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3 de Agosto de 2022

Héctor Llaitul y la historia de la Coordinadora Arauco-Malleco

La decisión de Héctor Llaitul de dar un nuevo impulso a la CAM y marcar puntos de diferencias con la izquierda chilena debe ser entendida en una evolución más compleja que reducir la discusión a que “Llaitul apoya el Rechazo”, “un problema llamado Llaitul” o “la CAM vota por el rechazo”, como lo han venido posicionado los boots del gobierno por redes sociales. Es reducir a simple una situación política aún más compleja, porque es de carácter ideológico.

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Héctor Llaitul, líder de la Coordinadora Arauco-Malleco, se ha caracterizado a lo largo de la historia de la organización (1998-2022) por comprender las principales contradicciones de sus adversarios y “aliados” temporales, con el propósito de forzar a la evolución de su organización y del movimiento mapuche. Lejos de ser una organización que ha tenido una sola historia, en su interior existen distintas etapas que se conectan con la evolución del contexto global, la respuesta de los gobiernos y el recambio generacional de nuestro mismo pueblo.

En su primera fase, cuando distintos y distintas mapuche formaron la Coordinadora Territorial Arauco, en los primeros años de la década de los 90, la experiencia de la Reforma Agraria ­–en específico los asentamientos agrarios– y la recuperación de las tierras, se transformó en el objetivo que aglutinó a sus primeros militantes. Muchas de esas tierras respondieron a las tierras de los Títulos de Merced y Reducción, las que simbolizaron la  Ocupación de La Araucanía. La pérdida de las tierras, a manos de colonos a lo largo del siglo XX dentro de los mismos límites impuestos por el Estado chileno, es uno de los hechos que fundamentó la incorporación de distintas comunidades al movimiento mapuche y con especial énfasis en los últimos años de la década de los 90 a la organización, que fue dando vida a una segunda etapa de esta historia mucho más colectiva: Coordinadora de Comunidades en Conflicto Arauco-Malleco.

El incendio de los tres camiones de Forestal Arauco, en diciembre de 1997, es el principio de la evolución de la organización a como la conocemos hoy.  En su último libro publicado por la organización: Chem ka Rakiduam, sus militantes reescriben la historia, enfatizando que dicho acto fue una expresión concreta, de una estrategia impulsada por la organización, para ese periodo, proveniente de un diagnóstico de agudizar los enfrentamientos directos contra la inversión capitalista en la zona, en específico, contra la oposición de la industria forestal. Lo cierto es que luego de sucedido el hecho que marca un punto de inflexión en la historia del movimiento, nadie reivindicó el hecho hasta meses después. No obstante, veinte años después, la nueva versión de la historia, instada por la dirección de la organización, sostiene que este hecho siempre demostró la exclusión “de manera contundente de la vía institucional y diplomática. Opciones poco factibles para pensar y construir el camino hacia la liberación nacional”.

En su primera fase, cuando distintos y distintas mapuche formaron la Coordinadora Territorial Arauco, en los primeros años de la década de los 90, la experiencia de la Reforma Agraria ­–en específico los asentamientos agrarios– y la recuperación de las tierras, se transformó en el objetivo que aglutinó a sus primeros militantes”.

Una parte de ello tiene asidero. Uno de los primeros cismas de la organización se desarrolló a principios del siglo XXI, cuando un sector de la organización optó por negociar con el gobierno con la promesa de la restitución de tierras. Fueron los primeros avances de la política impulsada por el Gobierno de Ricardo Lagos para encausar la conflictividad dentro de una política de mayor envergadura denominado “Verdad Histórica y Nuevo Trato”. Al interior de esta política, se recomendaron políticas de afirmación identitaria (Reconocimiento Constitucional y ratificación del Convenio 169 de la OIT) y aumentar las tierras en el marco la Ley Indígena de 1993. Los gobiernos posteriores continuaron profundizando esta política con Proyecto Orígenes (Bachelet) y Plan Araucanía (Piñera). El nuevo gobierno ha propuesto un plan que prolonga dicho aspectos con algunos matices: lo ha denominado Plan Buen Vivir.

