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13 de Julio de 2022

Cristóbal Jimeno, autor de “La búsqueda”: “Nunca voy a renunciar a la esperanza de que el cuerpo entero de mi padre aparezca”

Crédito: Ulises Nilo

Cristóbal Jimeno es un reconocido abogado experto en arbitrajes y litigios. En su flanco personal, carga con una historia que había mantenido en su ámbito familiar y que ahora escribió -junto a su esposa, la periodista Daniela Mohor- en un libro recién publicado: “La búsqueda”. Es su recorrido desde hace décadas para encontrar a su padre, un cercano colaborador de Allende que fue detenido en La Moneda para el golpe, fusilado y luego desaparecido. Buscarlo, dice, es una responsabilidad. “Es un vínculo indestructible. Tendré críticas, tendré admiración, pero es mi padre y lo va a seguir siendo siempre”, explica en esta entrevista.

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Esta es la historia de un hombre que busca a otro. De un hijo que quiere hallar a su padre. De un niño que tenía dos años cuando su padre fue detenido en La Moneda el 11 de septiembre de 1973, fusilado dos días después y exhumado cinco años más tarde por militares que hicieron desaparecer todo rastro suyo. De un joven que a los 12 años se enteró de esa historia al leer una revista y que luego, como abogado, se involucró con mente y corazón en el llamado Caso La Moneda, que investiga qué ocurrió con ese padre y con los otros 22 hombres que fueron acribillados, uno tras otro, a la orilla de un foso en la zona de Peldehue. Es la búsqueda de un hijo que siente que encontrar a su padre es una responsabilidad imposible de esquivar. Aunque hayan pasado décadas, aunque la tarea parezca no tener final.

Ese padre se llamaba Claudio Jimeno Grendi. Era sociólogo, miembro del Centro de Estudios Nacionales de Opinión Pública, socialista, asesor directo de Salvador Allende. El día del golpe no lo dudó: se fue a La Moneda a acompañar al Presidente. Allí estuvo hasta que éste lo hizo salir junto a la veintena de personas que había permanecido acompañándolo. Fueron detenidos en la calle, mantenidos boca abajo sobre el pavimento, trasladados al Regimiento Tacna, interrogados, torturados, finalmente fusilados. Claudio tenía 33 años.

Cristóbal y Claudio Jimeno. Crédito: Archivo familiar.

Ese hijo se llama Cristóbal Jimeno Chadwick. Es el mayor de los dos que tuvo el matrimonio de Claudio con Isabel Chadwick. Es un abogado reconocido, experto en arbitrajes y litigios, con estudios de posgrado en Columbia y en Kellogg Business School, socio de la firma Gutiérrez, Waugh, Jimeno & Asenjo Abogados. Casado, tres hijas, tiene 51 años. Y ahora también un libro, con un nombre elocuente: “La búsqueda”.

Allí, en ese libro que Cristóbal Jimeno escribió junto a su esposa, la periodista Daniela Mohor, está narrada justamente la historia de este hijo que busca al padre. Hasta ahora nunca la había expuesto públicamente. Se guardada en el ámbito familiar. Protegida, discreta. Pero pasó algo, y entonces él sintió el impulso y la fuerza de cruzar esta frontera.

***

Hay delante de mí un hombre sentado de espaldas a una increíble vista de Santiago. Estamos en un piso 23, que es donde opera su bufete de abogados. Es, además, un día de sol en medio de un invierno que ha sido gélido. Pero Cristóbal Jimeno parece estar ajeno a eso. Él quiere hablar de lo que hace un tiempo se decidió a escribir como libro. Se aclara la voz, que a ratos le costará salir, con sorbos breves de agua mineral.

-Si la historia de tu padre y su búsqueda la habías manejado con discreción por tantos años, ¿por qué convertirla en libro?

