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Entrevistas

2 de Septiembre de 2023

Paulina Urrutia: “Gracias a ‘La memoria infinita’ estoy viviendo un antiduelo, porque olvidarme de Augusto es imposible”

Fotos: Pablo Sanhueza

En medio del éxito del documental de Maite Alberdi, que define como “un regalo" de Augusto Góngora, la actriz volverá a pisar el escenario la próxima semana, en el reestreno de “La amante fascista”. La última vez que subió a las tablas fue con “Proyecto Villa”, en el GAM, que fue cancelada tras la muerte de su esposo, en mayo de este año. Cuenta que han surgido otros proyectos laborales, pero se lo está tomando con calma, dice aquí: “Hay que ir viendo cómo me voy recuperando y en qué persona me he transformado en este tiempo, en qué cosas ya no me reconozco”.

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Lleva puestos dos anillos de matrimonio, el suyo y el de Augusto Góngora. Han pasado poco más de tres meses desde la muerte del periodista y realizador audiovisual de Teleanálisis y Hora 25, y Paulina Urrutia –la actriz, exministra de Cultura y su pareja durante 25 años– está sentada en el piso 13 de un centro comercial en Santiago, recordando cómo se convenció de sumarse al rodaje de La memoria infinita, el documental de Maite Alberdi que desde su estreno en salas locales, la semana pasada, ya ha sido visto por más 80 mil personas.

Comenzó a grabarse en 2018, cuando Góngora ya había sido diagnosticado con Alzheimer y mientras ella ensayaba la obra La iguana de Alessandra, de Ramón Griffero. Dos años después vino la pandemia y el filme se completó en pleno confinamiento, cuando la documentalista decidió poner una cámara en la casa de ambos, en la comuna de Peñalolén. Fueron seis años de registro en total, recuerda Paulina Urrutia, y nunca estuvo convencida, hasta que vio la película terminada. 

A una semana de su debut, Paulina Urrutia dice: “Ha sido un regalo de esta película poder conversar después de la exhibición de las funciones, y conocer lo que le ocurre a la gente cuando la ve. Ha sido realmente impresionante poder conocer lo que le pasa a los chilenos al verla y constatar que es una película muy transversal. La profundidad y el nivel de sutileza que tiene hace que la gente vea, además, las múltiples capas y los temas que va tocando.

-¿Cómo ha visto el recibimiento que ha tenido el documental?

-Ha sido muy impresionante, por ejemplo, que la vea tanta gente joven. Y eso, indistintamente, sea en Chile o en otras partes del mundo, me sorprendió muchísimo. No podía creerlo, porque es una historia de viejos, además de una enfermedad. Eso es algo que desde Berlín, que fue la primera vez que la vi con público, me llamó muchísimo la atención.

-Es un estreno que llega, además, en vísperas de los 50 años del golpe de Estado.

-Sí, la película logra estrenarse en un año de tal importancia para nosotros, y plantea la historia de un hombre cuya especialización en su vida fue justamente el registro y la memoria. Entonces, evidentemente, es impresionante cómo esta película ha hecho uno de los mejores ejercicios de memoria de nuestro país a 50 años del Golpe. Es un ejercicio personal que hace cada persona que la ve y, al mismo tiempo, un ejercicio que hace la película al conectar la historia de un hombre con la historia del país.

-Además de hablar sobre el impacto de la memoria, cuando la memoria ha sido el gran emblema este año.

-Eso es muy impresionante: cómo la gente inmediatamente conecta su propio discurso y cómo ese discurso se hace una memoria, como muy bien lo dice Augusto. Una memoria emotiva, que nos hace reconocernos como comunidad. En el extranjero, la película ha generado la necesidad y las ganas de poder leer el libro del cual Augusto forma parte, que es La memoria prohibida, que se va a reeditar y que en unos días más es el relanzamiento.

Publicado en 1989, el volumen compiló una serie de hechos ocurridos durante el fin de la Unidad Popular y la dictadura. “Augusto atesoraba mucho ese libro”, cuenta Urrutia. “Yo todavía tengo ejemplares de la única edición que ha tenido. Cuando teníamos invitados en la casa y estábamos con amigos, compartiendo, Augusto iba a buscar en el último lugar de nuestra casa y bajaba con los tres tomos, los autografiaba y los regalaba. Hasta el final de su vida lo hizo”, recuerda.

El Alzheimer y la memoria

“La gente cree que La memoria infinita es una película que se trata del Alzheimer, que es una población que cada día crece más y más en el mundo. Y tú sabes que no son solamente las personas las que padecen la enfermedad, sino todo su entorno. Por lo tanto, cualquier cifra que existe en el mundo se multiplica por cuatro, a lo menos”, apunta la actriz.

