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1 de Julio de 2023

ADELANTO. “La Constitución del Golf”: El libro de Elizabeth Subercaseaux que ironiza sobre grupo de políticos escribiendo una nueva Constitución

Elizabeth Subercaseaux regresa con un libro donde la clase política se verá reflejada en su historia cuando se reúnan Pito Balmaceda y Alberto Larraín Errázuriz, en el sector oriente de la capital, para elaborar una nueva Carta Magna para Chile. Acá puedes leer el primer capítulo, "Consejeros constitucionales", del libro "La Constitución del Golf", publicado por editorial Catalonia.

Por Elizabeth Subercaseaux

Capítulo 1: Consejeros constitucionales

 Iban a ser las once de la mañana cuando Alberto bajó la escalera del Club de Golf sintiéndose más viejo y más cansado que la última vez que estuvo allí. Y eso que no había pasado un mes. Es que no era para menos. En un mes su vida se había torcido y a estas alturas no tenía idea si para bien o para mal. Él nunca se había metido en política, no era su cosa, pero la Carmen Gloria le embolinó la perdiz, como se dice, y él, que andaba enamorisqueado de ella (le recordaba a la Pila) y no quería seguir solo, la escuchó con mucha atención y finalmente le hizo caso. Hay que decir que la Carmen Gloria era una embaucadora profesional, sabía cómo engatusarlo; que su criterio era de oro, le dijo, que tenía los mejores valores del mundo, que era ponderado y justo y por último estaba el deber de devolverle a la sociedad lo que la sociedad le había dado. Alberto Larraín Errázuriz, mírame a los ojos, y él la miró; mano en el corazón, siguió ella: ¿es mucho pedirte que te presentes como candidato a representante del Consejo Constitucional?

 Alberto lo habló con Pito Balmaceda y grande fue su sorpresa cuando Pito le dijo que él también pensaba presentarse. –Mira huevón, la izquierda se farreó la nueva Constitución. Si la tía Pikachú llegaba a la Asamblea disfrazada, la machi Francisca dictaba normas separatistas en mapudungún, otro constituyente votaba desde la ducha y una manga de vociferantes inventaba reglas encaminadas a volarnos la raja, como decían con toda desfachatez, lo menos que podemos hacer nosotros, desde la derecha, es ponernos serios con este asunto, hacer una buena Constitución para Chile. Lo siento como un deber, huevón. Tú deberías hacer lo mismo. La Carmen Gloria tiene toda la razón.

La cosa es que fueron en la lista Chile Seguro, uno por la UDI y otro por Renovación Nacional, y salieron elegidos los dos. Pero ni Pito, ni la Carmen Gloria (mucho menos él) se figuraron que la centro derecha iba a sufrir la derrota que les infligió el innombrable –como lo llamaba la Carmen Gloria–, y que de ahora en adelante denominarían con la letra K. El triunfo de los republicanos era contundente. Había que reconocerlo y hacer las lecturas apropiadas.

La última semana fue una locura. Cuatro, cinco, hasta seis reuniones diarias. Y ver a los presidentes de partido, atónitos, sin saber para dónde cortar, era bastante patético, para qué estarnos con cuentos. Macaya, Monckeberg, la Gloria Hutt, Undurraga. ¿Qué iban a hacer con K.? ¿Cómo diablos había pasado esto? ¿De dónde cresta habían salido esos votos? ¿Cómo iban a presentarse como una derecha dispuesta a pactar con K.? ¿No era un retroceso? ¿No era lo mismo pactar con K. que resucitar a Diego Portales? ¿No queríamos sacarnos la mochila de Pinochet? Escuchen, tenemos que ponernos de acuerdo. Fijar nuestra postura. ¿De dónde somos nosotros? ¿Vamos a perder nuestra identidad y diluirnos en una fuerza extremista que ha obtenido un triunfo transitorio? ¿Somos del ultra conservadurismo cultural o de una ventana al progreso? ¿Y el ultra liberalismo económico? ¿Lo seguimos abrazando o no? ¿Y qué vamos a hacer con el entuerto de si Chile es un Estado social de derecho o un Estado subsidiario? ¿Ah? ¿Vamos a tirar a la basura el modelo que nos hizo crecer y sacó a Chile de la miseria? ¿Somos Jaime Guzmán o una melcocha entre dos derechas que ni nosotros sabemos cómo definir? ¿Somos o no somos del centro? Se ahogaban en preguntas.

