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Entrevistas

31 de Marzo de 2024

Leila Guerriero: “Cualquier persona en Twitter con 100 mil seguidores empieza a esparcir un bulo y no hay manera de desactivarlo”

Leila Guerriero Foto: Pablo José Rey

La cronista latinoamericana más destacada de su generación prepara el regreso a Chile. Vendrá el 4 de abril, para protagonizar una charla en el Teatro Oriente, como parte de las actividades de la versión XXIII del concurso de cuentos breves Santiago en 100 Palabras. También firmará ejemplares de su más reciente libro, “La Llamada”, que relata la compleja historia de una joven montonera argentina. Dedicada en estos días a la promoción de ese texto, Guerriero aborda en este diálogo algunos de los infinitos matices de esa vida y también habla del complejo momento por el que pasan el periodismo y la sociedad.

Por Jimena Villegas

Son las 17:30 de un viernes y Leila Guerriero -argentina, 57 años, agudo sentido de la observación- está al otro lado de la línea. Todo el diálogo para esta entrevista será sólo por audio, sin contacto visual. Su voz, como siempre, es amable y es calmada. Parece, como siempre, la de alguien que no necesita levantarla para hacerse escuchar. Suena como la voz de un ser humano que conoce lo que quiere decir y que sabe muy bien cuándo ser veloz, e incluso tajante, si lo que necesita es dejar alguna cosa clara.

Leila Guerriero, por lejos la cronista latinoamericana más destacada de su generación, prepara el regreso a Chile, un país que le es conocido. Durante unos 15 años viajó casi cada año a dar talleres y formaciones presenciales para periodistas. Tras el estallido social chileno y a causa de la pandemia, pasó cuatro años seguidos de ausencia. Ahora, en abril, vendrá a Santiago dos veces. Una de ellas, la primera, la tendrá el jueves 4 en el capitalino Teatro Oriente, como protagonista de una charla magistral.

Titulada “Mirar, escribir, volver a mirar”, la cita estará destinada a hablar de estilo, de edición y de su experiencia como autora de columnas y textos largos para algunos de los más prestigiosos medios del mundo. El encuentro forma parte de las actividades de la edición XXIII del concurso de cuentos breves Santiago en 100 Palabras que es presentado por Fundación Plagio y Escondida | BHP, en el contexto de su convocatoria 2024 que finalizará el 30 de abril próximo.

Si uno trata de imaginársela en esta tarde de viernes, Guerriero está sentada cerca de una taza de té. Sobre la mesa hay un pote de crema, que le permitirá hidratar cada cierto rato sus manos pálidas y delgadas. Muy probablemente lleva jeans; muy probablemente el resto de su ropa es tan neutra como pueden serlo el gris, el negro o el blanco; muy probablemente acompaña este cuadro el increíble pelo suyo, ensortijado y casi siempre libre de ataduras.

Aunque suele estar de viaje, esta vez pasó todo marzo en Buenos Aires, haciendo promoción de su nuevo libro. “La llamada” (Anagrama) es un relato estremecedor y muy bien reporteado en torno a la vida de una ex montonera argentina llamada Silvia Labayru. De ese título, que aún no está en tiendas locales, ella firmará 50 ejemplares físicos el jueves 4, en el Teatro Oriente.

Durante la mañana de esta entrevista, los organizadores de “Mirar, escribir, volver a mirar” comunicaron que las entradas disponibles se acabaron en 10 minutos. Es buen un récord, que recuerda a la velocidad de venta de tickets de los rockstars. Ella dice que no, que rockstar no es, que el asunto la sorprende: “Me invitaron hace meses a esto, y me imaginé un lugar, no sé, más chico. Me da mucha felicidad volver a un lugar que para mí era muy habitual. Iba seis veces por año a Chile”.

-Usted vivió aquí el estallido en 2019. Como observadora externa, ¿se imaginó que algo así podía pasar en este país?

