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Reportajes

17 de Julio de 2022

La incansable Elizabeth Andrade Huaringa: defensora de migrantes recibe el Premio Nacional de Derechos Humanos del INDH

Llegó a Chile hace 28 años, pero recién en 2015, tras irse a vivir al Macro Campamento Los Arenales de Antofagasta se percató de las grandes dificultades que vivían los migrantes como ella. Desde entonces, inició una cruzada por sus derechos que le valieron, este año, el reconocimiento del INDH. "Uno en su país tiene que reclamar porque es un derecho, pero en un país que no es el tuyo reclamar es un privilegio", comenta en conversación con The Clinic.

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Se dice que muchas personas que migran lo hacen por motivos económicos. Porque buscan acceso al trabajo. Un mejor nivel de vida. En los casos más críticos, también migran por las crisis en sus países de origen, y/o por supervivencia. Sea como sea, migrar es un derecho humano. Y Elizabeth Andrade Huaringa lo sabe.

Ella misma es migrante. Aunque no llegó a Chile por ninguno de los motivos anteriores.

Corría el año 1994 y Elizabeth recién estaba saliendo de un convento en Lima, su ciudad natal. Su mamá le decía que desde que había hecho sus votos temporales se estaba yendo por malos pasos y le insistió que debiera acompañar a su hermana que estaba en Chile.

“Siempre cuento eso porque no he tenido ninguna otra justificación, solamente que me portaba mal. No fue porque tenía sueños, porque no los tenía ni porque tenía deudas, porque no las tenía”, comenta y se ríe.

Tenía entonces 27 años. Le contestó a su madre que sí acompañaría a su hermana, pero por un período acotado, no más de 365 días.

Hoy lleva 28 años en Chile. En este país renunció a la congregación. Aquí se casó, formó familia, se separó, se transformó en dirigenta social y, el próximo 25 de julio obtendrá el Premio Nacional de Derechos Humanos del INDH por su trabajo en la defensa de los DD.HH. de las personas migrantes.

Ese hito convierte a Elizabeth en la primera migrante en recibir el galardón y también en la primera habitante de la región de Antofagasta en alcanzarlo.

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Tras salir de la congregación, Elizabeth comenzó a trabajar como asesora del hogar. La mayoría de quienes trabajaban en ese oficio con ella eran también migrantes, provenientes de distintos países de Sudamérica.

Eso le empezó a llamar la atención. “¿Por qué tantas mujeres de afuera y no chilenas? ¿Qué las une? ¿Por cuáles dificultades atraviesan? ¿Por qué usan tanto el término ‘migrante’?” fueron algunas de las preguntas que Elizabeth comenzó a hacerse.

Pero ella misma estaba enfrentándose a otras dificultades y dejó esas reflexiones un poco de lado. Desde hacía tiempo estaba sufriendo violencia intrafamiliar por parte del padre de su hija, con quien vivía en la población Prat B de Antofagasta, donde la mayoría de los residentes eran trabajadores de clase media baja.  

Allí, no conocía a ningún vecino.

Sin muchas redes de apoyo, y tras un enorme esfuerzo, decidió separarse definitivamente de su pareja. “Ahí empecé a mirar mis recursos, cuánto ganaba, en qué estaba y decía: ‘uh, eso no me va a alcanzar para nada’”, recuerda.

Se sintió perdida y con una gran desesperanza, hasta que una conocida le sugirió que e fuera a vivir a un campamento. Así llegó en 2015 a Los Arenales. Y así se reencontró con la temática migrante.

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Conocido como Macro Campamento Los Arenales de Antofagasta, el sector recibe a más de 1.700 familias en el norte de la ciudad. De ellas, el 75% son migrantes.

“No te voy a mentir. Yo tenía miedo de vivir en un campamento, de lo que iba a ser mi vida después de mi separación. Por eso, apenas llegué acá, decidí meterme de dirigente, porque así me sentía más segura. Yo decía ‘si empiezo a dirigir este campamento no me van a atacar, no me van a robar, no me van a hacer nada’, porque yo venía con todos los estigmas de lo que escuchaba en la ciudad sobre los migrantes en campamentos…”, detalla.

Para entonces, la cifra de migrantes en Chile era de casi 500.000 personas, según datos oficiales de Extranjería. Y la población migrante en Antofagasta se había duplicado entre 2010 y 2015. Actualmente, según el INE, hay alrededor de un millón y medio de migrantes viviendo en Chile, poco más de 100.000 de ellos en Antofagasta.

Con el afán de “sentirse más segura”, Elizabeth quiso saber sobre quienes habitaban su campamento -conocido como ‘Nuevo Amanecer Latino’- y los cercanos. “En la medida que los íbamos escuchando, junto a los otros dirigentes, también iba aprendiendo… Nos dimos cuenta de que era importante empoderar a quienes viven acá, especialmente a las mujeres migrantes”, muchas de las cuales, como ella, habían sido víctimas de violencia intrafamiliar.

