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Reportajes

24 de Junio de 2023

Salir del clóset todos los días: la barrera social que las personas LGBT+ pueden enfrentar toda la vida

Fotos: Gonzalo Ríos

Se dice que "salir del clóset" es algo que una persona LGBT+ hace solo una vez en la vida. Pero no es así. Cada vez que se cambian de trabajo, que conocen a una persona, que viajan en un Uber, que conversan con una persona nueva, surge el momento en que deben decidir contar o no que son gays, lesbianas o bisexuales. Por tanto, salir del clóset puede convertirse en algo que puede durar toda la vida. Y aparece el temor a recibir hostilidad. En este reportaje, personas LGBT+ cuentan sus historias del día a día, de la carga que implica "salir del clóset" una y otra vez y de momentos discriminatorios que han tenido que enfrentar.

Por Paula Domínguez Sarno

Juan Andrés Sepúlveda (37) pensó que a los 18 años, cuando salió del clóset ante sus papás, hermanos y amigos, sería el único momento de su vida donde tendría que contarlo y responder a preguntas relativas al tema.

Se equivocó.

“El primer año hice bachillerato en la universidad y le conté que era gay a algunos compañeros. Luego, entré a Derecho y tuve que volver a contarlo”, recuerda. Luego, dice que le pasó lo mismo en el gimnasio donde se inscribió, cuando su personal trainer le preguntó si tenía polola. También cuando se fue de vacaciones y conoció a un grupo de personas. “Me di cuenta que ante cada nueva persona que conocía debía salir del clóset otra vez, lo que me generaba un poco de incomodidad, de ese silencio que se provoca algunas veces, del miedo o la realidad de ser discriminado”, señala.

Aunque hoy está en los treinta y tantos y todo su círculo sabe de que es gay, dice que el salir del clóset casi todos los días sigue siendo una constante. “Me subo a un Uber y el conductor me habla de su vida y me pregunta si tengo novia o hijos; me cambio de trabajo y una de las cosas que pienso es que deberé volver a contarles a todos. No es que sea un agobio, pero sí es una incomodidad, porque los heterosexuales no deben andar contándolo. El problema está en que la gente asume que todo el mundo es hetero”, señala.

Esta barrera social que deben enfrentar las personas LGBT+, de tener que salir del clóset a diario y ser consciente de los prejuicios implícitos o explícitos dejan a una carga mental conocida como “estrés de las minorías”. Este tipo de estrés, causado básicamente por la discriminación, puede llegar a tener repercusiones a largo plazo en el bienestar mental, incluido un mayor riesgo de depresión en comparación con las personas heterosexuales.

Un 89,3% de las personas LGBT+ ha vivido al menos una experiencia de discriminación en su vida, de acuerdo a un estudio de la Subsecretaría de Prevención del Delito.

Corría la década de 2000 y en el call center donde trabajaba -recuerda Alexis Briceño- no tenía espacios para socializar, por lo que una vez hicieron una pequeña mesa de conversación para conocerse en la oficina. “Había un muchacho que era abiertamente gay, pero no fue ese día a esa reunión”, cuenta Briceño. Algunas compañeras de oficina comenzaron a hablar de la orientación sexual de el ausente y una de ellas dijo: “No tengo ningún problema con los gays, pero no se los presento a mis hijos. Porque nunca se sabe”.

“Yo dije: ‘¿Qué es esto?’ ¿O sea que porque eres gay eres un pedófilo? ¡Qué ridículo!”, recuerda Briceño. En ese trabajo, reconoce, nunca se sintió con la confianza de mostrar abiertamente su orientación sexual.

Juan Cristóbal Concha, psicólogo especialista en diversidad sexual y fundador de Pride Me, afirma que estas situaciones son bastante comunes. “A nivel consciente puedo saber que ser LGBTIQ+ está bien, pero no sentirlo verdaderamente. Empieza a haber una disonancia entre el saber y el sentir”, explica. Por otro lado, al ser heterosexual en nuestra sociedad, también hay resistencia a la diversidad: “Hay muchas personas que escapan de esa resistencia, que no saben manejar esa incomodidad, que no son capaces de empatizar”.

