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Reportajes

14 de Diciembre de 2021

Los últimos años de Javiera Rojas, la ambientalista encontrada muerta en Calama

Hace unos años se instaló en Combarbalá, entre los cerros de la IV Región. Allí fue una respetada defensora medioambiental junto a campesinos y comunidades perdidas. Descubrió paisajes como guía turística, y como activista se opuso a embalses y termoeléctricas. En 2020 regresó a Calama, y entonces todo cambió. Aún impactados por su muerte, aquí la recuerdan sus amigos y compañeros de batallas.

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“Conocimos a la Javi por su lucha, que era también la lucha de un pueblo perdido entre las montañas en la comuna de Combarbalá, el pueblo que no existe como dicen, repitiendo un chiste que poco divierte pero se dice cada vez que se nombra (…) La conocimos, y junto a ella conocimos la dignidad de campesinos y campesinas que defendían las tierras de El Durazno, localidad amenazada bajo la lupa siempre inclemente del latifundio pisquero”, se lee en un texto que le dedicó el Movimiento por el Agua y los Territorios junto a Gaceta Ambiental a Javiera Rojas (42) luego de su muerte. 

El 28 de noviembre pasado, el cuerpo de Javiera fue encontrado en una casa abandonada en la calle Antofagasta, en Calama. Los responsables de su muerte serían Jean Pierre Barrios “El Romano” y Miguel Alejandro Lovi “Lucifer”, quienes se encuentran en prisión preventiva mientras se realiza la investigación que cuenta con un plazo de 200 días. 

En un comienzo, se vinculó su muerte al activismo medioambiental, pero Javiera llevaba al menos un año fuera de ese mundo; y más tarde se conocieron nuevos antecedentes de su último año de vida. Según un artículo de La Tercera, medio que conversó con una sobrina, Javiera había estado involucrada en consumo de drogas y en delitos menores. The Clinic intentó comunicarse con la familia, sin embargo una prima respondió que no darían declaraciones

Vida en Combarbalá

Javiera Rojas llegó desde Calama a Combarbalá, en la región de Coquimbo, hace un par de años, atraída por sus paisajes y la vida de campo. Se instaló en la pequeña localidad de Cogotí, junto a su perrita Filomena, donde comenzó a formar redes entre los habitantes. Rodrigo Marín, fotógrafo y habitante de Combarbalá, recuerda cuando la conoció en 2016, el mismo día que se inició la lucha ambiental contra el “Proyecto central de respaldo de Combarbalá” de la empresa Prime Energía: “Nos juntamos en la plaza para informarnos sobre la termoeléctrica. Nadie sabía nada, y ella habló, lideró esto. Después con un grupo armamos el Movimiento de Acción Comunal Medioambiental, donde ella fue parte”, recuerda. Para Rodrigo, Javiera era una hormiguita, porque le gustaba mucho trabajar, pero no figurar. 

Rápidamente, Javiera se hizo conocida en un lugar donde su pasión y decisión al hablar contrastaba con la tranquilidad de los habitantes, quienes no tenían experiencia ni conocimiento para enfrentarse con una empresa. “El hecho de que ella fuera de afuera llamaba la atención, que viniera con mucha fuerza, mucha pasión”, afirma Rodrigo. 

“Nos juntamos en la plaza para informarnos sobre la termoeléctrica. Nadie sabía nada, y ella habló, lideró esto. Después con un grupo armamos el Movimiento de Acción Comunal Medioambiental, donde ella fue parte”, recuerda Rodrigo.

Luis Mariano Rendón, abogado, trabajó con ella en contra de la termoeléctrica; él veía la parte legal, ella la vinculación con la comunidad. “Tenía motivaciones que la llevaban a estar sumamente activa y asumir de forma muy responsable. En estas cosas no hay remuneraciones de por medio, por lo que mucha gente tira la esponja a corto plazo, pero Javiera tuvo una constancia muy grande”, dice. 

El proceso en contra de la termoeléctrica duró cuatro años, y finalmente la comunidad perdió el caso en la Corte Suprema en 2020. En este periodo, a Rendón le llamaba la atención lo multifacética de Javiera, quien podía organizar una protesta en contra de la empresa por supuestos sobornos a la comunidad, y al mismo tiempo participar en una reunión con el subsecretario del Medio Ambiente

Nano Fuentes, habitante también de Combarbalá, conoció a Javiera en el mismo contexto, y se hicieron grandes amigos. Estuvieron juntos en contra de la termoeléctrica, pero también evitando que se construyera el embalse La Tranca en la comunidad El Durazno en 2018 y posteriormente organizándose en contra del Plan Regulador Intercomunal de Limarí, por permitir actividades extractivistas y no contar con la participación de la comunidad indígenas, entre otras cosas. “En todo ese tránsito nos juntábamos, yo me quedaba en su casa, compartimos, conocimos nuestra historia, nuestros perros”, dice. 