-Y no solamente se trata de una enfermedad vinculada a la vejez.

-Exactamente. Augusto fue diagnosticado a los 62 años, pero hay diagnósticos desde los 48. Hay un montón de interés en la película y la gente va, obviamente, con la idea de que irá a ver una cinta respecto a la enfermedad y tienen mucho miedo de sufrírsela, porque todo lo que hay sobre el Alzheimer es tragedia.

-Para usted, ¿qué es lo que cuenta finalmente la película?

-La Maite (Alberdi) siempre lo dice: esta no es una película acerca del olvido y del terror que genera el olvidarnos, sino un ejercicio de memoria. Entonces, es una película en donde el Alzheimer no es el foco, tampoco la memoria ni el olvido, sino justamente lo que permanece en las personas que padecen de esta enfermedad y que hace activos a quienes estamos en su entorno, que es el ejercicio de memoria permanente que hacemos con ellos para poder salir adelante de la enfermedad. Lo más bonito es eso, que son dos personas que tienen como dificultad esta enfermedad, pero no es una película que trate sobre ella.

También habla de la conexión, de que somos personas que en nuestro desarrollo profesional y personal hemos sido parte también de la historia y del desarrollo de nuestro país. Entonces, la conexión es inmediata: es la historia de ellos, nuestra historia, pero es también la historia de cada uno y del país. Eso es muy bello, porque es lo que hace el arte por excelencia: que tú te veas y te reconozcas ahí.

“La película se convirtió en un regalo”, dice Paulina Urrutia.

-¿Qué le pasó cuando vio la película?

-Después de que Augusto falleció, la película se convirtió en un regalo. Primero, es verlo como si estuviera vivo, como si pudiera volver a tocarlo. Y, al mismo tiempo, retrata a este país que es otro país, uno que está en nuestro ADN. Nosotros padecimos tanto y reconocer ese dolor y hacerlo con respeto, con cariño, nos hace vernos a nosotros mismos en el ejercicio que fue recobrar la democracia. Eso le da un valor que habíamos perdido.

-¿Cómo impacta el ejercicio de la realización de la película?

-Es un ejercicio de memoria respetuoso del dolor, y eso hace que la gente se sienta noble y parte de esa tarea. Y bueno, imagínate el orgullo que puede estar sintiendo Augusto de eso. Además, con su consecuencia. En la película ves todo eso y fue parte de la genialidad de la Maite; el descubrimiento creativo de su autoría y cómo ella es capaz de generar esta obra de la más absoluta contemporaneidad de la creación audiovisual de hoy, con un documentalista de otra época que fue capaz de registrar los momentos más duros de nuestra historia reciente. Una vez recobrada la democracia, él se dedica a cómo el pueblo es capaz de ir elaborando esos dolores y transformarlos en arte, música, teatro, cine, literatura, en el florecimiento creativo que hubo a partir de los años 90; la transformación de este país que era capaz de expresarse.

-La película hace precisamente un paralelo entre la labor de Augusto Góngora como documentalista, rescatando la memoria, y su pérdida de memoria.

-Toda la gente me plantea como una contradicción vital que a Augusto le diera Alzheimer. Yo pienso: ¿qué otra enfermedad podría haber sufrido que hiciera que todo este país estuviera haciendo el mayor ejercicio de memoria en este año? O sea, con su última causa, que fue visibilizar lo que él estaba padeciendo, muchos pudieron haber dicho: “¿Cómo se expone?”, “¿Cómo se muestra?”, “¿Cómo…?”. Augusto tuvo la lucidez de lanzarse a hacer esta película. Es como si ahora él me estuviera tocando aquí el hombro, como diciendo: “te dije, te dije que lo hicieras”, porque yo me resistí a hacer la película hasta el final. Solamente me convencí cuando la vi terminada.

-¿Cómo fue el tiempo de registro del documental, especialmente en pandemia?

-Cuando vino la pandemia, la Maite venía grabando desde hace un par de años, y me dijo: “Paulina, yo creo que esta película llega hasta aquí”. No iban a poder seguir grabando. Y bueno, “eso fue”, pensé, porque además lo hizo de manera independiente, sin lucas, y no había ninguna presión ni un fondo por rendir. No se pudo, pensé, y sentí un gran alivio. Dios mío, gracias. Lo que definió todo fue que Augusto siempre dijo que sí. Siempre, siempre.

¿Cuál es el problema?

