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Entrevistas

6 de Agosto de 2023

Luis Poirot: “Soy un fotógrafo activo, no un viejito sentado en una silla de ruedas”

Fotos: Felipe Salgado

Luis Poirot, célebre autor de fotografías de Salvador Allende, Pablo Neruda y Víctor Jara, el hombre que ha capturado algunos de los más dolorosos y más felices momentos de la historia de Chile, repasa sus motivos. Explica por qué se ha dedicado obsesivamente a la memoria y revela cómo, a pesar de que está lleno de proyectos y de ganas, a veces un sentimiento crepuscular toca su puerta. Aunque aquí nadie de la estructura oficial le haya “pedido nada”, este 11 de septiembre imágenes suyas vestirán la explanada de la Municipalidad de París.

Por Jimena Villegas

Luis Poirot de la Torre es una de las mayores celebridades vivas que este país tiene en el oficio que ejerce desde hace 60 años, la fotografía. Mientras se realiza el proceso de esta entrevista, una mañana de miércoles, el correo electrónico le avisa que acaban de extenderle una invitación notable. Expondrá cuatro de sus obras en gran formato, a partir del próximo 11 de septiembre, en la explanada de la Municipalidad de París. Será una muestra colectiva, organizada a propósito de los 50 años del golpe militar. A cargo de la inauguración estará la alcaldesa de la ciudad, la socialista Ana María Hidalgo Aleu.

A Poirot, que declara su alegría por este evento, le pasan cosas así porque es él. Y es él porque ha hecho cosas como estudiar cine y televisión en la Radiotelevisión Francesa; ser agregado cultural en Bélgica; trabajar como fotógrafo para el mejor periódico en castellano del mundo, El País de España, o conseguir que una editorial neoyorkina llamada W. W. Norton & Company publique una versión en inglés de su libro “Neruda. Retratar la ausencia”.

De 82 años, ha volcado su hacer de modo persistente en la memoria. Tal como ha contado en una serie de testimonios y documentales, lo suyo ha sido sostener -por la vía de la imagen y los libros- la presencia de hechos y seres humanos que han marcado la historia reciente de Chile. Ha sido una especie de cruzada personal e independiente. “Un camino solitario y difícil”, dice él.

Como a millones de chilenos, el 11 de septiembre de 1973, a Poirot se le rompió la vida. Perdió trabajo, perdió utopía, perdió ilusión. Pero el quiebre de la democracia, aunque no lo supiera entonces, iba a transformarlo en un actor imprescindible para la cultura. Gracias a todas las fotografías que hizo -sin más mandato que la propia compulsión- del periodo de la Unidad Popular, construyó desde el sí mismo un lugar único. Suyas son algunas de las más célebres imágenes de Salvador Allende y sus momentos de gobierno. Suyas son desoladoras tomas de La Moneda incendiada y rota, un par de días después del golpe. Esas últimas fotos serán las que lleguen este año a París.

-¿Qué significa La Moneda hoy para usted?

-Siempre ha significado para mí un acto de barbarie injustificado. Militarmente fue inútil. La suerte de La Moneda hacía muchas horas que estaba jugada y los defensores sabían que no podían seguir resistiendo, el gesto heroico de resistir ya estaba hecho. Militarmente no había necesidad de seguir. Fue un acto terrorista de los militares, de aterrorizar a toda la población, de decir lo que viene ahora es esto y nosotros vamos a aplastar a cualquiera que esté contra. Es de esas cosas que no tienen sentido.

-¿Por innecesarias?

-Absolutamente. Fue el primer acto de violación de todos nuestros derechos y yo creo que no tiene perdón.

-Si declaramos que ese acto no tiene perdón no hay encuentro posible.

-Como ciudadano, no tengo ningún interés en reencontrarme con esa gente. Convivo, que es otra cosa. Ellos me soportan a mí y yo los soporto a ellos, pero no me voy a abrazar con ellos. Estamos en un territorio, compartimos un territorio, pero simplemente nos soportamos.

– ¿Se puede hacer país cuando sus ciudadanos declaran que solo se soportan?