-No me quiero arrogar la lectura previa de una cosa así, pero siempre vi mucho descontento de parte de la sociedad, sobre todo los estudiantes, siempre muy aguerridos, muy activos. Cuando vos conversabas con gente de la calle se percibía claramente la frustración por la desigualdad enorme. En esa época se hablaba mucho de Chile como una especie de ejemplo, pero caminabas por cualquier ciudad, no solo en Santiago, y lo veías, pero no imaginé que iba a producirse una cosa tan, tan, tan virulenta. Yo, de hecho, no sabía si iba a poder volver a Buenos Aires.

Me acuerdo de la gente que no podía llegar desde el aeropuerto o que no podía salir hacia otros lados desde el aeropuerto, todos los comercios cerrados, el toque de queda. Yo estaba en un apart hotel y todos los días pasaban un comunicado impreso por debajo de la puerta, en el que te decían: “Por orden de gobierno, no se puede salir de tal hora a tal hora”. Era todo muy siniestro.

-Bien distópico. Parece una película.

-Y poco después nos llegó la distopía de la pandemia. Yo salí de una distopía y poco después, cuatro meses después, entré en otra.

-¿Y cómo salió de esa otra distopía? Casi todo el mundo cambió un poco, ¿usted cambió?

-Mira, la verdad es que fue un momento espantoso. A mí me repugnó desde el principio la cantidad de mensajes romantizadores. Cosas como que “vamos a salir de esto mejores”, y la gente se estaba muriendo. Me parece que el precio que se pagó fue altísimo y, sin embargo, lo que veo es que barrimos todo eso debajo de la alfombra, como si no hubiera pasado, con una rapidez enorme. Me pregunto siempre acerca de toda la gente que, sobre todo en las primeras etapas de la pandemia y en los distintos países, despidieron a sus familiares en la puerta de un hospital o de una clínica y no volvieron a verlos nunca más bajo ninguna forma, ni en una cama de convaleciente agónico o como un cuerpo fallecido.

Como que no hemos hablado más, no pensamos más en ellos, en todos esos deudos que no pudieron hacer nunca un duelo. Tengo amigos que incluso quedaron con secuelas largas. Hay gente que todavía, hasta el día de hoy, después de años, padece de mareos, dolores de cabeza, debilidad. Hay gente que está impedida de viajar. Yo no puedo.

-No se le ha olvidado.

-A mí, la pandemia no se me ha olvidado para nada y pienso en cómo parecemos haber ejercido colectivamente una especie de olvido. Supongo que es lo que pasa a veces con las situaciones traumáticas. Pero también me parece una cosa, no sé, muy egoísta. Dejar eso de lado y “no, bueno, ya pasó, es historia pasada”. Sobre todo, en sociedades como la argentina, que siempre tiene una conciencia de lo que significa la memoria. Pero, no sé, acá como que cerramos el chiringuito de la pandemia y ya pasamos otra cosa.

-Tal vez fue demasiado el shock post traumático. Hay necesidad de olvido.

-Es posible. Una parte de la sociedad puede olvidar, pero que todos se hayan olvidado, así como que no se mencione nada. Me parece extraño como cuerpo colectivo. Será que acá estamos en crisis todo el tiempo, quizás no nos cabe una crisis más en el cuerpo.

****

Uno de los grandes temas de Leila Guerriero es el ejercicio del oficio periodístico y la función pública de este, la responsabilidad, el para qué, el cómo y el por qué se ejerce. Necesariamente, son temas que permean sus talleres y sus charlas. Su biografía indica que no estudió el oficio, porque egresó de la carrera de Turismo. Pero ejerce el periodismo con una conciencia, una búsqueda de precisión y un método al detalle que bien se querrían algunos graduados de grandes escuelas.