Yo tenía la sensación de que tenía una responsabilidad con Claudio, mi padre, pero también con mi madre y mi hermano. Y creí que había cumplido con esa responsabilidad involucrándome en el juicio. Además, yo había hecho un libro privado, mucho más personal, en que parientes, amigos, hermanos escribían un texto sobre él. Entonces, tenía la sensación de que, de alguna forma yo ya había cumplido. Pero fui sintiendo, desde la mitad de la década pasada, que el tema de los derechos humanos se iba trivializando.

-¿En qué sentido?

-Sentía que la gente se cansaba muy rápido del tema. Uno tenía la sensación que era vacío cada vez que se hablaba de derechos humanos, porque se utilizaba políticamente o tenía otros fines, pero su contenido se había ido perdiendo. Para mucha gente era un tema farragoso, del pasado, una especie de grillete o de ancla hacia un tiempo que todos querían dejar atrás. Mi preocupación aumentó cuando vi actos más concretos. Me impresionaron las poleras en las marchas de supremacía blanca en Estados Unidos: decían “Los viajes de Pinochet” y aparecía un helicóptero haciendo referencia al lanzamiento de los cuerpos al mar. Me impresionó también el aumento de los ataques a los monumentos de derechos humanos y a los memoriales. Y lo que para mí fue realmente decidor, fue cuando vi dos ministros de Estado refiriéndose de manera muy liviana a la misión del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Ahí me di cuenta que la superficialidad con la que se trataba este tema era muy insultante y que yo tenía una responsabilidad que era mucho más allá de la que tenía con mi familia. Tenía una responsabilidad con el país y eso significaba que, a pesar de los costos que traía, tenía que contar la historia.

Y lo que para mí fue realmente decidor, fue cuando vi dos ministros de Estado refiriéndose de manera muy liviana a la misión del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Ahí me di cuenta que la superficialidad con la que se trataba este tema era muy insultante y que yo tenía una responsabilidad que era mucho más allá de la que tenía con mi familia”.

-Entonces aparece la idea de este libro.

-Sí. Me acuerdo bien el día que tomé la decisión, porque fue un 5 de octubre, un aniversario del triunfo del No. Fui donde la Daniela (Mohor, su esposa) y le dije: “Acabo de tomar esta decisión y me gustaría que me recomendaras a alguien que pueda ayudarme, porque quiero que esto no sólo se base en recuerdos, sino en una investigación periodística”. Yo tenía la intuición de que para que el libro produjera lo que yo quería, que esto fuera contado de una manera calmada sin sesgos y que pudiera llegar a gente que los derechos humanos no ha tocado, requería un trabajo muy serio de periodismo. Daniela me dijo que ella podía hacerlo.

-El libro es eso: una historia personal intercalada con la reconstrucción de una época, revisión de expedientes, voces de testigos, investigación.

-Claro, son cosas que se cruzan. El libro lo que busca es contar esta historia de Chile, cruzada por la historia personal de una familia que le tocó vivir este tema. Esto me hizo sentido así, porque entre mis lecturas empecé a leer a Jules Michelet, un historiador francés de comienzos del siglo XIX, gran historiador de la Revolución Francesa. En uno de sus escritos, Michelet dice que la fuente más importante de los hechos de la Historia son las personas que la vivieron. Y él tuvo la suerte que escribió sus libros en las primeras décadas del 1800, cuando todavía había gente que vivió la Revolución Francesa.

Cristóbal Jimeno y Daniela Mohor, autores de “La búsqueda”. Crédito: Ulises Nilo.

***

-En el libro se lee una distancia para hablar de tu padre. Normalmente no lo llamas así, sino Claudio. ¿Fue un recurso de narración o es una manera permanente en que lo miras y lo nombras desde tu vida?

