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Entrevistas

2 de Julio de 2023

Daniel Mansuy: “El presidente Allende no quiso empujar un enfrentamiento entre chilenos”

Fotos: Felipe Figueroa

En 360 páginas de su libro “Salvador Allende, La Izquierda Chilena y la Unidad Popular” (Penguin Random House), el académico y columnista Daniel Mansuy profundiza en el quiebre político que llevó al Golpe y la dictadura cívico-militar. No es una historia sobre la derecha, explica, sino un intento de entender al hombre y sus circunstancias. Su esfuerzo, intensamente documentado y muy bien escrito, busca sobre todo entender: “Yo quería saber quién era esta persona que decidió suicidarse en La Moneda, porque con eso marcó las vidas de todos”.

Por Jimena Villegas

-En términos personales, Daniel, ¿cómo le cae a usted Salvador Allende?

No me cae mal. Un hombre que ha sido simpático, bueno para tomarse un trago con él y conversar. Un hombre súper seductor en el buen sentido, súper vividor. Eso no quita mis diferencias con él, y mis críticas están en el libro. Pero no le tengo ninguna antipatía. Por el contrario.

****
Afuera, en los faldeos cordilleranos de la capital de Chile, en una zona que es conocida popularmente como de “la Cota 1.000”, llueve a cántaros. Adentro, arropado en la tibieza y el silencio de su pequeña oficina de académico, Daniel Mansuy Huerta, nacido en Valparaíso el año 1978, reflexiona sobre el Presidente de la República que llegó a La Moneda aupado por la Unidad Popular (UP) y que salió de la casa de gobierno, muerto y envuelto en una manta de colores, el 11 de septiembre de 1973, en medio del Golpe de Estado.

Han pasado ya casi 50 años de ese hecho y -como millones de chilenos- Mansuy aún se pregunta qué pasó, por qué seguimos atados emocional y políticamente a ese quiebre institucional y humano.

-¿Puedo plantearle como respuesta posible que es demasiado doloroso y traumático para olvidarlo?

-Es posible, sí. Pero si tú te fijas, y no quiero minimizar en nada lo que pasó, porque mi libro no hace en ningún caso una justificación de nada, en la Guerra Civil de 1891 hubo atrocidades tremendas. Charquearon en pedacitos, y a los dos o tres años todo quedó olvidado y cerrado. Probablemente pasó que ahí había dos bandos en disputa y los dos bandos se portaron muy mal y, por tanto, se dijeron: ‘Ya, limpiemos esto, porque aquí los dos bandos estamos involucrados’. Aquí, en cambio, la verdad es que la represión fue doblegar al otro y por tanto eso deja huella.

Cuando habla de su libro, Daniel Mansuy se refiere a “Salvador Allende, La Izquierda Chilena y la Unidad Popular” (Penguin Random House). El texto, de 360 páginas, es un trabajo profundamente documentado y muy bien escrito. En él, su autor realiza lo que define como un ensayo histórico: “No es un trabajo de historia, ni es una historia de la UP, sino que un trabajo que se sirve de la historia para hacerse preguntas”.

-Usted investigó mucho. ¿Sacó alguna conclusión?

-No sé si es una conclusión, porque obviamente hay muchas maneras de explicarlo. Pero una de las cosas que aprendí es que no nos hemos contado bien la historia, y ningún sector lo ha hecho. Bien de un modo que pueda ser, no compartida por el otro bando, porque quizás eso sea medio imposible, pero sí comprendida. Nos cuesta mucho empatizar con la narración que tiene el otro mundo respecto de la historia de Chile. Entonces creo que hay fundamentalmente un problema narrativo. 

Allende y Boric

Mansuy es, a los 45 años, un reconocido académico, columnista e intelectual de la derecha chilena. Tal como su libro consigna, es doctor en ciencia política por la Universidad de Rennes (Francia), magíster en filosofía de la Universidad de los Andes y licenciado en humanidades de la Universidad Adolfo Ibáñez. Actualmente, oficia como profesor asociado del centro Signos de la Universidad de los Andes e investigador asociado del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES).

“Salvador Allende…” fue lanzado en mayo y ya está en la primera reimpresión. El ranking de la librería Antártica lo instala en el segundo lugar de lo más vendido en estos días, solo detrás de Isabel Allende, una súper vendedora imbatible. Sin asomo de falsa modestia, el autor afirma que no esperaba la recepción que ha tenido, tomando en cuenta el tipo de texto que es. Para él, éste era -y sigue siendo- un material de índole más bien académica.

Pero sucede que se van a cumplir cinco decenios desde el Golpe y el inicio de la larga y durísima dictadura que le siguió. Un Consejo Constitucional trabaja hoy sobre una nueva propuesta de Carta Fundamental después del fracaso de la Convención el año pasado. En La Moneda hay un gobierno de izquierda a cargo de Gabriel Boric Font, el presidente más joven en la historia del país.

