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20 de Enero de 2024

Salir a comer solos: lo que nos estamos perdiendo por una experiencia mal mirada

Ilustración: Camila Cruz

Ir a almorzar, cenar o simplemente a tomar algo en solitario ha sido mal visto por la norma social. No por nada antes de entrar solo a un local, uno espera por que los garzones no te pregunten ‘por qué tan solito’, o teme que los otros comensales te miren con lástima. Pero este ritual tiene tanto más que dar si se supera la barrera de la vergüenza. 

Por Camila Ossandón y María Jesús López

Una vez, un filósofo le preguntó a Janet Löhse (30) si sus ganas de salir a comer sola era un acto egoísta. La fundadora del blog en Instagram @unamesaparauno, lleva este ritual desde hace años. Cuenta que en una de sus citas privadas para celebrar la víspera de su cumpleaños, “la página web del restorán no me dejó reservar para una persona, así que la hice para dos para poder hacerlo igual. Me confirmaron que todo estaba bien por correo, pero cuando llegué a la puerta me negaron la entrada, dándome a entender que no podían perder espacio para más clientes”. Lo egoísta, lo puede evaluar cada uno. 

Salir a comer solo ha sido mal visto por la norma social. No por nada antes de entrar solo a un local, uno espera por que los garzones no te pregunten ‘por qué tan solito’, o luego teme que los otros comensales te miren con lástima. Pero este ritual tiene tanto más que dar si se supera la barrera de la vergüenza. 

Janet Löhse recuerda que al filósofo le respondió que “a veces los platos de comida que me comía sola en los restoranes, pensaba en mis amigas y me daban ganas de compartirlos con ellas. Entonces, en vez de ser un acto huraño o egoísta, comer sola más bien me activa socialmente. Me da las ganas y la intención de volver a ver a otras personas porque me acuerdo de ellas”.

Y si de filósofos se trata, Valeria Campos Salvaterra, docente del Instituto de Filosofía de la Universidad Católica de Valparaíso y autora del libro “Pensar/Comer: Una Aproximación Filosófica a la Alimentación” (2023), explica que “comer ya es una relación con algo otro, pero con otro material. Esto da cabida a lo simbólico: si recordamos la escena de ‘Ratatouille’, cuando comes un plato de comida inmediatamente estás comiendo con tu abuela, con tu mamá o con tus amigos. La comida tiene ese poder de transportación inmediata a otros espacios de tiempo”. 

Es una forma bella de mirar el ritual. “El poder evocativo es absoluto en el sentido del gusto y el olfato”, continúa Valeria Campos. “Entonces tú estás igual en un intercambio con otros, solo que otros que no están presentes. Eso me parece ideal, porque hace que la relación con otros en la comida, no dependa de la existencia concreta aquí y ahora. Puede producirse en un espacio virtual, como por ejemplo, el de la imaginación”.

Maya Hall (21), estudiante, también evocaba al salir a comer. “Voy sola hace cinco años, como un ejercicio creativo que saqué del libro ‘El Camino del Artista’ de Julie Cameron. Es un intento de superar mis miedos y ansiedades. Y muchas veces me acuerdo de mi papá y pienso en traerlo, porque creo que gustaría el lugar”, cuenta, recordando la comida como algo que disfrutan juntos a pesar de que no se ven seguido.

“Pero no lo voy a traer sin antes haberlo disfrutarlo sola primero, recalca.  

¿Queremos estar más solos?

Puede ser. El último Termómetro de la Salud Mental en Chile hecho por la ACHS y la Universidad Católica (2023), reveló que la auto-percepción de soledad de los chilenos va en 21% -los hombres en 15% y las mujeres en 26%-. Los hogares unipersonales, son cerca de un millón. El porcentaje de hijos únicos ha crecido en un 73% en los últimos 20 años desde el Censo del 2017. Y los divorcios y términos de Acuerdo de Unión Civil sumaron casi 50 mil en 2022. 

Pero estos números, no alcanzan para crear una tendencia a salir a comer por nuestra cuenta -aún-. Claudia Giacoman, académica del Instituto de Sociología UC, realizó un estudio FONDECYT bastante específico, llamado “¿Cómo Comemos Juntos?” (2017). En él descubrió que el 86% de las ingestas de los chilenos se realizan de forma acompañada. Solo el 14% en soledad y de ese porcentaje, solo el 2% es fuera de la casa.