    –Estamos en una situación imposible –decía Alberto–. Muy muy difícil. No sé cómo vamos a salvar el honor. Por lo menos el honor. Y a Evópoli, claro.

    –Es que mira lo que nos pasó, huevón. Estábamos felices con el triunfo del Rechazo, subidos por el chorro a todo dar, éramos los salvadores de la institucionalidad, había primado el sentido común, íbamos a redactar una Constitución a la pinta, justa, con los cambios pertinentes, si hasta habíamos acordado terminar con la subsidiaridad, apaciguar el modelo. Chile sería un Estado social de derecho, huevón, pero como Dios manda, no como manda Atria, y entonces viene la elección de consejeros y resulta que los que ganan la mayoría, los que tienen derecho a veto, los que pueden llegar y decir ¿saben qué más?, no hacemos ni una Constitución y nos quedamos con la del Tata, son los que nunca han querido enterrar la de Pinocho, ni cambiar nada, ni progresar para ninguna parte, huevón. Chao derecha progresista. Chao derecha que está por el cambio. Chao paridad. Chao al matrimonio igualitario. Chao al aborto de tres causales. Chao derecha de un Macaya que tiene tanto que ver con el autoritarismo de Jaime Guzmán como tú con Mao Tse Tung. Bienvenido al mundo donde los gay vuelven al closet, las mujeres a cuidar a los niños, se reza el rosario al caer la tarde y si a una cabra chica la viola un tío tiene que tener la guagua y sanseacabó.

*

Alberto y Pito asistieron juntos a todas las reuniones. Unas veces en la sede de Renovación Nacional, otras en la de la UDI y hasta hubo dos en la casa de un evópoli.

Fundamentalmente se hablaba de cómo proseguir, cómo organizarse, dónde juntarse. La idea era armar equipos pequeños, ocho o nueve consejeros por equipo y cada equipo se reuniría a debatir lo que ya estaba hecho porque a fin de cuentas la Constitución estaba casi lista, no había más que darle contenido a los bordes, cosa que ya habían hecho los expertos, afinar algunas cosas. En el fondo lo que les tocaba a los consejeros era estar de acuerdo con el texto que les entregaran o no, hacer una que otra sugerencia, o no, y fundamentalmente ver la reacción de quienes tenían veto, los republicanos. Por ahora no se sabía porque estaban mudos. Los pesimistas decían estos gallos van a vetar lo que no les guste porque lo que quieren es quedarse con la Constitución de Pinochet; los optimistas decían estos gallos van a ceder en todo y llegar a acuerdo porque lo que quieren es llegar a La Moneda.

Pito propuso reunirse no solamente entre ellos, la centro derecha y obviamente la de K., sino armar la comisión con gente de la centro izquierda, del Partido Comunista, del Frente Amplio y hasta Jadue si era necesario; no iban a cometer los errores de la Convención, la política de las cancelaciones debía ser cancelada. Hubo aplausos cuando lo dijo. Pero si iban a juntarse con gente de la izquierda era importante hacerlo discretamente y no en las sedes de los partidos, había que hacerlo lejos de los periodistas, lejos de las cámaras de televisión, tampoco en una casa porque era una joda para la señora, los niños y toda esa vaina y fue entonces cuando Alberto propuso que el grupo de ellos se juntara en el Club de Golf.

Cayó un silencio.

    –¿El Club de Golf? –preguntó Juan Luis Ugarte, consejero de Renovación, mirando la hora en su reloj naranja.

   –A mí no me parece una mala idea –dijo alguien que estaba cerca de la puerta de entrada a la sala.

Los diez pares de ojos se posaron en Tacho Huidobro que acababa de entrar. –Yo soy muy amigo del presidente del Golf y me ofrezco para hablar con él, y bueno, Alberto Larraín es aún más cercano que yo, el presidente del Club de Golf es el papá de la Pila, su primera mujer, ¿no es así, Alberto?

    –Sí, yo tengo una buena relación con mi ex suegro y si ustedes están de acuerdo puedo hablar con él, pero ¿qué es lo que tengo que pedirle, exactamente?

