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Opinión

16 de Febrero de 2024

Columna de cine de Cristián Briones | El estreno de “Zona de interés”, nominada al Oscar: Contemplar el mal

El columnista de cine de The Clinic escribe sobre "Zona de interés", nominada a cinco premios Oscar, incluyendo Mejor Película, que se estrenó esta semana en las salas chilenas y que cuenta la historia de una familia que llega a vivir al lado del campo de concentración de Auschwitz. "No hay necesidad de usar palabras como esclavitud, exterminio, masacre, asesinato, crimen, prisioneros. Todo se puede volver un informe, un memorando. Deshumanizar hasta el grado de que no nos importe. ¿Por qué obligarnos a contemplar el mal si ya aprendimos la lección?", escribe "Fílmico" sobre este largometraje.

Por Cristián Briones

“Esta gran maldad. ¿De dónde viene? ¿Cómo se infiltró en el mundo? ¿De qué semilla, de qué raíz creció? ¿Quién está haciendo esto? ¿Quién nos está matando? Robándonos vida y luz. Burlándose de nosotros con visiones de lo que podríamos haber sabido”. Este texto, con el que remata una de las mejores secuencias de La delgada línea roja, es recitado por un soldado, ponderando los horrores de la guerra en la que está participando.

Estar ahí, de primera mano, entre las balas y la sangre, los gritos y el barro, en el medio de un paisaje idílico, le lleva a preguntarse como si le fuera ajeno y no lo estuviera ejecutando él mismo. Esa cualidad atribuida al combate, de aislar el hecho espantoso y criminal, y convertirlo en algo lejano, es una de las claves del entrenamiento bélico. Pero, ¿qué pasa cuando los acontecimientos ocurren lejos del campo de batalla? Cuando el horror está en un lugar en dónde no hay un enfrentamiento que ponga en riesgo tu vida y por lo tanto la reacción violenta pueda llegar a justificarse. Cuando los trenes cargados con prisioneros pasan por nuestra estación. Cuando puedes ver el humo y sentir el hedor. ¿Dónde está la maldad ahí?

“Zona de interés” es la historia de una familia. De una pareja que cría a sus hijos en una casa preciosa. De un padre orgulloso de su eficiencia en el trabajo. De una esposa que gobierna su hogar cuál benévola monarca, recibiendo visitas, siendo firme pero justa con sus sirvientes, amando a sus hijos. De niños que juegan en su piscina o van a nadar al río, que coleccionan objetos que recogen, que recorren inocentes, con varillas y carritos, su bellísima morada: la casa de Rudolf Höss, el comandante de un campo de exterminio. La exquisita casa colinda con Auschwitz.

Jonathan Glazer toma de base la novela Martin Amis, pero derechamente se puede aceptar que “Zona de Interés” es una obra que busca hacer carne cinematográfica los escritos de Hannah Arendt. No solamente, aunque muy evidentemente, “la banalidad del mal”, sino también esas tres preguntas clave sobre los orígenes y horrorosas consecuencias de los totalitarismos exterminadores: “¿Qué fue lo que ocurrió?”, “¿Por qué ocurrió?” “¿Cómo ha podido ocurrir?”. En un nivel, Glazer toma estas preguntas y las plantea en pantalla de una forma sumamente consciente: asume que su audiencia sabe “qué” pasó, así que no solo renuncia a mostrarlo, si no que hace un ejercicio de ello. Deja el “por qué” a nuestra propia incomodidad y la reflexión del espanto, autoflagelo y olvido posterior a la vigencia (o no) de su obra. Y esto lo hace a puro cine.

Glazer elude una crítica que ya hiciera Michael Haneke sobre hacer espectáculo del Holocausto y a esa cita (bastante más compleja, si se puede) de Theodor W. Adorno sobre hacer poesía con Auschwitz. Y lo hace escogiendo una narrativa contradictoria, disonante con respecto a lo que la audiencia espera. Esquivando el mostrar el horror en sí mismo, el detalle del exterminio, porque nosotros como público ya lo conocemos. Sabemos lo que son los gritos, lo que es el humo. Sabemos el mal que ocurre al otro lado de esa muralla.

