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Opinión

5 de Agosto de 2023

Columna de cine de Cristián Briones: The Truman Show y el ingrato paseo por la memoria

"Ojalá las audiencias le dieran la oportunidad a esas obras añejas y a los textos que apuntan a ello. Ojalá los estudios pusieran atención a esas películas con los extensos catálogos que tienen, y las promocionaran en función de ello. Son muchos 'ojalá' en un momento feo de la Industria", escribe el comentarista de cine y TV Cristián Briones, dueño de la Tienda Fílmico.

Por Cristián Briones

Voy a ser muy honesto y confesar que, de todas las cosas que pensé que podían regresar en este clima sociocultural en que nos encontramos, que un reality se tomara la conversación, estaba muy abajo en mi lista. Pero aquí estamos. Escuchando los comentarios de los compañeros de labores o viendo pasar hashtags, así que supongo que ningún ‘revival’ debe ser descartado a estas alturas.

¿Dónde me llevó toda esta contingencia? A recordar lo impresionantemente vigente que sigue estando, 25 años después, esa enorme obra llamada ‘The Truman Show‘. Es tan estimulante revisar una película tan consciente de su momento en la historia, y tan presiente a la vez. Al fin y al cabo, una corporación es la “dueña” de Truman. Usa su imagen, sus emociones, sentimientos, cotidianeidad, etc., como un producto a ser comercializado. La vida de Truman es un commoditie que le permite a esa corporación transarse en billones. Tal como cualquier red social hoy en día. Pero al menos Truman nunca dio clic en el “Acepto” en los “Términos y condiciones” de manera voluntaria.

Esto es algo que ocurre cuando uno retrocede en el tiempo y vuelve a visitar obras que tenían una mirada del mundo en su época. Puedes sintonizar con ellas gracias al beneficio del tiempo. Sobre todo cuando le pertenecen a cineastas que sustentan sus obras primariamente en una muy buena narración, y luego en sus temas. Ya sean contingentes o no. Y Peter Weir fue ese cineasta demasiadas veces. Y al recordar ese hecho, di el salto a otro asunto que llamó mi atención: estamos hablando de uno de los directores con mejor racha en los ’80: Gallipoli (1981), El año que vivimos en peligro (1982), Testigo en peligro (1985), La costa mosquito (1986), La sociedad de los poetas muertos (1989) y, así y todo, Weir no parece ser un nombre de menciones frecuentes en estos días, cuando los ’80 todavía mantienen su extensa sombra sobre nuestro consumo actual.

Y en esta parte es donde podría venir una queja sobre como el cine, que a estas alturas denominamos ‘clásico’, se pierde en la constante actualización de “contenido”. Responsabilizar a una audiencia que lo consume tan poco, que los streamings casi no tienen la necesidad de incorporarlo. Y sí, esa parte es cierta. Susan Sontag sostuvo en los ’90, que una de las claves de la baja en la calidad del cine hollywoodense, luego del expedito fin del ‘Nuevo Hollywood’, se debía a la muerte de la cinefilia. Al fin del amor por la forma de arte audiovisual que lo contiene. Se consume Cine. No necesariamente se aprecia.

Sin ir más lejos, el fenómeno de Barbenheimer es un buen ejemplo de ello. Cientos de miles de opiniones comienzan a circular por las redes, cada una más reduccionista que la anterior. Apenas se mide el contexto, o la misma ejecución de las obras. Esencialmente, nos llevamos nuestros propios cuentos a la butaca, y con ello impedimos ver qué nos van a contar en la pantalla, y en vez de salir de la sala dándole vueltas a la mirada del Mundo que acabamos de presenciar, salimos tratando de dar con el término más preciso para nuestros posteos. La clave está en dar una cuña brutal que atraiga la atención, porque en el fondo, bueno, somos unos Trumans voluntarios.

Pero incluso así, las películas son un éxito comercial y ya tienen medianamente asegurado un lugar en el reparto anual de estatuillas. Además, y para mi personal deleite, ha sacado las voces de una vieja guardia de autores que ven todo esto con ilusión. Las loas de Oliver Stone o Francis Ford Coppola son una cosa, pero lo de Paul Schrader creo que merece prestársele particular atención:

Schrader, reconocido hoy como el guionista de Taxi driver y director de Hardcore o ese contundente discurso llamado First reformed comenzó como crítico. Y uno importante. Su texto sobre el Film Noir validó el término en USA, luego de que los franceses habían insistido en la definición por décadas. Y nunca ha abandonado esa veta realmente. Su facebook es un gozo, más allá de discrepar o estar de acuerdo con él. Hace algunos años, Schrader dijo que el problema no era que la calidad de los cineastas actuales fuera más baja que en los ’70. Era que la audiencia no estaba dispuesta a las conversaciones que hicieron grande a ese Cine. Quizás es la sociedad donde vivimos, que hace que busquemos el Cine como una evasión de la realidad. Queremos ir a una sala, entretenernos, distraernos, olvidarnos de los aciagos día a día por poco más de dos horas y nada más.

