La pasión de la cantora María Angélica Reyes por el folclore nacional
Curicana de tomo y lomo, amante del folclore y “todo lo que eso significa”, María Angélica Reyes logró juntar a más de 180 mujeres en la Asociación Nacional Cultural de Cantoras de Chile. Desde ahí busca reivindicar la figura de cientos de compañeras que, al igual que ella, representan parte de los y las personajes populares que se encuentran desde Arica a Magallanes. Aquí la historia de cómo nace una cantora, en esta segunda entrega del especial dieciochero de The Clinic.
Por Eduardo Candia 17 de Septiembre de 2022Compartir
El calendario indicaba el 8 de diciembre de 2010. Aquel día, María Angélica Reyes despedía a su padre de esta vida, con la satisfacción de haberlo visto orgulloso de que su hija Kelita -como él la llamaba- fuera una cantora.
“Lo único que mi padre pedía en su lecho, enfermo, era que la Kelita estuviera cantándole el repertorio de él, porque yo siempre le escuché cantar -mira que paradoja- las canciones de su mamá. Mi abuela era la cantora Magdalena Vilches, pero él también se avergonzaba de su madre”, explica Reyes a The Clinic.
Probablemente, por la cabeza de María Angélica corrían los recuerdos de su adolescencia a principios de los años setenta, cuando su madre y su hermano mayor le entregaban la complicidad necesaria para poder escaparse de su casa en Curicó, desde una ventana. El objetivo: cantar y guitarrear.
“Mi papá nunca me dejó cantar: ‘¿Cómo vas andar por ahí? Exponiéndote a que cualquiera te pegue un agarrón, o que te pifie’. Nunca me dejó”, dice.
Hoy, esos recuerdos son lejanos. María Angélica se ha consolidado como folclorista nacional, preside y es fundadora de la Asociación Nacional Cultural de Cantoras de Chile, que tiene como objetivo reivindicar a las cantoras del territorio nacional y tener un catastro de la ubicación de ellas, para que puedan participar en eventos folclóricos a lo largo de todas las regiones de Chile.
Quiero ser cantora
María Angélica nació en 1957 y recuerda con precisión cómo aprendió a tocar guitarra. Tenía cinco años. “Ahí se cometió una injusticia enorme de mi padre, que en paz descanse. Yo era la otra mitad de mi papá, pero mira lo que es el machismo, como siempre”, reitera.
“Yo pedí una guitarra y mi hermano mayor pidió un caballo de regalo. Llegó el caballo y la guitarra para mi hermano mayor. Creo que fue la vez que más lloré. Lloré, lloré, lloré, lloré: ‘Lo que usted tiene que hacer es estudiar y ayudarle a su mamá’. Cagué po’, no me quedaba otra”, complementa.
A pesar de lo frustrante de la situación, no se rindió. Consiguió cancioneros, como las revistas “El Musiquero” y “Ritmos”, así aprendió sus primeros acordes, y mientras su hermano no estaba en casa, ingresaba a su pieza a escondidas para ocupar la guitarra que le regalaron a él.
“Podía estar toda una tarde tocando, venía mi hermano y terminaba la guitarra. Cuando mi hermano salía a jugar la pelota: guitarra, guitarra, guitarra. Yo no supe ni cuándo, ni cómo me estaba sonando la guitarra bien. Empecé yo misma a darle mi colorido en la voz. La petaquita, era la primera que aprendí”, recuerda para luego cantar parte de la tonada con origen en Chiloé y popularizada por Violeta Parra a nivel nacional.
“Lo único que mi padre pedía en su lecho, enfermo, era que la Kelita estuviera cantándole el repertorio de él, porque yo siempre le escuché cantar -mira que paradoja- las canciones de su mamá. Mi abuela era la cantora Magdalena Vilches, pero él también se avergonzaba de su madre”, explica Reyes a The Clinic.