Glazer decide ir a un paso alternativo tanto o más incómodo y dedicarse a mostrar, no a cuestionar o condenar, sólo intentar revelar, a esa familia. Haciendo gala de una cualidad voyeurística en la forma en que los registra. Cámaras insertadas en todo el set construido como casa en el que transcurre la película, de manera de dirigir, pero dejarles espacios naturalistas (que los hace todavía más inquietantes) a los intérpretes. No puedo dejar de arrojar elogios a diestra y siniestra a la enorme Sandra Hüller, quien está en lugares tan distintos en esta obra y en “Anatomía de una caída“, que simplemente no queda de otra que calificarla como la actriz del año.

El trabajo de fotografía de Lukasz Zal, el hombre que le cambiara la forma de filmar a Pawel Pawlikowski, embellece los detalles del paisaje, haciendo el contraste con aquello que no vemos, todavía más perturbador. Antagonizando el idilio del campo y el hogar, con el frío de los pasillos en donde se toman las soluciones finales. La música de Mica Levi logra el mismo nivel de disonancia hasta el punto de que en vez de sacarnos de nuestra contemplación de un escenario en total desasosiego, nos hunde más en él. Lo mismo el extraordinario trabajo de sonido de Johnnie Burn, que vuelve ensordecedores (en nuestras mentes mucho más que en la pantalla) los gritos y los estallidos.

Glazer arma “Zona de interés” como si fuera una instalación artística visual. Lo hace desde la apertura. Y nos deja a nosotros la inquietud de apreciarla. Lo cual no implica que no reflexione con artes fílmicas sobre ello. Probablemente los momentos en que uno comienza a internalizar esto, es cuando esa visualidad sale de la comodidad de mostrar todo a nuestra costa. Glazer aborda la conversación sobre el mal que contemplamos, al ponernos en una modalidad de fábula un acto de bondad. Cuando el mundo ha llegado a aceptar el mal por descarte, por creer en vez de pensar, porque el acto burocrático carece de responsabilidad individual, entonces un acto de piedad, de misericordia, está en negativo. No tiene remilgo alguno en hacerlo. Lo estampa en la pantalla para que todo aquel horror que sigues imaginando en tu butaca, se incruste en la razón.

Hay discurso en “Zona de interés”, quizás también recogiendo la “praxis” que pregonara Arendt. Lo que pasa es que no hay sermón, porque no lo necesitamos. Porque de nuevo, “lo sabemos”. Sabemos aquello que ocurrió, podemos debatir por qué ocurrió, pero no podemos desentendernos del cómo llegó a ocurrir. Glazer sólo necesita esconder las cámaras en nuestras casas. Mirar al mundo, nuestro mundo, con las mismas preguntas establecidas en los momentos más siniestros del Siglo XX. Y lo hace mostrándonos la desidia. La maldad más fraudulenta. Aquella establecida en el egoísmo. En nuestros propios abrigos de piel. En los dientes de oro. En las cortinas de la ex-jefa. En nuestra capacidad de ser eficientes para nuestros propios intereses. En que podemos lavar a nuestros niños hasta quitarles las cenizas. En diseñar un horno que permita deshacerse de los desechos de forma práctica.

No hay necesidad de usar palabras como esclavitud, exterminio, masacre, asesinato, crimen, prisioneros. Todo se puede volver un informe, un memorando. Deshumanizar hasta el grado de que no nos importe. ¿Por qué obligarnos a contemplar el mal si ya aprendimos la lección? ¿Lo hicimos, cierto? En Latinoamérica tenemos caudillos haciendo gala de sus campos de internación en estos momentos. Tenemos youtubers visitándolos, y celebrándolos, hablando de las “bestias” que están allí encerradas, de cómo perdieron “el derecho a tener derechos”. Aplicando otra vez los mismos sofismas que nos han despojado de humanidad demasiadas veces. Los “orcos”, los “simios”.

Si hoy plebiscitáramos la construcción de esos campos en cualquier país, muy probablemente se aprobarían por paliza. “Zona de interés” no nos predica sobre nada de ello. Simplemente nos pone a contemplar el camino, la casa que construimos con ello. Nos expone derechamente al “cómo dejamos que eso ocurriera”. Y lo cierra magistralmente al mostrarnos el cómo recordamos. El cómo hacemos memoria y lo que eso significa. La única manera de que las luces de ese pasillo se apaguen para siempre, es que estemos constantemente manteniendo limpias las vitrinas del recuerdo, por doloroso que sea. Por agotador que nos parezca. Es la única manera de no repetir ese camino. Pero siempre volvemos a él.

“Esta vida que disfrutamos, vale la pena el sacrificio”. Quizás, otra vez citando a Hannah Arendt, es la “condición humana”.

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