Es ésta, entonces, una época llena de símbolos y emblemas. Además, el libro aborda a un personaje nunca suficientemente abordado ni exorcizado. Para unos, Salvador Allende Gossens sigue siendo el líder imposible de una coalición perniciosa que llevaba a Chile al despeñadero marxista. Para otros es, en cambio, la encarnación del sueño truncado, un héroe épico.

El actual gobierno -apunta el libro- tomó ese segundo camino, presentándose como continuador verdadero del mandato de Allende. Dice el primer discurso de Boric en La Moneda: “Como pronosticara hace casi 50 años Salvador Allende, estamos de nuevo, compatriotas, abriendo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre”. Profundiza ahora Mansuy: “Hoy no me imagino al Presidente diciendo de nuevo que estamos abriendo las grandes Alamedas. Al gobernar un país, tú te topas con problemas demasiado domésticos como para estar hablando de las grandes Alamedas. Creo que él tenía una visión muy idealizada de la Unidad Popular”.

-¿Es la razón por la que usted plantea en el libro que Boric no entiende a Allende?

-Sí. Hay una cuestión de comprensión profunda. Ese 11 de marzo, al decir que está abriendo las grandes de Alamedas, Gabriel Boric fija el estándar con el que va a ser juzgado su gobierno. Es un estándar, a mi juicio, imposible de cumplir, porque esas palabras de Allende tienen una dimensión que no es estrictamente política. Mi impresión es que Gabriel Boric se tomó demasiado en serio cierta visión un poco mítica del gobierno de Allende, sin problematizarla. Pero no es sólo él, sino su generación entera.

-Usted plantea a Allende como un hombre con un alto sentido de la moralidad, pero de ella se desprende un drama: a más moral como hombre, peor como político.

-Allende juega en el registro moral cuando entiende que la política ya no tiene herramientas ni camino. Cuando ese camino ya está cerrado, se cambia a ese registro. Por eso, el 11 de septiembre sus discursos son tan grandiosos. Son una cosa que sigue siendo muy impresionante de escuchar, sobre todo por la serenidad que tiene. No es lo mismo escucharlo que leerlo.

-Oírlo decir: “El metal tranquilo de mi voz”.

-¡Con la tranquilidad que él lo dice! Le están pasando los aviones por encima. Eso no se inventa ni se imposta, y es impresionante. Ahora, ¿cómo se toma hoy ese mensaje?

-Él parece representar una moral colectiva y hoy, heredada de años de dictadura, se impone una moral individual. Usted mismo plantea que él elige inmolarse por todos.

-Yo diría que, incluso políticamente, es muy problemático hoy. Allende es, quizás, uno de los últimos grandes representantes de las culturas políticas. Y hoy la cultura política está tan fragmentada que no hay grandes proyectos. Allende está dispuesto a morir porque el proyecto es más grande que él, es una causa colectiva. Esa es una cultura y se acabó. Los partidos políticos perdieron representatividad, dejaron de ser culturas, salvo algunas excepciones.

-Como la del PC, que es hoy el partido con más militantes.

-Es el partido más ordenadito, claro. Pero, políticamente, si tú conversas hoy con gente de muchos lados, la verdad es que, si hay algo común, al menos en los últimos diez años, es que todo es completamente imposible. Cada diputado, cada cual, hace lo que quiere. Allende está en el otro polo.

Allende y su mundo

Daniel Mansuy nació cinco años después del Golpe. Dice haber tenido una primera conciencia política siendo muy niño, al interior de su familia y en el colegio. En su mundo, explica, cabía todo el espectro. Sin ir más lejos, uno de sus abuelos es el vicealmirante Ismael Huerta Díaz, quien fue ministro y embajador de Augusto Pinochet en los primeros años de dictadura.

No es esa historia familiar la que motiva “Salvador Allende…”, sin embargo. Mansuy dice: “Supongo que sí influyó, en la medida en que es parte de mi historia y la de mi familia. Además, mi abuelo fue una persona muy determinante en mi vida, le debo muchas cosas. Sin perjuicio de lo anterior, el libro intenta examinar los fenómenos en su mérito, a partir de fuentes públicas y conocidas, y eso incluye la actitud de las FF.AA. durante el gobierno de la UP”.

El real eje -añade- está en el enigma que el expresidente representa: “Siempre me interesó saber cuáles eran sus motivaciones, cómo llegó a tomar esa decisión que me parece radical. Él no quería suicidarse, quería seguir disfrutando de la vida, y yo quería saber quién era esta persona que decidió suicidarse en La Moneda, porque con eso marcó las vidas de todos”.

-¿Resolvió algo de ese enigma?