“Dudo que los datos hayan cambiado mucho. El porcentaje de encuestados que salía a comer en soledad era realmente bajo como para cambiar la tendencia”, dice la socióloga. “Lo que pasa, es que comer solo generalmente es visto como algo negativo, porque tú estás tomando la decisión de no formar un vínculo social con otro“, explica.

Pero eso no quita que comer juntos no siempre es algo positivo.

Tentados a romper las reglas en la mesa

La especialista lo comprobó en 2018 con el estudio chileno “La Comida en Familia: La idealización de un evento social”. “La investigación muestra que comer con otros también puede ser fuente de conflicto. Hay que someterse a normas sociales, a convenciones entre los comensales, a ser presionado, juzgado o evaluado por el plato que uno elige. La modernidad trajo un debilitamiento de seguir las normas a nivel mundial. La gente quiere más libertad, es por eso que hace sentido que haya más gente queriendo comer sola o solo”, explica. 

“Yo salgo a comer sola también como una forma de escape”, cuenta Maya Hall. “Es liberador no tener que pensar que tenemos que ir a un lugar que le guste a mi mamá, a mi papá, al que pueda ir mi hermano y que también me guste a mí. Todos comemos cosas distintas. Ah, y ojo, tampoco puede ser el mismo de siempre”, continúa, y agrega que además, su familia sospecha cuando les cuenta que va sola. 

“‘¿Dónde vas a salir?’, me preguntan. ‘Voy a tomarme un café’, respondo. ‘Ya pero con quién’, siguen. Cuando respondo que voy sola, me miran raro y exclaman: ‘¿¡Sola!?’, como si les estuviera mintiendo, o fuese a salir con alguien en secreto. Después se acostumbraron a que el sábado desapareciera toda la tarde y volviera a la casa más contenta de lo normal”, dice Maya Hall. 

A pesar de que comer conlleva reglas sociales tentativas de romper, Claudia Giacoman asegura que las normas persisten en Chile. “La hora en la que comemos, los modales, la tradición siguen primando en la sociedad. Eso me hace pensar que quizás salir a comer solo puede ser algo meramente pragmático”, opina.

No le gusta estar solo al chileno, pero se está atreviendo

Tomás del Campo (23), egresado de Derecho y barista, conversó con su psicólogo hace cinco años para intentar buscar más momentos en los que pudiese disfrutar de su propia compañía. Estaba en medio de un cuadro depresivo. Quería probar cosas diferentes, quizás tener nuevas experiencias sensoriales y sobre todo, perderle el miedo a estar solo. Franco Chiti (29), ingeniero, tampoco veneraba la idea de salir sin compañía. “Siempre me ha gustado estar con la gente, no me gusta la soledad, pero muchas veces tenía ganas de hacer cosas y no había nadie disponible para ir conmigo”, cuenta. 

Ambos se lanzaron a la experiencia y ambos se enamoraron de ella por lo mismo: el gusto de probar cosas nuevas, especiales y específicas sin depender de nadie. Para Tomás del Campo, la salida más significativa fue en una pulpería del barrio Matta Sur. “Tienen menús de siete tiempos que cambian todo el rato, el chef te explica ahí mismo cómo fue el proceso de recolección de alimentos, la lógica del plato, la decisión de combinar los sabores”. Franco Chiti recuerda un restorán en Bahía Inglesa, donde le trajeron “un lomo saltado, pero hecho exclusivamente con pulpo para mí, y un pisco sour de frambuesa, cosas que nunca antes había probado”. 

La oferta en Chile hoy se compone de más de 15.500 restoranes. Ocho por cada 10 mil habitantes y con el mayor índice de cadenas de América Latina. Esto nos convierte en un mercado bastante sofisticado, según el estudio 2022 de Aaron Allen & Associates para la Asociación Gastronómica de Chile. 

“Hoy hay grados de especialización brutales, el comensal se ha curtido y está dispuesto a ir a un local solo por el gusto de probar algo nuevo”, dice Manuel Pinto, diseñador en gestión de marca y Doctor en Estudios de Cultura de la Universidad de Lisboa. “Una persona puede tener un día antojo de ir a tomarse una cerveza artesanal específica de la que escuchó en las redes y al otro día querer desayunar un pan de masa madre que le recomendaron. Gracias a las redes, hay una cultura también de ‘compártelo’, sin la necesidad de convivir”, continúa. 