-El detenido desaparecido es una persona a la que no tienes un lugar donde ir a venerarlo, a recordarlo. Este padre es, en el fondo, una idea. Una idea, en mi caso, de una persona que muere a los 33 años. Entonces cuando tú cumples 33 años es un par. Porque tu padre dejó de crecer, por así decirlo. Y cuando tú ya tienes 50 y tantos años, como yo, tu padre sigue en los 33. Por eso, no tengo ese temor reverencial respecto de su figura. La conversación que hay con él en el libro busca reflejar eso: reflexionar con un par, ser más racional, más objetivo, entenderlo más. Y eso solamente lo puedo lograr si siento que al frente tengo un adulto relativamente parecido a mí.

-Claro, en el libro registras una conversación imaginaria con tu padre, ambos adultos. Le recriminas muchas cosas, lo contradices, lo cuestionas políticamente. Hay más enfrentamiento que dulzura. ¿Por qué?

Bueno, yo creo que esto ha ido variando en el tiempo. Pasa en las relaciones con los padres y sobre todo con esta persona que no se puede defender a sí mismo. De hecho, cuando Claudio se defiende en la conversación, soy yo defendiéndolo a él. Y efectivamente he tenido otras conversaciones que son mucho más dulces y amorosas, pero están en los libros privados.

El detenido desaparecido es una persona a la que no tienes un lugar donde ir a venerarlo, a recordarlo. Este padre es, en el fondo, una idea. Una idea, en mi caso, de una persona que muere a los 33 años. Entonces cuando tú cumples 33 años es un par. Porque tu padre dejó de crecer, por así decirlo. Y cuando tú ya tienes 50 y tantos años, como yo, tu padre sigue en los 33″.

-Escribes que esta relación con tu padre se mueve entre la rabia y la pena; y que en las mesetas de tranquilidad entre ambos sentimientos tratas de entender su decisión de irse a La Moneda, sabiendo lo que enfrentaría, y no quedarse con ustedes en casa. Con el paso del tiempo, ¿aumentan o disminuyen esas mesetas de tranquilidad?

-Aumentan, claramente.

-¿Cuándo empezaron estas conversaciones imaginarias con Claudio?

-De adolescente.

-¿Persisten hoy?

Hay veces que sí. Con menos frecuencia.

– ¿Por qué sigues buscando esas conversaciones?

-(Piensa un rato, suspira) Yo creo que los primeros años de vida de una persona son muy importantes. Y no hay que pensar que, porque uno tiene dos años de vida, no siente o no crea una relación con su padre. Es una cosa probada que los primeros años de vida son los que forman los lazos. Entonces, para mí, ése es un vínculo indestructible. Tendré críticas, tendré admiración, pero es mi padre y lo va a seguir siendo siempre.

Claudio Jimeno. Crédito: Archivo familiar.

***

Cristóbal Jimeno dice que tardó años en entender las razones de su padre que lo llevaron a optar por permanecer con Allende y no con su propia familia el día del golpe. En el libro repasa la biografía de Claudio y ahí vio pistas. No todas, porque nunca hay solamente una causa, aclara, pero sí algunas importantes. Su madre, Mercedes, enfermó y murió cuando él era niño; y tuvo un padre, Orlando, que nunca fue cercano ni cariñoso. Quedó huérfano a los 20. Y fue esa soledad, esa precocidad del abandono, lo que lo hizo empático con los desfavorecidos, los desamparados. Los 70, Allende, su gobierno se transformarían entonces en el espacio natural donde darle un giro a las cosas. Por eso no era extraña esa confianza, esa lealtad, hasta el final.

“En mi familia se hablaba muy poco de este tema. O sea, Claudio estaba muy presente, pero no se hablaba sobre el tema. De manera que conocerlo, conocer su historia, conocer su infancia, fue un proceso muy lento que solamente se concretó cuando yo ya era adulto”, explica Cristóbal. Los tres años de trabajo en “La búsqueda” le sumaron más información. “Por ejemplo, una cosa que descubrí al hacer el libro era su relación estrecha con el presidente, mucho más de lo que yo pensaba. Una relación personal con él, de mucha lealtad”.