Alexis Briceño (44) llegó a Chile –desde Venezuela– en 2003, luego de que Juan, su pareja, recibiera una oferta para realizar sus estudios de posgrado en Matemáticas en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile.

Al relacionarse con los compañeros de trabajo, es difícil dejar la vida privada de lado, los motivos de conversación son los panoramas, familias y parejas, cuenta Alexis, lo que lleva a “salir del clóset” en la oficina. “Cuando tú no comentas quién eres, no tienes mucho con quién hablar. ¿Qué les vas a decir?”, apunta. “Tendría que inventar algo paralelo”, añade. A su modo de ver, las opciones son dos: “Te deshumanizas (y no socializas) o inventas una polola imaginaria para poderlo hablar más natural”.

En esa época, Alexis optó por no socializar y no salir del clóset con ellos. Pero, al mismo tiempo, no le costó que sus vecinos, poco a poco, supieran que él y Juan eran pareja.

Constanza Arqueros (26) trabaja en una start-up y cuando llegó por primera vez a la oficina –justo en el Mes del Orgullo– sus compañeros discutían y se cuestionaban por qué la población LGBTIQ+ le daba tanta importancia a sentirse “orgullosos”. “Ahí no me sentí cómoda y dije: ‘Ojo, yo no soy hetero’. Así que, hay ciertas cosas que están diciendo que me duele escuchar”, cuenta. Ella es bisexual y pololea hace tres años con un hombre, con quien tiene una relación abierta. “Salí del clóset en mi trabajo a la primera semana”.

Magdalena López (37) es directora de Operaciones de Fundación Mapocho, Fernanda Lobos (31) es ingeniera civil informática y trabaja en Mercado Libre, y ambas son pareja. Fernanda terminó hace un año su última relación con un hombre. Cuenta que desde que está con Magdalena está “saliendo del clóset”.

Si bien han transitado por la hetero y bisexualidad, cuentan que se sienten cada día “más lesbianas”. Sin embargo, dicen que prefieren no etiquetarse, ya que este tipo de encasillamiento “puede generar expectativas” y, por lo tanto, conflictos futuros sobre lo que “debe o no debe hacer una mujer lesbiana”. “Por ejemplo, soy vegana y esa es una etiqueta súper compleja”, cuenta Magdalena. “Después tienes una mochila de cuero y es como: ‘Ah, pero ¿no eras vegana?’”.

A veces, Fernanda no sabe si decir “pareja” o “polola” cuando se refiere a Magdalena. “Para ver si me quiero dar el tiempo de reaccionar a la reacción de la otra persona con la que estoy hablando”, explica Lobos. “A veces (por la reacción), no quiero desviar la conversación que estamos teniendo”, reconoce sobre ese momento en que duda de si salir del clóset con otra persona a la que conoce poco y nada.

Unos minutos antes de dar esta entrevista, Magdalena estaba en reunión por videollamada en su trabajo. Fueron con Fernanda a la comuna de Navidad, por el feriado, y el fin de semana arrendaron un Airbnb y su imagen de fondo delataba que no estaba en su casa. Cuando una de las personas de la reunión le preguntó dónde estaba, respondió: “Ah, sí, es que con mi polola nos vinimos a hacer teletrabajo”. Se tomaron un segundo de silencio para procesar que habló en femenino, pero Magdalena admite que no tiene cómo saber qué es lo que piensa la gente con estas “mini salidas de clóset” que debe sobrellevar continuamente.

“Estamos en el mes del orgullo y para mí es un orgullo gigante. Amo a la Fer y amo todas las cosas que hacemos y las quiero contar con orgullo, pero de repente igual hay que evaluar si realmente es el momento para dar una información como esa o es más fácil decir: ‘Ando fuera de Santiago con mi pareja’”, agrega.

Otras veces, “estas pequeñas salidas del clóset” no ocurren de forma voluntaria.

