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Entrevistas

16 de Diciembre de 2023

Daniel Alcaíno y el plebiscito constitucional: “El pueblo tendrá que juntar rabia y estar a la altura de hacerla de nuevo”

Fotos: Felipe Figueroa

El actor repasa su historia profesional y algunos de sus grandes momentos en el teatro y la televisión. Dice que a él le gustan la tranquilidad, su casa y la lectura. Sabe que su personaje más popular, Yerko Puchento, no es un contenido que apele a los jóvenes y confiesa que no le importa porque, a estas alturas, él les habla "a los viejos" desde su cabeza de 51 años. Cuenta que nunca se ha arrepentido de no haber estudiado Derecho y revela cómo se enteró de que el médico que lo salvó de morir a causa de un cáncer está acusado de ser ayudista de tortura.

Por Jimena Villegas

Daniel Alcaíno Cuevas, hijo de Daniel Fernando y de Cristina, padre del adolescente Emiliano, actor de profesión, debe ser -con distancia- uno de los seres humanos más sorprendentes con que otro ser humano puede encontrarse a mediodía de cualquier día en una cafetería de Ñuñoa. Su vida, así como él la cuenta, parece el compendio de las paradojas.

Sentado en un pequeño sofá frente a un expreso y un pan con palta, mueve las manos, usa veinte mil palabrotas por segundo, dispara las ideas, se muestra infinitamente divertido. Es -lo que se dijera- el talento histriónico en persona. Pero, si debe hablar de lo que a él le gusta de verdad o de cómo prefiere él morder el paso de los días, usa la palabra tranquilo. Daniel Alcaíno, el hombre que da vida a Yerko Puchento, uno de los personajes más impredecibles y adrenalínicos del espectáculo chileno, jura que -si puede- escoge estar sosegado en su casita y que sólo desea de siempre.

Por eso -explica- es que oye siempre la misma música y camina siempre las mismas “putas calles”. Cuenta que ama los personajes que son hombres solitarios, como Ernest Shackleton o Alexander Selkirk; que no le importa nada ser famoso; que no hay nada como el parrón del patio de su abuela: “No quiero abarcar mucho”, afirma. “Siempre quiero volver a mi centro. Los viajes no me llaman la atención. Las vacaciones no me llaman la atención”.

Cuenta que nunca ha tenido miedo. Ni a no tener trabajo ni a la muerte, de la que estuvo muy cerca a causa de un cáncer de testículos, a fines de los 90: “Voy a todas partes, así como soy. Voy al bar, a cantar, a escuchar trova. Converso con la gente, me encantan las canciones, me encanta Latinoamérica, me encantan los autores chilenos, me encanta la historia. De hecho, mi hijo dice: Ya está leyendo, el señor Fome“, dice Daniel Alcaíno.

-¿Su hijo le dice señor Fome?

-Sí. Cuando era chico me decía señor Aburrido. Llego a mi casa y veo la misma cuestión de siempre. Ando en bicicleta y voy al mismo café.

-Es un conservador.

-Sí, súper. No me atrevo a otras cosas. Pero el teatro me da la oportunidad de ser más loco. El personaje puede hacer lo que sea, y no tengo ni un prejuicio de nada. Con el Yerko me besé con hombres y me da lo mismo.

-¿Es verdad que su médico era un torturador?

-Lo acusan de eso. Me da un poco de no sé qué, porque está muy mal ahora. Pero estoy muy agradecido, porque me salvaron la vida. Los doctores más capos del cáncer en Chile me atendieron gratis en la clínica Las Condes.

-¿Y por qué hicieron eso?

-No sé. Me acuerdo de que había un convenio de Sidarte con el Hospital del Cáncer y empecé a atenderme allá. Pero, con el sistema público, se demoraban, no me pedían los exámenes, y de repente un amigo me habló de un familiar. Fui y me dijo: la dura, la dura, en seis meses estai muerto. Imagínate, no tenía ni un peso. Al otro día me dan el dato de otro doctor. Lo voy al ver y me dice lo mismo que el otro: en seis meses te morís, porque tienes un cáncer muy agresivo y no te han hecho esto ni esto.