-Tu búsqueda de Claudio acumula décadas. Te ha acompañado casi toda tu vida. ¿Qué papel tiene este libro dentro de esta búsqueda de años? ¿La cierra, la relanza?

-La reacción inicial de la gente que agarra el libro es decir “ojalá esto cierre”, con la fantasía de que estas cosas uno simplemente las pone en un cajón y las cierra. Pero la verdad es que no se va a cerrar nunca. Hay distintas estaciones en este viaje, ésta es una muy importante, pero no se va a cerrar nunca. Cuando yo era chico, después de que me enteré de esto, siempre tenía una sensación. Si tu vida es una hoja en blanco y tú eres el arquitecto que la va a dibujar, yo sentía que mi vida había empezado con una mancha negra de tinta en parte de la cartulina. No era responsabilidad mía, yo no lo había puesto ahí, pero estaba. Siempre la decisión fue decir: “Mira, esta mancha está ahí, alguien la puso, alguien será el responsable de eso, pero yo voy a dibujar mi vida como yo quiero, de acuerdo a mis principios, a mi racionalidad, a lo que yo decida. Y voy a tomar la mancha para hacer mi dibujo”. Y no va a terminar, porque sigo dibujando mi vida y la mancha sigue ahí y sigo dibujando sobre la mancha.

Cristóbal y Diego Jimeno, junto a su madre Isabel Chadwick. Crédito: Archivo familiar.

-¿No ves un final en esta búsqueda?

No sé si va a ocurrir y no sé si quiero que ocurra, porque es como preguntarle a alguien si quiere terminar su relación con un ser querido o no…

-De tu padre sólo se encontraron dos pequeños fragmentos de huesos, en la fosa donde lo fusilaron. ¿Y si se encontrara el resto del cuerpo?, ¿no marcaría eso el fin de tu búsqueda?

-Bueno, eso ayudaría mucho… De hecho, una cosa que cuesta mucho entender es cómo todavía, como sociedad, no comprendemos que hay mil y tantas personas que no se sabe dónde están y sus familias no han tenido respuesta sobre eso. Yo he llegado a este resultado de saber lo que pasó después de muchos años de esfuerzo, de involucramiento personal y porque hay abogados que han participado en esto durante la dictadura y la democracia, que han dedicado su vida a esto. Pero hay familias que no saben nada. Como sociedad tenemos que resolverlo y se puede. La información está, hay miembros de las Fuerzas Armadas que saben específicamente qué pasó y dónde están. El resultado de la Mesa de Diálogo fue el reconocimiento de la muerte de 200 personas y aquí murieron 3.000 y hubo 1.469 desaparecidos; o sea, falta mucha información.

-Tu padre fue exhumado por militares en 1978 y desde entonces está desaparecido. En el libro dices que asesinar y luego desaparecer a alguien es un golpe directo a sus familiares. Un castigo, lo calificas.

Nosotros no somos personas que nos abatimos fácil y éste ha sido un aspecto más que hemos tenido que sobrellevar. Creo que el acto de remover restos y desaparecerlos es una pulsión criminal, de gente que me parece muy limitada intelectualmente. Y es un uso de la violencia que no tiene ninguna justificación. Me parece de una irracionalidad, de una pulsión propia de los criminales solamente.

Creo que el acto de remover restos y desaparecerlos es una pulsión criminal, de gente que me parece muy limitada intelectualmente. Y es un uso de la violencia que no tiene ninguna justificación. Me parece de una irracionalidad, de una pulsión propia de los criminales solamente”.

