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Por sus colegios de Vitacura y Maipú pasaron una gran cantidad de hijas de empresarios, de políticos y de familias de clase media que hasta hoy valoran la calidad de la educación ursulina. Por el convento de la congregación, sin embargo, fueron muchas las novicias y monjas chilenas que arrancaron a escondidas. No lo hacían por falta de vocación, sino porque no toleraban el sistema de la madre Paula, que incluía desde grupos privilegiados de alumnas con nombres bíblicos, donde salían las futuras vocaciones, hasta humillaciones para quienes no contaban con su simpatía. Por eso hoy, sólo quedan cinco religiosas ursulinas. Escaso número que, sumado a las denuncias de manejo indebido de dineros, abuso de poder y conductas sexuales impropias, tienen en entredicho el liderazgo de una de las monjas más influyentes de la elite chilena.
En los setenta, antes que la madre Paula Lagos fuera superiora, la mayoría de las monjas ursulinas eran alemanas. Habían sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial y apenas balbuceaban el castellano. Una de ellas, la madre Mercedes, fue discípula de Albert Einstein y en el colegio de Maipú enseñaba trigonometría en alemán. Vivía en una pieza del convento con siete gatos a los que alimentaba en la madrugada con las sobras que un carnicero del sector le regalaba. Y aunque ella tenía su rutina, todas las monjas compartían los rezos del día en la capilla y cuando necesitaban ubicarse entre ellas se llamaban a través de una campana. Era un código: un campanazo para ubicar a sor Paula; dos o tres para llamar a la madre Mercedes.
El terreno, donde aún está ubicado el colegio y el convento, era tan grande que lo ameritaba. Las monjas vivían en una casa colonial rodeada de un bosque de eucaliptus. Había un camino de cerezos, un huerto donde cosechaban papas, unos parrones y un potrero -donde al menos por esos años- tenían gallinas, vacas y un caballo para arar. Pasear por ahí no estaba permitido para las alumnas. Sólo las internas, o las que iban a retiro podían ver algo más de ese enorme patio y de la casa.
En el subterráneo, dicen, estaba la cocina y las viejas alemanas hacían mermeladas mientras vestían un delantal para no manchar el hábito negro. No sólo vivían monjas. Las alumnas recuerdan a una mujer con un estilo similar al de Gabriela Mistral que vivió por años en el convento. Usaba pantalones, el pelo cano y las monjas decían que era escritora. María Donoso, se llamaba. La otra inquilina era Loretito, una mujer de melena y cintillo blanco que más bien parecía una niña de 30 años. Tenía deficiencia mental y sus padres- que eran gente de plata- le pagaban a las monjas por cuidarla. Sor Paula era muy cariñosa con ella, dicen las ex alumnas, y no era extraño. A Isabel Margarita Lagos la recuerdan por esos años más joven, usando lentes de época como aparece en las fotos, y tocando en guitarra las canciones de Salvatore Adamo.
Ada Aburto tiene esa imagen de sor Paula cuando estudiaba en las ursulinas de Maipú. Salió en el año ‘71 y hoy vive en Canadá. Al teléfono, recuerda bien ese patio enorme, con parrones. Sobre todo porque una vez tuvo que ir hasta allá a buscar a sor Paula. Por entonces, las alumnas de Maipú acostumbraban dar los exámenes en el colegio de Vitacura. Un bus las trasladaba hacia el otro lado de la ciudad.
“Creo que fue el 69, o el 70. El bus nos estaba esperando y faltaba la sor Paula con otra monja que nos hacía clases de música y castellano. Entonces, me enviaron a mí con otra compañera a buscarla. Nos dijeron que estaban atrás del convento, en el patio. Y cuando llegamos, las vi con mis propios ojos, tomadas de la mano y besándose, pero no en los cachetes sino que en la boca. Me acuerdo que vi eso y me escondí en la parra, me puse en cuclillas para no ensuciarme el uniforme. Yo pensaba “si me pillan, qué van a hacer conmigo”. Recuerdo que mi compañera le dijo “sor Paula, la están esperando”. A ella la vieron, pero a mí no. Fue la otra monja la que dijo “¡ya, vamos!”. Ahí nos fuimos y con mi compañera no comentamos nada, como cabras chicas no analizamos el asunto, solamente nos reíamos”.