-Diría que vi su soledad política, que no es una soledad personal, porque él tiene amigos. Confirmé la ambigüedad o ambivalencia de Allende, que convive entre varios mundos, entre las casas de Tomás Moro y el Cañaveral. Allende se pasa tratando de encarnar la unión entre los dos mundos. Él pensaba que, con su talento político, podía hacerlos converger, pero eso se reveló imposible. El día 11, hay amigos que lo acompañan y que pagaron el precio después. Pero él llega a La Moneda ese día políticamente solo. Traté de explicar por qué un hombre con su trayectoria política, con su raigambre popular, porque el allendismo era algo real, termina políticamente tan abandonado.

-¿Y sabe por qué?

-Porque no fue nunca el líder respetado de su coalición. La admiración de la izquierda por Allende es póstuma. Si uno lee las miles y miles de páginas que recopiló, por ejemplo, Víctor Farías sobre la izquierda chilena, la verdad es que, en las referencias de los partidos, de sus dirigentes, de sus juntas seccionales, regionales, deliberaciones infinitas, que son fascinantes en todo caso, Allende no tiene protagonismo. En ninguna de ellas. Allende no es un gran protagonista de la historia para nadie en la izquierda hasta el 11 de septiembre. Hay un divorcio con su coalición. La UP lo considera una especie de coordinador en jefe, pero no mucho más.

-De su libro emergen varios Allende. Uno es, quizá, el gran ingenuo que creyó posible aunar voluntades.

-Yo no diría que fue un ingenuo, pero hubo una dosis de ingenuidad en la idea que él tenía de su famosa muñeca política, para cerrar las contradicciones, las brechas y las tensiones de la UP. Él creía que podía. Tenía 40 años de vida política y parlamentaria. Pero el problema era muy estructural, y la diferencia iba mucho más allá de la buena o mala voluntad de las partes y de su talento, que era real.

-El problema era de paradigmas, ¿no?

-Era un problema sobre qué percibe y qué busca cada parte. Entonces, su talento lo ayudó a navegar, a componer. Pero no podía resolver el problema.

-¿Fue, en ese sentido, un mal conductor político?

-No sé si lo puedo identificar como un mal conductor político, pero de algún modo le falló el talento político. Tuvo evidentes dificultades de conducción con los partidos y con su propio partido, el PS. Se equivocó medio a medio, cuando en febrero de 1971 apoyó a Carlos Altamirano como secretario general. Aniceto Rodríguez, cuya reelección Allende no apoyó, nunca se lo perdonó. Allende no juzgó bien políticamente que Altamirano no le iba a ayudar. Después, hacia el final, tiene la alternativa de conducir, pero eso significaba pagar costos muy altos. Ejercer poder significaba eventualmente romper su coalición y reprimir a su ala izquierda, y no estuvo dispuesto a eso. No quiso repetir la historia de González Videla.

-Usted plantea que el final trágico de Allende se explica, en parte, en no tomar esa opción.

-Hay que ser delicado con los matices, pero sí se explica en parte. Allende no quiere romper con la UP, que era el precio que le exigían tanto los militares como la DC, de forma más o menos tácita o más o menos explícita, para llegar a un acuerdo que le diera gobernabilidad al país.

-¿Si Allende hubiese roto la UP habríamos tenido otro desenlace? Da la impresión de que las cosas ya estaban jugadas.

-Si es que hubiera estado dispuesto a romper con la UP y a pagar todos los costos sociales, que no eran pocos, podría haber espacio para algo distinto. No soy de los que cree que el Golpe era inevitable.

Izquierda y derecha

Mansuy entra en su libro en el quiebre interno que llevó al fin de la Unidad Popular. Escudriña en errores. Los de Salvador Allende y los de la coalición que lo acompañó a llegar a La Moneda. El texto plantea tres problemas fundamentales en la implosión: no conocer ni considerar a la clase media, despreciar la trayectoria institucional del Estado chileno durante el siglo pasado y tratar de hacer cambios profundos sin contar con mayorías robustas.

Pero que la UP haya durado apenas 1.000 días no puede explicarse sólo como una implosión. La dinamita también fue puesta por afuera. Hubo financiamiento del gobierno de Estados Unidos para impedir primero que Allende llegará siquiera a La Moneda y luego para hacerlo caer. La llamada conjura golpista fue alimentada por civiles y militares chilenos durante los tres años de gobierno.

-Usted no profundiza en el papel de la derecha en su libro. ¿Por qué?

-Porque el libro no es sobre la derecha. Y me parece que la derecha no jugó un papel demasiado relevante durante el gobierno Allende. Siempre se opuso radicalmente, desde el principio. Pero lo que termina moviendo políticamente todo el tablero es cuando la DC pasa de la benevolencia respecto del gobierno a la oposición más decidida.

-¿La UP fue una derrota o un fracaso?