-En el libro te muestras siempre entero, con distancia de los hechos, incluso de las emociones. Cuesta creer que no existan momentos donde te has quebrado…

-Efectivamente mi formación, mi experiencia, lo que yo hago, ha endurecido mi carácter. Me dedico a una profesión adversarial, en que tú tienes un juez y una contraparte y son conflictos grandes y bien peleados. Pero no quiere decir que no haya tenido momentos de fragilidad. No están en el libro, por una razón muy simple: lo que yo quería era tratar de transmitir hechos de manera de no contaminar con mis emociones al lector y que fuera el lector el que pudiera tomar sus decisiones o sus conclusiones a partir del libro.

-¿Qué momentos de fragilidad has tenido, por ejemplo?

-Hay uno que recuerdo con especial emoción, que fue cuando el presidente Lagos abrió la puerta de Morandé 80.

-Por ahí salió tu padre.

-Sí. Fue un momento muy emocionante. Normalmente soy invitado a los actos de La Moneda y no voy, pero a ese acto sí. Y fui porque la apertura de esa puerta era muy simbólica, y el presidente lo hizo muy bien.

-Y hablando de fisuras emocionales, en el libro cuentas que el silencio te traga los 11, 12 y 13 de septiembre de cada año. Son los últimos días de vida de tu padre…

Son los días más duros. En la investigación, había mucho testigo de lo que había ocurrido en La Moneda. Hay también muy buenos libros que se han escrito sobre eso. En cambio, no de los días posteriores; desde que los asesores del presidente son interrogados hasta que se los llevan para fusilarlos. Es un periodo muy duro. No sólo fueron sometidos a una tortura e interrogatorio muy grandes y muy fuertes, sino que mantuvieron una dignidad que es muy conmovedora.

***

-En el libro cuentas el largo camino para encontrar justicia. Criticas la inoperancia, la desprolijidad y la desidia en dictadura. Incluso en democracia. ¿Ves salida?

-Hay dos temas que me parecen relevantes. Primero, es que hay alrededor de 1.500 causas sobre crímenes de derechos humanos que ocurrieron en dictadura y que todavía se están tramitando. En 20 años se han fallado 400. Hay casi 1.200 causas que todavía están en estado de sumario, 200 y tantas en estado plenario; ciento y tantas que están con fallo de primera instancia. El mismo Caso La Moneda tiene 49 años, imagínate. Debe ser el caso judicial más largo de la historia de Chile. Se falló hace un año (la Corte de Apelaciones de Santiago confirmó la condena a siete militares, algunos por homicidio y otros por secuestro y homicidio) y todavía está en la Corte Suprema. Entonces uno dice: “Se puede hacer mucho más”. La propuesta que ha hecho el presidente Boric de hacer una mesa o instancia para tratar de encontrar a los detenidos desaparecidos es una cuestión fundamental y que me encantaría que fuera apoyada por todos los sectores.

-¿Y el segundo tema relevante?

Los poderes judiciales se constituyen en los Estados con una misión básica, que es mantener el Estado de Derecho. Y dentro de esa misión básica, una más importante: proteger a los ciudadanos. El Poder Judicial durante la dictadura renunció a esa misión. Hoy estamos enfrentados a un dilema: lo más importante en derechos humanos no es sólo reconocerlos y establecerlos en nuestra Constitución, en nuestra regulación, sino asegurar la independencia del Poder Judicial. Eso debe ser un concepto básico y un acuerdo entre los ciudadanos. Si alguien quiere proteger los derechos humanos, y en esto yo estoy con la Corte Suprema y el Poder Judicial, tenemos que asegurar que en nuestro pacto social hacia el futuro el Poder Judicial sea independiente y no esté sujeto a otros órganos.

Hoy estamos enfrentados a un dilema: lo más importante en derechos humanos no es sólo reconocerlos y establecerlos en nuestra Constitución, en nuestra regulación, sino asegurar la independencia del Poder Judicial. Eso debe ser un concepto básico y un acuerdo entre los ciudadanos”.

-¿Cuál es tu opinión de la Comisión Rettig? Tu madre, tu hermano y tú dieron sus testimonios.