“El periodismo”, afirma Guerriero, “en parte tendría que ser uno de los principales cuerpos colectivos que hicieran frente a la desinformación, a eso que se llama fake news, y la verdad es que parecemos no poder encontrar la manera de combatir. Cualquier persona en Twitter con 100.000 seguidores empieza a esparcir un bulo y no hay manera de desactivarlo. Incluso si se desmiente, va a haber un grupo de gente convencida de lo que quiere convencerse y que jamás disputa esa posición”.

-Durante la pandemia se creó un movimiento antivacunas. Eso forma parte de la desinformación en la que parecemos estar.

-Yo soy muy pro ciencia, pro vacunas, pro investigación. Todas esas versiones conspiranoicas acerca de que insertaban no sé qué cosa o que las vacunas no estaban lo suficientemente probadas. Me parece un acto de negación, de egoísmo. Pero la desinformación no solo está en relación con las vacunas, sino que es una cosa impresionante. Yo creo que, por suerte, ha sido más la gente que se vacunó que la que no se vacunó. No vacunarse en una situación así, cuando sabes sin vacuna pones en riesgo a gente que sí se ha vacunado, me parece un acto profundamente individualista. La vacuna también es una cuestión de cuidado colectivo, social. Es cómo vivís en una sociedad, no vivís solo.

-Es que, quizá, ahí está una parte de la explicación. Se ha perdido el sentido colectivo, y da la impresión de que es universal.

-Me parece que hay una sensación de perder el sentido de la tribu, de la especie humana. No es la tribu de mi pueblo, ahora es la tribu de mí mismo, o de mi familia como mucho. Son las cuestiones de los capitalismos extremos también. Todo se mide con esa vara. Se piensa “que me vaya bien a mí”, y punto. Esa es la medida de todo, de mi éxito, de mi bienestar, de mi confort.

-Y ese individualismo ha entrado en la política. Un ejemplo es el gobierno “libertario” argentino, que declara la defensa del individuo y del yo.

-Sí, es así. Ahora, el liberalismo de Javier Milei es un liberalismo económico, pero un conservadurismo extremo a nivel social. Una de las de las cosas que habían propuesto, y que espero que no avance, es dar por tierra con la legalización del aborto. Se dice “mi cuerpo es mío” pero, en un punto, el cuerpo ya no es tuyo, sino que le pertenecería al Estado, ¿no? Entonces, todo está como muy mezclado.

-“Mirar, escribir, volver a mirar” es la bajada del encuentro al que viene. ¿Es así como usted trabaja?

-Sí. Voy a leer una conferencia de unos 50 minutos, que espero que no sea muy aburrida, contando un poco eso. Cómo se mira cuando se mira en un lugar o a una persona. Cómo cambia la mirada con el paso del tiempo o con el paso de los años, en el ejercicio de la profesión. Me parece que es un movimiento que está en la base del oficio periodístico, más allá del género que yo hago, que es el periodismo narrativo. Me parece que está en de la base de la noticia o de la corresponsalía de guerra. Es algo que se ha visto bastante lastimado, no solo después de la pandemia, cuando se hizo mucho más agudo, sino que no desde antes.

-¿Cómo logra separarse sus historias? ¿Se puede?

-Me imagino que te refieres a la distancia que uno tiene que lograr para estar muy interesado, pero sin involucrarse con el dolor del otro. Me parece que tiene que ver con que llevo muchos años haciendo este trabajo, pero también con una posición personal. La posición desde la cual entrevisto siempre es la búsqueda de la opacidad, de estar sin estar, de tener una escucha muy atenta. Estoy muy concentrada en lo que escucho, estoy completamente olvidada de mí, no hago proyecciones hacia mí misma.

No pegoteo mi experiencia personal, por lo menos de manera consciente, con la experiencia del otro, porque estoy demasiado entregada a escuchar la experiencia del otro como para que me importe lo que a mí que me pasaría a mí en esa situación. Es una toma de posición. Vas desarrollando diversas técnicas. Hablar poco de vos misma, solo contestar preguntas de índole personal si te preguntan y no dar demasiado detalle. Estamos haciendo una entrevista, no somos cómplices, no somos amigas, no somos compañeras de militancia, no soy tu pariente. Todas esas cosas que uno también va aprendiendo con el paso de los años.

