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Reportajes

27 de Mayo de 2022

Una comunidad de circo, vejez y cuidados de disidencias

Patricio Vera

El Circo Show Timoteo es un estandarte del entretenimiento chileno, que por más de medio siglo ha hecho reír a su audiencia con chistes y rutinas rebosantes de picardía. Su plato fuerte es un grupo perteneciente a las disidencias, que hoy, en su mayoría, son de tercera edad. En esta comunidad, con miembros que van desde los 89 años hasta los 2, las labores de cuidado se reparten. Pero en pandemia, varados en un pequeño pueblo rural, los más viejos que se quedaron con la carpa principal tuvieron que hacerse cargo de sí mismos, pero también del resto.

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El Circo Show Timoteo no es uno donde primen las acrobacias, los entrenadores de tigres, o la performance musical docta a la Cirque du Soleil. Entre el público no hay niños, y rara vez se aprecia un rostro sub-30. En el Timoteo, el plato fuerte es otro. Las carcajadas y aplausos de la audiencia van dirigidos a los bailes y chistes subidos de tono que emanan desde un grupo de experimentadas transformistas.

Pero en este circo chileno tan particular, que por más de medio siglo ha marcado pauta en el entretenimiento para adultos, sus protagonistas están envejeciendo. “Subirse a los tacos”, como dicen quienes noche tras noche se transforman para deslumbrar en el escenario, es cada día más difícil. El cuerpo y la voz ya no responden de la misma manera, y el temor a perder la autovalencia, y de requerir labores de cuidado, acecha.

A las cerca de 30 personas que conforman la comunidad del Timoteo las unen lazos familiares y el trajín de décadas de presentaciones a lo largo del país. El cariño es transversal, y se expresa en cómo el grupo protege a sus propios integrantes, ya sea de la discriminación hacia las disidencias sexuales, así como en la disposición de un techo y cama en una de las casas rodantes que siempre acompañan a la carpa principal. Y, también, al compromiso en asistir a las personas mayores.

Ese trabajo se lo reparten entre todos, incluidos los más jóvenes, que cumplen un rol clave. Sin embargo, durante la pandemia, y producto de los estrictos confinamientos, sólo un puñado de miembros del circo, la mayoría de edad avanzada, se mantuvieron unidos -y varados- en las cercanías de la ciudad de Rancagua. Ahí, las tareas de cuidado se hicieron más pesadas que nunca, quedando en evidencia las penurias propias de la vejez, la soledad, y la inestabilidad económica del medio artístico.

***

En 1968, antes de que Chile fuese raptado por la dictadura, don René Valdés -el hombre detrás del retirado personaje “Timoteo”, que en esa época despuntaba con sus sketches humorísticos- y su socio Darío Zúñiga levantaron la carpa que opera hasta el día de hoy. Y aunque las familias de ambos –“la nueva generación”, como les dicen- han tomado las riendas para mantener vivo el espectáculo, los números con mayor arrastre siguen siendo aquellos que desafiaban abiertamente los tabúes de la sociedad chilena del siglo pasado.

Yessenia Duval, Yajaira Martínez y Alexandra Yanmary son tres de los nombres más reconocidos, que provocan altísimas expectativas en los asistentes.

En este circo tan particular, que por más de medio siglo ha marcado pauta en el entretenimiento para adultos, sus protagonistas están envejeciendo. “Subirse a los tacos”, como dicen quienes noche tras noche se transforman para deslumbrar en el escenario, es cada día más difícil.

Si Yessenia y Yajaira tienen como elemento central de sus presentaciones la comedia, Alexandra, en cambio, apuesta por la emotividad para “dejar su marca” en la audiencia. Para ello, ya en el último bloque de un show que dura casi tres horas, Luis Alejandro Pavés Vergara (65), el hombre detrás de Alexandra, interpreta la canción “Soy lo que soy”, de Sandra Mihanovich.

“Soy lo que soy / No tengo que dar excusas por eso / A nadie hago mal y el sol sale igual / Para mí y para ellos”, entona, mientras paso a paso va sacándose los implantes de silicona, los tacos altos y, finalmente, la peluca. En las tablas, termina difuminándose la línea que separa a Alexandra de Alejandro. Solo una persona queda ahí, con el corazón expuesto.