-La Comisión Rettig fue muy importante, trascendental. Mirado 30 años después parece casi obvio, ya nadie discute que existió una política sistemática de violación a los derechos humanos durante la dictadura de Pinochet, pero el año 90 eso estaba puesto en cuestión.  Entonces era muy importante que el Estado de Chile tomara acciones de manera de que los hechos empezaran a quedar establecidos. El prestigio de esa comisión era incuestionable, fue integrada por personas transversalmente de los distintos sectores políticos respecto a los cuales nadie dudó de su integridad, de su capacidad y su imparcialidad. Por eso que nosotros fuimos. Luego, la Comisión Valech tiene un rol también importantísimo, que son las torturas en Chile. Hay 40 mil personas que caminan por las calles y que fueron salvajemente torturadas.

“La Comisión Rettig y la Comisión Valech las dejaría a aparte, porque realmente tienen una función histórica. Pero el Estado de Chile se ha equivocado muchas veces”, agrega Cristóbal. “En el libro se cuenta: yo fui una de las personas que se dio cuenta a propósito del Caso La Moneda que se habían entregado cuerpos que no correspondían. Había personas que habían muerto con mi padre, fusilados, pero al mismo tiempo aparecían oficialmente enterrados en el Patio 29, se le habían entregado a las familias y habían enterrado personas que no eran. A mí me tocó hablar con algunos hijos de esas personas y decirles lo que había descubierto. En el caso de las personas que estuvieron con mi padre fueron 10 familias que se les entregan cuerpos que no correspondías. Pero en general fueron más de 100. Y eso es algo imperdonable. Es de una negligencia casi dolosa”.

“El Estado de Chile se ha equivocado muchas veces. En el libro se cuenta: yo fui una de las personas que se dio cuenta a propósito del Caso La Moneda que se habían entregado cuerpos que no correspondían. Había personas que habían muerto con mi padre, fusilados, pero al mismo tiempo aparecían oficialmente enterrados en el Patio 29, se le habían entregado a las familias y habían enterrado personas que no eran”.

¿Se puede reparar todo ese daño?

-Se ha causado mucho dolor adicional a los hechos mismos. El Estado de Chile ha causado mucho dolor adicional. ¿Se podrá reparar? Bueno, siempre hay que intentarlo.

***

-Una cosa son los deseos y otra es la realidad. Honestamente, ¿piensas que vas a saber finalmente lo que pasó con tu padre?, ¿que podrías encontrarlo?

-Como muestra el libro, yo no soy un entusiasta que se rinde al poco andar, yo soy una persona de maratones largas. Por supuesto nunca voy a renunciar a la esperanza de que el cuerpo entero de mi padre aparezca. La investigación dejó una duda tremenda de si fueron removidos y enterrados en otro terreno, o si fueron lanzados al mar. La ministra que investigó esto tiene sospechas de que existe un segundo entierro. Puede ocurrir que durante mi vida no se encuentre, pero de algo que estoy convencido es que en Chile los detenidos desaparecidos van a aparecer en los siguientes años, porque va a cambiar la tecnología, porque van a haber otros métodos, por distintas circunstancias. Será en 10, 20, 100 años más, pero van a aparecer. Y lo importante es que cuando aparezcan existan los testimonios de la gente que trató de buscarlos durante toda su vida.

-Muchos se deben haber sorprendido con el libro. Eres un abogado reconocido y exitoso, pocos imaginarían esta búsqueda que ha marcado tu vida. ¿Qué te han dicho?

-Ha habido mucha gente que se ha sorprendido, porque yo mantenía esta historia en un ámbito interno. Pero he tenido muchas muestras de cariño. Y yo he funcionado en mi vida intuitivamente, en el sentido de que los prejuicios que tenemos respecto de la gente son muy limitantes, entonces yo intuitivamente de muy chico no quise privarme de relacionarme con gente que pensara distinto, que tiene otras miradas. Mucha de esa gente se ha sorprendido porque no sabían de esto y han sido muy cariñosos.