-Fue las dos. Fue evidentemente una derrota militar. Es inapelable que los militares llegan y ganan y se instalan en La Moneda. Hay una derrota, pero la pregunta que se hace la izquierda del año 80 es si, además de ser una derrota, fue un fracaso. Yo tiendo a estar de acuerdo en esto con Tomás Moulian y Manuel Antonio Garretón, en que también fue un fracaso, porque en buena escolástica marxista no se midieron las condiciones objetivas de lo que se estaba haciendo. Cuando tú quieres hacer una revolución, en tu diseño de la revolución, tienes que calcular cuáles son tus fuerzas y cuáles las de tu adversario.

-Usted cita, en efecto, a Moulian y Garretón como durísimos autocríticos. ¿Y en la derecha quién hay como ellos?

-Lo que más se le acerca, aunque su disciplina era otra y su lugar en el mundo era distinto, son las críticas que hace Gonzalo Vidal en su biografía de Pinochet.

-Pero él es un historiador y no un intelectual. Hace falta una reflexión así de su sector.

-Sí. Partí diciendo que este es un problema narrativo. Tomé a la izquierda porque fue lo que me interesó, o lo que tenía a mano. Pero eso no significa que el problema narrativo se reduzca a la izquierda. Ese problema narrativo respecto a su propia historia también lo tiene la derecha, sabiendo que en todo caso la derecha es menos dada a escribir, es más pragmática.

-¿O quizá menos reflexiva?

-Ambas cosas tienen sus patologías. Uno de los problemas de la Unidad Popular, a mi juicio, y yo feliz porque tengo una fuente infinita para trabajar, fue la sobre teorización. Discuten de todo hasta el infinito, en una dimensión patológica. Y la derecha también puede tener una dimensión patológica, que a veces es excesivamente pragmática y reflexiona poco sobre sí misma.

-¿O quizá a la derecha se le da mejor pensar sobre economía?

-Sin duda. Pero cuando la economía deja de estar legitimada políticamente ese discurso se revela tan insuficiente.

-Instalándonos en la actualidad. ¿Puede ser que el haber tenido una mayoría tan incontestable en la izquierda haya sido la perdición de la Convención Constitucional?

-Sí, es bien paralelo. De hecho, yo escribí la primera parte de este libro durante el trabajo de la Convención, de la cual fui muy crítico. Por lo tanto, para mí fue muy terapéutico. Había paralelos y por supuesto distancias, el contexto es distinto. No hay lucha, sino paz. Pero, cuando escribía, miraba la Convención y pensaba que iba a lograr lo mismo que Allende. Iban a hacer que se armara una federación por el rechazo, reuniendo intereses heterogéneos entre sí, pero con algo en común, que era estar contra ellos. Mientras escribía me preguntaba: ¿Esta gente conocerá la historia de la UP? Porque, en otro contexto, esta película la izquierda ya la había vivido y con las consecuencias trágicas que conocemos.

-Leyendo su libro uno se pregunta si no será que a la izquierda le queda mejor ser oposición.

-No toda la izquierda, pero a parte de la izquierda, le cuesta tomarse en serio la realidad. Tiene reflexiones que son muy abstractas y que se golpean con la realidad cuando hay que gobernarla. Cuando hay que, digamos, cocinar y meter las manos en la masa, le cuesta mucho, porque tiene concepciones muy abstractas de la justicia, del cambio. Hay muchas cosas que corregir en este país, pero no se van a corregir en ese discurso abstracto y moralizante de la izquierda. Si hubieran conocido un poco más realmente la historia de la UP, más allá de la idealización o a la luz sólo de lo que ocurrió después, que es natural, pero a mi juicio distorsiona la realidad, se habrían podido ahorrar varios problemas dentro de la Convención.

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Uno de los más recordados eslóganes alrededor de la UP es el de la “revolución con sabor a empanada y vino tinto”. Puede que esas ocho palabras sean el mejor resumen para una las de las grandes paradojas en las que el expresidente navegó. Esa tensión está reflejada en este ensayo. Y también lo está, por ejemplo, en “Salvador Allende”, un documental de Patricio Guzmán (Ondamendia), que está quizá en las antípodas del libro de Mansuy.

-Hoy, Daniel, ¿le parece que Allende era un revolucionario? ¿Se puede ser revolucionario y demócrata a la vez?

-Eso es muy difícil. Hay muy buenas razones para decir ambas cosas. Yo solamente agregaría una, que es la ambivalencia. Tiene una dimensión revolucionaria, pero Allende no es un guerrillero, sino un hombre institucional. Y pese a que tiene posiciones bastante radicales, cuando ve que esto podía terminar mal, retrocede. No quiere la Guerra Civil, no quiere un río de sangre. No hace nada para que haya un levantamiento. Con eso me quedo, el presidente Allende no quiso empujar un enfrentamiento entre chilenos.

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