Crédito: Bárbara Carvajal y Marcelo Flores

***

El 3 de marzo de 2020 se detectó el primer caso de Covid-19 en Chile. A los pocos días, como una ficha de dominó que cae y empuja al resto, comenzaron a decretarse las restricciones y cuarentenas que paralizarían por meses rubros como la gastronomía, el turismo y, por supuesto, los espectáculos.

Por entonces, la carpa del Timoteo estaba instalada en Coltauco, un pueblo con aproximadamente 20.000 habitantes, ubicado en la Región de O’Higgins, a unos 40 kilómetros de su capital, Rancagua. Sin poder abrir sus puertas, el Circo Show no tenía ninguna especie de ingreso.

El no poder trabajar fue un fenómeno generalizado en el mundo performático. Según el Estudio Longitudinal de Empleo-Covid-19 que elaboró la Universidad Católica de Chile, con datos hasta mayo de 2020, el “sector artístico y de entretención” fue el más golpeado en los primeros meses de la pandemia, con una tasa de cesantía cercana al 44,5%.

Frente a las trabas para ganarse la vida, la mayoría de los artistas del Timoteo decidieron escapar de Coltauco para reunirse con sus parientes, a pesar de los cordones sanitarios y el férreo control de las autoridades. En el sitio quedaron pocas personas, entre ellas Alejandro y René Valdés. Este último tiene 89 años, y padece de un complejo Alzheimer, que según sus cercanos hace que tenga días buenos, pero otros en los que se encuentra completamente desconectado.

“En la pandemia yo quedé solo con Timoteo, en la parcela donde quedó botado”, recuerda Alejandro de ese período difícil. “Me quedé ahí apoyando, siendo parche, cuidando las cosas y cuidando todo”.

Entre esas labores, a Alejandro también le tocó cuidar a René. “Estuve harto con él. Yo cocinaba para él”, dice, afirmando que fue “como nana”. Solían almorzar juntos, muchas veces la comida que les llevaba gente del pueblo. Los dueños de una panadería cercana, dice, les regalaban pan día tras día.

“De repente René tiene momentos muy lúcidos, muy lucidos, y está consciente. Pero de repente como que se le va a onda y no… no nos reconoce”, cuenta Alejandro. “Pero no es que tampoco él esté así como borrado, que se olvide de las cosas. Él está consciente en algunas cosas… Nunca lo bañé, suponte tú; nunca tuve que cambiarlo porque él en ese sentido se bañaba, se afeitaba, se cambiaba su ropa, echaba a andar su lavadora”, agrega.

En general, se mantenían juntos hasta la tarde, cuando tomaban once, y cada cual terminaba el día a su manera. René prendía la televisión para ver “sus teleseries, sus noticias, y sus cosas”, pero a Alejandro le preocupaba el aislamiento. “Fue difícil porque se encerraba, y estaba solo, po’. De repente a mí me daba miedo, porque se encerraba y… no sabía qué podía hacer allá, porque su circo se estaba derrumbado”, comenta.

A fin de cuentas, reflexiona, la pandemia estaba matando, lentamente, la gran obra de su vida. “Era terrible porque, imagínate, él era empresario, tuvo que despedir a personas, y de las 56 personas, ahora quedamos 20. Se tuvo que ir mucha gente porque él dijo: ‘No les puedo seguir pagando’”.

En 1968, antes de que Chile fuese raptado por la dictadura, don René Valdés -el hombre detrás del retirado personaje “Timoteo”, que en esa época despuntaba con sus sketches humorísticos- y su socio Darío Zúñiga levantaron la carpa que opera hasta el día de hoy.

A nivel personal, mientras lidiaba con los cuidados a René -que se repartían entre quienes se quedaron en Coltauco-, Alejandro pasó por una fase compleja. “Me acostaba a las cinco de la tarde, y viví un momento en que me ‘sicosié’ mucho (…). Intenté también quitarme la vida, porque estaba en un momento… estaba muy mal emocionalmente”, reconoce con pesadumbre.