Carolina Tello, diputada electa por la Región de Coquimbo, es pareja de Nano. Además de ver en Javiera a una gran amiga, encontró en ella una guía en su carrera política: “Ella vio en mí cosas que nadie había visto, como la fortaleza de luchar, y aprendí a ser valiente mirándola a ella, a decir las cosas que nadie quería decir, a emplazar a gente que da miedo. Yo veía a la Javi, una mujer valiente, y pensaba que yo también podía hacerlo”. 

Ambas tuvieron una conexión muy fuerte cuando Carolina perdió a su bebé en 2018 y encontró apoyo en Javiera, quien había perdido a su hija Florencia por una enfermedad cuando era una niña. Luego Carolina volvió a quedar embarazada, de su hija Simona quien hoy tiene dos años, pero entonces Javiera ya se había vuelto a vivir a Calama para cuidar a sus padres. 

“Cuando nace mi hija, me envía un paquetito, me dice que era un regalo para la Simona, y me manda esta polera de su hija Florencia, que había fallecido, y a mí me pareció un regalo muy simbólico”, recuerda Carolina, mientras muestra una pequeña polera gris con un estampado de la bandera nacional y la palabra “Chile”. Además de sentir que “le entregaba parte de su corazón”, vio en esa polera un sueño común entre ambas, de un país mejor y más justo. Desde ese día, Carolina siente que Florencia vive en su hija Simona.

“Tenía motivaciones que la llevaban a estar sumamente activa y asumir de forma muy responsable. En estas cosas no hay remuneraciones de por medio, por lo que mucha gente tira la esponja a corto plazo, pero Javiera tuvo una constancia muy grande”, dice el abogado Luis Mariano Rendón.

Contra el embalse La Tranca

Mientras el proceso en contra de la termoeléctrica seguía en pie, a fines de 2018 Javiera asumió un nuevo desafío. “Un día llegó ella, se presentó, dijo que tenía derechos de agua en el Río Cogotí y no le parecía lo que estaban haciendo los empresarios. Después habló con los demás, fue una cosa muy bonita. Nos abrió los ojos, la confianza que le teníamos era grande”, recuerda Gonzalo Gómez, quien más adelante se convirtió en mano derecha de Javiera en la lucha en contra del embalse La Tranca en la comunidad rural El Durazno, en la misma provincia de Combarbalá. Formaron un lazo de amistad, donde no siempre estaban de acuerdo, pero luego de largas conversaciones llegaban a un punto en común. El trabajo constante de Javiera en la comunidad la llevó a ganarse la confianza y el respeto de los lugareños, llegando a ser presidenta de la Agrupación Ecológica Valle El Durazno.

Además del trabajo en contra del embalse, Gonzalo dice que Javiera también los ayudó a reencontrarse con sus raíces indígenas, ya que encontraron petroglifos en el sector y comenzaron a vincularse con su descendencia colla y diaguita. Todos esos trabajos evolucionaron a una relación muy cercana y fuerte con la comunidad: “Ella compartía asados con nosotros. Le gustaba que la gente se juntara, recibía en su casa a quienes venían a pedir ayuda. Trataba de explicarnos cosas que nosotros no sabíamos”, recuerda Gonzalo. 

Leticia Ramírez había visto por primera vez a Javiera en Combarbalá en los inicios de la lucha contra la termoeléctrica: ella como dirigenta social de la ruralidad, y Javiera como parte de la resistencia en la comunidad. Tiempo después iniciaron su amistad, cuando les tocó trabajar juntas en contra del embalse La Tranca. “Nos comenzamos a acercar más porque ellos se convierten en una organización medioambiental, y yo soy dirigente en una mesa de desarrollo rural. Como ella era muy inteligente y sagaz, con más preparación que los campesinos, comienza a ser más visible, y es elegida delegada de Combarbalá en la mesa regional”, relata Leticia. 