La actriz recuerda una comida en la que estaban ella, Góngora y Maite Alberdi. Fue esa la noche en que cedió y que autorizó a que el documental se realizara, cuenta: “Augusto ya tenía problemas para comer, entonces yo le picaba las cosas. Estábamos en eso, la Maite hablando, y yo le decía, sí, pero no sé qué… Todos teníamos aprehensiones: los hijos, los amigos audiovisualistas de Augusto, yo. Había una resistencia de todo el mundo, porque los documentales no se hacen cuando la gente está padeciendo, pensaba yo. Bueno, y Augusto en esa comida, dice: “¿Pero, cuál es el problema? Yo no siento vergüenza de que se me caiga la comida”. Ahí quedó todo. Él tenía esa claridad meridiana porque Augusto lo vivió”.

“Augusto fue un periodista que registró la vulnerabilidad, el dolor, la precariedad, la pobreza, la pena, el dolor de este país. Y siempre lo hizo con respeto, con dignidad. También habla de una ética del periodismo tan distinta. Entonces, ¿qué rollo iba a tener? Ni uno”, dice Paulina Urrutia.

“Todas las aprehensiones que nosotros teníamos son de nuestro tiempo; de que la gente vive exponiendo su vida, sacándose fotos, mostrando lo que hace, lo que no hace, lo que quiere, sin ningún pudor, sin mediar ningún proceso de intimidad. El Augusto no tenía eso. Al contrario, lo vivió de manera profesional, creativa y personalmente. Ahí te das cuenta también del nivel creativo de la Maite, y de cómo se conectaron ellos”, comenta.

Un hombre con mascarilla llegó hasta la puerta de su casa en 2020. Le entregó una cámara y le dio indicaciones para grabar. “Yo no sabía ni cómo poner el trípode”, recuerda Paulina Urrutia entre risas.

La cinta con Paulina Urrutia y Augusto Góngora fue visto por 80 mil personas en su primera semana.

-¿Fue difícil para usted la grabación?

-Yo grabando, pésimo, por cierto. Estuvimos encerrados dos años de pandemia y nunca me di cuenta que tenía presbicia. Ponía la cámara y enfocaba, según yo. Cuando a la Maite se le ocurre dejar una cámara, jamás pensó en utilizar ese material. A mí me habían dicho que la película se había terminado, así que, imagínate, yo apretaba play, grababa horas de horas y finalmente la Maite se transformó en un testigo de lo que nosotros padecíamos todos los días en esa casa.

-Es un material muy íntimo.

-Con esa presencia suya tan especial, yo decía: no estoy loca, estoy viviendo esto y hay alguien que es testigo de lo que está ocurriendo. Ese material es de una intimidad que ningún documental tiene, porque qué equipo va a estar grabando tres horas desde la una de hasta las cuatro de la madrugada. Nadie.

-Parte clave fue la producción del documental, que se siente al verlo.

-Y ahí está la sutileza, el respeto, la dignidad con la que fuimos tratados. La contundencia de este documental está en mostrar lo duro que es esta enfermedad, no oculta nada. Todos me preguntan: pero, ¿hay algo más? ¿Hay algo que no quedó? Esto no es una ficción, esto es la realidad. Y la realidad, así como tiene cuestiones horrendas, duras, difíciles, terribles, también tiene días hermosos. Y la película tiene ese equilibrio.

-¿En qué momento decidía poner la cámara y en qué momento optaba por apagarla?

-Es muy bueno que me lo preguntes, porque realmente no hubo un plan en eso. Maite nunca me dijo “¿podrías enfocar? ¿podrías grabar así y asá?”. Te digo esto para que sepas que nunca supe que las imágenes estaban fuera de foco, porque tampoco revisaba el material. La Maite tampoco me dijo “oye, ¿podrías grabar tal escena?”. Nada. Todas las situaciones de crisis, sobre todo en la noche, que se ven en la película, duran unos minutos, segundos, no sé, cuando en realidad podían durar veinte minutos, una hora, dos horas, tres horas. Y yo sola, con él, entre los gritos, la pena, el cansancio, el agote, el frío.

Muchas veces me pasó que después de mucho rato me daba cuenta de que la cámara estaba ahí. ¿Habrá grabado?, decía yo. O sea, ni una conciencia. Después, me escribía el equipo y me preguntaban si podían ir a buscar las tarjetas de memoria, y yo no había grabado nada. Entonces, ¿qué es lo que hacía? Listo: ponía la cámara en la mañana, a la hora del desayuno, y grababa el día completo. ¡Pero era para cumplir con las entregas!

-Entonces, usted realmente llegó a olvidarse de la cámara.