-Usted habla del buen periodismo. ¿Cómo se hace el buen periodismo hoy?

-El buen periodismo es el periodismo de toda la vida. Parece un poco soberbio lo que digo, pero es como el planteo del título de la conferencia: mirar, salir, ir, buscar y volver para contar. Mirar mucho, mirar de cerca, mirar insistentemente. Preguntar, tratar de no tener prejuicio, y después, tener el coraje de mirar todo, de no estar pensando: “Si escribo esto van a pensar que soy tal cosa, o si escribo esto otro van a pensar que soy tal otra”. Es hacerle el honor a la historia, tratando de contarla con las mejores armas del periodismo de siempre. Podemos está atravesados por cosas nuevas, como la tecnología…

-O la inteligencia artificial.

-Sí, como la inteligencia artificial o etcétera. Pero si vos sabes usar esas herramientas, pueden estar muy a tu favor. Digo, hoy puedes acceder a un archivo del Museo de No Sé Qué de Berlín a través de la web. Antes tenías que mandar una carta manuscrita y sellada por 14 escribanos públicos, adjuntar un certificado de que vos eras vos, esperar que te respondan.

-Pero usted misma cita un elemento que es fundamental en el oficio: el tiempo o la falta de tiempo.

-El otro día vino un colega fotógrafo a mi taller a dar una clase y él contaba que, en su paso como jefe de fotografía de un diario argentino muy importante, manejaba un grupo de 100 fotógrafos y hoy quedan ocho en ese mismo departamento. Casi todos los diarios han desactivado sus equipos de investigación periodística. El género que yo hago es imposible de hacer sin tiempo, eso está fuera de discusión, pero es un género que no tiene nada que ver con la noticia. Creo que el periodismo diario se ha precarizado muchísimo. Eso me parece lamentable.

***

Leila Guerriero sabe que para ejercer con la profundidad que ella necesita el tiempo es esencial. “La Llamada”, por ejemplo, fue publicada en enero de este año, pero ella empezó sus primeras entrevistas con Silvia Labayru, la protagonista, en 2021. Para transcribir conversaciones usó una residencia literaria de un mes, en la Casa Estudio Cien Años de Soledad de Ciudad de México el año 2022.

Originalmente, este libro iba a ser un artículo largo para el diario “El País” de España, pero bien pronto se dio cuenta de que “esto era imposible de reducir en una nota, por más larga que fuera”. Necesitaba mucho más espacio editorial -cerca de 400 páginas- y tiempo, para escribir esta historia con la sutileza indispensable: “Fue un proceso largo, pero hay gente que pasa mucho más tiempo también. No me quiero hacer la performática con eso, porque los periodistas serios pasan a siete años, ocho años, diez años con un solo tema”.

“La Llamada” profundiza en las contradicciones, matices y verdades de Silvia Labayru. Tras el golpe de Estado argentino, en diciembre de 1976, fue secuestrada por militares y trasladada a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde funcionaba un centro de detención clandestino. Allí -explica la presentación del libro- se torturó y se asesinó a miles de personas. Labayru, quien desarrollaba tareas de inteligencia de la organización Montoneros, un grupo armado de extracción peronista, tenía 20 años y estaba embarazada de cinco meses. Tuvo a su hija Vera estando encerrada y se le permitió entregarla a los abuelos paternos.

En la ESMA, fue torturada, obligada a realizar trabajo esclavo, violada reiteradamente por un oficial y forzada a representar el papel de hermana de Alfredo Astiz, un connotado miembro de la Armada que se había infiltrado en la organización Madres de Plaza de Mayo. Ese operativo terminó con tres madres y dos monjas francesas desaparecidas. Labayru quedó teñida por ese evento. La liberaron en junio de 1978 y fue enviada a Madrid, donde se reunió con su marido y siguió un nuevo tipo de infierno, el de la desconfianza de los otros.

