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El aumento de rucos y carpas bordeando el Río Mapocho: la eterna mudanza de personas en situación de calle en Santiago y Recoleta

Juan Carlos y Claudia viven en la calle por problemas familiares: el primero debió alejarse de su casa por su adicción al alcohol, mientras que la segunda tuvo que dejar del hogar debido a las discusiones que tenía con su hermana por ser transgénero. Los dos viven una realidad en común: sus hogares están en la rejas que dividen el Río Mapocho de la Avda. Santa María, y son constantemente movilizados por las autoridades. Hoy, The Clinic, habló con ellos y estas son sus historias:

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Fotos: Felipe Figueroa y Nelson Mena
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Es un martes, a las 12:30, y a pesar de que tiene un jockey puesto encima de su cabello negro despeinado, la luz del sol le llega igual. No parece molestarle: los siete años que lleva viviendo en la calle lo acostumbraron al fuerte calor del verano. Lleva una polera celeste desteñida por el tiempo y unos shorts azules. Juan Carlos (44) vive en la intersección de Puente Purísima y la Avenida Santa María, en un espacio mínimo que no alcanza a ser una vereda, al lado del Río Mapocho. “Este es el sector más tranquilo donde puedo vivir. Porque pa’ allá arriba es una cagada. Andan choreando. Es que la calle ahora está fome”, dice. Justo a su lado, tiene su ruco -un asentamiento construido con una plancha de madera y sábanas-, que es rozado constantemente por los autos que pasan por la avenida.

Así como él, entre Cal y Canto y Pío Nono hay cerca de 25 carpas o rucos. Todos están apoyados en las rejas del Río Mapocho, por donde pasan ratones y cucarachas durante la noche. Desde la distancia, el casco histórico de Santiago se alza detrás, y delante de él los asentamientos se erigen como fuertes hechos de género y planchas de cartón o plástico.

Sus residentes son quienes quedaron o aparecieron después del Plan de Recuperación de Espacios Públicos implementado por el Ministerio de Desarrollo Social y Familia, hace cerca de un año, cuando las personas en situación de calle desbordaban el eje Alameda-Providencia. Ahora, se ubican un poco más abajo, como si no quisieran pasar el límite de Pío Nono. 

Los rucos de la Avenida Santa María varían: hay algunos que llegan a medir dos metros de altura y cinco de ancho, con colchones y ropa de cama, capaces de albergar a tres personas. Pero hay otros, como el de Juan Carlos, que apenas son un fuerte de sábanas sujetos por una cuerda y una plancha de plástico como apoyo. 

Sin embargo, su hogar no siempre fue así. La semana pasada, Juan Carlos había tomado el lugar para construir un ruco de diez metros de largo. Las paredes eran palos apilados uno tras otro, y un techo que en sus palabras. “Parecía una terraza”, dice. Adentro, había acomodado un sillón negro y un par de puffs para que otros se sentaran. “Yo les decía los cabros: ‘cuando entren, sáquense las zapatillas’. Así como en la casa”, recuerda Juan Carlos sonriendo. 

Esa era su casa hasta dos días atrás, cuando la municipalidad llegó a su ruco mientras se encontraba trabajando en la La Vega. En su ausencia, las autoridades tomaron sus pertenencias e hicieron valer la ordenanza municipal que prohibe dormir en la vía pública, botando los enseres. Desde ahí, la historia se ha repetido durante la semana, al punto de que Juan Carlos no sabe si estarán sus cosas cuando llegue de trabajar. “Todos los días voy a trabajar con mi viejo y me vengo de acá pa’ allá, apenas doblo y no quiero ni abrir los ojos. He terminado así, llorando. Una vez se llevaron mi mochila con mis documentos y 75 lucas”, lamenta. 

A pesar de las múltiples insistencias de la municipalidad de botar los asentamientos que construye, Juan Carlos va moviéndose por el sector o construye un nuevo ruco al día siguiente.

El retiro de enseres

Según cifras del Informe Estadístico Nacional del Ministerio de Desarrollo Social, hasta marzo de 2023 hubo 20.144 personas viviendo en situación de calle en el país. Sin embargo, las organizaciones sociales, como el Hogar de Cristo, aproximan un número mucho mayor. “La última estimación en realidad habla de 35.000 o 40.000 personas en situación de calle”, dice Edgardo Hidalgo, jefe de operación social territorial en la Región Metropolitana de la organización. 

Claudia, de 34 años, es parte de esta cifra y vive en la calle, cerca del metro Cal y Canto, hace cuatro meses. Está sentada al lado del ruco de un amigo, cuidando que la municipalidad no llegue y lo bote a la basura. No quiere que su amigo corra la suerte que ella tuvo la semana pasada, cuando las autoridades botaron su ruco mientras ella estaba en el baño. 

“Tengo que conseguir todo de nuevo. Me da miedo que la municipalidad se lleve todo”, dice Claudia, quien sobrevivía el día a día vendiendo objetos que se encontraba en la calle o en los basureros. Sus ojos cafés, maquillados con sombra violeta, miran hacia los lados, atentos por si viene la municipalidad. “Tenía invertido 120 mil. Zapatillas, libros, muñecos. Todas esas cosas”. 

