Los últimos días del Bar Nacional
Con el local lleno durante semanas fue la despedida de este tradicional boliche del centro de Santiago, que cerró sus puertas este 10 de marzo. Casi haciendo una recreación de lo fueron épocas pasadas y mejores, sus parroquianos se comportaron a la altura de las circunstancias y se apersonaron por ese último trago.
Por Álvaro Peralta SáinzCompartir
Justo el 15 de febrero pasado se anunció definitivamente lo que ya venía siendo un rumor sostenido: el Bar Nacional Uno, el del paseo Huérfanos, se acababa. Se explicaba que el actual funcionamiento del negocio no entregaba los suficientes ingresos para financiar los gastos del local. Básicamente, el pago de su arriendo.
Es que tras el estallido social y el posterior cierre a raíz de la pandemia, las cosas nunca fueron iguales en el Bar Nacional y en el centro en general. Poco flujo de gente y un cierre temprano por las tardes. Es decir, una combinación fatal. Sin embargo, lo que vino después del anuncio de cierre no tuvo mucho que ver con lo que se vivió en prácticamente los dos años anteriores. “La verdad es que fue como volver en el tiempo”, explica Israel Acevedo, un mozo con 29 años de servicio en el Bar Nacional y uno de los encargados -hace ya décadas- de la barra, el verdadero corazón de este lugar.
Según Acevedo, tras pasar un 2021 en que muchas veces -literalmente- “penabas las ánimas” en el bar, la cosa se activó tras el anuncio de que este negocio en marzo cerraría sus puertas -o mejor dicho su cortina- para siempre. “Hemos tenido que estar muy concentrados, con mucho trabajo, porque ahora somos la mitad de los que éramos antes y llevamos semanas con el local a full”, cuenta Acevedo y agrega que “en la barra antes éramos ocho y ahora somos cuatro, como para que se haga una idea de lo que es trabajar con la mitad de gente cuando el local se nos llena”.
Tras el estallido social y el posterior cierre a raíz de la pandemia, las cosas nunca fueron iguales en el Bar Nacional y en el centro en general. Poco flujo de gente y un cierre temprano por las tardes. Es decir, una combinación fatal.
Y agrega que la verdad es que llevan varias semanas trabajando -como se dice en jerga restaurantera- “apanados”. Es decir sobrepasados, al menos a ratos, por la afluencia de público. De hecho, en una de las primeras visitas que hice durante las últimas semanas al Bar Nacional Uno solo logré ubicarme en el comedor subterráneo y lo primero que se me indicó es que había una demora de diez minutos para ser atendido. Y así nomás fue.
De vuelta a casa
Hombres pasados de los cuarenta, cincuenta y más es lo que abundó por estos días entre la clientela del Bar Nacional.. Todos ayudaron a repletar la terraza, el subterráneo y la barra de este lugar durante las últimas semanas, asemejando de alguna manera a los buenos viejos tiempos que aquí se vivían hasta hace un par de años. ¿Qué tiene en común la mayoría de estas personas? Primero, el ser obviamente habitués de este local, pero también el que en general no viven ni trabajan cerca del Bar Nacional. Y en segundo lugar, que tras el anuncio del cierre se han hecho el tiempo para volver a visitarlo una, dos, tres o las veces que se pueda hasta el día del cierre.
Dos amigos comparten en el comedor subterráneo una jarra de borgoña y cuentan que antes ambos trabajaban en el centro por lo que retomaron este rito ahora, “para despedirnos del local”, dice uno de ellos. En una mesa larga de la terraza exterior, de unas ocho personas, otro grupo degusta piscolas, schops y sandwichs varios. Son compañeros de trabajo, pero como siguen aún en formato teletrabajo lo de hoy es solo una excepción que hicieron para despedir al boliche. “De marzo de 2020 que no nos juntábamos acá”, cuentan entre chistes y brindis.
También en la terraza está Matías, un abogado jubilado que termina un vodka tónica mientras espera la cuenta. “Almorzaba acá varias veces por semana y también pasaba a tomarme un trago con amigos en las tardes, pero después de jubilarme hace cinco años hago mi vida en Ñuñoa, cerca de mi casa, así que dejé de venir”, comenta; y agrega que apenas supo del fin del Bar Nacional decidió volver a tomar algo a modo de despedida. “Ya he venido dos veces y capaz que alcance a venir una vez más. Está venido a menos el centro, pero al menos el local se mantiene intacto”, confiesa.
“Almorzaba acá varias veces por semana y también pasaba a tomarme un trago con amigos en las tardes, pero después de jubilarme hace cinco años hago mi vida en Ñuñoa, cerca de mi casa, así que dejé de venir”
Rompiendo un poco con la hegemonía de parroquianos pasados los cincuenta años y en su mayoría hombres, también se ha visto mujeres solas, parejas con niños pequeños o personas mayores acompañados de hijos e incluso nietos. “Algo que se ha visto mucho, sobre todo en las tardes, son clientes antiguos que siempre vinieron solos acá y que ahora nos traen a sus esposas, hijos y hasta nietos para que los conozcamos”, explica Israel Acevedo. Es, de alguna manera, como si los antiguos parroquianos le quisieran mostrar in situ a sus familiares el lugar donde -como decía Tellier- han gastado sus codos durante décadas.