La realidad de los migrantes extranjeros que viven en campamentos va mucho más allá. De acuerdo con un estudio de 2018 del Servicio Jesuita a Migrantes, ellos deben enfrentarse a la discriminación racial y el abuso en el trabajo; el incumplimiento de expectativas para tener una mejor calidad de vida -principalmente en el ahorro y envío de remesas-; además del desconocimiento de trámites o funcionamiento de las instituciones.

Por eso Elizabeth se ha movilizado para ayudarlos y creó la Corporación “Rompiendo Barreras” que aglutina a ocho comités de macro campamento Los Arenales.

En ese rol, ha logrado mucho: gestionó la electrificación del campamento a través de un convenio con la Compañía General de Electricidad (CGE); el acceso al agua potable y el estudio de mecánica de suelo, en convenio con la Fundación de Superación de la Pobreza. También ayudó a fundar Jardín Comunitario Los Arenales, un espacio autogestionado de mujeres sin trabajo, una iniciativa para el acceso al trabajo y la superación de la violencia de género.

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“En octubre o en septiembre del año pasado me llama un vecino y me dice:

-Me están cobrando tal cosa.

-¿Por qué?, le pregunté yo.

-Porque dicen que mi permanencia definitiva no está al día.

-Pero, a ver, muéstrame tu permanencia… Pero sí está al día. Lo que están haciendo está mal, ¿quién te lo está cobrando?

-El del PDI.

-Vaya a denunciarlo”, relata Elizabeth.

“Son cosas así de relevantes que nosotros hemos ido apoyando y no solamente con la comunidad peruana, porque nosotros aquí somos una comunidad latinoamericana. La realidad del peruano no es la misma que la del colombiano, no es la misma la del boliviano, pero la realidad es que a todos sí nos siguen vulnerando nuestros derechos. Entonces debemos trabajar y luchar por ellos”, añade.

Teniendo en cuenta esas experiencias, Elizabeth también cofundó la Red Nacional de Organizaciones Migrantes y Promigrantes de Chile. Desde ahí, se centra en dos cosas: 1) recordar que los migrantes son ciudadanos y ciudadanas del mundo; 2) que luchan por ser visibilizados.

Cortesía de Elizabeth Andrade

Richard Custodio Velázquez, jefe de misión de OIM Chile, dice que personas como Elizabeth cumplen un rol fundamental: “Las personas migrantes contribuyen de diversas maneras al desarrollo sostenible y, de este modo, a las sociedades de acogida; una de ellas es el aporte que entregan en cuanto al potencial humano, ya sea a través de sus habilidades o intercambiando experiencias, lo que resulta sumamente valioso al momento de involucrarse asistiendo a sus comunidades. Esto debido a que, en muchas ocasiones, es posible que, lo que hoy viven personas migrantes que recientemente han llegado a un lugar, ellas ya lo experimentaron. Igualmente, al pertenecer a la diáspora, la memoria colectiva, así como la conexión con su país de origen y la conciencia de grupo puede resultar una guía fundamental durante el proceso migratorio”.

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Francisco Bazo llegó a Chile proveniente de Perú en 1989, entre las elecciones y el plebiscito.

Conoció a Elizabeth en 2016, en Valparaíso, en el encuentro que terminó con la creación de la Red. Luego, siguió encontrándose no solo en espacios específicamente de migrantes, sino también en el trabajo de las poblaciones dentro del Movimiento de Pobladoras/es Vivienda Digna, del cual Elizabeth es vocera.     

“Ella escucha diferentes opiniones, pero toma sus propias decisiones. Es capaz de aprender de otras experiencias y transmitir la suya. Empuja a quienes trabajan con ella empoderarse en el trabajo. Sabe aprovechar las oportunidades en favor de la gente. Es creativa para buscar soluciones y capaz de organizarse con la gente. Su trabajo se expresa no sólo en el largo camino por la radicación, sino cómo en ese proceso se van construyendo relaciones solidarias y expresiones de una nueva forma de relación entre las personas”, comenta Francisco hoy, a sus 74 años.

“Nosotros aquí somos una comunidad latinoamericana. La realidad del peruano no es la misma que la del colombiano, no es la misma la del boliviano, pero la realidad es que a todos sí nos siguen vulnerando nuestros derechos. Entonces debemos trabajar y luchar por ellos”.

Destaca dos momentos particulares en los que Elizabeth ha demostrado su aporte a la sociedad. Uno de ellos fue durante la pandemia. Bajo el lema “Solo el pueblo ayuda al pueblo”, ella se reunió con otras personas para producir más de 700 raciones de alimentos diarios en Antofagasta.

