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Opinión

3 de Diciembre de 2010

Editorial: Wikileaks

En esos correos que supuestamente nadie debió conocer jamás, los funcionarios del Estado más poderoso del planeta comentan con total soltura las intimidades de las provincias a las que han sido enviados. Como los gobernadores romanos en territorios bárbaros, relatan las costumbres, ambigüedades, contradicciones y debilidades de los políticos locales: que la señora K está loca de remate, que Benedicto XVI es un papa natas blando y manejable...

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Las primeras versiones de lo que más tarde se llamaría INTERNET aparecieron a finales de los años 50. Por entonces, y hasta bastante después, estos experimentos se limitaron a la comunicación entre unos cuantos computadores básicos, todavía lejanísimos en capacidad y recursos a los que hoy nos caben en un bolsillo de chaqueta. Fue en 1960 que el norteamericano J.C.R. Licklider empezó a hablar de una red mundial de ordenadores: “una red de muchos [de estos aparatos], conectados mediante líneas de comunicación de banda ancha, que proporcionan las funciones tanto de las bibliotecas como anticipados avances en el guardado y adquisición de información y [otras] funciones simbióticas”(Man-Computer Simbiosis), En octubre de 1962, Licklider fue nombrado jefe de la oficina de procesamiento de datos DARPA, dependiente del Departamento de Defensa de los EE.UU., con el objeto de avanzar en el desarrollo de esta tecnología recién parida. A fines de los años 80, Europa, con Holanda a la vanguardia, se incorpora coordinadamente con los gringos a la ampliación y perfeccionamiento de la red cibernética.

En 1991, el Pentágono empezó a generar su propia telaraña, algo así como una internet paralela, cerrada al universo exterior -como suelen ser las cosas del Pentágono-, un ámbito privado, ajeno al común de los mortales, por el cual sólo podrían circular y participar los miembros de la poderosa e inexpugnable intelligenzia estadounidense. Una especie de correo al margen, secreto, donde los embajadores se permitían explayarse ante sus superiores con total confianza, y la conversación política, como acostumbra, desenvolverse plagada de cotilleos relevantes, aparentemente sin temor a verse develada. El asunto es que ese diálogo fue infiltrado, y lo que hasta ayer era un fluir de información oculta salió repentinamente a la luz, producto de la intervención de un sitio denominado Wikileaks, propiedad del periodista y programador australiano, ex hacker, Julian Assange. El personaje en cuestión, tras liberar más de 250.000 cables de diplomáticos norteamericanos que paulatinamente se están dando a conocer a través de algunos de los principales periódicos del mundo, es hoy considerado terrorista por las autoridades del país de Walt Whitman, el mismo que escribió: “Estos son en verdad los pensamientos/ de todos los hombres en todas las/ épocas y naciones…”

Vamos al grano: en esos correos que supuestamente nadie debió conocer jamás, los funcionarios del Estado más poderoso del planeta comentan con total soltura las intimidades de las provincias a las que han sido enviados. Como los gobernadores romanos en territorios bárbaros, relatan las costumbres, ambigüedades, contradicciones y debilidades de los políticos e incumbentes locales: que la señora K, presidenta de Argentina, está loca de remate; que el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, es “irresponsable, inútil e ineficaz” y sus “frecuentes trasnochadas e inclinación por las fiestas significan que no descansa lo suficiente”; que el presidente afgano Hamid Karzai es “un hombre extremadamente débil que no escucha los hechos”, y fácilmente influenciable, como los imbéciles, con teorías conspirativas. El embajador en la región agregaba que su hermano era corrupto y traficaba drogas. Benedicto XVI es tratado como un papa natas blando y manejable. Del presidente ruso, Dmitri Medvedev, informaron los representantes de la metrópoli “que juega al Robin ante el Batman-Putin”, y, por esta infiltración en las cartas emitidas a la Casa Blanca, supimos que los capos del imperio le encargaban a sus funcionarios indagar incluso en los detalles personales de Ban Ki-moon, el secretario general de las Naciones Unidas. Gengis Kahn, seguramente, recibía informes parecidos. Para nadie es una gran sorpresa que estos expedientes existieran. Lo nuevo es leerlos de primera fuente. Conocerlos palabra por palabra, porque el pelambre literal, para nuestra conciencia humanamente hipócrita, es un balde de agua fría que desarma los artificios acordados de la confianza. La política está llena de mentiras piadosas, como los matrimonios, y la vida misma. Es impensable que los interlocutores de este arte se digan de frente lo que piensan. Si somos francos, aceptaremos que nadie lo soporta. Pronto se sabrán las opiniones e impresiones que los emisarios de EE.UU en Chile recogieron de nuestros dirigentes. Seguramente, muchas de ellas no serán sorpresa para los que deambulan por los ámbitos del poder. Lo nuevo será escucharlas en voz alta, no saliendo de la boca de un anónimo, sino de la fuente misma de la oficialidad mundial. Que tal es así, y tal otro asá, que a esta le gusta el ron y a este el coliflor, o como a Kadafi, que según nos cuentan, al cabo de tanta bomba terminó cegado por las bombachas de su enfermera. ¿Cómo hará el gobierno americano para recuperar las complicidades perdidas por la indiscreción? ¿Cómo harán los poderosos de la tierra para seguir gobernando en la cultura de la información democratizada? Algo importante está mutando. La simple respuesta anti imperialista no da abasto. Si bien la verdad jamás puede ser considerada un acto de violencia delictual, convengamos que no siempre es admirable. Sorprendente sí, soportable a veces, fascinante y aterradora. Bienvenidos al reino de la inmanejable transparencia.

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