Daniel Alcaíno cuenta que sólo tuvo que conseguir la plata para pagar la hotelería: “Les dije: yo me entrego a ustedes. Lo sabía, porque los vi: Aristóteles y Platón. Había pasado por miles de doctores, y de todos pensaba: este hombre no tiene idea. Pero ellos sí sabían y pensé: en seis meses estoy muerto. ¿Cuántos años tenía? Veintisiete y en un mes más lo iba a tener en el pulmón, en un mes y medio más en el cerebro. Pero ahí me llamó este doctor, y me dijo: a ti te atienden, pero yo no existo”.

-¿Por qué el doctor le dijo eso?

-Porque yo salía en las teleseries. Me dijo: “No quiero ir a los canales a hablar con gente ignorante, no quiero que me nombren”. Me operaron, me hicieron las quimios, todo. Un día, cuando iba a un examen de rutina, encontré que había unos vestidos de negro con tele comunicadores. Le pregunté a la secretaria “qué pasó” y me dijo que habían ido a funar al doctor, que lo acusaban de ser un médico de la Fach o de la Dina. Ahí empezó a caerme en la teja.

-Qué gran paradoja.

-Yo siempre he sido muy agradecido de él. En este momento está muy mal, en un lugar paupérrimo. Pero, dentro de lo que puedo, voy. Desde que supe que está enfermo, lo voy a ver.

-Bien fuerte la historia.

-Sí, es fuerte. Ahora, con el tiempo, se me revuelve todo un poco.

****

Este año Daniel Alcaíno cumplió 51 años. También este año se separó de quien fue su pareja por 21 años, la actriz Berta Lasala.

-¿Y usted está bien?

-Sí, estamos muy bien, creo. Somos amigos, buena onda. De hecho, vivimos juntos como cinco meses después de separarnos y tenemos un hijo maravilloso. Creo que, después de 21 años, también hay desgaste de material. Hemos vivido muchas cosas, hay mucho cariño.

-En el mundo del espectáculo como que cuesta ser estable y ustedes habían pasado las dos décadas. Era un hito.

-Sí, 20 años juntos es mucho tiempo, mucho. Así que no terminamos tirando los platos por la cabeza, ni nada. Lo conversamos: “¿Te cachás que estamos así? Vamos, veamos”. Cuatro años antes habíamos tenido un quiebre, nos habíamos separado como dos meses. Yo la veo a ella súper bien. Está contenta, haciendo cosas. Se mete a programas. Está en el tema de la cocina, goza con eso.

Daniel Alcaíno es un actor conocido por el público y reconocido por sus pares. Cuenta que entró a estudiar en la Universidad de Chile en 1990. Su escuela en esa época aceptaba a 16 estudiantes por temporada y cada año postulaban 160.

Entre sus profesores nombra a Pedro Mortheiru, a Sergio Aguirre, a Diana Sanz. Cuando cita obras, habla de Shakespeare, del Teatro del Puente o de la compañía Sombrero Verde, con María Izquierdo y Boris Quercia. También de Bélgica Castro y del colectivo El Cancerbero, con quienes montaron “El Señor Galíndez”: “A los 21 años hice de protagonista en Mala onda, de Alberto Fuguet. Conocí la fama. Los fanáticos de Fuguet, de la Zona de Contacto, de Mike Patton, me iban a ver. Me regalaban poleras de cosas que yo no era y no escuchaba. Se confundían conmigo”, recuerda Daniel Alcaíno.

Primero pensó en estudiar Derecho. También pudo ser pintor, porque dibujaba mucho, y muy bien: “Hacía retratos. De hecho, la universidad me la pagué haciendo retratos”. Pero, de pronto, se le cruzó el teatro: “Me quedé pensando: aprendo el texto, y otra persona lo ve, y me va corrigiendo, y ahí se estrena. Qué bonito. Y me acordé de la obra que me ayudaron a ver en el colegio. Y también que, como niño, era bien pintamonos. Ganaba concursos de baile, de poesía. Decía cosas, tenía buena memoria, no me daba vergüenza salir a hacer de ángel Gabriel en la capilla”. Cuando lo eligieron quedó loco: “Me gustó al tiro”.