La segunda lo emociona particularmente, dice, porque expresa “el empoderamiento que tiene Elizabeth en la defensa de los sueños de la gente de los campamentos”.

“Cuando un grupo de arquitectos llegó a proponer apoyar el proyecto del campamento, les rayo la cancha con mucha claridad ‘en el barrio y la vivienda que vamos a construir, vamos a vivir nosotras, no ustedes. Estos son nuestros sueños, no los de ustedes. Lo que tiene que hacer es transformar nuestros sueños en una propuesta técnica’”, recuerda Francisco.

Fernanda Stang, investigadora del Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Juventud (CISJU) de la Universidad Católica Silva Henríquez y experta en migración, también recuerda muchos trabajos de Elizabeth.

Cortesía de Elizabeth Andrade

La conoció en noviembre de 2019, en pleno estallido social. “Llegué al macrocampamento Los Arenales, en Antofagasta, a realizar trabajo de campo en el marco de un proyecto en el que estoy investigando participación de personas migrantes en organizaciones sociales, y procesos de politización. Nuestro primer encuentro fue para entrevistarla en su rol de diriegenta y lo primero que me dijo, en el tono frontal y directo que la caracteriza, fue: ‘antes que me digas qué puedo hacer yo por ti, dime qué puedes hacer tú por nosotros’”, rememora la académica.  

En un territorio intervenido por múltiples organizaciones de diverso tipo, e instituciones, Elizabeth y sus compañeros aprendieron a lidiar con múltiples formas de extractivismo (académico, de ONGs, de las instituciones estatales y sus metas, de algunas empresas), a ponerle límites, y a hacerlo jugar en su favor, detalla Fernanda Stang.

“No era el propósito con el que yo llegaba, pero ella no tenía forma de saberlo. Desde entonces mantenemos un vínculo, hemos desarrollado un proyecto de vinculación con el medio, entre otras actividades”, cuenta.

“Podría enumerar miles de formas en las que el trabajo de Elizabeth es muy importante, desde sus luchas y logros en la defensa del derecho a migrar, el derecho a la igualdad de género, y el derecho a una vivienda digna y a vivir dignamente en la ciudad”, comenta.

Pero pone énfasis en algo que le parece más significativo: “con su trabajo, está contribuyendo a cambiar nuestra mirada convencional de la ciudadanía, que se asocia exclusivamente a las personas que nacieron en un Estado. Ella es una ciudadana no-nacional, y por eso con su lucha, con su participación, su trabajo y su implicación tan activa con los dolores e injusticias que padecen las personas del territorio en el que vive, y más allá, está ayudando a derribar esa frontera arbitraria entre ciudadanos y no ciudadanos. Por eso es tan simbólico que sea ella quien ganara este premio (del INDH), esto es un hito importante para ese cambio”.

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Cuando recibió la noticia, dice que no lo pudo creer. Si bien sabía que la habían postulado al Premio Nacional de Derechos Humanos, dice que nunca imaginó que lo ganaría. “Yo siempre comenté que mis posibilidades de ganar eran pocas: uno, porque soy migrante; dos, porque hay mucha gente con más tiempo de trabajo de reconocimiento que es visible”, comenta.

Sergio Micco, director del INDH, al dar a conocer el premio valoró el aporte que durante años ha realizado Elizabeth. “Este premio se otorga a una mujer que, como persona migrante de larga residencia en Chile, pobladora y dirigenta, ha sabido transformar su dolor en fuente de inspiración para la defensa de la dignidad y los derechos humanos de quienes viven en las periferias social geográfica de nuestra patria, que aspira a ser justa con sus habitantes”, planteó.

“Cuando me llama el director (del INDH) y me dice que yo soy el 6° Premio Nacional no lo podía creer, no lo podía creer… Me siento honrada porque me siento histórica, porque me siento la primera migrante en la historia de Chile que ganó un premio”, dice, emocionada.  

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El premio se entregará el próximo 25 de julio. Se trata de una fecha especial para Elizabeth: ese día cumple 55 años y, oficialmente, más de la mitad de su vida en Chile.

“Si tú me preguntas si me quiero ir de este país, digo que no y si me dicen ‘¿eres orgullosa de representar a Chile como peruana?’ Sí lo soy. He ido a encuentros internacionales a mi propio país y decía que era de nacionalidad peruana, pero que venía representando a Chile porque es el país donde vivo, respeto y me quiero quedar aquí. Uno en su país tiene que reclamar porque es un derecho, pero en un país que no es el tuyo reclamar es un privilegio”, comenta.

-¿Y tras la entrega del premio, qué piensas hacer?

-Seguir trabajando en pro de migrantes, mujeres y personas en campamentos. Hasta donde me de la fuerza, porque uno propone y Dios dispone, pero seguiré hasta donde me dé.  

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