-Exactamente, y es que ahí es donde está la naturaleza de los dos. Augusto siempre está consciente de la cámara, todo el tiempo. Ponte tú, la escena del baño. ¿Por qué crees que el Augusto habla bajito? Es porque sabía que estaba el camarógrafo, que además era su amigo. En el restaurante chino, lo mismo, cuando le pregunto: ¿cuántos años llevamos juntos? Él dice que mejor lo hagamos juntos, porque está preocupado de equivocarse. O sea, total consciencia de ser visto. Yo, que soy actriz, me pagan por olvidarme de la cámara. Es parte de mi naturaleza. 

Paulina Urrutia tenía dudas sobre el documental y pensó que con la pandemia ya no se haría.

Paulina Urrutia y el surgimiento del documental

“Maite siempre quiso hacer este documental como una historia de amor. Esa era su tesis”, dice Paulina Urrutia. Cuenta que Alberdi fue a la Universidad de Talca, a hacer una clase de pitch de El agente topo dirigida a actores. “Termina la clase y Augusto, que estaba conmigo y sentado entre los demás alumnos, levanta la mano y dice: ‘Es muy importante la escucha’. Eran las cosas que le habían quedado de su trabajo como coach. Y termina diciendo: ‘Gracias, he aprendido muchísimo de esto’. Todos lo aplaudieron y él estaba encantado”, recuerda la actriz.

“Ella (Alberdi) vio que él era parte de mi vida, de mi trabajo, y empieza a descubrir al Augusto. En términos creativos, lo que hizo fue pasarle la cámara primero a él, porque empieza a utilizar su archivo profesional y personal. Recién ahí, yo creo que ella empieza a mirar el material de nosotros en pandemia de otra manera y se abrió a una manera de decir y de expresar absolutamente nueva en su filmografía”, agrega.

Para Paulina Urrutia, “esta es la película más original de la Maite, y en su propio estilo, sin perder autoría. Toda la vida han dicho que sus películas no son documentales, y aquí vuelve a explorar y a tensar el género sin perder un milímetro de su identidad como creadora”.

-¿Cuál es la importancia que tuvo el paso por Teleanálisis en el contexto de la película?

–Teleanálisis lo vi en la universidad, nosotros éramos parte de su distribución, que se repartía en juntas de vecinos, en sindicatos, en asociaciones profesionales, en las universidades. Yo vi Teleanálisis cuando era estudiante. Estudiaba en la universidad en el año 86, pero en mi colegio, el Compañía María, ya habían exhibiciones de Teleanálisis. Era nuestra manera de informarnos.

-Vistos con la distancia del tiempo, ¿qué valor adquieren esos registros hoy?

-Es algo tan impresionante, porque los archivos del Teleanálisis fueron parte de todas las reconstrucciones y reportajes que se hicieron para la conmemoración de los 30 y 40 años del Golpe. Y hoy día Augusto, con esta película de Maite Alberdi, hace ese ejercicio de memoria, que es una memoria afectiva, digamos, una memoria de alguien que insistió en no olvidar. Y no para quedarnos anclados en el pasado, sino justamente por lo contrario: en la medida que nosotros no olvidamos el pasado, efectivamente podemos mirar el futuro y ser parte de la construcción de ese futuro. Sin lugar a dudas, Augusto es un ejemplo de eso; de la coherencia, la convicción y lo editorializado de su vida y su propia existencia. 

“Yo soy un desastre. Imagínate, yo era pura resistencia, puro miedo y puro terror frente a la idea de hacer la película, y llegó un momento en que la Maite se empezó a interesar por el archivo, entonces me decía: “Paulina, por favor, puedes buscar…”. Yo, por supuesto, no hice nunca nada”, cuenta la actriz.

-¿Cómo lo resolvió?

-Un viernes me llamaron para preguntarme por el material y corrí a buscar debajo de la escalera, donde hay miles de videos. Dije: “No tengo tiempo, no voy a poder hacer esto”. Augusto ya estaba muy enfermo y yo tenía 20 mil cosas que hacer y más. Voy al living, y empiezo a mirar, y en la última parte del librero había unos videos, pero no eran VHS sino tal vez Beta, no sé, pero era el registro del lanzamiento de La memoria prohibida. ¿Por qué estaba ahí? Fue la cosa más rara del planeta. Vinieron a buscar el material y les dije que era mejor idea que vinieran y revisaran todo, porque yo sé dónde tenía guardado todo, pero nunca vi nada de eso. Augusto tenía su cámara siempre y yo jamás me metí.