En 2024 Daniel Alcaíno estrenará ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, junto a Trinidad González. Y durante los tres últimos años ha estado presentando la obra Sala 13, un homenaje al Teatro Nacional Chileno, que este año cumplió 82 años: “El otro día fuimos a Curicó y hemos girado por todo el sur. Todas las itinerancias son como de 20 días. Estamos de pueblo en pueblo. Nos reciben y nos armamos un patio en la cancha de básquetbol del colegio. Es bonito”.

En paralelo, al lado de su socio el guionista Jorge López, vive un fin de año intenso con Yerko Puchento. Mientras saca una libreta semi desvencijada del bolso dice: “Aquí está mi agenda”. Días expresados en cuadrículas hechas a mano revelan tablero vuelto. Acaba de terminar una temporada por casinos de Chile y en verano tendrá fechas en pubs de Santiago, Maipú y Melipilla. También en el teatro San Ginés: “Juan Pablo Sáez, que es un compañero de la escuela, me presta el teatro. Le pongo una fecha al mes y vamos”.

Allí tiene función el 10 de enero y después el 16 febrero. A cada escenario de pub -explica- llevará “sin censura” todas las copuchas de cada comuna o ciudad que estén en la contingencia. Quienes lo vean “asistirán en exclusiva al show que no estará en el Festival de Viña”.

-¿Nunca se ha arrepentido del teatro?

-No, no, no. Es lo mejor que me ha pasado en la vida. Con mis primos todos vivíamos en la misma casa. Nos pasábamos desde el uniforme a los cuadernos, y el que era más capo le enseñaba al que era más huevón. Éramos súper solidarios, todos en el mismo patio. Mi primo Urzúa estudió derecho, y lo veo. Él es feliz siendo abogado. Soy amigo de su curso de abogados. Hoy somos todos igual de viejos y nos conocemos. Ha sido hermoso conmigo el destino teatral.

-¿De verdad lo siente así?

-Sí. Desde la escuela, desde siempre. En primer año, que vino Fernando González y me puso una buena nota. En el segundo tuve buena nota. Siempre tuve buena nota. En tercero partimos con obras de teatro, y los profesores me felicitaban. Una vez hicimos El Loco y la Triste, de Radrigán, y fue un siete. Eran puros sietes. No dependía de estudiar, era una cosa como de arte. Me iba bien.

La primera incursión televisiva de Daniel Alcaíno fue en Teleduc, de Canal 13. Allí mismo lo llamaron al Teatro del Humor: “Un papelito y otro papelito. Después me vio don Ricardo Miranda y me llevaron a las teleseries de Mega. Después me llamaron para otra, y para otra. Tuve un break por el tema del cáncer, y un día me dijeron que fuera a probar personajes para un programa y salió Peter Veneno. Y de ahí los estelares, y los Viva el lunes. Y después inventamos el Yerko, y más estelares, y viajes por el mundo, los Oscar, Pamplona, Rusia, Egipto, rating. Y de ahí se me fue de las manos, la verdad”.

-¿Cómo es eso? ¿Qué quiere decir?

-Es que era demasiado. Viajes, eventos, conocer miles de gente. Estaba sentado al lado de Catherine Deneuve y de los cantantes. Con Chayanne, con Miguel Bosé, un besito, no sé, ¿cachai? Con todos, los conozco a todos, a las modelos.

-¿Y se le subió a la cabeza?

-No, porque yo sé que yo soy diferente. A mí no me interesa eso. Me sigo quedando así, con los pantalones rojos, mirando a mi hijo, que es mi amigo. No me interesa tener autos descapotables ni casa en la playa. No uso lentes oscuros ni de colores. Me da pudor tener piscina, hay muchas cosas que me dan vergüenza. El teatro me da la posibilidad de salir vestido con un colaless, pero es para que se rían. No soy yo. Yo soy como nadie.