Alexis y Juan, por ejemplo, hicieron una ceremonia por su Acuerdo de Unión Civil en 2015 e invitaron a sus amigos más cercanos. A la semana siguiente, Alexis llegó al edificio donde trabajaba y se encontró con una compañera de oficina, quien lo saludó entusiasta. “¡Supe que te casaste!”, le dijo ella mientras subían al ascensor lleno de personas que ninguno de los dos conocía. “¡Y con un hombre!”, agregó.

Recuerda que se sintió incómodo, aunque ahora le da risa. “Si ella me quería felicitar, ¿cuál era la razón de mencionar delante de todo el mundo que era con un hombre?”.

La dependencia económica y las distintas estrategias

Alfonso Garcés considera que este tipo de circunstancias a las que se ven enfrentadas la mayoría de las personas LGBTIQ+ son “inercias culturales”. “Tener que lidiar con eso es una lata”, comenta. Pero sí considera que, realmente, él salió del clóset una gran vez y que eso marcó la diferencia.

Él es geólogo y tiene largas jornadas de trabajo en el norte del país. “Por ejemplo, cuando voy a las faenas mineras, que son ambientes súper machistas y de muchos hombres, he preferido no ir con las uñas pintadas”, comenta. En seguida, aclara que no cree que pintarse las uñas sea, exclusivamente, de homosexuales, pero la gente tiende a pensar eso. ”Es por una cosa estratégica, para evitarme momentos, miradas o desgaste emocional”, define.

Por otro lado, trabajando en pensiones y ahorro voluntario, Alexis Briceño siempre cumplía las metas de ventas, por lo que asesoraba a clientes de grandes patrimonios. Un día, fueron con su jefa a ver a uno de ellos: en el edificio, un ascensor privado los llevaba hasta su oficina, la cual estaba detrás de varias puertas con clave. El hombre tenía en su escritorio fotos de sus hijos y nietos y hablaba de ellos con orgullo. Todo iba bien, hasta que comenzó a dirigirle algunas preguntas a Briceño:

–Estás casado–, preguntó.

–Sí–, respondió Alexis.

–¿Cómo se llama ella?–, siguió.

–Él se llama Juan–, respondió.

“La conversación cambió completamente”, recuerda. A los pocos minutos se fueron y cuando Alexis intentó contactarlo por los negocios, por la asesoría que le estaba haciendo, el hombre nunca le volvió a contestar el teléfono.

Para Alexis existían dos opciones: “Invalidarme como persona o hacer lo que hice”. No se arrepiente, pero admite que que optó por “salir del clóset” en ese minuto porque podía. “Además, tuve la suerte de haber tenido el apoyo también de mi jefa. Al salir (de la reunión) ella me felicitó”, cuenta.

Todo el tiempo y en todas partes

Con Leo, su pareja, Alfonso Garcés no tiene problema con darse demostraciones de afecto en público: en la calle, en la plaza, donde vayan. Cuenta que, desde que salió del clóset a los 22 años, por primera vez, el peso que salió de sus hombros fue mucho, por lo que no teme en que el mundo se siga enterando en cada uno de estos gestos.

A pesar de que decidió no “salir del clóset” con su padre, ahora viven juntos y sus círculos saben que son pareja. Se van juntos de vacaciones y comparten sus fotografías en redes sociales.

Magdalena cree que, si bien hay salidas del clóset muy importantes, como contarle a la familia, amigos más cercanos y compañeros de trabajo la orientación sexual, esta no es la única. “Decirle a la Fer ‘linda, mi amor’ en el Metro, sabiendo que está lleno y que todo el mundo está escuchando la conversación”, explica. “Esa es una salida del clóset también”.

“Una está como todo el rato…”, dice Magdalena. “Alerta”, complementa Fernanda. Esto, según Matías Trujillo, sociólogo y director ejecutivo de la Fundación Todo Mejora, se llama “estridez permanente”, que es cuando los miedos, inseguridades e híper alertas son constantes.

“Al final, siento que la mayoría de las veces resulta semi-normal, pero el tema es que siempre hay una incertidumbre. Y esa inquietud te aprieta un poco la guata todo el tiempo”, dice Magdalena.

