Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Reportajes

4 de Marzo de 2023

Educar bajo amenaza rusa: la dura realidad de un colegio en Ucrania entre alarmas y búnkeres improvisados

El periodista Juan Vallejos escribe desde Kyiv sobre la realidad que vive el colegio Miguel de Cervantes, enfocado en enseñar español, pero que desde el inicio de la guerra entre Rusia y Ucrania ha debido convertirse en algo más que una escuela. "El Ministerio de Educación de Ucrania indica que mientras dure la alerta, las clases se detienen", dice uno de sus estudiantes.

Por Juan Vallejos Croquevielle

Miguel de Cervantes está ubicado a treinta minutos en auto del centro de Kyiv, Ucrania, al otro lado del río Dniéper en la calle Gagarin. Se conoce también como el Centro de Enseñanza 176, tiene 877 alumnos de entre seis hasta los 17 años y su enseñanza se enfoca en el idioma español.

El profesor de informática estuvo en el frente de batalla apoyando el arreglo de los autos blindados, exalumnos del establecimiento y algunos apoderados han muerto como también maridos de algunas docentes.

Desde hace un año el colegio es custodiado por un militar equipado de un rifle de asalto.

Las bodegas en donde guardaban las colchonetas para las clases de gimnasia fueron adaptadas como búnker para los estudiantes en el caso que se active la alarma de un posible bombardeo aéreo ruso. En la sala de profesores reemplazaron la alfombrilla para limpiar los zapatos por una bandera rusa y han tenido que cambiar sus actividades extracurriculares por colectas para los damnificados y los soldados. 

El edificio cuanta con cuatro pisos, un casino en donde los alumnos almuerzan y algunos desayunan, una sala de computación, una multicancha, algunos estacionamientos y un patio. A los costados de las escaleras aún se pueden ver letreros para los protocolos del COVID-19 que indicaban por cual subir y por cual bajar. Sin embargo, a pesar de que las medidas por la pandemia ya no están vigentes, dichas señaléticas las han mantenido pues han sido útiles en caso de evacuación. 

Sus clases de matemática, español, biología e historia las combinaban con festivales temáticos centrados en los países cuyas embajadas apadrinaron el establecimiento. Las embajadas de Argentina, España, México y el consulado boliviano han regalado libros, banderas y materiales para los estudiantes del colegio en Ucrania desde hace ya algunos años.

Al caminar por los pasillos se pueden ver las banderas de estos países, como también fotografías con paisajes de esos lugares e incluso es recurrente encontrarse con retratos de la Reina Letizia y el Rey Felipe. También algunas aulas llevan el nombre de Argentina o México en sus puertas. 

“No nos importa qué tipo de ayuda, pero la necesitamos”

Gran parte del funcionamiento de este colegio con enseñanza escolar completa depende del apoyo de estas embajadas y a pesar del inicio de la invasión rusa a Ucrania, eso no hay cambiado.

Excepto por Argentina. Desde que Putin anunció en febrero de 2022 su operación militar especial, su embajada cortó todo apoyo. 

–Lo único que recibimos fue una carta en la que nos decían que lamentaba lo que estaba sucediendo y que nos manifestaba su apoyo –aseguran las subdirectoras y profesoras Kateryna Riabchenko y Valentyna Pliienko– Ahora necesitamos mucha ayuda. No nos importa qué tipo de ayuda, pero la necesitamos. 

Las profesoras cuentan que hasta antes del inicio de la invasión tenían una excelente relación con la embajada argentina, pero ya iniciada la ofensiva de Putin, dicha relación se acabó. De hecho, después de la carta que recibieron, que según afirman las profesoras solo fue a nombre de la embajadora y no del gobierno argentino, nunca más tuvieron contacto.

Por otra parte, no tienen contacto con instituciones chilenas. Lo único que se puede ver de Chile es una pequeña fotografía de los moais de Isla de Pascua junto a una pequeña bandera chilena. 

–Nos encantaría contar con cosas de Chile –asegura Riabchenko– ¡Todo es bienvenido!

***

Ella junto a sus colegas han tenido que adaptarse al contexto en el que están viviendo. Cuentan que han tenido que trabajar más como sicólogas de sus estudiantes que como profesoras de idiomas. Cada mañana les preguntan si han comido bien, si han podido dormir o si tienen algún problema en el que ellas pudiesen ayudarlos. 

–En las primeras semanas de la guerra en Kyiv faltaba el pan –cuentan.  

Un día antes de la invasión a Ucrania, Riabchenko y Pliienko prepararon sus clases como cualquier otro día de trabajo. Era miércoles cuando comenzaron a notar en las noticias que algo podría pasar, pero que Rusia invadiera era una posibilidad que jamás creyeron posible. 

El día que se inició el bombardeo sobre la capital las clases continuaron, pero por Zoom. Las profesoras, con cierto tono de humor reconocen que gracias a la experiencia de las clases remotas debido al COVID, pudieron seguir enseñando a distancia. La amenaza ya no era un virus, sino que lo eran los misiles. 

