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28 de Febrero de 2022Columna de Montserrat Martorell: María Luisa Bombal, la abeja de fuego
¿Por qué hay que leer a María Luisa Bombal en el 2022? Porque es una escritura onírica, subjetiva; una escritura que tiene cuerpo, que es un registro histórico de cómo ha sido la vida para nosotras las mujeres, una escritura que se mete en las habitaciones, en la intimidad, en el vínculo, en la naturaleza, en los sueños, en los símbolos.
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Siempre me preguntan cuál es mi referente literario en Chile. Es una interrogante que no me cuesta responder porque afortunadamente sobran las buenas escritoras en este país. Y no sólo ayer, también hoy. Sin embargo, quiero referirme a María Luisa Bombal. Sí, la escritora que nació en 1910 en Viña del Mar y que Pablo Neruda señaló como la única mujer con la que se podía hablar seriamente de literatura -qué osadía machista la del Nobel-. Sí, la autora de La última niebla y de La amortajada. Sí, la escritora que vivió más de 30 años fuera de Chile, que perdió a su padre cuando era una niña, que nunca recibió el Premio Nacional y que decía que la soledad la angustiaba. Que le disparó a una ex pareja -Eulogio Sánchez-, que maduró intelectualmente en Argentina y en Francia, que estudió en La Sorbonne y que murió, dicen, muy sola en una sala del Hospital del Salvador.
Sabrá uno que las biografías matan muchas veces las obras de las narradoras y sobre todo de aquellas mujeres lúcidas que ponen en cuestionamiento la violencia del patriarcado, intentando que su pensamiento quede muy escondido, muy sumergido detrás de tres palabras: amores, adicciones y locura. Por eso hoy quiero hablar de El árbol (publicado por primera vez en la Revista Sur en 1939), un cuento de doce páginas que muestra quién era, cómo pensaba y cómo sentía María Luisa Bombal, pero antes me gustaría dejarles una pregunta que ustedes transformen en análisis: ¿Por qué existe una obsesión respecto a ciertos episodios biográficos que de ninguna manera le hacen justicia, en este caso, a esa prosa robusta, poética, psicológica, intensa, erótica y política de una escritora que leía a Virginia Woolf, tocaba el violín y que nunca renunció a su pasaporte chileno?
Sí, la autora de La última niebla y de La amortajada. Sí, la escritora que vivió más de 30 años fuera de Chile, que perdió a su padre cuando era una niña, que nunca recibió el Premio Nacional y que decía que la soledad la angustiaba
Soy profesora en la Universidad Alberto Hurtado y permanentemente estoy estudiando en clases obras de autoras chilenas -de hecho, hice mi doctorado en literatura hispanoamericana- y me llama la atención cómo cada año crece el interés en torno a aquellos temas que trataron las grandes olvidadas y que nos enseñan que las escrituras de ayer siguen siendo muy nuestras. Sé que ya nombré algunos títulos de Bombal, pero me gustaría que anotaran también: Trenzas, Lo secreto, Las islas nuevas y La historia de María Griselda. Son menos de 200 páginas las que componen el universo de una narradora que publicó La última niebla cuando tenía 23 años y que fue bautizada por Neruda como “la abeja de fuego” y, a pesar de esa supuesta brevedad, nos adelantamos a un mundo profundo, lleno de recovecos, ensoñaciones y pausas que son un eco en voz alta.
Vamos al inicio de El árbol:
El pianista se sienta, tose por prejuicio y se concentra un instante. Las luces en racimo que alumbran la sala declinan lentamente hasta detenerse en un resplandor mortecino de brasa, al tiempo que una frase musical comienza a subir en el silencio, a desenvolverse, clara, estrecha y juiciosamente caprichosa.
Ahí está el comienzo de todo. Y lo interesante es cómo una narración que parece en un principio muy tradicional logra encontrar otro rumbo: quebrar el tiempo. ¿A qué te refieres? A que Brígida, nuestra protagonista, camina desde su presente a su pasado:
—Estás cada día más joven, Brígida. Ayer encontré a tu marido, a tu ex marido, quiero decir. Tiene todo el pelo blanco.
Pero ella no contesta, no se detiene, sigue cruzando el puente que Mozart le ha tendido hacia el jardín de sus años juveniles. Altos surtidores en los que el agua canta. Sus dieciocho años, sus trenzas castañas que desatadas le llegaban hasta los tobillos, su tez dorada, sus ojos oscuros tan abiertos y como interrogantes. Una pequeña boca de labios carnosos, una sonrisa dulce y el cuerpo más liviano y gracioso del mundo. ¿En qué pensaba, sentada al borde de la fuente? En nada.
Son menos de 200 páginas las que componen el universo de una narradora que publicó La última niebla cuando tenía 23 años y que fue bautizada por Neruda como “la abeja de fuego” y, a pesar de esa supuesta brevedad, nos adelantamos a un mundo profundo, lleno de recovecos, ensoñaciones y pausas que son un eco en voz alta.
Podría citar y citar estos fragmentos que conozco de memoria, pero no lo voy a hacer. Quiero que tú leas, que tú subrayes, que tú encuentres aquellos significados que hacen explotar el corazón de un lector. Siempre me he preguntado por qué El árbol no fue una novela. Hay tantas aristas que uno podría ir completando, tanta información que queda ahí, dando vueltas.
