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Opinión

16 de Diciembre de 2021

Columna de Rafael Gumucio: No eran 30 años, pero siguen siendo 30 pesos

La imagen muestra a Rafael Gumucio frente a un torniquete de metro Agencia Uno

Esta campaña ha obligado a Gabriel Boric a mirar ese país real, ni miserable ni otra cosa, para quien treinta pesos son treinta años de seguir en la eterna cola de espera no sólo en el consultorio.

Rafael Gumucio
Rafael Gumucio
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Quedan unos pocos días para la elección presidencial más angustiosa de que tenga recuerdo. Antes de cualquier cosa me parece esencial insistir que para mí no hay opción, que votaré por Gabriel Boric sin la sombra de una duda. En parte lo haré por la manera en que asumió ya desde antes de la segunda vuelta las complejidades de la historia reciente y sus líderes (desde Lagos a Bachelet). Sin desdecirse en lo fundamental, Boric comprendió que es imposible poner en el mismo saco los dos gobiernos de Piñera, el segundo de la Bachelet y los veinte años de la auténtica transición.

Antes de cualquier cosa me parece esencial insistir que para mí no hay opción, que votaré por Gabriel Boric sin la sombra de una duda”.

Más allá de las luces y las sombras del período, Boric aprendió que esos treinta años no sucedieron de espalda del pueblo, como una conspiración secreta que la gente no tuvo más que aceptar a la fuerza, como quieren creer los octubristas. Los éxitos de esos años y también sus injusticias y renuncias fueron sometidas a las elecciones muchas veces y las ganaron. Pero más allá de las elecciones formaron una cultura, una serie de costumbres, de intuiciones, de instintos profundamente asentado en un país que eligió dos veces a Piñera y estuvo a punto de preferir a Lavín sobre Lagos el año 1999. El tan despreciado y odiado Lagos que al igual que su mejor alumno, Gabriel Boric, tuvo que cambiar no solo su discurso sino también su política ante la certeza que los chilenos eran más capitalistas de lo que queríamos admitir (y menos de lo asumieron algunos concertacionistas, todo hay que decirle).

Sin desdecirse en lo fundamental, Boric comprendió que es imposible poner en el mismo saco los dos gobiernos de Piñera, el segundo de la Bachelet y los veinte años de la auténtica transición”.

Las pensiones de hambre que entregaron las AFP dolieron no sólo por su miseria visible sino porque muchos de los que la recibieron creyeron hasta ese día en un sistema que los convertía en inversionista de si mismo. El Partido de La Gente, y antes de Felices y Forrados, nacieron de esa certeza perfectamente falsa, de que el capitalismo puede ser popular. La idea de que todos podemos ser millonarios si los millonarios de verdad no nos hicieran trampa, está alojado en el centro mismo de la revuelta de octubre, mezclado con la necesidad contraria, la de volver a ser una comunidad que se mira a la cara, aunque sea encapuchada. Nada puede parecerse menos a la social democracia europeo que esa masa carnavalesca de superhéroes populares que detestan la idea misma del Estado, este Estado y cualquier otro Estado.

No eran 30 años, aprendió Boric en esta segunda vuelta. O eran 10 años, o eran veinte y cinco o eran, más ciertamente, ese año 2019 en que no sólo el metro sino todos los bienes esenciales se encarecieron de manera sostenido mientras la macroeconomía exhibía una cifras de crecimientos ilusorias que debíamos a una inmigración necesaria pero mal administrada y peor controlado por un gobierno que aún no entendía que nadie come de la balanza comercial.

No eran 30 años, eran 30 pesos. O más bien eran treinta años de considerar que treinta pesos de más en el metro, no es tan grave. Treinta años de decirle a la gente que si no puede comprar manzanas o limones bien puede comer las flores que bajaron de precio en el último IPC. Treinta años de no fijarse que a pesar de los evidentes éxitos de la economía chilena, la economía de cada chileno se ha ido complicando a tal punto de pagar lo mismo que en un supermercado en Londres o Nueva York. Treinta años o más bien diez en no ver que en Chile las grandes injusticias son ante todo pequeñas, el precio de la vida, la humillación de la políticas focalizadas. El discurso del patrón, pero también el de jesuita buena onda o el responsable de ONG a los que nunca se le ocurre que en vez de hablar de los pobres seria mejor que los pobres hablaran ellos.

“No eran treinta años, eran treinta pesos. O más bien eran treinta años de considerar que treinta pesos de más en el metro, no es tan grave. Treinta años de decirle a la gente que si no puede comprar manzanas o limones bien puede comer las flores que bajaron de precio en el último IPC”.

El Frente Amplio tiene en ese desprecio que asumir su propia culpa, que no es poca. Nacido de los movimientos universitarios su énfasis en la educación era una ceguera porque la educación siempre termina por darle ala a la meritocracia, ese clasismo que no quiere decir su nombre. La mayor parte de los chilenos no son profesores de colegios o de universidades, como son la mayoría de los voceros de la izquierda actual, sino vendedores de tiendas, empleadas y empleados domésticos (jardineros, porteros, personal de limpieza). Gente que ha dejado de tener voz, pero que se expresó de alguna manera en la candidatura de Kast y su falso orden y su más falsa seguridad.

La mayor parte de los chilenos no son profesores de colegios o de universidades, como son la mayoría de los voceros de la izquierda actual, sino vendedores de tiendas, empleadas y empleados domésticos (jardineros, porteros, personal de limpieza)”.

Esta campaña ha obligado a Gabriel Boric a mirar ese país real, ni miserable ni otra cosa, para quien 30 pesos son 30 años de seguir en la eterna cola de espera no sólo en el consultorio. Las perspectivas económicas del próximo año no pueden ser menos halagüeñas para los más pobres, lo que obligará al nuevo gobierno que, reitero espero será el de Gabriel, en un doble esfuerzo para que la tan cacareada familia chilena pueda mirar los meses del año no como vallas imposible de franquear sino como un camino ancho en que por fin caminar juntos.

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