Y eso es sumamente válido. Tanto así, que empieza hacer sentido que la responsabilidad de que esas miradas, esos autores, nombres como Peter Weir, Edward Yang o Fabian Bielinsky (por si quieren agregar no hollywoodenses a la lista) sean valorados por la importancia de sus trabajos, ya no está necesariamente en las manos de la audiencia. Se ha repartido entre otros actores de la industria.

Para empezar, debiera estar en los grandes estudios de Hollywood, cuyo capital sociocultural descansa en aquellas obras. Cuyo modelo de negocios se sustentó, durante casi dos décadas, en la fidelización de un grupo de cultores y consumidores, con la venta de esas obras en formato físico. Que ya van para una segunda renovación, pasando del DVD, al Bluray, al UHD4K. Y, sin embargo, estamos frente al hecho de que los dos gigantes que más acumulan ese capital y que están en aniversarios clave, nos han dado dos Centenarios paupérrimos en general, y en la difusión de aquellas obras en particular.

Más allá de un par de miniseries sobre sus propias historias (hechos para sus streamings) y de valor documental cuestionable (aparte de los rasguños a Jack Warner en el de WB), algunas re-ediciones con escasísimo material adicional (pero con un adhesivo en la portada que indica los 100 años, o algunos re-estrenos en salas de cine, no se podría decir que Disney y Warner Brothers están celebrando un siglo de ser pilares de Hollywood.

No hay rescate de sus propios cimientos, no hay promoción para la apreciación de aquellas obras. Y peor, incluso en el proceso de resignificar material que hoy resulta polémico, Disney prefiere cortar secuencias completas para eliminar palabras (lo que demuestra un nivel de ignorancia salvaje en relación a la construcción de las mismas) y WB, que tan bien había empezado a abrir el debate, creando material para ello en algo como Lo que el viento se llevó, hoy lo ha dejado en el total abandono. Por alguna razón que me supera analizar, prefieren seguir invirtiendo en “contenido” en vez de difundir un catálogo tan extenso como trascendente.

Y así, el testigo lo recogen otros elementos puntuales. Y esta parte es curiosa. De un tiempo a esta hasta acá, muchos directores han empezado a citar las influencias de sus próximos estrenos de manera directa. Lo hizo Matt Reeves con ‘The Batman’ y ‘Chinatown’, lo hace Wes Anderson mencionando frecuentemente sus favoritas, James Mangold incluyó explícitamente ‘Shane’ en ‘Logan’. De alguna manera tratan de involucrarse, y con ello a su audiencia, en un proceso de descubrimiento de aquellas películas que los forjaron. Siguen los pasos de quienes fueron los directores que más puertas a otros Cines han abierto en las últimas décadas: Martin Scorsese y Quentin Tarantino. Creo innecesario hablar de Scorsese en este sentido, porque literalmente el caballero tiene una fundación dedicada al rescate de Cine Internacional y al menos dos clínicas cinéfilas indispensables: ‘Un Viaje Personal Con Martin Scorsese A Través Del Cine Americano’ y ‘Mi Viaje A Italia’. Tarantino, por otra parte ha hecho este trabajo a dos bandas: “Presentando” Cine, principalmente asiático, a nuevas audiencias y luego, mostrando su propia filmografía como primer paso a aquellas que lo formaron. Y en algún nivel, ‘Cinema Speculation’, su libro de memorias / reseñas publicado reciéntemente, viene a sellar ese esfuerzo. Que es un esfuerzo, sin duda. Requiere un compromiso el revisar esas obras aludidas y conversarlas. Es una responsabilidad que algunos han decidido asumir. En el mismo libro, Don Quentin desliza un comentario sobre que esto de llevar a las audiencias a las influencias, no lo hace David Fincher. Y sí, es cierto que Fincher debiera andar con una copia de ‘Klute’ y otra de ‘Todos Los Hombres Del Presidente’ bajo el brazo, pero no sé si suma la patada en el tobillo. Por mucho que incordie, se ha vuelto indispensable el convocar.