-Hablando de mirar y volver a mirar, ¿cuánto cambió su mirada sobre Silvia Labayru?

-Mira, cuando empiezas un proceso de reporteo tienes que estar todo lo informada que puedas, pero también muy abierta y flexible, y sin la pretensión de establecer un juicio moral sobre lo que vas escuchando. Entonces, la mirada va evolucionando, se va haciendo más rica. Descubres zonas nuevas, zonas incómodas, zonas inesperadas. No tiene que ver con compensar determinadas cosas cerca de una persona, sino con ir nutriendo la mirada. Después, cuando te sientas a escribir, es donde se te presenta el panorama más completo. Empiezas a ver realmente el alcance de todas esas facetas y tienes que jugar a cómo ponerlas, cuándo ponerlas, para que todas las piezas se encastren de manera natural, sin imponerle al lector una especie de clave de lectura. Que vaya avanzando, sin sentirse forzado por la voz que narra a sacar una conclusión determinada.

-Esta historia de esta mujer tan joven, que tiene a esa guagua en la ESMA, que después sale, que colabora…

-No colabora. No, no, no. Esa palabra es completamente desubicada.

-Muy bien, entonces no colabora. De todas maneras, con alguien como ella, se hace difícil no tomar una postura. Usted muestra que es víctima, pero hay personas que piensan que es culpable. ¿Cómo se mantiene la imparcialidad frente a una historia como ésta?

-Yo no creo que uno pueda mantener la imparcialidad, porque uno escribe con todo lo que uno es también. Y, más allá de que no tengas prejuicios, estás parado desde cierto lugar. La manera de hacer un trabajo así es no tener miedo a las contradicciones y a las distintas no diría versiones sino visiones acerca de un mismo hecho. Hay gente que recuerda de una manera, hay gente que recuerda de otra. Creo que, como la persona que escribió, no puedo hacerme cargo de la decisión a posteriori de la lectura del libro que haga cada lector. Creo que lo que cuenta el libro es la historia de una persona que no se considera a sí misma una víctima eterna, que ha hecho con su vida muchísimas cosas y que tiene mucho para decir.

Una de las sorpresas de “La Llamada” es que -en paralelo al infierno de una dictadura y sus personajes y consecuencias- revela cómo opera aquello que conocemos como resiliencia. Relata la profunda historia de amor que Labayru y su actual pareja arrastraron, entre actos fallidos y desencuentros, durante décadas. Se conocieron siendo adolescentes, antes del golpe de Estado, pero a ella la secuestraron. Sólo pudieron reencontrarse hace unos cinco años.

Guerriero dice: “Es un amor que la llevó de regreso a vivir a la Argentina, o por lo menos a vivir mucho tiempo en la Argentina. Había quedado trunca por una cosa muy casi de Shakespeare. Ella había enviado unas cartas a este amor adolescente, pero ya no tan adolescente, cuando salió de la ESMA y esas cartas nunca habían llevado a él, porque la madre de él y el padre de él las habían destruido para que no volviera a tener contacto con esta mujer. Yo, si tengo que decir qué es lo que me interesó de esta historia, diría que todo. Tenía esta cosa de la historia pequeña, con minúsculas, chocando con la historia con mayúsculas, de un tiempo muy convulsionado, de un país que es el mío”.

-Perdón por el uso una metáfora muy cursi, pero es como ver que en el fango también crecen flores.

-Me impresionó mucho. Tiene que ver con una frase, que es muy compleja y difícil de citar de memoria, incluso para mí, que está que está flotando más o menos todo el tiempo en el libro y que es qué hubiera pasado si no hubieran hecho tal cosa y qué hubiera pasado si se hubiera hecho tal otra. Es esta cosa medio monstruosa que tiene la vida, que es una mezcla, una combinación de azares a veces amargos, y que te dejan con la pregunta clavada.

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