-¿Y no será esa una manera de esconderse o de mostrarse?

-Un profesor nos dijo lo que es un personaje. Un personaje es alguien que tiene una visión única e irrepetible del universo. Por eso no cualquiera es un personaje. El actor no tiene que verse nunca. Hay un letrero invisible que dice: Aquí está, destinado a no ser nadie. ¿Estás dispuesto a dejar acá todo? Porque, para abrirte en 360 grados a entender el mundo, el personaje camina diferente a mí. El personaje piensa diferente a mí.

-Usted no es Yerko.

-El personaje no soy yo. Yo no utilizo a Yerko para decir cosas mías. Si llego a la conclusión de que es divertido reírse de un presente teórico que no me gusta a mí, lo tiró en un tobogán y Jorge López me dice. Él es mi director. Pero todo depende de cómo se presente. Yo no utilizo mi cuento para decir cosas. No soy un militante de nada.

-Los actores parecen tener una contradicción: el amor por el teatro, que nutre, y la incomodidad con la televisión, que da de comer. ¿Es su caso?

-No, no, no. Yo lo hago todo. La tele es más masiva y entonces la vergüenza es mayor. Hay más gente. En la tele, generalmente, me tengo que hacer el divertido. Tiene que funcionar, es adrenalínico, es inmediato. Estás ahí comprobando tu visión de la actualidad con la gente. En cambio, en el teatro hay un texto, ensayo, dos o tres meses. Las dos cosas son lindas. La mística que se vive en el teatro yo diría que es buena mística, pero uno se hace la propia mística solo.

-Yerko es bueno para el bullying.

-¿Cuándo le pusieron nombre bullying a la hueá? Era ser chileno, nomás. Ser chileno era así, era el doble estándar del chileno más que el bullying. Pero, claro, era a la cara. El discurso está acá afuera, pero de adentro el chileno hace otra cosa. Dicen: Mapuche, la lucha del día, valientes. Pero la cabra te dice “mi pololo, Matías Catrileo Nosequé”, que es un nombre mapuche, y ahí no: “¡Esta cabra, puta se volvió loca!”. Yo creo que funciona así la cuestión acá.

-¿Chile necesitaba a un disfrazado para poder escuchar la verdad?

-Una vez la doctora Cordero dijo: “Esos son unos son imbéciles que se visten como maricones para decir mariconadas”. ¡Me encantó la frase! Y cerrábamos un show con esa frase. Cuando hicimos al Yerko hablaban de engendro. En un editorial decían que éramos un engendro del mal. También decían que éramos terroristas del humor, miles de cosas dijeron. Y hablaban de los límites del humor, que Yerko se pasaba a los límites, que hacía bullying. Hay gente que no tenía ni idea y que hablaba de lo que era el humor.

-De la impresión de que el tipo de humor de Yerko ya no funciona con los jóvenes.

-Es que nosotros no hacemos humor para los jóvenes. Yo pongo un cartel que dice “entradas en San Ginés” y me conocen. Conocen mi humor y, por lo general, los jóvenes no van. Van a ver a los estandaperos. Yo no sé hacer stand up. Tengo un personaje que ya la gente conoce y sabe cómo es.

-¿Ha cambiado el humor?

-Hay para todo. Don Carter y el Profesor Rosa hablan de dos colitas y no sé qué cosa. Y yo digo: ah no, terrible de pasado. Pero como que vayas a hacer la vuelta en la noche a los casinos y te caes de la risa. No te molesta. Es como ir a ver rodeo pero que no se vea todo el animal. ¿Y pa’ qué, hermano? No seas masoquista.

-Entonces su público es adulto.

-Es que yo soy viejo, en mi cabeza tengo 51. Nosotros, cuando entramos en la casa, nos acordamos de pura huevadas, de Enrique Maluenda. Y yo tampoco entiendo cuando muchos cabros dicen: “Hacen unos chistes muy random”. No sé lo que es random.

-¿Nunca le ha interesado el stand up?