-Creo que sí. El hecho de convivir significa también respetar. Yo no quiero destruir. Yo respeto que ellos existen y que tienen su vida, pero no me obliguen a quererlos o a ser amigos.

-Pero tiene que haber algún punto que de unión.

-Sí. Se supone que, un poco en abstracto, es el interés de que el país mejore, que los ciudadanos tengan mejores oportunidades, mejor vida. Y son cosas que a las que ellos se oponen. Yo creo que en eso no han cambiado. Cada vez que veo a una persona manejando un auto escandalosamente caro, que excede las necesidades prácticas de cualquier persona, me pregunto: ¿cuántos explotados están detrás de ese auto?

-Hacerse una pregunta como ésa debe ser muy doloroso.

-Bueno, uno aprende a soportar los dolores de la vida, las pérdidas, los duelos. Ninguna duda de que yo tengo un duelo desde hace 50 años. Mis amigos que quedaron muertos en La Moneda no están olvidados, y yo tengo ese duelo que sería menor si las Fuerzas Armadas hubieran tenido alguna vez el coraje de reconocer sus crímenes, sus asesinatos y a los desaparecidos. Me hace reír cuando hablan del honor, ya se deshonraron ellas mismas.

-Lo dice usted, que pasó por la Escuela Militar.

-Tres años y un día. Entré en muy chico y llegué hasta el curso del comienzo de subalférez. Conozco el mundo militar, no me lo cuentan. Sé lo que es de adentro, cómo es la formación. Esencialmente, una doctrina prusiana, esa filosofía militar que además es responsable de las dos guerras mundiales. Aquí todavía está la sensación de que ellos pertenecen a una elite superior. Eso habría que cambiarlo alguna vez, porque son funcionarios del Estado, nada más.

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Luis Poirot tiene la costumbre de trabajar grandes -o pequeños- temas de modo casi compulsivo. Se sumerge en escritores, en fotógrafos, en flores, en lugares, en personajes. Su última retratada es Alia Trabucco, la autora de la novela “Limpia”. Cuenta que su esposa, la también fotógrafa Fernanda Larraín, encontró en sus archivos más de 80 imágenes inéditas de Salvador Allende. En este momento trabajan en la curatoría de esas imágenes: “No se conocen, ni siquiera yo había las usado nunca. La editorial LOM va a publicarlas en un libro, junto a las más conocidas, en septiembre. Tenemos como 120 fotos y va a haber que reducirlas”.

Poirot explica que trabajar -lo que en su caso implica conocer y aprender de ellos- sobre fotógrafos ha sido esencial, porque son sus maestros: “Me han dado todo, me han formado, porque no tengo diploma de fotógrafo”. Uno de ellos es el francés Henri Cartier Bresson, considerado el padre del fotorreportaje. Con él, Poirot habló -mucho y profundamente- toda una tarde. Cuenta que no pudo retratarlo, porque Cartier Bresson odiaba que le hicieran fotos. Pero no importa, añade, porque dice tener en la cabeza la imagen que habría capturado de Cartier Bresson.

– ¿Y ha fotografiado al presidente Gabriel Boric?

– Lo fotografié una vez, pero no me gustó lo que hice. No estaba en mi día. No mostré nunca las fotos, ni las voy a mostrar nunca.

-Si lo fotografiara hoy, ¿qué vería?

-Hamlet. Vería poderosamente a Hamlet, un personaje tironeado entre varias fuerzas y que a veces corre el peligro de destruirse a sí mismo.

-Él representa a una nueva generación en La Moneda. ¿Ha sido generosa con él la generación de los viejos políticos?

-Creo que el grupo que lo acompaña, sobre todo al comienzo, tuvo una actitud demasiado excluyente. No es que tengan que rendirle tributo a nadie, ni por ser viejo ni por ser joven, pero simplemente por un bien superior, el bien del país, creo que se tiene que aprovechar todo el conocimiento, toda la experiencia acumulada a través del tiempo”.

-¿Y no se ha hecho?

-Muy despectivamente se prescindió de la experiencia. Si en octubre [de 2019] no solo salió la gente de 20 años o 30 años. Fue el espíritu de un país y no de una generación. Ellos quisieron capitalizarlo como de una generación y eso es un error. Yo, por ejemplo, soy de los pocos fotógrafos sobrevivientes, o el único, de aquella época y mí nadie me ha pedido nada”.