Pasaron mucho tiempo juntas, primero en contra del embalse, pero después trabajando en las indicaciones al Plan Regulador Intercomunal de Limarí. Tenían poco tiempo para hacer indicaciones, así que pasaron dos semanas en las que Javiera iba a su casa sólo a ducharse, para volver rápidamente a trabajar junto a Leticia. “Yo admiraba cómo reaccionaba de inmediato, muy espontánea. Cuando no podíamos con las herramientas legales que había, porque nos enfrentamos mucho con los empresarios, Javiera ironizaba, para bajarle el perfil a nuestros adversarios”, afirma. 

En 2018 se resolvió cancelar el proyecto del embalse La Tranca.

“Yo admiraba cómo reaccionaba de inmediato, muy espontánea. Cuando no podíamos con las herramientas legales que había, porque nos enfrentamos mucho con los empresarios, Javiera ironizaba, para bajarle el perfil a nuestros adversarios”, afirma Leticia.

De vuelta a Calama, su último año

Antes de volverse a Calama en marzo de 2020 a cuidar a su padre enfermo, Javiera pasó por el hospital a despedirse de Leticia, que había estado tres meses en la UTI. Fue la última vez que la vio. “La última vez que me llamó me dijo que iba a trabajar tres meses para juntar plata y se devolvía. Me pidió referencias para que le dieran el trabajo, pero nunca me llamó. Esperé, llamé de vuelta pero no me contestaron. Nunca más supe de ella”, se lamenta. 

De Rodrigo no se despidió, porque el movimiento ambiental de Combarbalá se había disuelto luego de que perdieran la lucha contra la termoeléctrica. “Entendimos que se iba por un tiempo nomás y después regresaba, porque tenía su casa en Cogotí. Mantuvo comunicación telefónica con otras compañeras y yo hablé con ella un par de veces por Facebook”, asegura.  

Con Carolina y Nano sí tenía comunicación más constante. Cuando comenzó la campaña para la diputación, Carolina la quería en su equipo de campaña, pero Javiera le dijo que no podía, que tenía que quedarse en el norte con su familia: “Hablé con ella hace poquito. Varias amigas de acá les decíamos que se viniera, que estaba sola en el norte, y nunca quiso. Decía que acá no tenía nada, al haberse separado de su compañero, al haber fallecido su hija, pero nos tenía a todos nosotros acá. Yo quería ser electa para que Javiera se viniera de vuelta, y no alcancé”. 

Los amigos de Javiera no sabían lo que había vivido el último año, ya que la comunicación con ella era cada vez más escasa. Tampoco podían ubicar a su familia, ya que Javiera escasamente les había hablado de ellos. Hoy, es un sentimiento común entre todos no haber estado ahí para ayudarla. Gonzalo pide disculpas: “Quizás nosotros fuimos egoístas y no pudimos entregarle el tiempo de nosotros. Se tragó los problemas sola y nosotros podríamos haber aportado algo para que saliera de los errores que estaba cometiendo. Ahí como comunidad erramos, porque hubo una lucha social, pero la vida continúa y los dirigentes quedan solos”. 

Rodrigo comparte ese mea culpa: “De haber sabido cómo estaba la situación, se activaba una red de apoyo acá. Combarbalá le hubiera brindado el espacio de protección. Allá estaba su familia, pero acá estaban sus amigos, podíamos protegerla, aislarla de todas estas situaciones. Ninguno de nosotros reaccionó a esto”. 

Gonzalo pide disculpas: “Quizás nosotros fuimos egoístas y no pudimos entregarle el tiempo de nosotros. Se tragó los problemas sola y nosotros podríamos haber aportado algo para que saliera de los errores que estaba cometiendo.

Por su parte, Leticia no logra entender en qué momento Javiera tomó ese camino en Calama: “No sé cómo se le enturbió la vida. Hay circunstancias que la ponen a uno en un lugar donde a lo mejor nunca quiso estar. Pero Javiera era una persona muy buena, entregaba lo que tenía para los demás. Buena del alma. No me cuadra esto otro, para mí es otra Javiera”. Y agrega: “Bajo cualquier circunstancia en la que últimamente haya estado viviendo la Javiera, nada justifica que la asesinaran de esa manera tan brutal. Nos duele no poder haber sido nosotros esas redes de apoyo”. 

