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Yo, madre

2 de Mayo de 2022

Fernanda Hansen en primera persona: “Cuando el embarazo cuesta”

La imagen es un collage alusivo a la pérdida de un embarazo Patricio Vera

Las cifras son crueles y yo caía en aquellas 3 de cada 4 mujeres que pierden el embarazo en el primer trimestre. Fueron algunas semanas de amor e ilusión, pero dejó de crecer.

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Nerviosa y expectante, me hice un test de embarazo. El segundo en mi vida. El primero había sido un positivo que terminó con una niña hermosa de 6 años hoy, que llena mi vida con su sonrisa. Pero esa tarde de verano del año 2016, me hacía el segundo, esperando un positivo que confirmara un hermano para mi hija. Y fue un positivo claro.

Mi corazón latía a mil y sólo quería gritar la noticia. ¡Iba a ser mamá otra vez! No cabía de felicidad aunque mi cuerpo se sentía distinto y mi humor estaba algo extraño. Iba a tener otro hijo, pero de alguna manera ya lo tenía.

Y es que ese positivo, venía a confirmar lo que ya en deseo era realidad. Porque desde el día que nos decidimos a buscar un segundo hijo con mi pareja, comenzamos a soñarlo… Pensábamos que sería hombre y se llamaría Gabriel, por decisión de su papá, amante de la música de Peter Gabriel. Y aunque me encantaba y yo lo asociaba al Arcángel Gabriel, todavía me sonrío pensando en el por qué de su nombre.

Aquella tarde de verano, con el test positivo en la mano, ya era cosa de tiempo para poder ver su carita. Recuerdo la emoción, los nervios, los planes, los ajustes de rutina y la proyección futura. Recuerdo también las náuseas y el profundo malestar físico que me recordaba tanto que estaba ahí, latiendo dentro mío, otra vida. Pero no.

Las cifras son crueles y yo caía en aquellas 3 de cada 4 mujeres que pierden el embarazo en el primer trimestre. Fueron algunas semanas de amor e ilusión, pero dejó de crecer.

“Lo lamento, no hay latidos”, me dijeron en una ecografía. ¡¡¡Cómo duelen esas palabras!!! Porque aunque las cifras te lo advierten, los números no sienten. “¿Y qué hago ahora con su nombre?”, pensé. ¿Qué hago con toda la ilusión y energía psíquica y física puesta en este hijo esperado? ¿Cómo se hace para masticar un dolor además invisibilizado por la sociedad?…

Recuerdo la emoción, los nervios, los planes, los ajustes de rutina y la proyección futura. Recuerdo también las náuseas y el profundo malestar físico que me recordaba tanto que estaba ahí, latiendo dentro mío, otra vida. Pero no.

“No te preocupes, puedes tener otro”. “Eres joven”. “Menos mal que era chiquito”. Son frases que recuerdo haber escuchado y no me hacían tanto sentido. Porque a mí en ese momento sí me preocupaba, sí me dolía, no pensaba en querer tener otro hijo, no me importaba ser joven y menos pensaba que mi pena debía ser proporcional al tamaño o tiempo de embarazo. Me dolía y punto. Se quebraba la ilusión y la imagen del futuro y eso dolía. Me dolía y  punto. Y me dolía el útero y los pechos. Me dolía el alma. Me dolía y punto. 

Con el tiempo, me sequé las lágrimas, me puse otra vez de pie y me decidí seguir intentando otro hijo. No uno que reemplazara a Gabriel. Otro. Y así, meses después, otro test positivo. Otra vez la ilusión, mi cuerpo, los sueños, las ganas, pero no. Otra vez, no y otra vez mis lágrimas y yo en el suelo. Recuerdo esa vez, haber sentido tanta rabia. ¡¿Por qué otra vez?! Con el miedo a fuego por la experiencia pasada, esta vez, no nos dejamos ilusionar tanto.

“No te preocupes, puedes tener otro”. “Eres joven”. “Menos mal que era chiquito”. Son frases que recuerdo haber escuchado y no me hacían tanto sentido. Porque a mí en ese momento sí me preocupaba, sí me dolía, no pensaba en querer tener otro hijo, no me importaba ser joven y menos pensaba que mi pena debía ser proporcional al tamaño o tiempo de embarazo. Me dolía y punto. Se quebraba la ilusión y la imagen del futuro y eso dolía. Me dolía y  punto. Y me dolía el útero y los pechos. Me dolía el alma. Me dolía y punto. 

Ese nuevo test positivo, estaba cargado de incertidumbre y desconfianza. Pero mi cuerpo entero, con las hormonas mediante, me gritaban su existencia y mi deseo de retenerlo. “¡Quédate conmigo!”, le susurraba a escondidas de las estadísticas. Me la imaginaba mujer. Parecida a su papá. “Quédate”, le pedí. Pero no. Y esta vez ya no podía sólo secar las lágrimas y seguir intentando. La medicina es acuciosa y cruel con la fertilidad: abortos recurrente, infertilidad secundaria, vejez prematura de óvulos, incompatibilidad con mi pareja… Uff… Títulos y múltiples exámenes para encontrar diagnósticos. Y para seguir la búsqueda, comenzaron las jeringas, las hormonas, los seguimientos, la espera de cada mes y más lágrimas.

Meses y meses esperando un nuevo positivo en un test de embarazo que no llegaba.  Fertilizaciones asistidas, más hormonas, más jeringas y nada.  ¿No es aquello sobre lo que pensamos lo que se convierte en la realidad? ¿No es realidad a lo que le ponemos atención? Mi realidad, mi atención, mi cuerpo, mi alma, mi tiempo y energía, estuvieron en esos meses de búsqueda. Esa era mi realidad. Así fue por años, hasta que por fin, llegó una niña. ¡¡¡Un nuevo test positivo!!! Alma la llamamos. Y aunque su corazón latió más tiempo dentro de mi, tampoco pudo hacerlo fuera de mi vientre. Una vez más, mis lágrimas y yo en el suelo. Me dolía y mucho.

Ese nuevo test positivo, estaba cargado de incertidumbre y desconfianza. Pero mi cuerpo entero, con las hormonas mediante, me gritaban su existencia y mi deseo de retenerlo. “¡Quédate conmigo!”, le susurraba a escondidas de las estadísticas. Me la imaginaba mujer. Parecida a su papá. “Quédate”, le pedí. Pero no.

Pero el haberla tenido junto a mi más tiempo, que un rincón de mi vida lleve su nombre, y una ley (ley Dominga), me la trae de -alguna manera- al hoy  y también de esa especial, -alguna manera-, representa a mis otras dos pérdidas: Mi Alma, almas. Porque sí.

Era mamá de una hija en vida, pero también de 3 en los sueños y en el duelo. Sí. Tengo una hija y 3 pérdidas gestacionales.

Si me preguntas, ¿celebras el Día de la Madre? Aunque no es algo muy socialmente aceptado, para mí, claro que lo celebro porque tengo muchos por los que celebrar. Mi hija Amalia me abraza por todos. Por los que fueron mis deseos, los que se quedaron en la ilusión y en la espera. Me abraza por aquellos test positivos y los cambios que ellos dejaron en mi alma y en mi cuerpo. Me abraza por esos años de mi vida, dedicados, en cuerpo y alma, para volver a gestar, para caminar con más corazones latiendo conmigo. Por eso le digo también: Feliz día a todas las mamás que siguen intentando para ser acompañadas en esta vida, por otro latir. 

*Fernanda Hansen es periodista y presentadora.

También puedes leer: «Que sea tabú es un castigo»: La lucha de las mujeres por visibilizar el aborto espontáneo


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