De acuerdo con una encuesta de Ipsos, aplicada en marzo de 2021 en 30 naciones, un 56% de los chilenos y chilenas encuestados afirmaron que su salud mental había empeorado en pandemia. Chile fue el país donde este indicador alcanzó la cifra más alta, solo siendo superado por Turquía.

“Y más que estai’ solo. Llorai’ con tu almohada ahí. No tení’ pareja, no tení’ nada. Por último, si tení’ tu pareja te entretení’. Entonces, no tení’ nada”, cierra Alejandro.

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“Las personas mayores, como todos nosotros, necesitan ayuda de sus redes de apoyo para poder lidiar con las dificultades de la vida cotidiana. De hecho, ellos no solo necesitan ayuda, sino que también entregan apoyo a otros en la sociedad”, explica Francisca Ortiz Ruiz, postdoctorante del Instituto Milenio para la Investigación del Cuidado MICARE.

Ese entregar apoyo a otros, que se vio de una manera tan prístina en el Timoteo durante la pandemia, es una labor que Katty Fontey cumple en la comunidad del circo hace muchísimo tiempo.

Nacida el 29 de diciembre de 1951, a sus 70, Katty lleva una vida activa, y dice estar saludable más allá de la hipertensión. Su energía reapareció fuerte el viernes 25 de marzo de 2022, cuando luego de dos décadas sin pisar el escenario, volvió a “subirse a los tacos” de acrílico, la única pieza de su antigua vestimenta de trabajo que aún conserva.  

Con un elegante y largo traje negro, presentada por el animador como “una madame con más de 200 años de experiencia”, resucitó su rutina, que jamás olvidó, como quien no olvida el andar en bicicleta. El público se acordaba de ella, y tras terminar, salió ovacionada.

“Ni yo me la creo haber llegado a los 70, po’”, bromea Katty, pero muy en serio. Según un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de 2018, la expectativa de vida de las mujeres trans en Latinoamérica es de 35 años. Esto, sobre todo, por la violencia sistemática de la que son objeto.

Crédito: Bárbara Carvajal y Marcelo Flores

Aunque hace rato dejó de cantar y bailar en el Timoteo, Katty está íntimamente relacionada a su comunidad. Por veinte años estuvo a cargo de la crianza de Stéfano, pariente de los dueños del circo y hoy actor en la performance. Más aún, su hijo de dos años, Fabián, es actualmente cuidado por Katty. Ella vive en una de las casas rodantes junto a esa familia, cumpliendo labores de “matriarca mayor”, según se autocalifica.

Más allá del circo, Katty Fontey es una reconocida activista: preside Traves Chile, organización sin fines de lucro fundada en 2001, y dedicada a la defensa de los derechos de las personas transgénero en el país.

Ahora bien, cuando no está ocupada con Traves Chile, Katty dice que se desempeña de “nana”: se despierta a las 7, hace aseo, se pone a coser los trajes del resto de los artistas, y después prepara el almuerzo.

“Me acostaba a las cinco de la tarde, y viví un momento en que me ‘sicosié’ mucho (…). Intenté también quitarme la vida, porque estaba en un momento… estaba muy mal emocionalmente”, reconoce Alejandro con pesadumbre.

A diferencia de Alejandro, durante la crisis sanitaria Katty estuvo sólo un mes en Coltauco donde, entre otras cosas, tuvo que cuidar a René. “Se portaba bien, de repente cuando se perdía me echaba po’, que me fuera, que aquí que allá, que yo no era del circo”, recuerda.

La mitad del tiempo la pasó con René, y la otra mitad, cuidando a Fabián, recién nacido. Su apoyo fue clave para mantener a flote a la familia. Y es que, mientras ella se hacía cargo del niño, los padres, junto al resto de quienes estaban en Coltauco, “salían a vender en las camionetas cabritas, maní, lo que vendían acá, para los campos, para las casas (…). Y de eso se sobrevivía, fuera de la ayuda que daba la gente de Coltauco”.

“Yo me quedaba con el niño y aprovechaba de ver a René, y le mostraba el niño, lo entretenía”, resume Katty Fontey.

