. Este es un delito transnacional”.
Sobre esta realidad fue el propio ministro de Relaciones Exteriores Andrés Allamand, quien desde Colchane aseguró que con varios países de la región se está activando el convenio de Palermo, contra la Delincuencia Organizada Transnacional: “Estamos coordinados con Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia y estamos iniciando una ofensiva legal para desarticular las bandas que producen el ingreso ilegal”.
Héctor desde Santiago, logró conseguir un traslado ilegal que llevara a su madre desde Lima hasta Desaguadero en el límite con Bolivia, un viaje de casi 24 horas. Marina terminó llegando allí el pasado sábado, habló con su hijo que ya estaba en Iquique. Le comunicó que llegaría a la frontera de Chile y Bolivia durante la tarde y que a las 19:30 cruzaría el límite con un grupo de 30 personas guiadas por un coyote, le aseguró que lo llamaría antes de comenzar la caminata y que si todo salía bien, deberían reunirse cerca de las 23:00 en la plaza de Colchane.
La cuenta regresiva, se convirtió en una tortura para ambos
***
Durante la mañana del sábado 6 de febrero, mientras su madre se dirigía a la frontera de Bolivia con Chile. Héctor buscó un transporte que lo llevara de Iquique a Colchane. Se subió a un minibús con trabajadores bolivianos. Todos, incluso él, tenían sus papeles en regla, por lo que no tuvieron problemas en pasar los cinco controles policiales que había entre Iquique y la ciudad fronteriza.
El escenario a lo largo de los más de 230 kilómetros del viaje, por una zigzagueante ruta angustiaron aún más a Héctor. Por la ventana vio decenas de maletas, bultos, ropas y zapatillas esparcidas por el camino. El equipaje entierrado, fue abandonado para perder peso por alguno de los grupos de inmigrantes indocumentados quienes -imposibilitados de salir de la ciudad fronteriza en vehículos-, decidieron aventurarse y caminar intentando llegar a las localidades de Huara, Pozo Almonte o incluso la ciudad de Iquique, desde donde podían continuar su caminos.
Héctor vio a casi 200 caminantes a lo largo de la ruta. Eran familias enteras, hombres deshidratados por el fuerte sol, madres cargando a sus niños en sus brazos o en coches e incluso señoras mayores -como su madre-, caminando a paso lento por uno de los desiertos más voraces del mundo. El escenario daba cuenta del infierno que pocas horas antes le habían dicho se vivía en la frontera.
Al llegar a Colchane cerca de las 14:00, vio cómo el poblado de no más de 10 calles estaba transformado en un campamento. En la plaza había unas 20 carpas instaladas por los pocos afortunados que poseían una. La mayoría improvisaba refugios con calaminas y telas viejas que encontraban por el desierto y que acomodan entre vigas de madera que sostenían dos cubiertas de tejas que rodean casi toda la plaza.
También vio a muchos de sus compatriotas instalados en edificaciones de ladrillos abandonadas en la periferia del pueblo y en el costado del complejo fronterizo ubicado a unos 500 metros de la plaza central, también vio a otros descansando en bunkers que alguna vez fueron la carga de un camión. No vio los saqueos ni los robos que alertaron algunos vecinos de la comunidad en las noticias y en redes sociales y que esperaba encontrar.
Por esta materia y hasta el cierre de esta edición, Carabineros en la zona había recibido tres denuncias a lo largo de la crisis migratoria. “Estas consistieron en robos y daños a las propiedades”, comentó Erick Marchant, el teniente de la subcomisaría de Colchane a The Clinic, aseverando que no han detectado delitos flagrantes en Colchane.
“La idea de que la situación está descontrolada (en esta materia) no es tan así. Hay que considerar que en Colchane hay casas en ruinas que no son utilizadas y es allí donde se están refugiando la mayor cantidad de inmigrantes”, agregó el uniformado.