–Durante mis clases mis alumnos me dijeron que con sus familias se habían marchado de Kyiv –cuenta Riabchenko– por lo que no podrían estar tampoco en las clases a distancia. Estaban viajando. 

Pliienko agrega además que las autoridades informaron que las clases se suspenderían a partir del lunes siguiente y para mantener cierta calma con sus alumnos les dijeron que tendrían unas semanas de vacaciones. 

Las clases las retomaron de manera telemática recién a fines de marzo. Sin embargo, durante esas llamadas vacaciones mantuvieron el contacto con alumnos. Les escribían todos los días para saber cómo estaban, en dónde estaban y si se encontraban bien. Su objetivo era crear un ambiente de calma y confianza. Sabían que los apoderados ya les habían contado lo que ocurría y sentían que su educación tenía que ser para ellos un espacio de tranquilidad en medio la guerra.

Las clases presenciales fueron retomadas recién en septiembre y ya a un año de la invasión rusa a Ucrania, las profesoras reconocen que las relaciones con los alumnos han mejorado profundamente. 

Vivir en una guerra a los quince

A pesar de ser horario de clases, las aulas están vacías y en los pasillos solo se ven a algunos profesores deambulando y al militar que custodia el lugar con su rifle de. Esa mañana, como tantas otras, sonó la alerta de bombardeo y los alumnos tuvieron que ser ingresados en las bodegas que adaptaron como búnker para protegerlos en el caso que Rusia intercepte el establecimiento. 

Mientras están ahí las clases no continúan. Los alumnos conversan, juegan o chatean en sus celulares. Esta situación se ha vuelta una costumbre a tal punto que los estudiantes llevan sus propios juegos de mesa o de cartas y, por su parte, el colegio instaló wifi en los búnkeres para que se pudieran entretener también viendo series, películas o chatear. 

–El protocolo del Ministerio de Educación de Ucrania indica que mientras dure la alerta, las clases se detienen –cuenta Riabchenko– No suceden todos los días, pero a veces son de cuatro horas. 

Al acabar la alarma las clases se retoman con normalidad y cuatro alumnos se toman un tiempo de su descanso para poder contar su visión de lo que ocurre en su cuidad y su país.

Tienen quince años y son los mejores de su clase de español. Vlad dice que se ha acostumbrado a las alertas en Ucrania y que se siente tranquilo en el colegio. Pero Anastasia reconoce que los primeros días fueron los más difíciles. 

–Nadie está seguro –afirma– Nadie sabe qué va a pasar después, pero ahora tenemos los mecanismos a seguir para no entrar en pánico. 

Su adolescencia cambió de un miércoles a jueves de 2022. Katya siente que esto le ha dado la posibilidad de ver la vida de otra forma. Que los problemas que tenía antes la verdad no eran problemas y que ha aprendido a valorar lo que tiene.

–Valoro más a mi familia, a mis amigos y la vida –dice Katya– somo parte de un pueblo muy valiente. 

***

Usan Instagram y al igual que muchas personas pasan horas frente a la pantalla de su celular viendo videos de Tiktok. Desde que se inició la invasión siguen subiendo a su feed lo que subían hasta antes de que Vladimir Putin iniciara su operación militar especial que ya lleva más de un año. Evitan subir cosas de la guerra, dicen que es suficiente con vivirla, pero usan el chat de Instagram para compartirse videos sobre los ataques y de los momentos en que los dispositivos antiaéreos destruyen un misil ruso. 

Tratan de abstraerse del contexto bélico escuchando música. Sus preferencias son variadas y al igual que muchos ucranianos, acostumbran a escuchar versiones en su idioma de hits internacionales. 

–No podemos pensar siempre sobre la guerra –dice Anastasia– vemos series en Netflix y jugamos videojuegos. 

–Cuando estamos en el bunker el internet a veces es un problema –agrega Vlad.

Desde que tienen 14 años estos jóvenes viven bajo la amenaza constante de que Rusia realicé algo sobre su ciudad. Sin embargo, la Guerra del Donbás comenzó en 2014. Desde que tienen cinco años han vivido en un contexto de enfrentamiento armado con su país vecino. Casi no tienen recuerdos de una Ucrania sin enfrentamientos, pero confían en el triunfo de su país. 

Anastasia cree que la guerra podría durar dos años más, pero sus compañeros dicen que sería menos. Vlad dice que los ucranianos son irrompibles y define a los rusos como unas personas horribles y tontas. Incluso Anastasia reconoce que no puede ver la cara un ruso y menos escucharlos.  Por otra parte, su opinión sobre Volodymyr Zelenski es todo lo contrario. Encuentran que es lo máximo. Se declaran sus fans y sonríen con ganas apenas escuchan su nombre. 

–¡Amo a Zelensky, es mi amor! –dice Anastasia poniendo sus manos en su pecho como si intentara sujetar su corazón.

Notas relacionadas

Deja tu comentario