Todos los gobiernos, sin embargo, continúan impulsando al mismo tiempo otra estrategia: profundizar las políticas de seguridad pública. En 2001, los miembros vinculados a la Coordinadora Arauco-Malleco la catalogaron como “militarización” debido a la evolución de Carabineros de Chile, era otro tipo de policía que usó estrategias de contrainsurgencia en el territorio acompañado de tanquetas y helicópteros. El resultado de esta política fue la muerte de Alex Lemun, joven de 17 años, que fue impactado por Marco Aurelio Treuer, mientras participaba en una recuperación de tierras. Al movimiento mapuche impactó dicha muerte hasta hoy, que siempre es recordado por las generaciones. La misma convencional Rosa Catrileo lo recordó en uno de sus discursos ante la impunidad: “Un castigo simbólico”.

Lemun con wexuwe y la fuerza pública con armamento antidisturbios, pernoctando a los cuerpos de los militantes mapuche. Luego del asesinato de Lemun (2002), el gobierno liberó la política de seguridad pública e inició la criminalización de la protesta mapuche con el encarcelamiento de varios y varias dirigentes vinculados a la Coordinadora Arauco-Malleco, al mismo tiempo que esta organización asumía la decisión de pasar a la clandestinidad al ser declarada como una Asociación Ilícita Terrorista.

Lejos de descender el conflicto, la organización comenzó un proceso de incremento de su forma de operar. Se evidenciaba la transición hacia el weichafe, militante mucho más preparado en lo político y la autodefensa para impulsar el proceso de Autodeterminación “desde abajo”, que la CAM ha denominado Control Territorial.

Luego del asesinato de Lemun, el gobierno liberó la política de seguridad pública e inició la criminalización de la protesta mapuche con el encarcelamiento de varios y varias dirigentes vinculados a la Coordinadora Arauco-Malleco, al mismo tiempo que esta organización asumía la decisión de pasar a la clandestinidad al ser declarada como una Asociación Ilícita Terrorista”.

La Autonomía “desde abajo” parte de una constatación: a pesar de la construcción de los Estados en América Latina, los pueblos originarios –parafraseando a Steve Stern– se han “adaptado en resistencia”. Han logrado persistir el tejido fundante de los pueblos originarios: la vida comunitaria. Lo que significa otra forma de pensar la política, la economía, la sociedad y la identidad. Debatido en el seno del movimiento indígena en la década de los 80, la concepción de Control Territorial comenzó a ser debatida por el movimiento maya y mapuche. Al hacerlo e iniciar su ejercicio, los gobiernos de la Concertación en vez de comprender esta evolución, hicieron lo que todos los gobiernos de Chile tienden a efectuar cuando un conflicto parece difícil de resolver: agentes externos se han involucrado en el mundo mapuche. Así, comenzó a plantearse los vínculos de esta organización con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, con el propósito instalar la imagen negativa sobre la historia mapuche. Sin desconocer la capacidad de internacionalización del pueblo mapuche, el Control Territorial surge como una alternativa ante un proyecto monocultural impulsado por el Estado chileno que afecta a la sociedad comunitaria mapuche.

A partir de 2004, la organización vivió una experiencia de clandestinidad política que mermó, en parte, su militancia comunitaria, pero fortaleció a la militancia ideológica. La experiencia de una política de criminalización, denominada Operación Paciencia, hizo que la organización se encerrara en sí misma e iniciara un proceso de evolución de la militancia surgiendo la concepción de Weichafe. Al hacerlo, la posibilidad de coincidir con algún grado de aproximación a espacios institucionales fue aún más compleja, ya que, al poco transitar, ante el incremento de la seguridad pública, la palabra terrorismo se adaptó para referirse a la CAM. Los juicios por Asociación Ilícita Terrorista de 2004 sólo fortalecieron la decisión de la organización de profundizar su ideario, iniciándose un nuevo proceso de escalamiento entre 2006 y 2009. Con el Bicentenario de la República chilena, la CAM irrumpió con una masiva y extensa huelga de hambre que catapultó a una de sus principales voceras, Natividad Llanquileo, como uno de los rostros emblemáticos de dicha movilización.

La huelga de hambre empatizó con un sector de la sociedad chilena vinculado a movimientos sociales y partidos de izquierda fuera de ese entonces de los espacios de poder. Tal vez, algunos son los mismos que hoy se encuentran en el gobierno y que ven sorprendidos como el dirigente de la CAM les enrostra una palabra y concepto que tiene una lógica moral antes que política. Lo cierto es que durante esa coyuntura política de presidio, un dirigente llegó a Chile a conocer y discutir con el dirigente de la organización: Felipe Quispe Huanca.