-Y usted, ¿qué ofrecería?

-No sé, pero yo soy un fotógrafo activo, no soy un viejito sentado en una silla de ruedas.

****

El 15 de abril de 2019, en una ceremonia pública y solemne, Luis Poirot se incorporó como académico de número a la Academia Chilena de Bellas Artes, donde ocupa el sillón número 16. También obtuvo el premio a la Trayectoria en Fotografía Antonio Quintana, el año 2016. Pero le falta el premio nacional, que entrega el ministerio de las Culturas -en años impares- a artistas por su excelencia, creatividad y aporte trascendente a la cultura nacional y al desarrollo del saber y de las artes.

La vez anterior, es decir en 2021, hubo campaña en su favor. Poirot dice ahora: “Este año yo no he participado en nada, ni he sabido de nada. Sé de tanta gente que murió esperando. No quiero hacerme esperanzas ni ilusiones de ningún tipo”.

-¿Pero querría ganárselo?

-Sí, sí. Porque yo creo que, en mi trabajo, ha habido una consistencia y una coherencia. Sería un reconocimiento quizás a esa coherencia, a la cantidad de gente que he formado.

-¿Qué más le ha dado coherencia y consistencia a estos 60 años?

-Yo he tenido un solo tema en distintas formas. A través de personas, de sucesos políticos y culturales, a través de paisajes, de la naturaleza, de la arquitectura, de múltiples maneras. He tocado, a través de todo el tiempo, la necesidad de tener una memoria de la cultura y de una identidad chilena. Podría haber escogido caminos fáciles, para tener rentabilidad económica, pero no, y mi familia ha tenido que plegarse.

-Y tiene una familia muy joven, ¿no?

-Aurora, que tiene 16, e Isabel, que va a cumplir en septiembre 13 años. También me debo a ellas. Tengo que tener presencia con ellas, algunos días llevarlas al colegio, a la menor llevarla a clase de circo. La llevo, la acompaño, la espero. Para mí es muy importante. Con la mayor estoy tratando de establecer una relación, convidarle parte de mi mundo, como el teatro, que fue durante muchos años mi actividad esencial.

-Usted tiene 82 años, nació en plena guerra mundial, es un hijo de la guerra fría. ¿Estaba entre sus pesadillas o sus sueños vivir una pandemia?

-No, y creo que nos ha hecho mucho mal. Todavía no aquilatamos todo el daño. No tuve efectos médicos, pero el encierro, el aislamiento y la inmovilidad me hicieron mucho mal. Yo necesito el contacto personal.

El 27 de mayo pasado, el sitio Kickstarter.com, una plataforma de crowfunding para creadores, hizo la última actualización respecto de “El último testigo”, como se llama un nuevo documental sobre la obra de Poirot, esta vez a cargo del catalán Francesc Relea. Ciento cincuenta patrocinadores contribuyeron con 30.883 euros para poder terminar este registro. Relea y Poirot se conocen desde la época en que el primero era corresponsal en Sudamérica.

La sinopsis de “El último testigo”, que ya está avanzado en un 80%, muestra al fotógrafo chileno conversando con la escritora Isabel Allende y el expresidente Ricardo Lagos. También desfilan fotografías suyas al escritor argentino Julio Cortázar o al expresidente de Estados Unidos Richard Nixon. Poirot dice que él no valora su trabajo partir de la importancia social de los personajes que ha retratado, sino desde cómo él siente y vive o vivió esas imágenes. Es imposible, no obstante, no admirarse al comprobar que en su portafolios están también la escritora Susan Sontag o Jorge Luis Borges.

-¿Por qué dejó el teatro?

-No lo he abandonado, lo he dejado en suspenso. En un momento sentí que la fotografía era un elemento demasiado absorbente y que el teatro me quitaba tiempo para hacer más trabajo en fotografía.

-¿O sea igual tuvo que elegir?