El rasgueo era simple, así que no fue hasta los 10 años cuando pudo interpretar “El Solitario” -una de las canciones de su tío que perteneció a los “Huasos Arrieros”- que consideró que ya tocaba la guitarra. El ritmo era más complejo. “Me costó tanto aprenderme esa canción, no me sonaba la guitarra. No sabía qué tono, trataba de hacerlo en dos posturas nomás ¡No po’, tenía tres! ¡Puta que me costó! Dominando esa canción impresioné a mi papá en una reunión familiar. Era el número de fondo”, dice.
—Papá, yo quiero cantar, quiero que me escuches —le propuso a su padre.
—¿Qué va a tocar usted? No le vaya a quebrar la guitarra al otro —recuerda que le dijo.
—Por favor papá, yo te tengo un regalo —insistió.
—¡Ya! Cante nomás ¡Si qué va a saber hacer usted! —le respondió su papá.
Reyes cantó y tocó para su padre y así se enteraron en su hogar que sabía hacerlo. Lo lleva en la sangre. Desde pequeña que baila cueca y siempre vio a sus familiares en el campo en fiestas patrias, navideñas, de San Luis o San Juan.
Eso sí, su temprana edad era impedimento para asistir, así que se resignó durante años a observar a sus abuelos, tíos y tías, escondida -junto a otros menores de la familia- entre las zarzamoras y las cercas que delimitaban los terrenos que separaban a los niños de los adultos enfiestados. Pero las ansias por ser cantora siempre tuvieron una inspiración clara. “Yo soy cantora y respiro folclore por las venas, porque mi abuela fue cantora”, dice.
Ser Cantora
Durante su adolescencia, María Angélica Reyes tuvo contacto con varios conjuntos folclóricos. Recuerda el Tanumé de Curicó, en el que participó y se caracterizó por ser “de medio pelo” -en palabras de ella- un híbrido entre cueca de salón y campesina. Pero no fue hasta que entró al Conjunto de Proyección Folklórica del Magisterio de Curicó, “Aquelarre”, que encontró lo que realmente quería: recopilar. Relata a The Clinic, que viajó por distintos lugares buscando los repertorios de cantoras perdidas.
“Tú llegabas a los campos porque te decían que la señora Juanita, o la señora Casilda: ‘es una viejita que sabe mucho, cuenta mucho que su mamá era cantora’. Yo tenía que ir donde la señora Casilda y tenía que tener una capacidad de comunicación innata”, recuerda.
Una vez que María Angélica tenía la ubicación de una cantora, tomaba su guitarra, su bolso en el que guardaba harina tostada, azúcar, un jarro, una cuchara y pan, y partía al campo a buscar sus conocimientos.
“Yo decía: ¡Aló! Iba como de adelantada, dos o tres personas se quedaban más allá, porque a mí siendo más joven y siendo más dicharachera, la viejita me iba a salir a abrir”, recuerda.
— Señora, disculpe ¿Usted me podría dar un poquito de agua para hacerme una harina? Ando trayendo en el bolso y ando muy seca, me duele la garganta —preguntaba Reyes.
“Mi papá nunca me dejó cantar: ‘¿Cómo vas andar por ahí? Exponiéndote a que cualquiera te pegue un agarrón, o que te pifie’. Nunca me dejó”, dice.
— Espérese un poquito, pase a la sombra —le respondían, para luego traerle un jarro de agua con el que preparaba su harinado.
— ¡Qué ganas de comer mote! ¿Por aquí no habrá mote señora? —preguntaba para continuar la conversación.
—Yo hago mote po’, ahí hay trigo por si quiere hacer —le respondían si la suerte estaba de su lado.
—¿Sabe qué? ¿No tiene un carboncito prendido como para calentar este pan? —continuaba María Angélica.
—¿Por qué no pasa? Usted está ahí a todo el sol? —le ofrecían.
Pero propiciar la conversación no era la única táctica. “Me sentaba y empezaba a cantar canciones que yo sabía que ella sabía, y las empezaba a cantar mal”, detalla Reyes. Así, en cuestión de tiempo la cantora le comentaba que la canción no era del modo en el que la interpretaba, para que la corrigiera y le enseñara su repertorio.