Puede ocurrir que durante mi vida no se encuentre, pero de algo que estoy convencido es que en Chile los detenidos desaparecidos van a aparecer en los siguientes años, porque va a cambiar la tecnología, porque van a haber otros métodos, por distintas circunstancias. Será en 10, 20, 100 años más, pero van a aparecer”.

¿Has pensado cuánta gente uno se cruzará en la vida, que anda por ahí, con tragedias encima, con heridas aún abiertas, y que uno ni se imagina? Es más común de lo que uno piensa.

-Totalmente cierto. He recibido muchos llamados de gente que tiene otras historias, otros dramas. Lo que hablábamos: no hay una hoja en blanco perfecta de la vida. Gente que ha salido adelante, que vive todos los días con esto y que empatiza con mi historia. Por eso era importante contarla y que en un lenguaje sereno, sin recriminaciones, pueda llegar a más gente.

-Algunas personas que cargan casos similares al tuyo han optado por una vía más militante en el activismo de defensa de los derechos humanos. Hay otras que han buscado un camino propio para armar su vida, sin olvidar la historia. Tú estás en esa línea. ¿Qué piensas?

-Hay gente que al sufrir lo mismo que yo, tomó otros caminos. Y yo creo que en esto todos los caminos son muy respetables. Hay gente que se dedicó a la defensa permanente de los derechos humanos, lo que me produce gratitud y una sincera admiración. Yo tomé la decisión que cuenta el libro, y esa decisión es que yo iba a ser libre para diseñar mi propia vida. Yo iba a ser responsable de tener mis propias ideas y defenderlas de acuerdo a lo que creo. Y eso no es incompatible de ninguna manera con mi historia. Mi historia es la que es, nunca la escondí. Simplemente aprendí a vivir con ella. 

-En el libro se percibe que para ti era importante ser padre. Tener hijos, la responsabilidad de una descendencia.

-Sí, muy importante.

¿Cómo te construiste a ti mismo como padre ante la ausencia del propio? Sé de la importancia de tu abuelo Tomás, al que consideras un padre; y de Jorge, el segundo marido de tu madre, al que defines como un amigo. Pero ¿cómo afecta en tu construcción como padre ese vacío que nunca llenaste completamente?

-Mi abuelo fue mi padre. Y mi abuelo era una generación mayor a las generaciones que tienen los padres de las personas de mi edad. De manera que él era muy cariñoso, pero ejerció un rol de autoridad muy fuerte, muy propio de la paternidad que le tocó a la generación de él. Respecto de la construcción de mi rol como padre, he tenido en cuenta dos cosas. La primera hay es que tener mucho cuidado con transferir transgeneracionalmente estos dolores, no traspasarles a mis hijas una carga que las invalide o perjudique en su desarrollo. Y eso significa no apurar el tema ni tampoco retrasarlo, en el sentido de no mentirles.

“Y lo segundo -continúa Cristóbal- es lo que ha sido el principal mensaje que he tratado de transferirle a mis hijas: que ellas son las arquitectas de su vida y que tienen libertad para hacerlo. Y lo más importante de todo es que esa construcción se hace en base a razonamientos propios, sin ideologías externas ni fáciles que busquen influir su diseño de vida. Ellas deben entender que tienen libertad para determinar su futuro y que deben hacerse responsables de sus decisiones. Si logro eso, mi función como padre va a estar cumplida”.

-En el libro dices que una de las razones para involucrarte en el caso de tu padre fue para tener una respuesta si alguna vez tu descendencia te preguntaba: “¿Y tú qué hiciste?” Si tus hijas te hicieran hoy esa pregunta, ¿qué responderías?

Cristóbal guarda silencio. Respira. Se mueve en la silla. Entonces, sutil y contenidamente emocionado, responde con una voz que le cuesta sacar:

-Les respondería que hice todo lo que pude.

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