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9 de Enero de 2009

¿Patria joven?

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Yo no voté por Frei el año 93. Tenía veinticuatro años y veníamos recién saliendo de la dictadura. Aylwin había sido, en el más absoluto sentido de la palabra, un gobierno de transición. Pinochet ya no era Presidente de la República, pero sí comandante en jefe del Ejército, y pronto asumiría como senador vitalicio. La dictadura, en realidad, no había terminado. Su presencia rondaba por todas partes. El Consejo de Seguridad era todavía una institución ante cuyo nombre se temblaba. Si años antes existían los apagones, por ese tiempo eran las juntas de generales, los ejercicios de enlace, los ruidos de sables los que ponían a la población en estado de alarma. Para mí, votar por Frei era renunciar a cambiar las cosas de una vez. Queríamos destape, libertad de expresión, ley de divorcio, juicio a los culpables, pero hasta Sergio Fernández estaba en el parlamento, y la llegada de Junior no auguraba grandes transformaciones.
Entonces, como he vuelto a escuchar por estos días varias veces,decíamos que Frei nos daba lata. Representaba la entrega de la Concertación a los más derechistas. Hubo, de hecho, algo del discurso social, muy vigente con Aylwin, que bajo su gobierno perdió fuerza. Por otra parte, comenzó una era de riqueza. Chile llegó a crecer al 10% y apareció esa monserga insoportable, sólo propia de los pánfilos del curso cuando meten un gol, de que éramos los jaguares de América Latina. Huemules, con suerte, pero nada más lejano a nosotros que un jaguar.

A Frei se le comenzó a molestar porque viajaba en exceso, cuando en realidad viajaba lo normal y, probablemente, incluso menos que sus sucesores. La Martita se subía a los aviones sujetándose el sombrero con una mano, o al menos así me la imagino, y despidiéndose con la otra. Circulaba plata dulce por las veredas y un gusto amargo en los rincones. Yo pasé buena parte de su gobierno fuera del país. Entre los amigos, esto de partir era un tema permanente. El entusiasmo épico del final de la era militar fue reemplazado por la pasión capitalista.

En el Alto Bío Bío, en un gesto que bien podría ser visto como una opción radical de desarrollo, el gobierno optaba por apoyar a Endesa y no a sus antiguos habitantes, los Pehuenches, en una guerra en que los unos llegaban con máquinas y dinamita para generar riquezas que los nacidos allí ni veían ni verían jamás.

Los indios se defendieron a palos, vieron flotar los huesos de sus muertos cuando inundaron sus cementerios y nunca más nadie volvió a saber de ellos. Confieso que no me di cuenta, mientras esto sucedía, de lo importante que era aquel enfrentamiento. Representaba sencillamente el choque entre una cultura y una ambición desbocada. Y arrasó la barbarie.

Después cayó preso Pinochet en Londres, y a José Miguel Insulza, el canciller, le correspondió bogar porque lo trajeran de vuelta. En La Moneda aseguraban que el gobierno defendía principios y no personas, y nosotros respondíamos que defendíamos personas y no principios. Se pusieron de moda los lores, la palabra soberanía, Amnisty Internacional, Virginia Waters, Straw y, la super estrella, el juez Baltasar Garzón.

Todo esto sucedió hace muchos años, cuando los que cumplimos cuarenta todavía no soñábamos tener treinta, cuando Eduardo Frei se peinaba a la cachetada y no con este jopo liberal que de pronto deja caer unas mechas sobre la frente, cuando la derecha reunía plata para pagar los gastos del prisionero y sus mujeres gritaban vueltas locas que les liberaran al tata. Hoy, la misma derecha, como bien dice don Hermógenes a la hora de explicar su retiro, no quiere ni oír hablar de su antiguo líder. Lo esconden, lo niegan o le hacen el quite. Aunque son los mismos, se supone que han cambiado. Les aburre terriblemente que les recuerden el pasado. El que hayan aceptado a Piñera como su auténtico candidato demuestra la fuerza de la necesidad, porque si bien lo culpan de haber votado que No, entienden que está libre de la culpa de haber votado que Sí.

¿Y Frei? Bueno, habría que partir reconociendo que han menguado las ansias revolucionarias. No hay paciencia para la furia exagerada. ¿Se irá a rodear con los mismos amigos de su papá que la primera vez, o los irá a dejar jubilar tranquilos, y escogerá una nueva camada? Dime con quién andas y te diré quién eres. ¿Sigue fanático de las inmensas centrales hidroeléctricas? Por ahí habló de cambiar la Constitución, de estatizar el Transantiago y de la importancia del Estado. En fin, no digamos que es la última maravilla, pero de que tenía más ganas que los otros, es un hecho de la causa. No se perdió en la onda hamletiana.

Habrá que ir viendo, porque por el momento es lo que hay. ¿O hay algo más, hablando en serio, dónde elegir?

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