Fuera de esa comisaría Héctor vio a cientos de sus compatriotas haciendo una larga fila para autodenunciar su situación irregular, la única vía para poder optar a algunos de los buses dispuestos por el Gobierno Regional y que desde el pasado martes hasta el Sábado 6 de febrero habían traslado a 1.649 indocumentados a residencias sanitarias en Iquique para que cumplieran con una cuarentena preventiva.
Según Carabineros, desde el inicio del colapso, diariamente unas 350 personas se autodenuncian y una vez completado ese proceso, los extranjeros deben esperar a que las listas corran para poder subir a un bus que los traslade a los albergues de la capital regional. Para estos accesos se da prioridad a mujeres, niños, enfermos y adultos mayores. Por lo mismo, fueron varias familias las que se separaron, muchos padres se quedaron en el pueblo mientras sus parejas e hijos podían bajar.
De acuerdo a datos entregados por el Ministerio de Salud, el domingo 7 de febrero 2.398 inmigrantes que llegaron por Colchane, fueron traslados y se encontraban realizando sus cuarentenas en Iquique, entre ellos habían 20 mujeres embarazadas y 611 menores de edad.
Con respecto a la situación judicial de los autodenunciados, estas faltas no constituyen un delito penal, por lo que su regularización pasa a cargo de la Intendencia. Por su parte, las familias que viajan con menores de edad, además tienen que autodenunciarse por eventuales vulneraciones de derechos por cada niño, niña y adolescente (NNA) que ingresa al país.
Según informó el ministro visitador de Familia y encargado de los asuntos de Familia, Moisés Pinol, de la Corte de Apelaciones de Iquique a The Clinic: “Si el menor está a cargo de un familiar directo o junto a alguien autorizado por estos con documentación correspondiente, el Tribunal por regla general no da curso al requerimiento”.
La situación cambia en los casos que los menores viajen con alguien que no sea un familiar directo. En esos casos, “Se acoge el requerimiento de protección” y se realiza el ingreso del menor a alguna “residencia de protección de SENAME durante el período que debe cumplir cuarentena”. Allí es el propio Juzgado que realiza las gestiones tendientes a generar la reunificación familiar una vez cumplido el período de 14 días.
Según datos entregados por el Poder Judicial en Tarapacá, desde septiembre a la fecha 22 niños inmigrantes han pasado por residencias del Sename al no estar acompañados por un familiar directo. Según la misma información, todos estos niños han logrado reencontrarse con sus familiares directos.
Ciertamente muchos inmigrantes indocumentados están saliendo de Colchane, pero muchos otros siguen llegando. Pese a que el Ejército se ha desplegado en la zona, para intentar controlar la situación, los casi 300 kilómetros de frontera hacen que cientos se sigan colando diariamente. Según informa el teniente Marchant de Carabineros, solo en Colchane existen 36 pasos no habilitados, de ellos nosotros estamos cubriendo cuatro en conjunto con personal del Ejército (…) que es donde mayormente ingresan las personas”
Ese sábado sería el turno de saber si Marina podría sortear o no alguno de esos controles.
El riesgo era alto y ahora Héctor, mirando el panorama en la zona, lo sabía muy bien.
***
Dos horas después de su arribo a Colchane, Héctor conoció a una mujer venezolana que también viajó desde Iquique para reencontrarse con sus hijos y una hermana. Junto a ella, se alejó del pueblo siguiendo las referencias desde donde podían cruzar internándose en el desierto.
“Nos asomamos y yo vi a lo lejos unas manchitas y dije ´allá vienen´, y ella salió corriendo hasta allá. Venían caminando desde lejos. Lloró esa muchacha, cuando vio a sus hijos. Y eso es lo que está pasando acá, la mayoría de los venezolanos no son unos pedigüeños, son gente que vienen a ver a sus madres, a sus padres y esta es la única manera, porque no hay soluciones de visado. Mi país está acabado. Todo un desastre”, cuenta.