Sabemos que Brígida es la menor de seis hermanas, que su padre siempre la trató como si fuera tonta y que permanentemente se sentía en deuda con sus capacidades. No obstante, hay muchas otras líneas que no se desarrollan nunca -no al menos como a una le gustaría-: ¿Por qué se casó con Luis? ¿De qué murió Carmen, su madre? ¿Por qué su ex marido se había demorado tanto en contraer matrimonio? Ese silencio es sano y hace que un cuento sea un cuento. Y los lectores y las lectoras tenemos que vivir ese duelo. Aquel que nos dice que, en la literatura como en el amor, hay espacios que tenemos que completar nosotros mismos y que nadie nos va a venir a contar.
Sigo citando:
En ella los impulsos se abatieron tan bruscamente como se habían precipitado. ¡A qué exaltarse inútilmente! Luis la quería con ternura y medida; si alguna vez llegara a odiarla, la odiaría con justicia y prudencia. Y eso era la vida.
Qué ingenuidad pensar que Brígida podría ser una mujer superficial. Detrás de esa sonrisa se escondía una identidad sensible, creativa y analítica:
Tal vez la vida consistía para los hombres en una serie de costumbres consentidas y continuas. Si alguna llegaba a quebrarse, probablemente se producía el desbarajuste, el fracaso. Y los hombres empezaban entonces a errar por las calles de la ciudad, a sentarse en los bancos de las plazas, cada día peor vestidos y con la barba más crecida. La vida de Luis, por lo tanto, consistía en llenar con una ocupación cada minuto del día. ¡Cómo no haberlo comprendido antes! Su padre tenía razón al declararla retardada.
Ese silencio es sano y hace que un cuento sea un cuento. Y los lectores y las lectoras tenemos que vivir ese duelo. Aquel que nos dice que, en la literatura como en el amor, hay espacios que tenemos que completar nosotros mismos y que nadie nos va a venir a contar.
Por eso me fascina este cuento que le pone nombres a una relación de mucha diferencia de edad -nunca sabemos tampoco cuántos años tiene su marido- y vamos recorriendo con ella, con Brígida, la historia de una decisión, la historia de un matrimonio que se acaba, la historia de una mujer que termina siendo una especie de Nora, protagonista de Casa de muñecas, de Henrik Ibsen, y que se enfrenta a los mismos dilemas (incluso a ambas sus parejas las llaman con nombres de animales). ¿Por qué me sacude tanto esta trama? Porque Brígida abandona su matrimonio en un Chile donde las mujeres no podían divorciarse y lo hace después de una larga lucha. Una lucha que sutilmente va expresando la distancia, la lejanía, el dolor:
Inconscientemente él se apartaba de ella para dormir, y ella inconscientemente, durante la noche entera, perseguía el hombro de su marido, buscaba su aliento, trataba de vivir bajo su aliento, como una planta encerrada y sedienta que alarga sus ramas en busca de un clima propicio.
María Luisa Bombal fue una poeta, una mujer que experimentó con el teatro, una mujer que cuando escribía en la cocina, también pintaba con las palabras. Una mujer que persiguió la literatura como una manera de cubrir su propia orfandad, su propio desconsuelo. Una mujer que eligió la escritura como un lugar que a veces calma el dolor, un dolor que sigue siendo muy actual porque todos los que estamos aquí, escribiendo, tecleando unas cuantas palabras frente a un computador, perseguimos llenar un vacío que nos permita comprender esa pena de la que sólo se sobrevive con amor. Y ese amor es la literatura y a ese amor Bombal le da exactitud, precisión, intensidad. No por nada Juan Rulfo dijo que había recibido, a la hora de concebir Pedro Páramo, una influencia directa de La amortajada.
¿Por qué hay que leer a María Luisa Bombal en el 2022? Porque es una escritura onírica, subjetiva; una escritura que tiene cuerpo, que es un registro histórico de cómo ha sido la vida para nosotras las mujeres, una escritura que se mete en las habitaciones, en la intimidad, en el vínculo, en la naturaleza, en los sueños, en los símbolos. Mujeres fuertes que duelan, que tienen dudas, que son autoconscientes, que buscan el erotismo, la libertad, su independencia. Heroínas deseantes, presas de una época donde no se podía votar, heroínas que abren y cierran puertas, aunque el costo sea a veces demasiado alto.
María Luisa Bombal fue una poeta, una mujer que experimentó con el teatro, una mujer que cuando escribía en la cocina, también pintaba con las palabras. Una mujer que persiguió la literatura como una manera de cubrir su propia orfandad, su propio desconsuelo.
Sé que la escritura de Bombal va a seguir envejeciendo bien. Sé también que todos tenemos ese árbol que nos va a salvar, que nos ha salvado y sé también que las palabras, esas de Brígida, están llenas de sentido porque como dice en medio del cuento: “puede que la verdadera felicidad esté en la convicción de que se ha perdido irremediablemente la felicidad. Entonces empezamos a movernos por la vida sin esperanzas ni miedos, capaces de gozar por fin todos los pequeños goces, que son los más perdurables”.
*Montserrat Martorell es periodista y escritora, Máster en Escritura Creativa y Candidata a Doctora en Literatura Hispanoamericana. Es profesora universitaria y hace talleres literarios. Autora de las novelas “La última ceniza”, “Antes del después” y “Empezar a olvidarte”. Actualmente escribe su cuarto libro.
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