Eso es lo que está liberando al chileno y combatiendo su timidez. “De a poquito eso sí”, dice Pablo Serrano, diseñador de experiencia de Estudio Ruiz y socio en Bar Cerros de Chena. “El chileno es bien corto de genio. Si se sienta solo, pide lo que quiere de la carta, espera que se lo traigan rápido y que lo dejen tranquilo. Pero ahora, la especialización de los locales permite que haya más interacción para aprender. Se ve que quién viene a probar lo nuevo, pregunta de dónde vienen las cosas en su plato o participa de preparar el trago como les gusta”, plantea. 

El viaje confesional en el bar

Pablo Serrano lleva 10 años apoyando en el diseño de proyectos de restaurantes y bares como Santa Pizza, La Bifería, La Resistencia, Las Cabras y Ciro’s. Hoy, en su propio Bar Cerros de Chena en Barrio Italia, recuerda un texto publicado Ojo en Tinta del filósofo Humberto Giannini. En él se analiza el carácter confesional que tienen los bares, casi religioso, entre penumbras, omnipresencia de los rincones, la detención del tiempo.

Es el solitario quien tiene mayor oportunidad de entrar en este ambiente confesional entonces, porque según Pablo Serrano, siempre está más atento a los detalles del local, porque observa y no está conversando. Se fija en lo que le provoca a su mente y corazón el diseño, los muebles, la música, la decoración en los rincones, el tipo de luz o sombra, los olores, los colores”, cuenta. 

El viaje del comensal solo es siempre más exigente y según el filósofo, el mayor desafío está en la barra. “El lugar de los más osados, de los más necesitados de un dios directo y urgente. En este plano, el murmullo que dejamos en las mesas, se vuelve ahora discurso puramente impredecible. Aquí la confesión se vuelve reto”, dice Giannini.

Pero Chile tiene un problema con las barras. Las patentes de locales de consumo dependen exclusivamente de las municipalidades. El abogado Patricio Hidalgo lo explicó en 2020 a La Tercera: cada municipalidad tiene un límite para inscribir la categoría de “bares” que depende de la superficie y cantidad de habitantes en el territorio. Al ser pocos los cupos, muchos lugares se inscriben como “restaurantes” y funcionan “a la mala” como bares sirviendo alcohol, con la condición de poner algo para comer sobre la mesa en caso de que vayan a fiscalizar. 

En nuestras barras muchas veces no cabe un plato de comida. “Por eso los locales invierten más en mesas”, comenta Pablo. Por otro lado, Valeria Campos Salvaterra —la filósofa— , agrega que “en Chile nadie se quiere sentar en la barra, sobre todo cuando da a la cocina. Pero a mí me parece que es lo más que hay porque puedes ver a la gente profesional —cocineros, bartenders y garzones— que está ahí para hacerte vivir una experiencia única e inolvidable. Valorar el trabajo de un humano que es un artista, que te va a preparar un plato de comida que es único en el mundo”. 

El comensal que va solo, también tiene la razón

Maya Hall desearía que hubiesen espacios para uno en los locales. “Me hubiese ayudado a vencer la vergüenza de ir sola”, dice. “Al principio me daba culpa ocupar una mesa donde se podrían sentar 2, 3, 4 personas para mí sola. Pero después me trataba de convencer de que yo también era una clienta, y que merecía tener un espacio donde pueda comer lo que quiera y por el tiempo que quiera”, expone.

Desde el diseño de experiencia, Pablo Serrano y Manuel Pinto recomiendan que los locales deben atreverse a ofrecer el viaje en solitario. “La clave para el disfrute es una relación doble: dejar al comensal tranquilo, pero siempre estar atento hacia ella o él. No hacerle sentir especial, ni ajeno, ni ‘pobrecito está solo’. Siempre van a buscar los lugares más protegidos, las esquinas, las paredes, los rincones desde donde tengan una vista más panorámica a lo que está pasando dentro del local”, resalta Serrano. 

En países de Latinoamérica los formatos sí han empezado a cambiar. En Colombia, el bar Mono Bandido implementó un sistema de mesas redondas para uno. Con las servilletas, crean un correo entre mesas donde uno puede elegir si presentarse y qué quiere contarle a otro comensal solitario. Una vez que se han compartido tres o más cartas en las servilletas, los garzones te preguntan si tienes ganas de juntar las mesas. No importa si no haces ‘match’, puedes seguir tu viaje barístico y confesional en paz.

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