La monja que Ada dice que se besaba con Paula fue una de las primeras ursulinas chilenas. Una ex alumna de Vitacura, al igual que Paula, que incluso alentó su vocación. Físicamente, eran diferentes: la monja que enseñaba música y castellano era morena y tenía los ojos negros, enigmáticos. Su amistad era conocida, siempre se les veía juntas caminando por el colegio. Hasta que lentamente -según dicen ex alumnas y profesoras- se convirtieron en rivales. Y dos años después que Paula asumió como superiora, la otra monja dejó el convento.
Luego del beso, según Ada, su compañera Francisca Farías fue favorecida por la monja que enseñaba música con muy buenas notas. Ella, sin embargo, lo niega. Dice que no le da crédito al testimonio de Ada porque se hizo mormona y está en contra de la iglesia católica. Sobre los posibles abusos que una ex alumna le imputa a la madre Paula, y la denuncia de las ex novicias en el Vaticano, y los besos que le dio a Mónica Salinas cuando tenía 12 años, sólo dice:
“Yo no vi nada, nada. Yo estuve interna, vi a las monjas cuando ellas se iban a dormir, las vi en los dormitorios y ellas nos vieron en piyama a nosotras. Jamás vi nada. La madre Paula era una persona correcta”.
Las denunciantes
Tres mujeres, dos ex monjas ursulinas y una ex alumna del colegio Santa Úrsula de Maipú, son las que hasta ahora han denunciado a la madre Paula. Las dos primeras lo han hecho ante la Yglesia. La tercera, en la justicia.
Sor María de los Ángeles era una monja con una rara mezcla de rasgos para alguien que usa hábitos: rubia, flaca, alta y de ojos azules; una monja bonita y de cara angelical, según la describen quienes la conocieron en los primeros años de su noviciado, por allá por la década del 80. Fue ella quien abrió esta caja de Pandora en la que se ha convertido la administración de la madre Paula Lagos. La denunció en el 2009 ante el Vaticano y sus palabras dieron pie a la investigación que hoy realiza la “visita” apostólica por manejo indebido de dineros, abuso de poder y conductas sexuales impropias.
Ex alumnas de los dos colegios sitúan a esta monja en sus primeros años como una persona muy cercana a sor Úrsula, la ex directora del colegio de Vitacura que en 1988 se fue de la congregación por problemas de poder con la madre Paula. Según las ursulinas, María de los Ángeles imitaba a Úrsula, pues había querido ser monja desde que era una escolar. Pero cuando sor Úrsula dejó el colegio, ella no tuvo problemas en acercarse a sor Paula y una vez que fue novicia se convirtió en su sombra. Según una ex ursulina, lo que había entre sor Paula y sor María de los Ángeles era una relación de pareja. Situación que esta última denunció al Vaticano como abusos de parte de la ex superiora. Nada raro, porque si había algo que la madre Paula hacía muy bien era controlar la conciencia de quienes tenía cerca. Y eso hizo con María de los Ángeles.
-La mayoría de las novicias postulantes tenían un cierto parecido físico con sor Paula. Es lo mismo que pasa con una pareja cuando uno adquiere ciertos hábitos, ciertos tips. Eso pasaba con sor María de los Ángeles, pues la relación que tenía ella con sor Paula era bastante estrecha -cuenta una ex profesora que vivió en el internado de las monjas.
Ella también agrega que sor María de los Ángeles fue mimetizándose con las mismas actitudes autoritarias de la ex superiora.
-Ella fue muy mala conmigo. Estaba recién operada de una rodilla, no me podía mover y a la gente que trabajaba en la cocina les prohibió que me atendieran. Si tú eres religiosa, cómo le prohíbes a un trabajador que le lleve comida a un enfermo. Seguramente se sentía la pareja de ella.
No hay dudas de que sor María de los Ángeles era una privilegiada para la madre Paula. No fue la única que gozó de ese estatus y hoy muchas interpretan eso como la forma que tenía la ex superiora para mantener a las monjas cerca de ella y controlar sus actos y actitudes, sin que estas se cuestionaran lo que hacían. Son varias las ursulinas que recuerdan a la denunciante manejando el auto de la madre Paula y disponiendo de las piezas del internado libremente, tareas que ninguna otra monja pudo llegar a desarrollar. La ex profesora fue una de las más perjudicadas con su actitud, porque además de prohibirle la atención cuando estaba enferma, terminó dejándola sin pieza y fuera del recinto: “no sé qué le molestaría a sor María de los Ángeles, pero empezaba a sacar a la gente que era cercana a sor Paula. Por celos, yo creo”.
