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POR CRISTÓBAL TORRES
La tradición general concerniente a las celebraciones nacionales son manifestadas de manera simbólica entre las voces chilenas que versan sobre el pasado- digo versan puesto que se trata de un mito existente- han marcado con acento ingenuo en la conciencia histórica de Chile un acto – teatral – de carácter milagroso en múltiples mentes chilenas que valoran hazañas seudo-heroicas – Épicas – incluso sin saber ciertamente la razón conmemorada. A este respecto, surgen ciertos juicios que en el presente pueden aparentar un caro hecho legendario, aunque desprovistos de fundamentos que justifiquen su importancia histórica postrera. En este sentido, los acontecimientos festejados, so capa de ser fundamentales para el proceso de construcción de la nación y la exaltación del valor patrio, no nos permiten ver más allá de lo meramente circunstancial. Dicho de otra manera, siempre nos disponemos a celebrar hazañas sin importar la excusa que lo motive. Pongo por caso el trivial
veintiuno de mayo. Se trata de una fiesta realizada por los chilenos – cada vez menos – que evocan el Combate naval de Iquique encabezado en el conflicto – junto con la contradicción del nombre- de la Guerra del Pacífico, que de pacífico nada admitía, salvo el escenario. Este mito alterado y corrompido por la tradición – traición – de los chilenos resulta insuficiente para el pretexto actual del festín. De ahí que la estipulada y lírica frase pierda todo su sentido original – si alguna vez lo tuvo – y desestimemos su significado faccioso y optimista: “Muchachos, la contienda es desigual, pero, ánimo y valor. Nunca se ha arriado nuestra bandera ante el enemigo y espero que no sea ésta la ocasión de hacerlo. Por mi parte, os aseguro que mientras yo viva, esa bandera flameará en su lugar y si yo muero, mis oficiales sabrán cumplir con su deber”. En efecto, el capitán Prat murió en la guerra y sus oficiales junto a él. ¿Su deber? hundido bajo el mar, no obstante ahogado y sumergido según la rúbrica: “vencer o morir”. ¿Su nave? La Esmeralda enterrada en el mar del norte, esa nave fruto de un duro trabajo para su construcción y llena de escollos para su existencia. Deberíamos comprender con esto lo que una vez pronunció José Ortega y Gasset: “Así es como sentiría yo, si fuera chileno, la desventura que en estos días renueva trágicamente una de las facciones más dolorosas de vuestro destino. Porque tiene este Chile florido algo de Sísifo, ya que, como él, vive junto a una alta serranía y, como él, parece condenado a que se le venga abajo cien veces lo que con su esfuerzo cien veces levantó”.
Con todo, podemos afirmar seguramente, que Chile es un país de mártires, así como lo fue nuestro Prat con sus virtudes y defectos. Héroes que fracasan en los hechos, pero que conquistan nuestras mentes. ¿Seremos compasivos ante las desgracias nacionales? Hay quienes piensan – como Ricardo Krebs – que los chilenos: “Más que a los triunfadores, recuerde a los héroes trágicos; más que las victorias, los desastres”. ¿Derrota heroica como virtud?
En suma, cabe preguntarse entonces ¿Para qué el veintiuno de mayo teniendo en cuenta que perdimos el verdadero significado de la sentencia de Prat? Lo que celebramos ahora es el acto simbólico de su muerte. Por un lado, cada veintiuno de mayo, es decir, cada veintiuno feriado, significa un descanso que muchos olvidan en el año, pero que cuando lo recuerdan, lo hacen derecho suyo como instante de alegría. Por otro lado, cada veintiuno de mayo los presidentes de Chile se dirigen a la nación para informar y destacar los logros en sus políticas y las futuras promesas reivindicativas con el objetivo de legitimarse con apoyo del pueblo. Debería usarse como una oportunidad de nuestra gobernanza para evaluar críticamente, como ciudadano, las instituciones de los chilenos. Insisto en sostener que se tratará de un mero veintiuno de mayo con un nuevo discurso (Mito) presidencial para hacernos creer que “todo cambia para bien, pero que falta un poco y hay que tener paciencia”… Con razón Chile venera la imagen de Prat, que como muerto ya no se le puede exigir nada.