-Sí. Mis primeros trabajos fueron fotografía de teatro. Quería quitarle un poco ese sentido efímero al teatro, capturando ciertas imágenes, y ahí empezó la obsesión. Yo hacía un trabajo muy intenso. Leía la obra primero y anotaba, hacía una lista de los momentos, hablaba con el director, iba a los ensayos, me subía al escenario. O sea, era un actor más”.

-Lo suyo es blanco y negro. ¿Por qué no le funciona el color?

-No lo sé. Hice mucho color. Me gané la vida haciendo foto en color cuando era muy difícil. Para la empresa Zig Zag, para la revista Eva y luego en España y en Francia. En el diario El País me consideraban un experto en color, porque tenía mucho conocimiento técnico y era muy cuidadoso. Pero el año 1980 tuve una crisis fotográfica. Viajé tres veces durante seis meses a la India y fotografié cientos o miles de fotos en color. Yo pensaba que iba a ser fotógrafo del National Geographic o de una revista parecida.

-Era un sueño, ¿no?

-Sí, era un sueño. Pero, después de ver eso, se me cruzó en el camino Pablo Neruda. Primero por un encargo de una exposición con los retratos que tenía de él y después porque vine a Chile el año 1982 y fotografié la casa de Isla Negra, que estaba cerrada.

-Y esa realidad era en blanco y negro.

-Eso naturalmente se fue al blanco y negro, sin pensarlo. Y empezaron a aparecer los testigos, las personas que estaban dando testimonio en Chile de una cultura que querían hacer desaparecer. Ir al cementerio general, al Patio 29, y fotografiar la tumba donde estaba Neruda en esa época. Ese patio lleno de cruces sin nombre. Eso era blanco y negro. No podía ser de otra manera. Se me hizo insoportable el color y cuando volví a Chile, el año 1985, tuve que hacer fotos en color de nuevo para ganarme la vida. Pero no guardo nada de eso. No tengo archivo color.

-Usted llegó en 1985. Habrá ido directo a las protestas.

-Hice protestas, pero no muchas. Más bien me dediqué a seguir la huella personas que ya están muertas y que entonces estaban en segunda línea. Yo creía que eran importantes en la cultura chilena.

-¿Quiénes eran?

-Coloane, por ejemplo. Un fotógrafo del que ya nadie se acuerda, Jorge Soré, que era un gran retratista y que hizo la foto de Neruda de poeta romántico con capas. Enrique Lihn, Nicanor Parra, el Gitano Rodríguez. Es tremendo cuando recorro mis archivos. De repente es un ejercicio doloroso, porque hay tantos muertos y es como que tú los estás convocando, les estás pidiendo que vengan de nuevo, y algunos no quieren.

-¿Cómo sabe usted que alguno no quiere?

-Cuando me cuesta. Enrique Lihn me cuesta mucho, no quiere, se resiste. Ana González vuelve feliz de la vida. Está contenta de que yo la traiga de nuevo. Es como que estuvieran flotando en un espacio. Tú los traes en un acto de brujería.

-¿Usted es creyente?

-No lo soy.

-Alguien creyente diría que eso que describe es un ejercicio místico.

-No lo había pensado. Puede ser. Yo siento eso muy fuertemente. Tanto que hay veces en que llego al laboratorio y no puedo, porque es un acto espiritual y no un acto técnico. Entonces me acuerdo de que Claudio Arrau tenía en su contrato una cláusula que le permitía anular un concierto sin dar explicaciones, si no se sentía en condiciones. A mí me pasa en el laboratorio. Llego, preparo las cosas, me tomo un café y espero a ver si estoy en condiciones ese día de emplear. A veces no estoy en condiciones. Cierro y me voy.

-Para cerrar en esta ocasión, ¿hay algo que usted quisiera decir?

-Es un recado. Yo he hablado con todos los ministros de las Culturas, menos con el actual. Hay que cambiar la forma en que se financia la cultura en Chile. Ningún país del mundo puede financiar el 100% de los proyectos o sueños culturales a través del Estado. Tienen que intervenir los privados. No digo sólo las empresas. Este nuevo documental se hizo gracias a los aportes individuales. Es la demostración de gracias a la ayuda de ciudadanos privados se puede.

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