Ver el reencuentro de la familia le dio esperanza. Eran casi las seis de la tarde, cuando comenzó a recorrer el pueblo esperando el llamado de su madre que anunciara el cruce de la frontera en dirección a Colchane.
La llamada no llegó.
Entrando la noche, la temperatura comenzó a bajar. Héctor quien solo venía abrigado con un polerón, recorrió los distintos grupos de inmigrantes buscando calor. Se acercó a un grupo de hombres que quemaban palos en un barril a un costado de la plaza. Varios de ellos vieron partir a sus familias a Iquique y ya se resignaban a pasar un día más en Colchane, pese a eso no perdían la risa.
“Es que nosotros somos así. Nos vamos a morir riendo”, le dijo uno de ellos mientras calentaba sus manos en el fuego. El grupo asintió la reflexión con una risotada general.
Después de conversar algunos minutos Héctor se acercó al gimnasio del pueblo, habilitado como centro de salud. Allí vio niños llorando con su cara y la comisura de sus ojos despellejadas por el sol y sus labios blancos y secos. También a sus madres desesperadas tratando de hacerlos dormir en medio de la muchedumbre y el sonido y las luces parpadeantes de una ambulancia desplegada en el sector.
A las 20:20, Héctor caminó hacia el desierto. Allí permaneció varios minutos mirando su celular por si Marina lo llamaba y pendiente en el horizonte por si algún grupo aparecía. Creyó ver gente moviéndose, pero nada había allí. Cuando la noche ya llegó y no se veía nada más que las luces de las estrellas en el cielo, Héctor entendió que debía buscar un refugio donde pasar la noche, eran pasadas las diez.
El único hotel abierto del pueblo no era una alternativa. Su capacidad estaba a tope y la mayoría de sus habitaciones estaban ocupadas por periodistas que viajaron a cubrir la crisis migratoria. Conversó con otros de sus compatriotas, quienes le dijeron que ese día bajaron varios buses a Iquique y que muchos de los improvisados campamentos quedarían libres en la plaza. Efectivamente, ese día se registró el peak -hasta esa fecha- de traslados de inmigrantes irregulares a Iquique con 575 personas movilizadas.
Pasada las 11 de la noche, Héctor comenzó a recorrer las cuatro esquinas de la plaza, esperanzado que su mamá apareciera por una de las calles de tierra. En uno de esos recorridos un hombre chileno manejando un auto rojo se le acercó y le ofreció transporte ilegal a Huara, otro pueblo ubicado a más de 160 kilómetros de Colchane, desde donde podría continuar con su travesía. El recorrido sería realizado a través de un furgón manejado por su esposa y él iría adelante de ellos advirtiendo sobre eventuales controles policiales.
Ambos intercambiaron números de teléfono y acordaron reunirse si es que Marina llegaba a aparecer, el pasaje de cada uno tenía un valor de $50mil.
Cerca de la medianoche Héctor se instaló en uno de los sitios que quedaron abandonados en la plaza. Era un debilitado refugio que solo consistía en una tela con banderas de Chile estampadas y sujetadas en los palos de madera dispuestos en la plaza. En su interior, habló por teléfono con su pareja, quien preocupada en Santiago quería novedades sobre el paradero de su suegra. Héctor le comentó que debió haber llegado hace más de una hora.
Al cortar, se recostó en el concreto frío, a esa hora la temperatura era de 4ºC. Flectando sus rodillas y por primera vez desde que llegó, pensó que su madre no llegaría y que pudo haber sido detenida en un cruce fronterizo.
–¿Qué le habrá pasado?– susurró en voz alta a las 00:36 del domingo 7 de febrero.
Héctor intentó dormir un poco, pero le resultaba imposible. El frío lo tenía tiritando y una mujer, en uno de los refugios adyacentes, muy similar al de donde él descansaba, lloraba agudamente quejándose con su marido por el frío que sentía. El hombre improvisó un brasero que colocó peligrosamente al interior del refugio de madera y telas. El humo que se colaba en la guarida de Héctor lo preocupó, así que decidió salir de allí. Eran cerca de las 2 de la mañana.
