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Opinión

21 de Julio de 2022

Infancias divergentes: Gumucio versus Loncon

Tal como Platón, Gumucio -en su columna- pretende corregir nuestras miradas. A diferencia de Platón, Gumucio sabe que no hay que cambiar una luz por otra, sólo hay que buscar el gris. Así, Gumucio sería hasta más razonable que Platón. Sin embargo, cabe preguntarse cuán lograda es esta operación filosófica. ¿Basta constatar que Loncon tiene varios doctorados para apartarla del pueblo al que ella daría cierta voz?

Aïcha Liviana Messina
Aïcha Liviana Messina
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En una columna publicada en Ex-Ante, y difundida por su autor en redes sociales, Rafael Gumucio hace un cuadro demoledor de Elisa Loncon, expresidenta de la Convención Constitucional, elegida en tal cargo hace exactamente un año. Según Gumucio, Loncon, quien destaca por hablar en el ámbito público en mapudungun y por vestirse con hábitos tradicionales de la cultura mapuche (parte de “un carnaval de colores”), no sería una representante de pueblos “marginados” como se piensa que son los “pueblos originarios”, sino que sería parte de una nueva elite, una que nos hace creer que está de lado de los oprimidos, cuando en realidad está preocupada de lucir en revistas como el Times. Pues, observa Gumucio, hoy día el mapudungun no lo habla el pueblo sino quien ha tenido el privilegio de estudiar –y Loncon, sigue observando Gumucio, tiene doctorados en tres continentes–. Además, el hábito tradicional mapuche se parece a un objeto de folclore. Vestirlo en un escenario político nos trasformaría, entonces, en turistas mirones, y no en sujetos realmente preocupados por los marginados. Y porque su vestimenta pertenecería más al folclore que a la realidad, con ella se reproduciría la violencia colonial, la que reducía a los pueblos originarios a objetos de nuestras miradas.

A primera vista, la columna de Gumucio podría sorprendernos por su lucidez y coraje. Aunque en esta columna Gumucio afirma ser un literato, su actitud es más bien parecida a la del filósofo preocupado de mostrar cómo las apariencias nos engañan. Con Loncon seríamos víctimas de una ilusión óptica. Esta, además de hacer de quienes creyeron en ella unos estúpidos turistas destinados a repetir la violencia colonial, habría trabado el proceso constituyente, el cual, en vez de ser liderado por quien realmente sabe de constituciones, lo fue por una “niña símbolo”. Tal como en el mito de la cueva, el filósofo es aquel que pretende hacer la diferencia entre las apariencias y las esencias y reajustar los roles en función de las verdaderas funciones de cada cual. Sin embargo, a diferencia de Platón, la conversión de la mirada que propone Gumucio no consiste en buscar la luz ahí donde sólo veíamos sombras. Según Gumucio, si la vestimenta colorida de Loncon no es nada más que folclore para entretener a turistas ávidos de consumo, es porque en una “verdadera democracia” sólo existe el gris, es decir las soluciones imperfectas, la negociación, la política del mal menor.

Aunque en esta columna Gumucio afirma ser un literato, su actitud es más bien parecida a la del filósofo preocupado de mostrar cómo las apariencias nos engañan. Con Loncon seríamos víctimas de una ilusión óptica. Esta, además de hacer de quienes creyeron en ella unos estúpidos turistas destinados a repetir la violencia colonial, habría trabado el proceso constituyente, el cual, en vez de ser liderado por quien realmente sabe de constituciones, lo fue por una “niña símbolo”.

Tal como Platón, Gumucio pretende corregir nuestras miradas. A diferencia de Platón, Gumucio sabe que no hay que cambiar una luz por otra, sólo hay que buscar el gris. Así, Gumucio sería hasta más razonable que Platón. Sin embargo, cabe preguntarse cuán lograda es esta operación filosófica. ¿Basta constatar que Loncon tiene varios doctorados para apartarla del pueblo al que ella daría cierta voz? ¿Es su vestimenta algo que suscita entretención y conforta en una posición de turista, o es más bien algo que molesta, que cuestiona el escenario político en su conjunto? Por último, las repetidas palabras en mapudungun con las que ella, desde ya varios años, saluda a los periodistas, ¿son la ostentasión de una capacidad argumentativa distinta o un modo de poner en escena las palabras y los idiomas que tenemos para razonar?

El problema de la operación “filosófica” de Gumucio es que se fundamenta únicamente en sus prejuicios. La crítica aparentemente demoledora que Gumucio dirige a Loncon está nutrida de las propias proyecciones que él tiene sobre la figura de la exconvencional. Es Gumucio quien se está haciendo el niño, pero un niño que no quiere jugar el juego de la política. Este, lo sabemos, requiere manejar el arte de aparecer. En política, una vestimenta no es un mero símbolo, es un juego con los símbolos. En el mejor de los casos es un modo de escenificarlos de tal suerte que los símbolos se vuelvan signos que cada cual interpreta a su manera. En política se es muy a menudo niño, es verdad, y algunos niños saben jugar con las reglas –las legales, las sensoriales, las que nos constituyen como sujetos–. Usar una vestimenta tradicional puede tener como efecto dirigirnos la pregunta por el lugar de la tradición en nuestras formaciones culturales, en nuestros procesos subjetivos, así como en nuestras proyecciones.  Hablar mapudungun puede ser un modo de hacernos escuchar un idioma en su dimensión de olvido y de desarraigo. Un idioma es mucho más que una forma (oculta) de razonar. La política es un lugar gris, impuro, hecho con tristes coberturas de revistas, pero es también un lugar potentemente trasformador, y lo es, entre otras razones, porque es el lugar donde se juega con la visibilidad a fin de dar lugar a otros tipos de escuchas, algunas que a veces no esperamos y que pueden crear nuevos vínculos.

El problema de la operación “filosófica” de Gumucio es que se fundamenta únicamente en sus prejuicios. La crítica aparentemente demoledora que Gumucio dirige a Loncon está nutrida de las propias proyecciones que él tiene sobre la figura de la exconvencional. Es Gumucio quien se está haciendo el niño, pero un niño que no quiere jugar el juego de la política”.

La crítica feroz que Gumucio dirije a Loncon tiene varios problemas. Uno de ellos es que le imputa a la sola figura de Loncon, así como a sus estudios (como si una mujer de origen mapuche no pudiera pretender tan exitoso recorrido y, además, destacar en política), la causa de todos los males. Pero si es que ella fuera nada más que un símbolo, un símbolo sin matriz de interpretación posible, habría que preguntarse qué hace que hoy en día no leamos y solo gocemos como imbéciles de verdades esencializantes o que se dan como bien de consumo, para turistas aburridos. El gesto filosófico de Gumucio se vuelve contra sí mismo. Una operación filosófica no consiste en sustancializar la causa de un mal, sino en dar cuenta del contexto que lo hace posible. Si es que el texto de la nueva Constitución es tan malo como se sugiere en esta columna, Loncon y su vestimenta no pueden ser la causa explicativa de ese mal. Al límite puede ser un síntoma, pero los síntomas se leen, y lo que hace verdaderamente falta en esta columna, como en muchas otras donde no se logra decir francamente “apruebo” o “rechazo”, es leer y analizar un texto que está escrito en un idioma que según Gumucio representa al pueblo: el castellano. De otro modo, comentando imágenes de revista y títulos de estudios, nos convertimos en un turista de la actualidad.

*Aïcha Liviana Messina es la Directora del Instituto de Filosofía de la Universidad Diego Portales

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