A partir de 2004, la organización vivió una experiencia de clandestinidad política que mermó, en parte, su militancia comunitaria, pero fortaleció a la militancia ideológica. La experiencia de una política de criminalización, denominada Operación Paciencia, hizo que la organización se encerrara en sí misma e iniciara un proceso de evolución de la militancia surgiendo la concepción de Weichafe”.

Fallecido a causa de la pandemia de COVID-19 el año pasado, Quispe fue uno de los impulsores en movilizar de los ayllu en Bolivia como una parte de una fuerza comunitaria crítica a los gobiernos neoliberales en el vecino país. Las denominada Guerra del Agua (2001) y Guerra del Gas (2003), fue un momento clave en Bolivia, ya que abrió las puertas a la creación de una nueva Constitución y la formación de un Estado Plurinacional. Quispe reprochó que un sector del movimiento indígena apostara por forjar una arquitectura de Estado que no permitiera el empoderamiento de los ayllu y fue uno de los principales opositores al gobierno de Evo Morales.

Quispe llegó a Chile ha solidarizar con Héctor Llaitul. El dirigente boliviano aportó a la descolonización del dirigente de la CAM, como él mismo lo reconoce en el libro escrito junto al pensador del izquierda Jorge Arrate, publicado en 2012: “Yo, como Quispe, soy indianista” declara. Transitar hacia el indianismo, significó tomar distancia de la izquierda e iniciar un proceso de construcción propia, como lo anuncia en Weichan: conversaciones con un weichafe en la prisión política. “Nosotros construimos desde las comunidades, no desde afuera. Esa es nuestra propuesta. Esa es nuestra visión”, proclamó en 2012. De ese modo, se iniciaba una nueva etapa en la historia de la organización, al Control Territorial se terminaba por consensuar una evolución ideológica detrás del pensamiento indianista, dentro de la cual, Llaitul dio su propia impronta: los Órganos de Resistencia Territorial Mapuche (ORT), que fue la manera de responder a la muerte del militante de la organización: Matías Catrileo Quezada en 2008.

Las ORT sintetizan la evolución de la CAM y del pensamiento teórico y práctico de Héctor Llaitul. En parte, surgen como una respuesta al asesinato de Matías Catrileo, momento que la organización asume dejar de disputar los predios forestales sin autodefensa. El incremento de la violencia de Estado a partir de 2008, derivó en que la organización opta por una autodefensa mayor debido a los constantes allanamientos y muerte de militantes. En  Chem ka Rakiduam. Pensamiento y acción de la CAM, publicado en una nueva edición este mismo año, se sintetiza la historia y evolución de la organización, y la discusión en la elaboración de lo que denominan las ORT. Ellas serían órganos autónomos, en que participan los miembros más preparados de la CAM, las cuales responden a las Identidades Territoriales del pueblo mapuche, que actuarían independientes y clandestinas para mantener la resistencia permanente y avanzar hacia el Control Territorial, comprendidas éstas como autonomías desde abajo. Es decir, impulsar el tejido comunitario que ha sobrevivido a pesar de la fundación de la República y que bajo un marco ideológico se transforman en un movimiento de Liberación Nacional.

Llaitul sostuvo en su conversación con Arrate que le parecía que “la izquierda sigue desperfilada, sigue confundida, no tiene capacidad para un encuentro honesto y fructífero con el movimiento mapuche.” La CAM, en ese aspecto, ha prolongado su quehacer político desde una forma de comprender la autonomía, iniciando en los últimos años una expansión de su ideario político calificado como Control Territorial. A diferencia de hechos anteriores, aunque sus antecedentes se encuentran en la recuperación del fundo forestal en Puerto Choque -la cual concluye con un enfrentamiento y posterior “emboscada” donde se encontraba el fiscal Elgueta-, la CAM evolucionó en su derecho a la autodefensa, como lo demostró el enfrentamiento entre sus militantes y la fuerza pública al interior del fundo Santa Ana Tres Palos, que concluye con la muerte de Pablo Marchant y que marca el inicio de una nueva etapa de la CAM: enterrar a su mártir en un fundo en recuperación e iniciar un proceso de autodefensa.