Y me valdré de esto para pasar a la otra parte interesada en este cada vez más necesario proceso de rescate: La Crítica. Este oficio que en demasiados niveles, eludimos lo más posible. El mismo Paul Schrader decía que era más fácil ser crítico en los ’70, cuando a quienes se sentaban en las butacas les interesaban las conversaciones y las películas ponían esos temas en la proyección. Y eso los llevaba a consumir escritos al respecto, lo que a su vez conseguía que la calidad de esa escritura, se viera forzada a mantener un nivel de excelencia. Fue la crítica la que resignificó a Alfred Hitchcock como un Gran Maestro del Cine, y no solo un ‘enterteiner’. Fue la crítica (una muy extensa, además), la que le presento a Patricio Guzmán como uno de los documentalistas clave a las audiencias norteamericanas. Hoy no existe nada de eso.

A propósito del Barbenheimer (pido disculpas a mi editor por volver sobre este tema, porque habíamos coincidido en que se está quemando rápido), se han podido ver muy buenos escritos, pero estos quedan sepultados bajo las “cuñas”, que seamos claros, rara vez invitan a un debate. Y ese es justamente el norte de una pluma crítica. Incidir en la revisión, no en el gusto por o la calificación de la película. Y por otra parte, la democratización de la opinión no debe demonizarse, muy por el contrario.

Hay una muy buena anécdota que contaba Andrei Tarkovsky sobre la exhibición de ‘El Espejo’ en una sede obrera: Harta de la diatriba en el conversatorio posterior, y que le impedía terminar su trabajo, la encargada de la limpieza les espeta a los presentes que no entiende porque tanta discusión, si estaba clarísimo de qué se trataba la película. Tarkovsky le pide que se explaye y ella sentencia su opinión. El mismo director ruso sostenía que era la mejor interpretación de su propia obra que había escuchado y que ni él mismo había llegado a esa conclusión. ¿Cuál era la clave? La señora del aseo quizás no respetaba tanto a esos espectadores, pero sí respetaba mucho la obra en la pantalla. El invitado a una premiere que saca su teléfono en medio de la película para subir una historia a su Instagram, no respeta la obra. Y créanme, soy de los que entiende que a la distribuidora que lo invitó, eso tampoco le importe. Ese post de Instagram probablemente lleve más gente al Cine que cualquier comentario crítico, incluso aquellos elogiándola. Es el estado actual de la industria completa, vale más una selfie de un influencer con miles de seguidores que un planteamiento, sobre la directora y sus influencias.

Aquí podría parecer que estoy caminando por la cuerda floja del esnobismo, pero por el contrario, prefiero preguntarme que más podemos hacer para recuperar la atención sobre esas plumas y el interés por esos escritos. Porque son un punto de inicio para revisitar esas obras añoradas.
Por supuesto que se debe comentar la contingencia también. Es una forma de abrir puertas. Y tampoco es malo el disenso, por el contrario. ‘Parásitos’ (2019) es un llamativo ejemplo de que muchas veces es mejor que no haya una sola lectura que predomine sobre todo. La película de Bong Joon-Ho fue aclamada por crítica y público, rompiendo techos que ni habíamos visto y sin embargo, hoy ha quedado reducida al meme del chofer, cuando su conversación sobre la clase es mucho más amplia y compleja que eso.

En cambio ‘Joker’, ha tenido mucho mejor sobrevida. Más allá del hecho de que es una marca y tendrá secuela, ‘Joker’ tuvo un debate crítico sobre que era, en la práctica, un remake de ‘King Of Comedy’ y que su discurso no tenía nada de nuevo en relación al que Scorsese (y Lumet por otro lado) ya habían planteado 40 años atrás. Y a la vez, la película de Todd Phillips resonó enormemente en la taquilla y las estatuillas. El baile de Phoenix con la música de Guðnadóttir hizo mucho sentido en quienes ocupaban los asientos de las salas ese 2019. Estos dos puntos de vista pueden parecer contrapuestos, pero no lo son. O más bien dicho, no debieran serlo. Debieran ser parte de un debate que enriquece. Ojalá la escritura crítica hubiera conseguido que más gente viera ‘King Of Comedy’ o ‘Network’ e incluso ‘Daniel’ de Sidney Lumet. Ojalá las audiencias le dieran la oportunidad a esas obras añejas y a los textos que apuntan a ello. Y ojalá los estudios pusieran atención a esas películas con los extensos catálogos que tienen, y las promocionaran en función de ello. Son muchos ‘ojalá’ en un momento feo de la Industria.

Por mi parte, me conformo con que se acuerden de ‘The Truman Show’, que Peter Weir plasmó en pantalla demasiadas buenas ideas y momentos que lo mínimo, nos dejaron una maravillosa frase de cierre:

“Y por si no llegara a verlos, buen día, buenas tardes, y buenas noches.”

*Cristián Briones, comentarista de cine y TV, dueño de la Tienda Fílmico.

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