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Opinión

9 de Julio de 2023

Columna de Jorge Navarrete: Disparen sobre el pianista

"Cuando se nos divide, por una parte, entre quienes condenamos el golpe y la dictadura, pero entonces no tenemos nada que reprochar (más bien glorificar) a las circunstancias que la precedieron; o, por la otra, que el juzgar severamente el rol de Allende y su gobierno, implica justificar el quiebre de la democracia y los crímenes del régimen; no es extraño el desenlace que tuvieron los acontecimientos esta semana", escribe Jorge Navarrete en su columna de opinión.

Por Jorge Navarrete P.

No me resulta fácil escribir esta columna. Me considero un amigo de Patricio Fernández, por lo que, además de explicitarlo de entrada, soy consciente de las subjetividades que ello implica. Pero si de emocionalidad se trata, el pudor se multiplica de manera exponencial cuando uno pretende también referirse a un debate donde fueron protagonistas las organizaciones de DD.HH.; ya que nada de lo que se pueda decir o con lo que se pretenda empatizar, se aproxima al dolor y padecimientos que arrastran las víctimas de la violencia política y los crímenes durante la dictadura.

Una imagen que se me ha venido a la cabeza durante estos días se remonta a dos décadas atrás, cuando el país conmemoraba los 30 años del Golpe Militar. Recuerdo cómo el quiebre de la democracia y el horror que vino después se plasmaba no sólo en una amplia cobertura comunicacional, sino también, y a partir de aquello, en un espacio permanente de reflexión y debate.  En efecto, la memoria tomaba posesión de las conversaciones familiares, con amigos o en nuestros lugares de trabajo; y muy sentidamente -fue mi caso al menos- con mis hijas y toda esa generación que nació en democracia; las que, tan curiosas como horrorizadas, también se hacían parte de ese momento colectivo.

Nada más distinto a lo que siento y se percibe ahora. Esa idea, la de “con” (juntos) y “memo” (recordar), en un marco de respeto, congoja y reflexión compartida, ha sido avasallada por un agrio debate, plagado de odios y revanchas, donde pareciera que sólo retrocedimos respecto de lo que percibíamos hace dos décadas atrás.

La actual polarización política del país ha mostrado su peor rostro. Por una parte, somos testigos de cómo una parte de la derecha intenta justificar lo injustificable, presentando el golpe de Estado, a la dictadura y a sus principales protagonistas, como una suerte de circunstancias, acciones y destino inevitables; minimizando, con o sin intención, los terribles crímenes y el horror tan indubitadamente documentado. Por la otra, hay en la izquierda quienes se niegan a debatir y a discutir sobre el momento histórico previo al golpe de Estado, en especial por las responsabilidades políticas que el gobierno de la Unidad Popular tuvo en el debilitamiento de la democracia y en la crispación política del país; al punto tal -en un hecho nuevamente indubitado- que parecieran olvidar que el golpe de Estado sí tuvo un apoyo ciudadano importante.

Cuando se nos divide, por una parte, entre quienes condenamos el golpe y la dictadura, pero entonces no tenemos nada que reprochar (más bien glorificar) a las circunstancias que la precedieron; o, por la otra, que el juzgar severamente el rol de Allende y su gobierno, implica justificar el quiebre de la democracia y los crímenes del régimen; no es extraño el desenlace que tuvieron los acontecimientos esta semana.

Patricio Fernández no podía culminar su tarea de buena forma: no, al menos, si pretendía hacerlo fuera de esa lógica o binomio; no, si pretendía una reflexión dura pero sin que eso significara menoscabar la idoneidad moral del adversario; no, si abrigaba la esperanza de que genuinamente nos abriéramos escuchar las emociones y motivaciones de quienes piensan diferente; en definitiva, no podía, ya que cualquier complejidad o matiz en el debate constituía un riesgo para los sectores en disputa.

Así no más. Cierta derecha no quería volver a reeditar su histórica complicidad y aval para con la dictadura y las violaciones a los DD.HH., como a una izquierda le incomoda ser escrutada sobre su propio rol en la ingobernabilidad y debilitamiento institucional que se verificó bajo el gobierno de Allende.

Con todo, hay algo adicional y que atañe al diseño de esta conmemoración. A ratos pareciera que el Presidente y su gobierno pretendían ungir un cambio de época, por la vía de sancionar un diagnóstico sobre el pasado y presentar una nueva etapa de futuro. Y es aquí donde, sin siquiera decirlo o sugerirlo, vuelven a transpirar lo que ha sido el mayor dolor de cabeza de esta generación en el poder: la sobrevaloración de la legitimidad propia; la ausencia de historia política, con lo que creen les permite juzgar mejor decidir sobre la del país y los demás; un irritante dejo de superioridad moral; y todo lo cual los lleva a desconocer la complejidad, para terminar actuando con algo de frivolidad.

Quizás por eso supusieron que correrían mejor suerte que otros que lo intentaron antes, como cuando Aylwin pidió perdón a nombre del Estado de Chile, o Cheyre pronunció el “Nunca Más”, y el propio Piñera hizo lo suyo con los “cómplices pasivos”. Pero la gran diferencia con estos tres casos, como en tantos otros en democracia, es que ellos hablaban desde un protagonismo y compromiso específico, sin más aspiraciones que representar a un cierto sector o institución, y no pretendieron uniformar una verdad o interpretación que fuera válida para todos.

Adicionalmente, lo hacen desde el propio gobierno y no, al menos desde el Estado, o con un grupo o comisión que representara las diferentes sensibilidades y protagonismos, cayendo en la lógica de los eventos, más propio de la cultura pop que de la reflexión sobria, sentida y no excluyente que amerita este momento.

No lamento la renuncia de Patricio Fernández, pero sí la razones que lo llevaron a precipitar su decisión. Son las cuestiones de clima y diseño que he expuesto en esta columna, las que hacían muy difícil, cuando no imposible, que él pudiera culminar con éxito el encargo que se le había efectuado. Pero, por lo mismo, el hacer de una frase fuera de contexto, la principal causa para objetar su labor, llevando al paroxismo de acusarlo de negacionista y otros adjetivos tan injustamente utilizados, ilustra de manera muy cruda la distinción que todavía muchos no hacen entre fines y medios.

Sus principales detractores públicos, que en vez de reprochar lo fundamental, terminaron haciéndose eco de esta pequeñez, no le han hecho un gran favor público a la causa de los DD.HH., lo que, como si fuera poco, suma a la desesperanza de esta controvertida conmemoración.

*Jorge Navarrete P., abogado.

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