Llaitul sostuvo en su conversación con Arrate que le parecía que “la izquierda sigue desperfilada, sigue confundida, no tiene capacidad para un encuentro honesto y fructífero con el movimiento mapuche.” La CAM, en ese aspecto, ha prolongado su quehacer político desde una forma de comprender la autonomía, iniciando en los últimos años una expansión de su ideario político calificado como Control Territorial”.

La realidad es que hoy Wallmapu se encuentra militarizado por tropas del Ejército de Chile. No es algo nuevo, en 2006 las comunidad Juana Millahual de Rucañanco declaraba ver a marinos en zodiac patrullando el lago Lleu-Lleu. También comunidades en Vilcún declaraban que miembros del ejército realizaban ejercicios militares en los alrededores de sus comunidades como patrullajes. Estos hechos sumado a las dos policías que se encargaron de la seguridad reactivó la óptica mapuche de la “militarización en Wallmapu”.

El gobierno actual ha prolongado esa estrategia. A diferencia de los otros gobiernos que le precedieron, muestran una mayor afinidad con la historia mapuche. Diríamos una empatía para propiciar un diálogo. Sin embargo, el Plan Buen Vivir no es una novedad respecto a lo que realizó el gobierno de Ricardo Lagos con Nuevo Trato, Bachelet con Orígenes y Piñera con Plan Araucanía. Incluso dio un paso mayor en un aspecto de la criminalización al oficializar lo que el gobierno anterior vino realizando en materia de seguridad: “Fiscal con dedicación preferente para la investigación de organizaciones criminales que amenazan la convivencia en las regiones del Biobío y Araucanía, como el narcotráfico y el robo de madera”.

A la inversa, la Coordinadora Arauco-Malleco tampoco ha tendido puentes para avanzar en una agenda política. ¿Por qué ha tomado la decisión de radicalizar su accionar en esta coyuntura en que un sector del movimiento ha logrado incorporar en la agenda derechos como autonomía? Porque sus principales adversarios -incluidos los escaños reservados de la Convención Constitucional- se encuentran en la vía gradualista mapuche, que pone en cuestión sus principales planteamientos.

A la vez, una nueva generación de jóvenes mapuche que han vivido la violencia de Estado y se han politizado en estos treinta años de historia del movimiento autonomista ven como complejo consagrar los derechos de los pueblos originarios. Digamos que los sectores opositores a los derechos indígenas, que acusan de una “Constitución indigenista”, “privilegiados”, “chilenos de primera y segunda”, refuerzan bastante las convicciones de la vía rupturista a la Autodeterminación.

¿Por qué la Coordinadora Arauco-Malleco ha tomado la decisión de radicalizar su accionar en esta coyuntura en que un sector del movimiento ha logrado incorporar en la agenda derechos como autonomía? Porque sus principales adversarios -incluidos los escaños reservados de la Convención Constitucional- se encuentran en la vía gradualista mapuche, que pone en cuestión sus principales planteamientos”.

En ese escenario,  la decisión de Héctor Llaitul de dar un nuevo impulso a la CAM y marcar puntos de diferencias con la izquierda chilena debe ser entendida en una evolución más compleja que reducir la discusión a que “Llaitul apoya el Rechazo”, “un problema llamado Llaitul” o “la CAM vota por el rechazo”, como lo han venido posicionado los boots del gobierno por redes sociales. Es reducir a simple una situación política aún más compleja, porque es de carácter ideológico. Acontecemos a un giro político de quien ha venido nutriéndose del indianismo y las teorías descoloniales de Fanon, aplicándolas a un propio diagnóstico de la historia y del movimiento mapuche. ¿Cuál es la diferencia? Es que esa evolución política e ideológica se encuentra en un momento histórico democrático para Chile y los pueblos originarios. Y remar contra una corriente democrática, a lo largo de la Historia, siempre ha terminado en peores tragedias.

Más allá de las justas diferencias que siguen existiendo y que los sectores del Rechazo recuerdan todo el tiempo como insalvables cada vez que distorsionan los artículos de la Constitución labrados por las manos de las y los distintos constituyentes de los pueblos originarios -que por primera vez en la historia trabajan en una Constitución para un país que los ha negado continuamente-, parafraseando a Nelson Mandela es importante recordar su primer discurso como Presidente de Sudáfrica: que tal vez “ha llegado el momento de curar las heridas. Ha llegado el momento de salvar los abismos que nos dividen. Ha llegado el tiempo de construir”.

*Fernando Pairican es historiador. Académico de Antropología de la Universidad Católica de Chile.

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