Lo que tenía que pedirle, le dijeron después de una buena discusión porque no todos estaban de acuerdo en que el Club de Golf fuera un lugar indicado para una reunión de esa especie, era el club, vale decir, había que pedirle que les facilitara el recinto del Club de Golf una tarde a la semana y esa tarde podía ser el lunes puesto que era el día en que el club estaba cerrado. Y debían ser tres meses, lo que quedaba de mayo, junio, julio y parte de agosto. Doce reuniones. Una para cada borde.

Finalmente se pusieron de acuerdo. Pensándolo bien no era una mala idea. El Club de Golf era un lugar tranquilo, agradable, estaba bien ubicado, tenía buen estacionamiento y si la reunión se prolongaba podían quedarse a comer y alguien dijo que el fricasé del Golf era increíble.

 Y así llegamos al sábado 13 de mayo.

Alberto acordó encontrarse en el Club de Golf con el papá de la Pila, su ex suegro, don Luis Felipe Yrarrázaval. Habían hablado largamente por teléfono y don Feli, que así lo llamaba medio mundo, fue cordial y se mostró abierto a ayudarlos. Él podría prestar el Club los días lunes en la tarde, digamos de seis a nueve, tenía que consultarlo con el directorio, obviamente, pero en principio no veía problemas. –Lo que sí me gustaría es reunirme contigo cuanto antes, Alberto, para discutir los detalles. Yo voy a citar ahora mismo a una reunión de directorio, me imagino que tienen bastante prisa para resolver una montaña de cuestiones en tan poco tiempo. Yo estoy instalado en Zapallar, lleno de maestros, haciendo unos arreglos en la casa, pero puedo pegarme un pique a Santiago el viernes en la tarde para volver el sábado. ¿Qué tal si nos juntamos en el Club el sábado en la mañana, antes que empiece a llegar la gente?

*

El lugar estaba silencioso y tranquilo. Había poca gente en la terraza, no más de dos o tres mesas ocupadas y todas cerca de la bajada a la piscina. Luchito lo saludó con la cortesía de siempre.

   –¡Qué gusto verlo don Alberto! Hacía tiempo que no lo teníamos por aquí.

     Don Feli lo esperaba en una de las primeras mesas, junto al ventanal y al verlo se levantó para saludarlo.

   –¡Cómo te va! No sabes el gusto que me da verte, Alberto. Tú sabes que siempre te he querido como a un hijo y debo decirte que me siento honrado de poder ayudarte en la empresa política en que te has metido. Me siento muy orgulloso de ti. ¡Se necesita una buena Constitución, muchacho!

Alto y distinguido, con la chaqueta de tweed con parche de cuero en las mangas, camisa de seda celeste, una corbata discreta, los modales suaves, la delicadeza que siempre lo había caracterizado, don Feli era un modelo de caballerosidad. Al darle la mano, Alberto sintió una leve nostalgia de sus tiempos con la Pila, cuando almorzaban en la casa de don Feli los domingos y don Feli les contaba de sus andanzas con el duque de Edimburgo en Inglaterra. Don Feli había sido embajador y polero y aunque Alberto nunca supo si era cierto o no que el duque jugó polo con don Feli, era una delicia escucharlo describir la escena de cuando Dunfermline tiró al duque al suelo y tuvieron que llevárselo de la cancha en helicóptero.

    –Pero al caballo, no al duque –terminaba don Feli la historia, muerto de la risa– porque la reina tenía dicho que si algo le pasaba a su caballo, quien fuera responsable se arrepentiría por el resto de su vida.

   –Gracias don Feli, para mí también es un gusto enorme verlo –dijo Alberto.

    –Bueno, pidamos algo y vamos al grano. Te tengo una buena noticia. El directorio estuvo de acuerdo. Vamos a prestarles el club para doce reuniones, los días lunes a partir de pasado mañana. Entonces, partamos por lo primero. ¿Cuántas personas serán? ¿Cuántas horas por reunión? ¿Estamos hablando de comer en el club?

Hablaron un par de horas. ¡Era tan fácil ponerse de acuerdo con don Feli! Efectivamente, la primera reunión quedó fijada para el lunes. Alberto calculaba que no serían más de tres horas por reunión. Partirían a las seis de la tarde y si la cosa se prolongaba era probable que comieran en el club.

Poco antes de la una se despidieron, esta vez con un abrazo. Don Feli partió de vuelta a Zapallar y Alberto a la sede de la UDI donde lo esperaban para saber los resultados de esta reunión.

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