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Opinión

28 de Abril de 2010

In memoriam

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Por Adriana Bórquez Adriazola

XX me despertó temprano; tenía una noticia que darme, que estimó que no debía esperar. La verdad es que, si no me cambió la vida, por lo menos, cambió mi planificación del día que empezaba.
Desde el ayer, una vez más, un fantasma inescapable venía a perturbar mi retiro. “Murió Paul Schäfer.” El tiempo se me detuvo, para iniciar la cuenta regresiva hacia el momento de hace treinta y cinco años, cuando una horda de desalmados irrumpió en mi pequeño hogar, dirigidos por un hombre joven, rubio, de chaquetón de Castilla y metralleta a punto. “Hans”, lo nombraban. Ellos eran agentes de la DINA, la feroz policía secreta de la dictadura de Pinochet, él, un miembro de la Colonia Dignidad.
No reiteraré el relato pormenorizado que he debido hacer infinidad de veces en las décadas en que dediqué la existencia entera a la denuncia de la violación de los Derechos Humanos por parte del régimen militar. Sólo recordaré que pasé los primeros veinticuatro días de mi detención en los recintos de la Colonia Dignidad, hasta mi traslado a la Venda Sexy, en Santiago.
Tampoco deseo entrar en detalles sobre el trato padecido en Colonia Dignidad. Deben ser muy pocas las personas que en Chile y en el mundo no hayan escuchado o leído al respecto. Más de treinta años de denuncias e investigación, privada o pública, en el país y en el extranjero, han establecido fidedignamente la realidad horrorosa que sufrió allí una cantidad indeterminada de prisioneros políticos: unos murieron asesinados, otros fueron hechos desaparecer y el resto, torturados en diferentes grados y con diversos métodos – trato que, con toda seguridad, los anteriores también debieron soportar antes de su inmolación.
Con el paso del tiempo, otras verdades de Colonia Dignidad han ido abriéndose paso en la conciencia colectiva: desfalcos, fraudes al fisco, incumplimiento de leyes sociales, tráfico de armas, explotación clandestina de materias estratégicas, tráfico de influencias, y un amplio etcétera. Sin embargo, nada de lo anterior había despertado el escándalo de la sociedad chilena, hasta que los rumores acerca de los abusos a niños invadieron los medios de comunicación. Si el juicio de la nación no objetó anteriormente la inmoralidad que había estado conociendo, ni se alteró con la tortura, la muerte y el desaparecimiento de sus ciudadanos, acaecidos en la Colonia Dignidad, en esta oportunidad sí que reaccionó con alboroto. De todos los crímenes cometidos allí fue la culpabilidad de pederastia lo que terminó por hacerla perder su fama de benefactora del pueblo y la impunidad de que gozaba ante los tribunales de justicia y el favor de un sector político. Chile, desde entonces, se ha debatido entre el escándalo, la inquietud y la condena – y hasta, diría, la morbosidad.
El artífice de este amplio capítulo de perversión y corrupción en medio siglo de nuestra historia patria – desde 1960, a la llegada del grupo de colonos alemanes al fundo de Parral, al 24 de abril del 2010, fecha en que fallece Schäfer en prisión – es nada menos que él mismo: Paul Schäfer Schneider.
Oscuro soldado de las huestes nazis, camillero o práctico enfermero, de incierto pasado de su juventud, predicador de baja estofa, después de la 2ª Guerra, aparece con una extraña organización de beneficencia para dar acogida a jóvenes en Siegburg. Pronto se ve obligado a huir de Alemania debido a las denuncias ante tribunales de prácticas de pedofilia con sus pupilos. Con la ayuda de la embajada de Chile en Bonn, logra escapar hacia acá, donde se instala junto a los niños, apoderados y fieles de su escuálida congregación, en un predio adquirido a bajo costo en los contrafuertes cordilleranos de Parral.
Usando igual artimaña que en Alemania, apela al estatus de sociedad benefactora para conseguir innumerables prebendas y exenciones de impuestos del fisco nacional, y acrecienta el haber de la Sociedad a magnitudes que aún no se ha logrado cuantificar. El territorio del fundo se convierte en un espacio vedado a toda intervención; no se permite la intrusión, aún la más inocente o curiosa, de parte de los ciudadanos chilenos. Son pocos los invitados a visitarlo y siempre se actúa con sigilo y ejerciendo estricta vigilancia. COLONIA DIGNIDAD VELA CELOSAMENTE POR SUS SECRETOS.
Lo que el paso del tiempo nos ha develado de sus misterios, al igual que la valentía incorruptible de unos pocos funcionarios del Poder Judicial, la lucha constante e irrenunciable de los grupos de defensa de Derechos Humanos, el apoyo incondicional de algunos abogados, llena de indignación y asco. Indignación de constatar la complicidad del poder establecido con los abusos, en desmedro de la dignidad y soberanía nacionales, que le permitió absoluta impunidad a Schäfer y sus acólitos a cambio de servicios e intereses particulares; asco, por la degeneración ética y la depravación moral de un sodomita traficante de credos, que no trepidó en envilecer, deshonrar y ultrajar la inocencia de una juventud desvalida y la ignorancia de humildes campesinos necesitados, llevándolos a la degradación y a la vergüenza.
Paul Schäfer personifica en esta patria querida, la ignominia más acabada que es capaz de alcanzar el individuo.
Al empezar este escrito, expresé que la noticia de la muerte de este nefando no da para “cambiar mi vida”, apenas si para desprogramar mi jornada. Hoy esperaba avanzar en la redacción del libro que tengo entre manos; sin embargo, aquí estoy, tratando de no dejarme llevar por la pasión dolorosa que la memoria me provoca y mantener la mesura.
Mi vida cambió, sí, al instante de ser arrojada a las mazmorras de Colonia Dignidad el 23 de abril de 1975. Desde esa fecha existe un “antes” y un “después” para mí y para mis hijas. Nunca imaginé que ser humano alguno pudiera sufrir vejaciones tales, nunca creí que el sadismo pudiera alcanzar esos grados de paroxismo; jamás, ni antes ni después, pude medir, tan trágicamente, la propia fragilidad y fortaleza. Enfrentada al tormento probé el valor la dignidad interior y eso me ha hecho libre por siempre, para legado a mi prole.
Quizás sí es cierto que avancé un capítulo; pero, no del futuro libro, sino de aquel de mi vida. Alguien me dijo esta mañana: “ahora podrás seguir adelante”. Puedo asegurar que adelante he seguido; prueba de ello son los 35 años de lucha tras Verdad y Justicia, que se cumplieron justamente ayer, 23 de abril del 2010.
Antes de terminar, quiero decir algo importante:
Paul Schäfer Schneider no ha sido MI enemigo; él fue enemigo de la HUMANIDAD entera.

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