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Opinión

29 de Junio de 2021

Columna: Matrimonio igualitario y preferencias de vida

Agencia Uno

Cuando la sociedad impide a las personas de la misma orientación sexual tomar un compromiso legal que sí se les permite a otros, está menoscabando sus estatus como seres libres y dueños de su voluntad, dañando el reconocimiento que merecen sus opciones de vida. En el fondo, les está diciendo que su condición moral es distinta; menor.

Ignacio Briones, Francisca Dussaillant, Aldo Mascareño, Felipe Schwember y Valentina Verbal
Ignacio Briones, Francisca Dussaillant, Aldo Mascareño, Felipe Schwember y Valentina Verbal
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Hay muchas razones para apoyar la legislación a favor del matrimonio igualitario: la formalización de vínculos, igualdad ante la ley, seguridad para los miembros que participan de dicha unión y herramientas institucionales para resolver posibles conflictos entre los miembros de una pareja o una familia. Sin embargo, si hubiera que subrayar una sola razón, ella debiera ser la forma en que el matrimonio igualitario entrega más espacio para que cada cual pueda ser arquitecto de su propia vida, escogiendo el tipo de proyecto que quiere para sí y que ello sea reconocido. En eso consiste la libertad y su profundo sentido moral. Si lo más valioso e íntimo que una persona tiene es la construcción de su proyecto vital, su reconocimiento por el resto es también el mayor gesto de dignidad. Libertad y dignidad van de la mano porque suponen ver al otro como un fin en sí mismo y nunca como un medio de una causa colectiva o de una determinada visión de vida buena.

Por lo mismo, cuando algunos proyectos de vida y preferencias, respetuosos de la libertad de los demás, no son reconocidos, cuidados o protegidos de la misma manera que otros, es la dignidad humana la que se resiente. Cuando el Estado privilegia un modelo de vida o de felicidad a través de restricciones legales, lo hace al costo de generar ciudadanos de primera y de segunda categoría, y esa discriminación se erige en un dolor profundo, que toca una fibra esencial del ser. Quizás la demanda más íntima de cada persona, como describió tan bien Isaiah Berlin, es el simple reconocimiento de cada uno como “una entidad con voluntad sobre sí misma, que busca actuar de acuerdo con ella (…), y no ser reglamentada, educada o guiada, ni siquiera por una mano leve, como si no se tratara de un ser plenamente humano, y, por lo tanto, plenamente libre”.

Si lo más valioso e íntimo que una persona tiene es la construcción de su proyecto vital, su reconocimiento por el resto es también el mayor gesto de dignidad.

Cuando la sociedad impide a las personas de la misma orientación sexual tomar un compromiso legal que sí se les permite a otros, está menoscabando sus estatus como seres libres y dueños de su voluntad, dañando el reconocimiento que merecen sus opciones de vida. En el fondo, les está diciendo que su condición moral es distinta; menor. Ciertamente, en Chile no deberíamos tener ciudadanos de primera y segunda clase. Por eso resulta asombroso que, en días recientes, como para “arreglar las cosas”, incluso se haya planteado tener dos contratos idénticos en deberes y derechos, incluyendo el de adopción, pero con nombres distintos: el matrimonio para las parejas heterosexuales y una unión civil con los mismos derechos del matrimonio reservada para parejas homosexuales. ¿Qué diríamos si fuera al revés? ¿Qué diríamos de tener servicios públicos contiguos, idénticos en todo, pero en el que uno estuviera reservado a un tipo de ciudadanos y el segundo a otro tipo? Diríamos que es discriminación arbitraria pura.

Como bien sabemos, en nuestro país la derecha clama defender las “ideas de la libertad”. Pero la libertad no se puede enarbolar por parcialidades. No se puede defender la libertad económica y desentenderse de las libertades civiles y políticas. La libertad económica, de emprender en los más diversos ámbitos y de participar de las recompensas, cargos y del consumo sin adscripciones de sexo, raza u otra índole, es sin duda una pieza central para construir proyectos vitales. Pero reducir la libertad solo a eso es una forma incompleta, cuando no abiertamente defectuosa de concebirla.

“Ciertamente, en Chile no deberíamos tener ciudadanos de primera y segunda clase. Por eso resulta asombroso que, en días recientes, como para “arreglar las cosas”, incluso se haya planteado tener dos contratos idénticos en deberes y derechos, incluyendo el de adopción, pero con nombres distintos: el matrimonio para las parejas heterosexuales y una unión civil con los mismos derechos del matrimonio reservada para parejas homosexuales”.

Pero si parte de la derecha reduce la libertad a solo esta dimensión, parte de la izquierda sufre, de hecho, del problema simétrico. Se muestra liberal en materias valóricas o sexuales, pero sospechosa de la libertad económica y del emprendimiento expresada a través del mercado, y muchas veces también desconfiada del rol de los cuerpos intermedios y de la sociedad civil en tanto motor de lo público más allá de lo estatal. La libertad no puede defenderse a medias por simple conveniencia; es un todo indivisible con un tronco común: cada persona es un fin en sí mismo en tanto arquitecto soberano de su proyecto de vida.

La demanda por el matrimonio igualitario debería celebrarse abiertamente por quienes creemos y defendemos la libertad, pero también por quienes valoramos la vida en familia. Las personas que apreciamos el apoyo y los afectos que nacen de esta, deberíamos estar contentos de que las personas quieran seguir formándolas. Si hay ciudadanos que buscan formalizar sus vínculos ante la ley, para dar más certezas a sus miembros, el Estado no puede ni debe impedirlo. En los tiempos que corren, que las personas aún quieran casarse formalmente es una gran noticia, pues significa que la familia aún es valorada y querida. Abrir el matrimonio a parejas de la misma orientación sexual es una forma de robustecer su relevancia y expandir su presencia. Además, es un camino hacia más libertad y mayor dignidad. Vaya que no es poco.

“La libertad no puede defenderse a medias por simple conveniencia; es un todo indivisible con un tronco común: cada persona es un fin en sí mismo en tanto arquitecto soberano de su proyecto de vida”.

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