Opinión
23 de Agosto de 2024La monotonía musical de las radios chilenas
"En los últimos veinte años ha existido un progresivo estancamiento en la expansión de la música contemporánea en las radios", escribe el columnista Felipe Rodríguez. "En promedio, las canciones más modernas tienen 20 años de antigüedad y lo peor es que, en su mayoría, rotan los mismos temas, sin diferencias", añade.
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Invitado por el British Council en 1968 a observar ensayos y obras teatrales en Londres durante tres meses, Víctor Jara quedó impresionado con varios aspectos de esa metrópoli europea. Pero nada le impactó más que la visión del mundo que exhibían los medios de comunicación en Inglaterra versus lo que sucedía en Chile. La tendencia conservadora nacional no solo era a nivel noticioso, sino que también se extendía a la música popular en las radios.
En esos años de revueltas estudiantiles, las emisoras locales concentraban el protagonismo en los artistas de la Nueva Ola –con algunos hits esporádicos divergentes como “Arriba en la Cordillera” de Patricio Manns- y desconocían los movimientos musicales –y culturales- que se cocían en el Primer Mundo, salvo por el impacto global de Los Beatles.
La desinformación musical en ese periodo se comprende. No existía internet, ni redes sociales y el país era un lugar alejado y aislado de los centros sociales transformadores. Aun así, movimientos como el hippismo, el uso recreacional de la marihuana y el amor libre fueron sumando adherentes, primariamente, en la elite juvenil local que podía viajar y conocer de primera mano lo que sucedía en el exterior y, luego, en las capas más populares.
El apagón cultural que trajo la dictadura de Pinochet develó serias falencias de expresión. Durante los primeros diez años de esa nefasta época, la música nacional en radios se edulcoró. La Nueva Canción Chilena fue extirpada, Violeta Parra quedó reducida a “Gracias a la Vida” y, curiosamente, un personaje –al que Víctor Jara alentó en sus inicios- fue el único que reinó masivamente sin tener el ojo escrutador de los militares encima: Tito Fernández. Las canciones internacionales favoritas de las emisoras se sustentaban en el pop español –Camilo Sesto, Julio Iglesias, Mocedades, Nino Bravo y Raphael, entre otros- y, en menor medida, melodías en inglés, mayoritariamente estadounidenses, de estilos como el soul y el funk.
La irrupción de Los Prisioneros, el rock argentino y la aparición de programas televisivos como “Magnetoscopio Musical” fueron un revulsivo para la programación radial ochentera. Aunque a los de San Miguel no los rotaban por órdenes militares –salvo en radio Galaxia-, la llegada de la música trasandina y el espacio de Rodolfo Roth generaron un link que le dio modernidad a las radios. Se abrieron sitios para la música moderna en español y, por otra parte, programas como “La Hora Cero”, en radio Concierto, donde se mostraban íntegramente álbumes recientes de bandas como U2, Depeche Mode, Echo and the Bunnymen o The Cure, entre otras, fueron una bocanada de aire fresco de nuevos sonidos.
Las siguientes décadas también avanzaron por el mismo carril. Incorporadas al mundo a partir de la televisión por cable, los shows en vivo y la emergente internet, las radios chilenas dieron a conocer estilos como el grunge, el nu metal y profundizaron en el cancionero romántico español, el exclusivo estilo que siempre ha tenido visibilidad radial.
Sin embargo, en los últimos veinte años ha existido un progresivo estancamiento en la expansión de la música contemporánea en las radios. El problema, por cierto, es provocado por la concentración de los medios. La llegada del grupo español Prisa en 2006 y dueña de Concierto, ADN, Imagina, Futuro, Pudahuel, Activa, Rock and Pop, FM2, Los 40 y Corazón fue la primera estocada. Luego, Luksic a través de T13, Sonar y Play. Y también Mega –del grupo Bethia-, con Carolina, Infinita, Romántica, Disney y Tiempo.
Tal como sucede en la programación televisiva, donde todos los canales hacen los mismos programas, no apuestan por la diversidad e hicieron desaparecer a segmentos emblemáticos como el infantil, las radios chilenas lucen cancioneros uniformes, donde se exhibe una mínima exposición a los grupos o solistas nuevos chilenos o extranjeros y, peor aún, obvian a un amplio porcentaje de la audiencia juvenil. Como si estos no existieran.
Hacer un repaso por las canciones que suenan en las emisoras chilenas es deprimente. Un oyente promedio puede entender la programación de Futuro o Corazón, centradas en bandas de rock clásicas o cumbias de todos los tiempos, respectivamente, pero realizar el ejercicio de escuchar diferentes radios por unos días es desolador. En promedio, las canciones más modernas tienen 20 años de antigüedad y lo peor es que, en su mayoría, rotan los mismos temas, sin diferencias. Tampoco hay espacios como sucedió con radio Uno, donde las figuras musicales emergentes chilenas puedan darse a conocer no solo musicalmente, sino que en entrevistas. Para saber quiénes son, sus motivaciones y por qué se dedican a la música. Eso no existe, no se proyecta ni tampoco interesa.
Esa mirada ejecutiva miope también se plasma en estadísticas. En 2023, los artistas chilenos más tocados en las radios fueron Los Bunkers, La Ley, Los Tres, Los Prisioneros, Mon Laferte, Francisca Valenzuela, Los Vásquez, Noche de Brujas, Gepe y Chico Trujillo. Salvo las mujeres, el resto son artistas cuyos temas más populares apelan a la nostalgia, aunque un 85% de ellos esté en actividad. De los músicos urbanos que tienen números impresionantes de audiencia en Spotify como Cris Mj –entre los 50 más escuchados en el mundo-, Jere Klein, Standly, Polimá Westcoast, Paloma Mami, Kidd Vooddo, etc., poco se escucha en las radios, desestimando su arrastre masivo local e internacional.
Cuesta creer que en 2024, las radios chilenas roten en demasía a Rod Stewart, Tear for Fears, Simply Red u otros similares como si fueran símbolo de modernidad. No se tiene nada en contra de su música, que es de calidad, pero en una época donde todo está al alcance de un click, es imperdonable que las emisoras no presenten a artistas contemporáneos de excelencia como Father John Misty, Silvana Estrada, Wilco o Rosalía, por citar algunos ejemplos, con la regularidad que merecen. En la variedad está el gusto y el conocimiento amplio. El resto es estancamiento, homogeneidad y monotonía.