Opinión
8 de Septiembre de 2022Momento, proceso y educación constituyente
Estamos viviendo tiempos constituyentes. No es una opción, sino el momento histórico que nos toca habitar hoy.
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No hay pregunta más importante para una sociedad democrática que “¿Cómo es que queremos vivir juntos?” Darle una respuesta que nos satisfaga y nos permita seguir caminando como comunidad, es uno de los mayores desafíos que presenta la política. El domingo recién pasado y de manera contundente, la ciudadanía le dijo que no a la respuesta que se le propuso desde la Convención Constitucional. ¿Qué viene ahora, entonces? Entender conceptos como “momento”, “proceso” y “educación” constituyente es esencial para saberlo.
Las Constituciones son documentos jurídicos, la ley suprema que rige a todo Estado democrático. Pero son también documentos políticos, que expresan los principios que rigen nuestra convivencia Cuando esa respuesta deja de satisfacer a la ciudadanía – o, si es que nunca lo hizo, cuando las fuerzas que la impusieron se debilitan lo suficiente –, la pregunta original reemerge necesariamente. Es entonces cuando decimos que se ha abierto un momento constituyente. No es fácil datar el inicio exacto del que actualmente vivimos como país: algunos dirán que el 2006 con la Revolución Pingüina, otros el 2011 con el Movimiento Estudiantil Chileno y otros el 2013 con el Movimiento Marca AC y la elección de un gobierno cuyo programa proponía redactar una nueva Constitución. Lo que sí sabemos es que el estallido social de 2019 elevó el volumen al que esta pregunta se expresaba, y que lo hizo a un nivel que ya ningún sector político pudo ignorar (oferta no valida para los Republicanos, que hasta el día de hoy juran de guata que todo fue una conspiración entre Maduro, los alienígenas y los K-popers).
Un proceso constituyente es algo distinto. No es la pregunta, sino la forma en que se busca responderla. En la última década, nuestro país ha vivido dos de estos procesos: uno durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet y otro habilitado por el acuerdo del 15 de noviembre de 2019. El primero fue truncado – no llegó ni a la tercera de sus cinco etapas originales –, debido a la Oposición y a parte del mismo Oficialismo. El segundo, concluyó según lo diseñado, aunque sin un texto. No hay que engañarse: el proceso constituyente que vivimos durante los últimos tres años SÍ se cerró este 4 de septiembre. Lo que no se ha cerrado aún es el actual momento constituyente, porque aún no llegamos a la respuesta que tanto hemos buscado. Hallarla requerirá abrir un nuevo proceso constituyente, pero esa decisión (y la forma que tome) están ahora en manos de cuatro séptimos de la Cámara de Diputados y la misma proporción de miembros del Senado.
En los días que han pasado desde el plebiscito del domingo hemos visto tantas interpretaciones del resultado como personas que las emiten: que la gente encontró el texto malo, que desconfió de los constituyentes, que juzgó al gobierno de Boric o que cayó presa del poder de las fake news y los medios de comunicación hegemónicos. Honestamente, no veo que tengamos los suficientes datos para sostener una interpretación u otra, y me temo que cada quien simplemente se está quedando con aquella que le hace sentir más tranquilo. Lo que sí creo innegable, es que uno de los grandes flagelos que sufrió este proceso fue la desinformación. Repito para quien no leyó con atención: NO es posible sostener que el resultado del plebiscito se debe a la desinformación. Lo que sí es posible sostener, es que estuvo presente durante todo el proceso y que esa presencia será siempre un problema para la democracia, jamás un aporte. Y también que, en tiempos de redes sociales y viralización, nunca será posible contenerla del todo. Al igual que con otros virus, la única respuesta posible es inmunizar a la población a sus efectos. Esa vacuna tiene un nombre: educación constituyente.
Lo que sí sabemos es que el estallido social de 2019 elevó el volumen al que esta pregunta se expresaba, y que lo hizo a un nivel que ya ningún sector político pudo ignorar.
La educación constituyente no tiene que ver con conocer las etapas de un proceso específico o los contenidos de tal o cual propuesta constitucional. Es, más bien, una educación que nos entrega lo que requerimos para constituirnos como comunidad política. Desde Fundación Momento Constituyente la definimos como aquella que es, a la vez, cívica, ciudadana y democrática.
Cívica, porque nos proporciona los conocimientos necesarios para comprender cómo funciona el sistema político, sus instituciones y mecanismos. Ciudadana, porque nos permite aprender las formas en que podemos hacernos parte de estos procesos, reconociendo que la participación activa de la ciudadanía debe estar al centro de sus medios y fines. Democrática, finalmente, porque nos entrega herramientas para dialogar y, sobre todo, para no ignorar el conflicto, sino que enfrentarlo y procesarlo. Tanto el gobierno de Bachelet como la Convención Constitucional intuyeron la importancia de esta educación y le dieron un lugar dentro de los procesos que lideraron, pero lamentablemente fue uno secundario, escasamente considerado y, por lo mismo, el rol de esta educación fue más testimonial que efectivo. Cualquier nuevo proceso constituyente que se abra ahora debe tomar muy en serio estas falencias. Una educación constituyente robusta nos permitirá siempre enfrentar de mejor manera el enorme desafío de responder a cómo queremos vivir juntos.
Estamos viviendo tiempos constituyentes. No es una opción, sino el momento histórico que nos toca habitar hoy. Y cuando se trata de constituirnos como comunidad política, no hay respuestas a priori correctas o incorrectas, solo decisiones. Hacernos de herramientas que nos permitan enfrentarlas de la mejor manera posible – como es el caso de la educación constituyente – no puede verse solo como una posibilidad. Debemos asumirlo como nuestra responsabilidad.