-Nada. Porque veo que son jóvenes que sacrifican su propia personalidad en pos de hacer reír: fui papá hace poco, me separé hace poco… Pero oye, no. Me da pudor y creo que tengo un personaje que sí habla de esa actualidad. Y tampoco tengo tanta necesidad de hacer humor. Han pasado hartos años, y a veces también los años cansan.

-¿Se siente cansado?

-Es que, bueno, no sé. Llevo desde 2001 haciendo Yerko, son 22 años. Y antes hacía Peter, y han salido otras cosas, porque a la gente siempre le digo: yo soy un actor dramático. Hasta inventé un chiste con el “no me encasillo”. Estudié en el teatro de la Universidad de Chile y creo que me pasaron los dos cuchillos. Puedo hacer comedia, puedo hacer tragedia. Puedo hacer lo que sea. En la televisión no es de galán, pero en teatro hago cosas más pesadas. Últimamente me han salido cosas. Después de “42 días en la oscuridad” dijeron: “Este huevón puede quedarse quieto”.

-Pero ya había hecho a Exequiel en la serie Los 80.

-Pero era como el divertido de la serie, porque sacaba Juan Herrera de todos los problemas que tenía, lo alivianaba. Y se me daba bien, porque mi personalidad también es livianita. Yo, con la gente, soy súper sociable. Trato, si voy a un lugar y no conozco a nadie y veo que nadie conversa con nadie, de hacer un chiste. La gente me conoce por la cosa humorística, pero hago de todo.

-Y usted está cansado del humor.

-A ver, es que vino pandemia y fue todo un proceso. Hicimos el Yerko en el Canal 13 como 18 años, y nos echaron. En pandemia lo hicimos por streaming y nos fue súper bien. Cuando me dieron la oportunidad de hacer (la serie de Netflix) 42 días en la oscuridad pensé: “Qué rico que no sea divertido, qué rico que no mueva, qué rico que no sea eléctrico”. Después, vi los resultados y pensé: “Oh, qué bueno”. A mí me gustó hacerlo. Pero, no sé, me da vergüenza mi propia cara.

-¿En serio?

-El año pasado trabajé en teleserie. Y voy, y le digo a mi compañera: “¿Quieres casarte conmigo?”. Y la tengo que tomar, echarle el tufo de la mañana. No, ¡qué pudor! Era mi cara, pero con un bigote delgado. Soy capaz de echarme una piedra en el zapato, con tal de que me duela algo, para tener una actitud de algo en la teleserie. Hay que trabajar, y muchas veces no hay mucho trabajo, y uno va y da la cara. Al menos yo me la veo, me la miro. Pero en la teleserie no me la miré. Respeto mucho a mis colegas que trabajan en eso.

****
Daniel Alcaíno confiesa devoción por Víctor Jara. Dice que oye sus canciones una y otra vez, y que cada vez encuentra algo nuevo ellas. Cuenta que es miembro del directorio de la Fundación Víctor Jara desde hace ya unos 20 años. En ese rol asiste a colegios y divulga la obra del compositor y teatrista. Calcula que visita unos 15 establecimientos al año: “Antes de ayer fui a un colegio en La Pintana. Voy como yo, no con personajes. Me he leído tanto la vida de Víctor que, de cualquier lado, de donde lo agarren, me lo sé”.

En los colegios les habla a los niños del niño Luchín, y de cómo Jara “tiene la esperanza de que ese niño, en 15 o en 20 años más, se convierta en una persona que puede ir a una fábrica e incluso ser presidente en su país”. También ronda al compositor en el concierto dramatizado del álbum “La Población”, que aborda la pobreza de los campamentos y que se presentará del 4 al 6 de enero, en la sala Antonio Varas.

-Usted siempre está en causas.

-No sé, yo voy nomás. Voy siempre solo. No comprometo a nadie. Voy a las marchas. Con la Natalia Valdebenito, por ejemplo, animamos todas las marchas No + AFP. Me dicen está la marcha más grande de Chile y voy. Me dicen que hay cabros que están en huelga de hambre en el Colegio Manuel de Sales, voy: “Hola, chiquillos, ¿cómo están?”. Cuando veo cabros que son luchadores, voy. Soy de un sector popular, vi allanamientos, vi abusos.