El proceso de eliminación de enseres, como los rucos o las carpas, es la última fase del Programa Municipal para Personas en Situación de Calle del Municipio de Santiago. Este procedimiento se realiza cuando las primeras medidas de intervención, que incluyen la oferta de ayuda social y la derivación a albergues o dispositivos municipales, son rechazadas por la persona en situación de calle. Así, el municipio procede a informar a la Dirección de Prevención y Seguridad Comunitaria, Carabineros de Chile y la Dirección de Aseo, quienes se encargarán de desechar los enseres.

Durante el año 2023 se realizaron despejes (de enseres) en 994 puntos de la comuna, y este año llevamos 14 puntos“, dice Hugo Cuevas, director de la Dirección de Desarrollo Comunitario, refiriéndose a la efectividad. Además, agrega que a través de este programa, 1.414 personas aceptaron la ayuda social durante el 2023, y 115 de ellas durante este año.

Los rucos suelen ser eliminados por personal policial.

A pesar de que el ruco de Claudia fue desechado, ella sigue deambulando por las calles de la ciudad. En las noches duerme por el paseo Ahumada, y en los días se ocupa buscando nuevos objetos por Matta y Franklin para recuperar lo que tenía antes y poder instalarse de nuevo: “Por acá tienes que saber los días que botan. Podrán botar cosas buenas, pero tienes que saber los días”, comenta Claudia.

El alcalde de Recoleta, Daniel Jadue, dice que “desde la municipalidad buscamos dar alternativas de solución tanto a las personas en situación de calle como a la comunidad. Tras cinco años de trabajo en Recoleta, hemos logrado disminuir significativamente los asentamientos irregulares. Por ejemplo, el año 2023 se levantaron 672 asentamientos irregulares en Recoleta”.

Un hogar como solución

Para Edgardo Hidalgo, jefe de operación social territorial de la Región Metropolitana del Hogar de Cristo, el retiro de enseres está lejos de solucionar el problema de vivienda: “Genera mayor exclusión. Los chiquillos, cuando se instalan en un territorio, generan redes de satisfacción de necesidades básicas”, dice a The Clinic. “Entonces, cuando tú los desalojas, momentáneamente salen del lugar, quedan muy vulnerables y más aún de lo que ya son. Pero tienden a volver y a instalarse en el mismo lugar, porque ahí hay rutina, ahí hay vida“.

En cuanto a la solución, Hidalgo tiene una respuesta: la vivienda. Una vez que un techo se garantice para una persona viviendo en la calle, el apoyo psicosocial y la reinserción pueden venir después. 

Esta idea ya está en Chile desde 2019, con la creación del programa Vivienda Primero. Este consiste en la entrega de un hogar a una persona en situación de calle independientemente de su situación. El único requisito es tener más de 50 años y llevar más de cinco años en la calle. 

Según Hidalgo, antes la idea era al revés. Se buscaba rehabilitar a la persona primero, y luego darle una vivienda estable: “El modelo existente en ese momento era lo que nosotros llamamos el modelo de escalera. Supera tus distintos problemas y después hablamos de un techo”, explica. “Primero tienes que dejar de consumir, después tienes que empezar a trabajar, aprender a administrar plata. Habilidades que mientras estás en la calle es súper difícil poner en práctica“.

Melo reconoce que llegar a una solución definitiva es complejo. “Es súper difícil decir que determinantemente vamos a eliminar la población en situación de calle. Sí creo que se puede apreciar que hay una preocupación desde la red municipal de generar vínculos y atenciones hacia esta población, y al mismo tiempo, ir despejando las calles. Mantener un equilibrio”, explica Melo.

¿Por qué no los albergues?

Es la pregunta que enfrentan Juan Carlos y Claudia cuando la municipalidad quiere retirar sus enseres. Sin embargo, debido a sus experiencias anteriores, a ninguno de ellos le interesa la idea de volver a uno.

Claudia es la más reacia. En uno de los dos albergues en los que estuvo, asegura que las trabajadoras respetaban a las personas más agresivas por sobre las otras. “A los que alzan la voz, los que chuchean, a ellos les dan preferencias. Cuando una es tranquila, no te presentan atención”, define.

Juan Carlos tampoco quiere ir, pues al igual que cuenta Claudia, acusa que el ambiente “es problemático”. “Llegan muchos locos de la cárcel y todo, y es un problema”. Agrega que, cuando estuvo en un albergue, los residentes peleaban por las camas, por ejemplo. “No quiero reaccionar mal y pegarle un palmetazo. Mejor lo evito y estoy mejor así”, cuenta.

Pamela Bugueño, del Área Calle de la Fundación Educere, dice que la adherencia de una persona en situación de calle tiene directa relación con su estilo de vida. “Cuando las personas viven en situación de calle, en el fondo tienen una forma de vivir muy distinta. Por ejemplo, es muy difícil que vuelvan adherir a límites, a formas, normas, estructura“, explica.

Hidalgo también cree que se puede dar por otras razones, como la falta de cupos. “Si hablamos de 40.000 personas en situaciones de calle, hoy las camas disponibles son 3.000. O sea, hay una brecha gigantesca entre la posibilidad de que los chiquillos accedan a algún lugar, porque ya siempre está lleno”, estima Hidalgo. “Entonces, no es que los chiquillos no quieran ir, sino que sienten que también es un lugar que no está permanentemente disponible para ir”, concluye.

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