En el mejor de los casos, las cantoras le permitían pasar a su casa, dejarse grabar al interpretar canciones e incluso le proponían pasar la noche junto a los amigos que la acompañaban y que se quedaban lejos, expectantes al cuidadoso trabajado de María Angélica para ganar la confianza de la cantora.
“Quedábamos de volver en una semana más. Cuando volvíamos le llevábamos harinita para hacer churrascas con ella, o le llevábamos un pedacito de carne, que allá era más escasa la carne que el pollo, porque el pollo era matar una gallina nomás. Así fue la vida de recopilación”, termina de explicar María Angélica Reyes.
Asociación Nacional Cultural de Cantoras de Chile
Lo primero que hace María Angélica al hablar con The Clinic, es contextualizar la historia de las cantoras. “Fue la cantora, la primera, la pionera en lo que es la música, el canto y la poesía. Y de pronto -por qué no decirlo, debido también al machismo- debió entregar su instrumento, sus conocimientos y sabiduría al hombre, a sus hijos, a su pareja y luego aparecieron todos los hombres, poetas campesinos, poetas populares, cantores con este repertorio entregado por la mujer. Te hablo de los siglos XVII, XVIII, todo lo recogido que llegó a Chile, lo recogió la cantora”.
Reyes explica que “existen tantos tipos de cantoras como cantoras hayan”: cantora campesina, la cantora de rodeo, la cantora docta de academia, la cantora urbana cantora de velorios, de angelito, cantora de casamiento, cantora de trilla. Todas igual de especiales y recogidas por la Asociación Nacional Cultural de Cantoras de Chile.
La agrupación fue fundada en 2020. La pandemia obligó a encerrarse a María Angélica en el campo de Teno, cerca de Curicó. Así que comenzó a transmitir por Facebook mientras cantaba y tocaba. Con el tiempo comenzaron a llegar más cantoras a sus lives.
“Las cantoras estamos en el tapete hoy día porque hemos invadido las redes sociales. Han descolgado y desempolvado la guitarra, se han revelado, por decirlo de alguna manera, ante sus compañeros que no querían que volvieran a cantar, y para ello tenían un círculo vicioso de bajarle la autoestima: ‘¿Cómo vas a cantar esas canciones? Son tan feas’ ‘¿Quién te va a aplaudir?’ ‘¿Quién te va a valorar? ‘Pero si esas canciones eran de antes’ ‘No cantes eso, cántate esta otra de los huasos no sé cuánto’. Te dirigían las parejas”, explica María Angélica.
Pero la perseverancia tiene frutos. “Fíjate que se ha ido acomodando la cosa, la cantora ha tenido un poquito de rebelión en positivo y sus parejas hoy día han asistido a los eventos donde ellas son aplaudidas y el discurso es: estamos reivindicando a la cantora, porque es sin duda un patrimonio vivo, inmaterial, que algún día vas a ser reconocido aquí en Chile”, agrega.
María Angélica comenta que, a pesar de ser la presidenta de la asociación, el trato es de igual a igual, y que la participación en los eventos que organizan o en los en que las contratan tiene un nivel de horizontalidad que se refleja en un sorteo que establece el orden de participación de las cantoras. En el grupo de WhatsApp tampoco se habla de política o religión. Es un espacio que cuidan. “Es un refugio y además es un bebé, que lo único que hay que hacer es hacerle cariño para que crezca sanito. Está caminando ya y le estamos enseñando toda la maldad”, comenta mientras ríe.
Así, María Angélica Reyes ha logrado reivindicar la figura de las cantoras de Chile, unificando el folclore que se perdía con el paso de los años. La pasión por la cueca es algo que sintió desde niña y la proyecta para toda su vida, incluso para su muerte.
“Cuando me muera quiero que se baile cueca, que se bailen todos los estilos de cueca, y que todos los estilos de cueca se aplaudan unos a otros, porque no concibo la crítica de un estilo de cueca con otro, no lo acepto. Hay tanto estilo de cueca como chilenos existan”, comenta. El ideal de una última morada para una folclorista, es que se baile cueca y que se cante toda la noche, tal como ella le cantó a su padre, cuando falleció.