En la calle se acercó a un grupo de sus compatriotas que se calentaban con un tambor, sobre una pérgola dispuesta en la plaza. Ellos le ofrecieron café y él les contó sobre su madre. Al escuchar la historia, las sonrisas venezolanas, al menos por un rato se dejaron de escuchar.
Cerca de las 3:30 de la noche, decidió recorrer el pueblo una vez más en busca de su madre. En la caminata encontró a un grupo de veinte compatriotas que recién había cruzado la frontera, pero que le aseguraron no ver a alguien con las características de Marina.
Héctor miró por las ventanas de las casas abandonadas por si su madre estaba en alguna de ellas, vio a adultos y niños amontonados como bultos tratando de protegerse del frío.
Tras media hora de búsqueda decidió volver al grupo de la pérgola, en el camino pensó que toda la travesía de su madre no había tenido sentido alguno.
–¿Por qué la hice pasar por todo esto?, se preguntó.
Derrotado y ya de camino a la pérgola un automóvil a toda velocidad lo abordó.
Era el hombre que horas atrás le ofreció traslado señalándole que en las afueras del pueblo había una mujer mayor buscando a un hombre joven. Héctor le mostró una foto de su madre y el hombre inseguro le respondió: “puta, parece que sí es”.
Héctor se subió al vehículo del transportista ilegal, quien lo llevó a un sector a la salida del pueblo. El hombre le indicó que la mujer se encontraba al interior de una van que allí se encontraba para evitar los controles policiales.
El venezolano bajó corriendo, esperanzado en que la mujer al interior del vehículo con vidrios polarizados sería su madre. Al llegar suspirando abrió la puerta corrediza del vehículo.
–Es ella- gritó, antes de abrazarla llorando.
El encuentro duró tan solo un minuto, pero se sintió eterno. Ya no importaban los kilómetros recorridos, las visas, ni las fronteras o los años de espera. No importaba el frío de Colchane, ni las agencias de turismo, ni los coyotes. Ni siquiera importaba la política, Maduro, Chávez o las promesas de asilo del gobierno chileno. A esa hora de la madrugada en el desierto solo importaban Marina y Héctor.
El abrazo después de cinco años, se vio interrumpido por el transportista quien le alertó que debían irse rápido. Héctor se subió al furgón ilegal obedeciendo la orden. En el interior había tres niños y dos mujeres con lágrimas en los ojos. La puerta se cerró y el vehículo se perdió en el horizonte por la misma ruta en la que Héctor había llegado.
Una nueva travesía comenzaba, pero esta vez la hacían juntos.
***
Dos días después de la huída desde Colchane de Héctor y Marina, ambos se encuentran en una ciudad costera del norte de Chile, que prefieren no mencionar. Desde allí esperan tomar un bus que los deje en Santiago.
Sobre el transporte que prometió dejarlos en Huara, éste finalmente los abandonó en medio del desierto a varios kilómetros del poblado debido a los controles policiales en la zona. Llegaron allí pasada las 7 de la mañana. En el camino Héctor se tomó una selfie, la primera foto con su madre después de cinco años sin verse.
Desde ese punto del norte a través de un audio de Whatsapp, Marina cuenta que no pudo llegar a la hora indicada a la plaza de Colchane. Junto a su grupo, de 30 personas, se perdieron en el desierto intentando llegar al pueblo. Varias horas después, lograron reincorporarse en la ruta.
A través del mensaje, Marina, la costurera de Carabobo que cruzó cinco fronteras y que caminó siete horas por el desierto, también reflexionó sobre el viaje más extremo de su vida:
–Todas las travesías fueron fuertes, todas las trochas (cruce de fronteras) también. Pero todo esto uno lo hace por una causa y esa causa, al menos para mí, es Héctor. Mi único hijo. Mi familia.