-¿Habla de Cerro Navia? Usted creció ahí.

-Sí, en Cerro Navia, en el límite con Quinta Normal. Mi mamá tenía botillería, y vi el cambio. Cómo metieron la pasta base los milicos, cómo aturdieron a la gente, cómo empezaron con la migración campo-ciudad. Llegaba mucho mapuche; después, en los 90, llegaban muchos peruanos; después comenzaron a llegar colombianos, y hoy día ya llega de todo. Vi cómo se fue transformando la población en que había un personaje lindo, simpático, que era el borrachito inofensivo. Había peleas y se agarraban, pero después se puso gris. No sé, soy nostálgico de mi infancia. Me crié con mi abuela. Tenía mucho tiempo para contemplar, para escuchar canciones, para meditar en el futuro, para pensar que quería hacer justicia.

-Una vez lo acusaron de ser ayudista de la Coordinadora Arauco Malleco.

-Fue súper traumático. Vi una vez a Héctor Llaitul, me acerqué y le dije: “Oye, tú eres de Llaitul, me puedo a sacar una foto contigo”. Y le puse: “Desde la clandestinidad”. O sea, ¿yo mismo me voy a funar, desde la clandestinidad, en mis redes? Estaba en vacaciones y vi que tenía como 40 llamadas perdidas. Pensé: “Qué raro, ¿quién será?, ¿cómo tan desesperado?”. Era un periodista de Ciper: “Tengo testimonio de un alto mando de inteligencia de Carabineros”. Yo pensé: “Me está hueveando”. Si estoy terrible de funado, no paso piola, me pongo a pelear en la calle y me graban, de qué habla.

-Se iba a querellar por eso, pero no lo hizo.

-Llegué de Brasil, y pensaba que me iba a tomar esposado con mi hijo en el aeropuerto por financiar actos terroristas. En ese tiempo, era amigo de Davor Harasic, porque nos habíamos contactado con él en la Universidad de Chile por la obra Mateluna. Él fue el defensor de Jorge Mateluna y lo fui a ver. Le dije: “¿Qué puedo hacer, wey? Yo no tengo nada que ver con esta hueá”. ¿Sabes qué? Fue una pura reunión con él. De hecho, no hablamos ni de plata. Cuando iba de vuelta a mi casa, pensé: “Tribunales, los periodistas acá, yo a los tribunales, no”. No es mi escenario ese.

-¿Por qué no es?

-Porque después, en el futuro, iban a estar todas las fotos mías de internet en tribunales. Entonces, la gente iba a decir: “Estuvo metido en la hueá, qué ha sido del hueón”. Igual quedé picado. Hasta el día de hoy hay gente que me ha dicho: “Andai ayudando a terroristas, financiando a comunistas”. No faltan. Gente que te lo tira por las redes. Pero es mentira, son puros buenos pinochetistas.

-¿Cómo se aguanta ese troleo?

-Bueno, en el fondo, depende de dónde a uno lo ubiquen. Da prestigio. Peor sería que me dijeran que soy vendido al sistema.

-¿Sigue gustándole el presidente Gabriel Boric?

-Voté por Boric porque no quedaba otra. No soy para nada frenteamplista ni era concertacionista. De hecho, por muchos años no voté. Me inscribí para votar por la Gladys Marín, y quedé amarrado al sistema. Tengo que ir a votar para que no me pasen parte. Cuando voté por la Gladys, sacó un 2%. Yo sé que soy minoría.

-Pero usted conoce a Boric.

-Lo conozco desde que salió en la Fech. Siempre fuimos cercanos. Me invitaba al teatro y en mi casa ha estado. Me considero como un cercano a él, no sé si amigo es la palabra, pero buena onda. Y estoy muy agradecido del indulto a Mateluna.

-Hay una carta suya firmada con él por el caso Mateluna.