-El año pasado dijo que se había convertido en la cuidadora de él y que había dejado de ser actriz o que había puesto en suspensión su carrera. ¿Cómo se ha replanteado ese rol tras la muerte de Augusto Góngora?

-Es el proceso más complicado de todos, creo. Pienso que todo esto ha sido realmente tan extraño. La gente en las calles me da el pésame y, al mismo tiempo, siento que Augusto está más vivo que nunca. Falleció hace tres meses y es aún muy difícil la situación. Tengo días tan bonitos, tan hermosos, y llego a mi casa a puro llorar. Así es la vida, tiene cosas maravillosas y cosas muy duras. Cuando estoy en la casa siento que estoy con él, en el fondo, en nuestra intimidad. Y lo que viene para adelante, no lo sé todavía. Me han empezado a salir peguitas, pero voy de a poco.

Paulina Urrutia ha acompañado la cinta con presentaciones en Chile y el extranjero.

El reencuentro con las tablas de Paulina Urrutia

Del 7 al 9 de septiembre, en el CEINA, Paulina Urrutia volverá a las tablas en la obra La amante fascista, del dramaturgo Alejandro Moreno. El montaje dirigido por Víctor Carrasco fue estrenado en 2010, y allí encarna a Iris Rojas, la esposa de un capitán del ejército chileno que se encuentra fuera del país. Mientras espera su llegada, y presa de la ansiedad por los preparativos de un acto oficial por su recibimiento, Iris nota que su uniforme de voluntaria está completamente mojado y que difícilmente alcanzará a secarse. Su desvelo sumerge al público en una de las noches más oscuras que ha vivido el país.

La amante fascista vuelve ahora como parte de un ciclo por los 50 años del Golpe y el quiebre de la democracia en Chile, de Fundación Teatro a Mil. La última vez que actuó –recuerda ahora la actriz– fue en Proyecto Villa, en el GAM, que fue cancelada tras la muerte de Augusto Góngora, en mayo pasado.

“Vuelvo al escenario con una obra súper importante, que nos la pidieron también en el marco de los 50 años. Fue la primera obra que se agotó del ciclo y lleva 13 años en cartelera. Es muy impresionante eso”, comenta Urrutia.

“He ido de a poco. Hay que ir viendo cómo me voy recuperando y en qué persona me he transformado en este tiempo, en qué cosas ya no me reconozco”, señala la actriz. “Fue un proceso tan vital para mí, tan transformador ese periodo que viví con el Augusto hasta sus últimos días, que claro, hay que tener un poco de tiempo para ir viendo quién es uno ahora y qué quedó de mí, en qué persona me transformé. Lo comparo con cosas tan fundamentales que uno vive desde que entra al colegio y después sale de 4º medio siendo otra persona. La enfermedad de Augusto fueron casi diez años”, agrega.

-Casi la mitad de la relación de ustedes.

-Exactamente. Entonces, es como guau. Y también estoy vieja, estoy en un cambio de fase. A Augusto lo conocí cuando tenía 26 años, ahora tengo 54. Es un cambio grande.

-Entre las personas que han vivido lo mismo que usted con Augusto Góngora y que les ha tocado hacer frente al Alzhéimer, se habla mucho de la “despedida prolongada” o del “duelo anticipado”. ¿Cómo lo vivió usted?

-Son dos cosas distintas. Siempre he dicho, y en eso he coincido: es una muerte en cámara lenta. O sea, tienes mucho tiempo para poder ir trabajando esa relación, que en el fondo es una manera de ir despidiéndose e ir dejando ir a esa persona. 

Descubrí tantas cosas en mí y a través de lo que viví con el Augusto, que no puedo compartir lo del duelo anticipado, porque para mí realmente el día que se murió fue hasta el final una enseñanza. Y esos dos días de agonía estuve con él, no es que ya me hubiera despedido. Y bueno, gracias a La memoria infinita estoy viviendo un antiduelo, porque olvidarme de Augusto es imposible.

-¿Cambió algo en usted?

A mí lo que me pasó en ese tiempo fue que, en vez de irme alejando de Augusto o despidiéndome de él, empecé a descubrir a otra persona. No es que Augusto dejara de ser el de antes, pero está la transformación de toda persona que vive un proceso similar, y ese proceso para mí fue tan enriquecedor y tan vital, que nos mantuvimos juntos hasta el final. Yo también descubriéndome en otra manera de relacionarme con la vida, con mi entorno, valorando mi naturaleza como actriz, el manejo de mis emociones y la capacidad de relacionarme con él, aunque no estuviera consciente siempre.

-¿Su muerte la alivió en algún sentido?

-Lo que tengo es una paz inmensa y una sensación constante de su compañía.

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