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Opinión

30 de Diciembre de 2015

Editorial: Anacronías

El pinochetismo cultural mantenía una fuerza inaceptable. Jackson, Boric, la Camila y Karol Cariola, en cambio, nacieron el año que terminó la dictadura. No llegaron para superar un régimen autoritario, sino un tiempo de reconstrucción. Sus contradictores son los que antes fueron los contradictores de Pinochet.

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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EDITORIAL-627
Por mucho que lo nieguen sus protagonistas (las palabras de un político raras veces deben ser entendidas literalmente), ya se están jugando las presidenciales. De pronto aparecen nombres ridículos, como Tarud o Espina o Bellolio, que se reconocen dispuestos a concursar por La Moneda si la patria los reclama, cuando los informados saben que lo hacen para robar cámaras que luego usarán para conseguir escaños parlamentarios. Si no fuera así, estarían locos. En la novela “La Moustache”, de Emmanuel Carrère, un hombre se afeita el bigote, y como nadie nota un cambio en él, todo comienza a confundirse. La desaparición de un bigote que no existía, es la llave que abre las puertas de la locura. Mientras él creyó verse como los otros lo veían, la vida circulaba en paz. Si Tarud o Espina o Bellolio pensaran que los chilenos se los imaginan de presidentes de la república, les recomendaría urgentemente leer “El Bigote” de Carrère antes de seguir adelante. Ahí aprenderían que la demencia es un camino con curvas sinuosas recorrido a alta velocidad: una experiencia aterradora. No hay, a decir verdad, un líder evidente para estos tiempos. Lagos y Piñera, entre quienes al parecer se resolverá el asunto, están bien lejos de coincidir con la onda del momento. Son los dos mejores representantes del período histórico que se cierra, y que arrancó en los años 90. La campaña de Lagos representó, al final de esa década, un reclamo aperturista y un sacudón de pinochetismo que coincidió con la detención del dictador en Londres. Se dictó una ley de divorcio, la izquierda aprendió a conversar con los empresarios, los militares recuperaron su rol institucional –“Nunca más”, dijo Cheyre– y proliferaron las carreteras. No fue, en realidad, la vuelta de un socialista a La Moneda, como se le veía entonces, con toda la carga simbólica que eso implicaba. Se trató más bien de un radical, formado a la sombra del Estado chileno, culto y autoritario, heredero de las tradiciones republicanas. Su contradictor fue siempre Pinochet, a esas alturas más encarnando creencias y maneras de ser que en su propia persona. El pinochetismo cultural mantenía una fuerza inaceptable. Jackson, Boric, la Camila y Karol Cariola, en cambio, nacieron el año que terminó la dictadura. No llegaron para superar un régimen autoritario, sino un tiempo de reconstrucción. Sus contradictores son los que antes fueron los contradictores de Pinochet. Por supuesto que no son conflictos de la misma magnitud, pero toda generación necesita un padre con quien romper. Los hijos directos y dilectos de la Concertación, resultaron demasiado obedientes para intentar un camino propio. El golpe a las jerarquías que representó la aparición de la internet, los cogió amaestrados. Sólo ME-O quiso dar el salto, pero terminó horquillado entre dos padres, uno revolucionario y el otro pragmático, como una espada de dos puntas irreconciliables. Así las cosas, va a ser difícil salvar a las próximas elecciones del aura de la anacronía. Contra Piñera lucharán las ambiciones de Ossandón, el demagogo, y la estela de irregularidades que las propias ambiciones del empresario han sabido ocultar hasta el momento. Contra Lagos atentan el podio y la toga sacerdotal. Lo mismo que genera devoción en algunos, lo aleja de otros. Son raros estos juegos de la historia. Estrellas que dimos por muertas continúan titilando con una luz que todavía no irradian las recién nacidas.

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