En ocasiones, sin ser necesariamente malo, Magdalena y Fernanda se sitúan en una fiesta o junta en la que son minoría. “No es discriminación, pero sí hay como una atención”, cuenta Magdalena. “Nos damos un beso e, incluso, hay gente que se enternece, pero pone atención, ¿cachái? Lo que es importante para mí es que, cuando lo digo, lo hago con amor y con orgullo”.

Asumir que alguien es heterosexual no es algo que ocurra solo entre heteros, afirma Constanza Arqueros. La semana pasada fue a bailar a una disco “LBGT friendly” y una de las chicas lesbianas le dijo a su amigo que quería bailar con ella porque le gustaba bailar con “las hetero”. “Y fue como: ‘¿Qué te pasa? ¿Por qué estás asumiendo que soy hetero?’”, cuenta.

“Una persona hetero no va con un cartel en la frente diciendo: ‘Soy hetero’”, define Arqueros.

“Todos asumimos que ser heterosexual es lo normal, por eso existe el clóset”

Hace un año, Magdalena estaba en el cumpleaños de los padres de una amiga, en una fiesta de no más de 12 personas. Ella, junto a un amigo, eran los más jóvenes, y los demás empezaron a hablar sobre la teoría de género y las disidencias sexuales. “De forma súper despectiva”, cuenta Magdalena López.

De pronto, uno de los hombres dijo: “Claro, imagínate un cabro llega y dice: ‘Ay, quiero ser un mantel’”. Porque un mantel fue lo primero que vio, recuerda Magdalena con incomodidad. “Ese fue un momento en el que, en verdad, decidí no salir del clóset”, cuenta. “Me dieron ganas de decirles: ‘Oigan, acá hay un mantel presente y ustedes no tienen idea’”.

“Hay conversaciones que no valen la pena levantar”, explica Matías Trujillo. ”La integridad de una persona es primero. No se puede estar poniendo el cuerpo y la existencia misma como un cuerpo de batalla permanente”. Asegura que esto ocasiona un desgaste, irritación, cansancio y frustración.

El componente común entre la historia de Magdalena y de Alexis en el call center es que su entorno no sabía cómo era la composición de con quienes se comunicaba. Y esta era diversa. “Nosotras somos lesbianas, pero siempre puede haber alguien con enfermedades de salud mental, puede tener conflictos asociados al maltrato o ser portadores de VIH (…)”, reflexiona Magdalena.

“El asumir que todo el mundo es heterosexual hasta que se demuestre lo contrario, genera la idea de que lo heterosexual es lo normal y, por lo tanto, las personas LGBTIQ+ tienen que estar saliendo del clóset”, dice el psicólogo Juan Cristóbal Concha. “Producto de que todos asumimos que ser heterosexual es lo normal, existe el clóset”, añade.

Desde chica, Constanza Arqueros supo que le gustaban los hombres y las mujeres y recuerda innumerables veces y contextos en los que tuvo que “salir del clóset”: primero con su familia, luego en las calles y plazas. Por situaciones de acoso y discriminación, evitó durante mucho tiempo las demostraciones de cariño en público cuando su pareja era una mujer.

También recuerda cuando salió del clóset con su actual pololo. “Lo primero que le dije fue que a mí me gustaban las mujeres”, cuenta. “A él lo amo, vivimos juntos y somos muy felices; pero él sabe que no es mujer y que a mí me gustan las mujeres y que nunca voy a encontrar ciertas cosas que sí encuentro en las mujeres, con él”.

Fernanda Lobos ha decidido no “salir del clóset” con toda su familia. “De hecho, pensé en que esto iba a salir publicado y que primas, primos, tías y tíos, que aún no saben, van a verlo. Y yo, feliz”, agrega entre risas. “La verdad es que siento mucho orgullo. Estoy viviendo la mejor época de mi vida”.

Actualmente, Alexis y Juan viven en Países Bajos y la realidad es muy distinta. “No es que me haya sentido inseguro en Chile, pero aquí me siento mucho más seguro”, cuenta Alexis Briceño. “Acá, ser gay no es tema”, cierra.

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