El mismo sentimiento tenían los campesinos del sector. “La adoraban -continúa Lucrecia-. Usted hubiera visto el jueves cuando hicimos la misa, el dolor tan grande que tenían por su partida. Pero lo que más sienten es no haber estado cerca para ayudarla, defenderla”. Le harán un mural en El Durazno, además de una paya, “para que quede en la historia de nuestras luchas”.

La huella de Javiera

Su casa en Cogotí fue punto de encuentro, donde celebraron cumpleaños e hicieron reuniones, donde se conversaba de política y del mundo. Había muchos árboles, animales y el cielo era muy despejado para ver las estrellas. Para sus amigos, ella vivía en su lugar ideal: “La Javi tomó una decisión de vida cuando se vino a Combarbalá. Venía de una familia con un pasar tranquilo y urbano. Cuando ella llega a vivir al campo, empieza a explorar rutas, descubre que habían petroglifos donde se iba a instalar el embalse”, dice Nano. Juntos hacían senderismo, compartían el amor por los animales, descubrían lugares nuevos que pronto se convertirían en rutas que promocionaría Javiera como guía turística. A veces, Nano y Carolina se quedaban días ahí, acompañándola, y cuando querían irse, Javiera los convencía para quedarse, muchas veces cocinándoles. También recordaba mucho a su hija, a todos les mostraba fotos y les hablaba de ella. 

Carolina también notaba la felicidad de Javiera en la naturaleza: “Me gustaba mucho el estilo de vida que ella había elegido, era muy sano, muy distinto al mundo donde vivimos, donde la mayoría quiere cosas materiales, ese clásico exitismo de vivir en una ciudad y tener acceso a cosas”. Recuerda la camioneta roja de Javiera, que la usaba para ir donde pedían ayuda, y para subir a los cerros a buscar nuevos senderos o encontrar usos irregulares de agua, luego de la denuncia de vecinos. 

Rodrigo cuenta que en 2016 la presidenta Michelle Bachelet fue a Combarbalá a inaugurar una escuela. Las autoridades tenían miedo de que la comunidad organizada en contra de la termoeléctrica hiciera algo violento para protestar: “Nos aislaron, nos tuvieron separados, no nos dejaron de ser parte de la ceremonia. En los patios nos dejaron entregarles una carta, y ella fue la que conversó con el intendente de la época. En una foto de ese momento se nota que tenía la capacidad de hablar; que si había que hacerlo, ella estaba ahí”. 

Por su parte, Leticia recuerda que una vez tuvieron una denuncia de una cortina ilegal en el río, y Javiera fue a mirar dónde estaba, sacó fotos, fue a la Dirección General de Aguas y acompañó a los fiscalizadores al lugar. Ellos miraron desde lejos, pero Javiera se metió al río para corroborar la denuncia. También recuerda cómo ayudaba a los campesinos: en una ocasión, a una vecina se le estaban muriendo las cabras y Javiera se fue a instalar a su casa hasta que descubrió que era por culpa del manejo inadecuado de los residuos de la fumigación agroindustrial. “Ella era un tremendo apoyo para nosotros, las autoridades la respetaban un montón, porque la gente la admiraba mucho”, cuenta. 

Tiempo antes de que ganaran en la batalla en contra del embalse, en un microdocumental del Colectivo Estela Films, Javiera habló sobre cómo se imaginaba El Durazno: “Me imagino El Durazno con mucha gente, don Darío haciendo sus cabalgatas hacia la cordillera con Gonzalo García, Claudio Vergara enseñándole a la gente sobre los petroglifos, la señora Sobella vendiendo sus quesos y sus limas, el río con contenedores para la basura, gente disfrutando del agua en verano y en invierno”. 

“Ella era un tremendo apoyo para nosotros, las autoridades la respetaban un montón, porque la gente la admiraba mucho”, cuenta Leticia.

Su muerte los marcó a todos. “Quiero que se sepa lo bacán que era la Javi, que se esclarezca qué pasó con ella y que se haga justicia por mi amiga. Que los responsables paguen el atroz crimen. Es imposible no pensar en ella en cada conflicto medioambiental, cuando trabajamos por terminar con Dominga”, dice Nano. Su pareja Carolina siente una misión: “Gritar fuerte su nombre en las marchas, en la calle; cuando gritamos por todas las compañeras que ya no están, también voy a gritar por mi amiga”. 

“Cuando veamos el río, cuando veamos la naturaleza, cuando veamos el bosque, el quillay, ahí está la Javiera, que se queda con nosotros -dice Leticia-. Ya no está presente, pero está en la lucha que vivimos”.

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