La última jornada
Se suponía que el viernes 11 de marzo se acababa el Bar Nacional. Sin embargo, el cierre final fue un día antes. “Ese día (viernes 11) va a estar todo cerrado en el centro por el cambio de mando, así que no tiene mucho sentido abrir. Además, no queremos generar problemas justamente ese día”, explicaba Martino Canata, dueño y administrador del bar.
Así las cosas, las tardes de miércoles y jueves fueron las más concurridas de lo que ha sido este agitado mes. Y donde más se vivió un ambiente festivo fue en la barra del primer piso. “Todos quieren instalarse en la barra, pero como se quedan tanto rato no caben”, cuenta entre risas Israel Acevedo. Y claro, la barra siempre ha sido el corazón del bar y ahora no es la excepción. Aquí es donde se concentra más gente, donde se habla más fuerte y donde las bromas y hasta cánticos se dan hasta que se cierra el local. “No nos vamos ni cagando” y “Barra libre”, eran los gritos que más se escuchaban en estos días a la hora del cierre.
Otra postal la daban las fotos que todos se sacaban. Los parroquianos entre sí; los parroquianos con los mozos; los mozos con los vecinos de locales y puestos callejeros vecinos; el personal de cocina que salía a saludar y así suma y sigue.
La barra siempre ha sido el corazón del bar y ahora no es la excepción. Aquí es donde se concentra más gente, donde se habla más fuerte y donde las bromas y hasta cánticos se dan hasta que se cierra el local. “No nos vamos ni cagando” y “Barra libre”, eran los gritos que más se escuchaban en estos días a la hora del cierre.
A esto hay que agregar las despedidas. Abrazos, palmoteos de espalda y hasta besos que por un momento hacían olvidar al Covid y sus restricciones sanitarias. Poco a poco algunos productos se iban acabando, pero a los clientes les daba un poco lo mismo, como a un señor calvo y de terno que llegó el jueves y como pudo se hizo espacio en la barra. Pidió un jugo de frambuesa y dos empanadas de queso. “Disculpe, sólo nos va quedando jugo de chirimoya”, dijo el mozo, a lo que el cliente respondió con un relajado “da lo mismo el jugo que tengas, si vengo a pasarlo bien un rato por última vez”.
Al caer la noche todo se hizo simbólico. La última piscola, la última empanada o la última foto. Cada pedida de cuenta y posterior pago terminaba en abrazos entre clientes y mozos. Poco a poco, las luces comenzaban a atenuarse y el administrador comenzaba a bajar algunas persianas metálicas. No fue un cierre con estridencias ni escándalos, igual que la camaradería que se vivió por años al interior del Bar Nacional.
Poco a poco, las luces comenzaban a atenuarse y el administrador comenzaba a bajar algunas persianas metálicas. No fue un cierre con estridencias ni escándalos, igual que la camaradería que se vivió por años al interior del Bar Nacional.
Una burbuja
Queda claro que lo que se vivió a contar de la mitad de febrero en el Bar Nacional fue algo inusual, casi una burbuja. De otra manera no se entendería que hoy el boliche esté cerrado de manera definitiva. Claro, los clientes de toda la vida no fallaron y pasaron a despedirse. Sin embargo, no pueden volver a hacerse habitué porque en su mayoría están lejos. Lejos del centro y sus rutinas, que han migrado hacia otros puntos de la capital. Y aunque en el centro sigue circulando -hasta temprano- bastante gente, pareciera que negocios como el Bar Nacional ya no dialogan tan bien con la nueva muchedumbre.
Además, al apagarse tan temprano todo el sector y accionarse las rutinas de limpieza de la zona, la verdad es que mantener el boliche abierto y agradable para sus clientes se hace difícil. De esta forma, mirando el centro y sus múltiples locales cerrados y puestos en arriendo, o el mismo Bar Nacional, que funciona desde el verano con un lienzo que avisa el arriendo del local colgando desde el segundo piso, el panorama hace pensar que lo pasa aquí en este bar era cosa de tiempo, que su suerte estaba echada.
Da la impresión que se viene un cambio de ciclo en las peatonales del centro y -lamentablemente- el Bar Nacional (y varios clásicos más) parecerían no encajar. Aún así, en las últimas horas de funcionamiento de este clásico local se pudo ver pasar a muchachos jóvenes por el paseo Huérfanos que aplaudían a los garzones y tomaban fotos del frontis del local. Queda entonces, al menos, algo de reconocimiento hacia el bar por parte de quienes no necesariamente eran su púbico.
Y para el final, una luz de esperanza. Ante la insistente pregunta de los clientes de qué pasara con el Bar Nacional Uno, los mozos se apuraban en responder una y otra vez: “Vamos a volver”. ¿Dónde y cuándo? Por ahora, no se sabe.
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