Opinión
4 de Noviembre de 2024Quincy Jones, el músico que lo vio todo
El productor de álbumes fundamentales de Michael Jackson, Frank Sinatra, Aretha Franklin y Ray Charles, entre otros, falleció a los 91 años. Fue promotor de la música negra, ganó 28 premios Grammys y siempre mostró interés por la música contemporánea.
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Quincy Jones acostumbraba a mostrar sus manos para ejemplificar la amistad que lo unía con Frank Sinatra. En el dedo meñique de su mano derecha ocupaba un anillo con el escudo de Sicilia que el cantante neoyorkino había usado durante 40 años y que le regaló poco antes de morir. Era el símbolo de orgullo de la hermandad entre productor y cantante. En ocasiones, Sinatra pasaba sorpresivamente por su casa y lo invitaba a paseos de 24 horas en jet privados con dos acompañamientos imperdibles: varias conejitas Playboy y botellas de Jack Daniels.
La muerte el domingo por la noche a los 91 años del arreglista, compositor, productor y ejecutivo discográfico, entre otras tareas, es también la desaparición de varios de los momentos estelares de la música popular, especialmente, del siglo XX.
Quincy Jones había crecido en la adversidad en Chicago. Era negro, su madre debió internarse por problemas mentales cuando él tenía siete años y quedó al cuidado de su abuela que, por su precariedad económica, lo enviaba a él y a su hermano a las orillas de un río a cazar ratones para matar el hambre. Hasta los 13 años, imaginaba su futuro como gangster. Estaba acostumbrado a ver cuerpos colgados de postes de la luz o tirados en la calle y creía que era la única forma de hacer dinero.
La historia cambió cuando con su hermano entraron a un local y descubrió un piano. Ese instrumento lo hechizó. Y rápidamente manifestó su talento precoz. La trompeta fue su primera aliada y a los 18 años hacía giras con la banda de jazz de Lionel Hampton. A esa edad, tuvo su primera aproximación con la muerte. Un auto en que viajaba junto a otros negros, chocó y sus cuatro acompañantes murieron. Algunos descabezados. El shock le produjo un impacto: nunca aprendió a conducir. En 1974, vino su segundo mazazo. Una aneurisma cerebral lo tuvo entre las cuerdas. Debió dejar de tocar la trompeta para siempre.
A medida que su carrera prosperaba -a los 22 años trabajaba con Dizzy Gillespie-, también generaba anticuerpos por su color de piel. En ocasiones, Sinatra debió contratar guardaespaldas de la mafia para asegurar la integridad de Quincy Jones al término de cada show. “En 1964, artistas como Fats Domino ganaban 17.000 dólares a la semana con sus conciertos y no podían entrar a un restaurant de blancos y comían en las cocinas. O debían alojar en hoteles para negros que quedaban en las afueras de la ciudad”, reconocía.
Esas situaciones lo acercaron a la comunidad negra. Trabajó con próceres como Aretha Franklin, Ray Charles o Stevie Wonder, entre otros. Charles lo impresionaba. Se habían conocido en la pubertad y, pese a su ceguera, era independiente. Cruzaba los semáforos solo, iba al supermercado sin ayuda y contaba las monedas. Pero cuando quería seducir a una mujer, chocaba con las paredes para demostrar vulnerabilidad. Ese gesto propiciaba el link romántico. Esa misma receta se la transmitió a Stevie Wonder.
Jones, con giras en el cuerpo y cada vez más empoderado, fue descubriendo nuevos talentos de su raza. Hasta toparse con Michael Jackson. Se conocieron en la película “El Mago” (1978) -con Jackson como protagonista y el productor como pianista-, hicieron buenas migas y trabajaron en “Off the Wall” (1978), “Thriller” (1982), el disco más vendido de la historia, y Bad (1987). Esa asociación fue histórica. Aunque el solista era muy tímido, era un profesional del detalle. En su autobiografía, “Q”, Jones cuenta que Jackson se pasaba horas viendo videos de leopardos y panteras para “imitar la elegancia innata de sus movimientos”.
La libertad laboral de Jones le permitió desarrollar otro momento memorable de la música popular. En 1985, organizó la grabación del single “We are the World”, con una pléyade de artistas de primer orden, que sirvió para recaudar fondos para la hambruna en Etiopía.
Tras componer bandas sonoras como “El Color Púrpura” (1984) -donde impulsó a debutar en el cine a Oprah Winfrey-, Jones derivó en temas para series como “El show de Bill Cosby” y la producción de “El Príncipe de Bel Air”. En 1985, firmó a New Order en su sello QWest, subsidiario de Warner, y fue un hit. Organizó la primera gran gira de los sobrevivientes de Joy Division a Estados Unidos y el grupo se hizo popular en ese país. “Fue un orgullo estar contratados y compartir con Quincy Jones”, dijo el bajista Peter Hook. Cuatro años más tarde, su gran proyecto “Back on the Block”, donde reunió a estrellas de la música negra como George Benson, Miles Davis y Chaka Kahn, entre otros, arrasó en los premios Grammy, llevándose seis estatuillas -Jones obtuvo 28 en su vida-.
Casado tres veces y con siete hijos -entre ellos, uno con la actriz Natassja Kinski-, el músico fue criticado por su supuesta afición por las mujeres blancas. Poco antes de morir, Tupac afirmó que Jones “es repugnante. Lo único que hace es meterle el pene a zorras blancas y engendrar hijos jodidos”. El rapero debió recapitular por dos motivos. Jones lo enfrentó y, a los meses, terminó saliendo con una hija del productor.
Aunque pasó periodos complicados por el consumo de alcohol -sobretodo, cuando se reunía con Sinatra y Ray Charles quienes podían beber siete copas de whisky en una hora-, las drogas no fueron problema para Quincy. En su juventud, el consumo de heroína hizo que cayera de una escalera y quedara con lesiones. Nunca más se drogó.
Aspiraba a vivir hasta los 110 años. Desde hace quince, asistía una vez por semana al año a un exclusivo centro médico en Estocolmo, donde le gestionaban mejoras a su cuerpo y su cabeza. Le gustaba estar al tanto de la música actual. Admiraba a Kendrick Lamar y sentía afinidad por la música de Drake, Common y Mary J. Blige. Pero aborrecía a Taylor Swift porque “solo hace estribillos”. Y tenía su mantra artístico. “Una gran canción puede convertir al peor cantante del mundo en una estrella. Una mala canción no puede ser salvada ni por los tres mejores cantantes del mundo”. Palabra de Quincy.