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Opinión

26 de Agosto de 2023

Columna de cine de Cristián Briones | La Memoria Infinita: La necesidad de un corazón roto

"Las grabaciones para este documental son una ventana a una historia íntima, de cariño, de esmero, de amor como los hay tantos y vemos tan pocos", escribe el columnista de cine Cristián Briones sobre el estreno de "La memoria infinita". "Pero las imágenes de archivo de Augusto Góngora y Paulina Urrutia son otra cosa. Son parte de nuestra propia historia. De la historia de Chile", reseña sobre el documental que ya se puede ver en cines.

Por Cristián Briones

Maite Alberdi tomó la decisión de documentar una agonía. Podríamos buscar muchas otras palabras para referirnos al hecho de registrar la enfermedad degenerativa que padece el protagonista de La memoria infinita, pero no sé si las hay más precisas. Se puede considerar una atrocidad el intentar siquiera plasmar esto en pantalla. Habrá quienes decidan simplemente no verla, pero igual nos regalarán comentarios sobre ella, validando una y otra vez esa salvajada de “No la he visto y no la quiero ver”.

La verdad es que puedo llegar a comprender el no querer enfrentarse a esto desde una butaca. Porque La memoria infinita es dolor. Tristeza en el más profundo de sus sentidos. Y en estos tiempos en que todo lo medimos en ganancia en función de lo invertido, una obra que nos llevará ineludiblemente por un camino de amargura, puede parecer innecesaria.

Y, sin embargo, es indispensable. Total y absolutamente imprescindible.

Porque La memoria infinita es una historia de amor. De esos confesados y sostenidos con los años compartidos. No los hay de otros, la verdad. Si un amor no es saber que se es amado y necesitar retribuirlo con la vida, incluso cuando el futuro es una certeza aciaga, entonces quizás es un romance. Se puede vivir mucho con uno de esos. Pero sólo uno de ellos es eterno. Sólo uno es infinito. Sólo uno puede avizorar la tormenta y sentarse a conversar sobre como vivirla. Y sobre morir. Preguntar cuánto tiempo vale la pena mantener esta vida y que la respuesta sea una declaración de principios acerca de lo que significa ese acto de almacenar recuerdos en el pecho y momentos desdichados en la cabeza.

Sólo uno de ellos es cotidiano, es miradas que se encuentran, aún cuando una de ellas se irá perdiendo en el camino. Sólo una gran historia de amor te da esas conversaciones que intentan sacar una aguja en un pajar de recuerdos amontonados. Que arrancan una sonrisa que ilumina la pantalla, y arrebata otra sonrisa con inevitables lágrimas en la audiencia. La historia de “Góngora” y “La Pauli” es una de esas. La historia de un hogar, que es mucho más que una casa. Narrar ese tabú que es cuidar a alguien que se amó antes, se amará en el doloroso durante y en el infinito después. Documentar la agonía de “El Largo Adiós”, del amor entre dos personas que se dieron vida cuando pudieron, y de cómo ese amor que se tienen, es capaz de sostenerlos a ambos, cargando el peso en una de ellas.

Porque esto también es inexorable: La memoria infinita pone en la mesa la conversación sobre el cuidado de personas aquejadas por enfermedades crónicas. De cuán imposible es. Del desgaste emocional que ello implica. Esto va más allá del sentimiento más profundo que puede cimentar el proceso. Alberdi deja cuidadosamente armada la dificultad. Con esas cámaras cotidianas e incluso esas nocturnas, inadvertida y afortunadamente desenfocadas y desencuadradas. Cuidar tiene su propio dolor. Más todavía cuando el remate es uno solo.

El montaje es un ascendente que nos deja ver a los involucrados en todos sus aspectos, para marcar todavía más el contraste. Porque las grabaciones para este documental son una ventana a una historia íntima, de cariño, de esmero, de amor como los hay tantos y vemos tan pocos. Pero las imágenes de archivo de Augusto Góngora y Paulina Urrutia son otra cosa. Son parte de nuestra propia historia. De la historia de Chile.

Y es que en otro nivel, La memoria infinita es una “Historia de Chile”. Aspecto que no estoy tan seguro que todo el mundo más allá de nuestras fronteras, (y esto lamentablemente incluye las ideológicas) pueda interiorizar de la misma forma. El mismo Augusto Góngora lo dice en un momento: Él fue parte de dos crónicas, de dos relatos, de dos momentos del país. Una crónica del valor de una lucha dada en tantos frentes. Del dolor de la pérdida. De recordar para siempre de forma desgarradora a los amigos que nunca volvieron. De meter los pies en el barro de un Chile que es demasiado fácil negar hoy en día. De aquellos tiempos en que sostener un micrófono frente a una cámara era ponerse un blanco en la espalda.

Y luego la otra, la crónica de un momento en que se pensó en sanar. Dedicarse a difundir las artes. Abrir otras ventanas, para nuevas generaciones. En los libros, en el cine, en la cultura desde un canal de TV que lo pensaba como público. Y encontrar a “La Pauli”. Y estar en el teatro. Pasear como intruso en las tablas. Y saber del amor desde una butaca. Y acompañarla a La Moneda antes que al Registro Civil. Ese aplomo y esas sonrisas se remarcan con una luminosidad entrañable en esa televisión cuadrada. No solo era juventud y vida. Era esa esperanza en el futuro que sólo te da el azar de encontrarte con esa única persona en el universo.

Y luego Góngora, tal como Chile, enfermó de olvido. Pareció imposible poder nunca olvidar que después de un nombre venía un apellido y luego un “lo mataron a José Miguel”. Pero pasó. Se olvidó. Y sólo quedó el dolor sin un asidero en la razón. Esa aguja en el pajar de los recuerdos, pincha, más ya no se halla. La respuesta a la pregunta sobre vivir muchos años, ya no es la misma. Porque sólo queda el dolor. Sólo quedan los reflejos con los que conversar, porque la identidad propia, ya no se reconoce.

Habla Jaime Mañalich en el pequeño televisor en la cocina. Está dando el reporte de fallecidos durante los momentos álgidos de la pandemia.

“¿Escuchaste? – le dice ‘La Pauli’ – Por eso no podemos salir ni pueden venir a verte tus hijos. 43 muertos.

“¿43 Muertos?” -contesta “Góngora”- ¿Los mataron o ya pasamos a otra cosa?

Ya pasamos a otra cosa, Augusto. Tristemente, la memoria parece no ser infinita. No había cura para esa niebla que cayó sobre tus recuerdos. Parece que tampoco hay cura cuando un país calló ante un clamor que reclamaba esos recuerdos. En lo personal, sólo quiero decir que desde acá, alguien que entró a un mundo que definiría su vida gracias a un programa llamado Cinevideo, te quiero agradecer que, incluso al borde del olvido, me obligaras a recordaras ciertas importancias y verdades. De que el amor, quizás sí es infinito. Y de que para algunos temas, es absolutamente necesario preservar un corazón roto.

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