-En la querella de la UDI, y de todos los de derecha, después del indulto pusieron que yo lo había llevado a enrolarse para ver a Jorge Mateluna, lo cual es cierto. Yo le presenté a Mateluna. Lo invité a ver la obra Mateluna, que hizo mi amigo Guillermo Calderón. Sí, lo hice interesarse en el tema y le presenté a la familia. Él se comprometió a trabajar en eso durante su campaña de gobierno. Después se desdijo de muchas cosas, pero de Mateluna no. Y se lo agradezco, porque es mi amigo. Veo la felicidad y la injusticia que se había cometido con él.

-¿Cómo ve el actual proceso constitucional?

-No he visto nada de este proceso constitucional y no me interesa. No veo a los políticos hace tiempo. No me interesan ellos, ni hablar de ellos. Esto es un invento de ellos y nunca estuve de acuerdo.

-¿Pero no quería cambiar la Constitución?

-Por supuesto. Pero es injusto. Hicimos por años un movimiento, antes de que salieran los libros. Dijimos que había que hacer una asamblea constituyente y cambiar la Constitución. Pero yo no soy Concertación y nunca lo fui. Entonces, después del estallido salieron con esta Convención. Todo institucional y con todo el pueblo, no entiendo. Y, cuando salió la señora Loncon, que era la presidenta, todos felices con el discurso. Pero esta señora, ¿a quién le pidió permiso para representar al pueblo mapuche? Así que no. Y ahora estamos con ésta que es republicana, nada más que decirte. Ni la he mirado.

-Pero va a votar.

-Claro, si es obligatorio. Si no, es darles más plata a ellos. Entonces, hay que ir a ponerse al sol y a votar En Contra, obviamente. En contra de la misma mierda, chao. Y el pueblo tendrá que juntar rabia, nomás, y estar a la altura de hacerla de nuevo.

-Eso es con estallido, y con octubrismo. Fue muy duro.

-Todo eso me da una lata. Ahora hay que arrepentirse de ser octubrista. No hay que arrepentirse. Yo sé que tengo una opinión política demasiado… que soy poco, no sé…

-… ¿Muy fuera de la caja?

-Sí, muy fuera de la caja. Por eso siempre voy a sacar cabros cayeron presos, que venían de un antro. Por eso voy a la Villa Francia, ahí están la señora Luisa, don Manuel, los hijos. Ahí me quedé. Me acostumbré a palabras como quemados vivos. Me quedé en los degollados. Eso es muy doloroso para mí. Me quedé en términos de decir: “Ya sé quiénes son los otros y los que pactan con los otros”. Son los que llegaron de Europa, de su exilio, con sus trajes de lino, a ser ministros de la OEA, y después cachamos cómo se financiaba la política con el yerno Pinochet. Después se hizo una comisión de transparencia y la Comisión Engel. ¿Y para qué? ¿Qué pasó con eso? Nada. ¿Qué pasó con los otros? Una clase de ética. Para la risa.

-¿Por eso fue tan duro con Sebastián Dávalos?

-No, no fui duro.

-Pero lo trató de “Epidemia”.

-Eso es parte de la desgracia del chileno. Cuando ves un Fiú, que es un gordito, patas flacas, pico chico. Listo, chiste: ¡Fiú! A ti te hablo, que haces pasar por esta hueá a tu mamá. La señora ha leído los diarios, pero no leyó el “Qué Pasa”: “Y tú haciendo negocios”. Lo ves. Soy hijo de una presidenta, que probablemente va a salir, y cuando salga me voy a ir a cambiar el plano regulador de Machalí. Compra barato y vende caro. Va al banco. ¿A quién le pasan 6.000 millones de pesos con una empresa que tiene dos autos? Pero se los pasan, para que compre. Y esos 6 se multiplican por tres a 18: “Yo te devuelvo la plata, te devuelvo el paso y repartimos la ganancia”. ¿Cachai?

-Un gran negocio.

-Gran negocio. Todo lo entendimos. Las facturas, todo lo entendimos. Entra en nuestro ojo y pasa. Pero no pasa nada, ¿por qué no pasa nada en este país? Pero sí pasa. Hay cabros que están presos por romper el torniquete.

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