***

“Es importante recordar que las redes de apoyo van y vienen. Son relaciones que entablamos con personas, y estas pueden ser tanto activadas, en momentos de necesidad, o desactivadas, si es que no existe la necesidad. Las personas mayores entregan apoyo a muchas personas, y también lo reciben desde varias”, dice Francisca Ortiz, del MICARE.

Justamente, tras la etapa más crítica de la pandemia y el paulatino retorno a la vida como era antes, la red de apoyo que se había configurado en Coltauco comenzó a desaparecer en medio del frenesí de volver a montar un espectáculo itinerante.

Y luego de ese episodio complejo, Alejandro admite no pensar mucho en lo que le depara su futuro. Eso sí, sabe que el tiempo hace mella hasta en los cuerpos y mentes más fuertes.

-Tienes 65 años, edad para jubilarte…

-Claro, sí. Igual tengo mis ahorros y mi previsión. Pero no sé po’, a lo mejor capaz que me retire o siga… O abandone el papel de transformista, y siga solamente como representante del circo. No sé. Pero, como dicen: el que nace chicharra… Yo voy a morir como chicharra.

-Entonces, no has pensado mucho acerca de esta nueva etapa.

-No. La verdad de las cosas es que no.

A Katty Fontey, en tanto, le surgió otro temor. La mera idea de requerir ser cuidada por otros es algo que la incomoda. Y mucho.

-Katty, tienes 70 años ya. Y cuando uno se vuelve mayor, más bien lo empiezan a cuidar a uno, y tú, al contrario, estás cuidando a otros… ¿Cómo vives ese fenómeno?

-Claro, eso mismo me preguntó yo, y como te digo, le doy gracias a no sé qué ángel de la guarda que me protege.

Su reflexión en este punto explícita: “Yo nunca he sentido depresión. Miedo sí, de saber en qué va a terminar uno, porque uno tampoco quiere ser, eh… un ‘cacho’ con la gente que está”.

-¿Cómo así?

-Entre más vieja, más molestia también po’. Hay que ser realista: si tienes plata, es porque algo vas a dejar, y si no tienes, peor.

Katty suelta una risa. Una respuesta nerviosa.

-En ese aspecto soy realista, con los dos pies sobre la tierra, y trato de… de no pensar en… en cosas que me depriman.

Porque Katty reconoce que “soy como familia”, pero que al mismo tiempo “no soy de la familia”. En definitiva, “no soy tonta tampoco”. Por lo mismo, asegura tener una “cartita bajo de la manga para mis funerales, para no ser cacho para ellos”. Ser una carga para las personas con las que convive le aterra.

-¿Alguna vez te has puesto a pensar cómo será tu vida en 10 años más?

-No quiero que me llegue una enfermedad catastrófica ni ser cacho de nadie, ¿Cachai? Yo siempre he sido prudente en mis gastos, y tengo mi plata guardada para que me incineren po’, para qué… ¡Para qué gastar plata con el cementerio, si no va a ir nadie!

-¿Por qué dices que “no quieres ser cacho de nadie”?

-Porque yo lo he visto po’, aquí mismo.

Katty habla del presente de René, lejos de sus años de gloria.

-Y tú no quieres llegar a ese punto.

-No. Imagínate, pienso en él (René), que hizo esta inmensa empresa con el otro que falleció, con Darío, para no disfrutar de estar ahí. Ahora está encerrado. ¿Es vida eso?

-¿Es temor lo que sientes, Katty?

-Si po’, temor.

-¿No quieres que nadie se haga cargo de ti?

-No.

-¿Y por qué no?

-Porque la gente no tiene paciencia, la juventud de ahora no tiene paciencia.

Nuevamente, Katty Fontey ríe. Es un tema difícil para ella. Y para gran parte de las personas mayores.

*Este trabajo es parte de un especial de Personas Mayores que Cuidan a Personas Mayores, proyecto de Amanda Marton, Javier Middleton, Sebastián Palma y Bárbara Carvajal que resultó ganador del Fondo de Becas para investigar y contar la desigualdad en la distribución de trabajos del cuidado y sus implicaciones socioeconómicas en América Latina y el Caribe, de la Fundación Gabo y Oxfam.

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