La última noticia que la ex profesora tuvo de sor María de los Ángeles fue en 1994, durante una visita que la madre Paula le hizo a su casa. Allí la ex superiora le entregó una tarjeta que decía “que Dios te bendiga” y dinero que la monja le había enviado para disculparse por todo el daño causado.
Las ex ursulinas con las que conversamos no saben una fecha clara sobre el día en que sor María de los Ángeles dejó de ser sor. Sí se sabe que estuvo muy enferma y que una vez que colgó el hábito se convirtió en profesora del colegio de Vitacura. El mismo año en que decidió denunciar los abusos de la madre Paula, se casó por el civil.
Mientras se realizaba la investigación del Vaticano, otra ex monja, sor Francisca, también denunció a la madre Paula. Los dardos contra la ex superiora los lanzó en una declaración voluntaria que dio a los encargados de la “visita”, en el 2010. Ante ellos denunció a la madre Paula y a otras dos religiosas. Sor Francisca salió de la orden a fines del año pasado, luego que le negaran los votos perpetuos.
Una actual funcionaria del colegio de Vitacura recuerda a sor Francisca también como una monja privilegiada.
-Siempre me llamó la atención la relación que tenían, porque una vez ella le gritó a la madre Paula y eso era raro porque era la superiora. Por ejemplo, en el 2009 vino el cardenal Errázuriz a hacer una confirmación. Él era bien cercano a la madre Paula. La sor Francisca estaba apurada en irse y la madre Paula le dijo que se esperara. Ahí ella se ofuscó. Le dijo: ¡hasta cuándo quiere que la esté esperando! Ninguna otra monja se refería así a la superiora -cuenta.
Sor Francisca oficialmente ya no es monja, sin embargo, algunas ex alumnas que la conocen la han visto vistiendo hábito, incluso durante un asado reciente.
Mientras el escándalo de los abusos de la madre Paula estallaba en la prensa y se conocían detalles de las denuncias en el Vaticano de sor María de los Ángeles y sor Francisca, una ex alumna del colegio de Maipú denunció a la justicia a la ex superiora de haberla tocado debajo de los calzones cuando era niña. Hoy es la fiscal Paola Zárate la que está investigando el abuso.
Quienes conocen a la denunciante dicen que era muy cercana a la monja. El mismo patrón que define las relaciones con las ex monjas que la acusan. Agregan, además, que era tan parecida a la madre Paula, que delante de ella le decían que era la hija perdida de la monja. En ese tiempo, al oír esto ambas reían.
No fue la única que denunció a la madre Paula por abusos.
Represión Sexual
Cuando Mónica Salinas le presentó su nuevo pololo a la madre Paula, la monja se enfureció. Su rabia, en parte, estaba desatada porque el pretendiente la había besado en la boca delante de ella. El resto de la ira le había venido porque, al igual que a todos los pololos que Mónica le presentaba, la madre Paula Lagos lo encontraba un hombre “roto, desubicado y último de rasca”.
Mónica Salinas es la ex alumna del colegio de Maipú que hace unas semanas denunció en TVN a la ex superiora de las ursulinas por besarla en la boca cuando ella era una niña, a fines de los ‘70, justificando que esos besos eran regalos de Dios.
Por esos años, la ex alumna formaba parte del círculo más cercano de la ex superiora, que también era la profesora jefa de su curso. A su clase de confirmación la monja y las alumnas le llamaban “Las Sarmiento”, nombre que había sido extraído del capítulo 15, versículo 1 y 2 del evangelio de san Juan: “yo soy la verdadera vid y mi padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan frutos; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía”. Pertenecer a esta pequeña “elite” dentro del colegio daba protección.
-La madre Paula era clasista y barrera, pero no con nosotras porque como éramos del curso de ella, estábamos súper protegidas. Las otras alumnas nos odiaban, éramos intocables. Una vez le dijo a una profe que me subiera la nota para hacerme pasar de curso y pasé -recuerda Marcela Bustamante, ex alumna y prima de Mónica.
Ambas gozaban de esos beneficios y más, porque ellas no sólo pertenecían a “Las Sarmiento”, sino que también a un subgrupo que la madre Paula había creado -y al que había bautizado como “El Cónclave”- para agrupar a todas aquellas alumnas que tuvieran ganas de hacerse monjas.
“El Cónclave” funcionaba en una de las piezas del internado y además de Marcela y Mónica, otras tres alumnas lo integraban. Cada una tenía una llave y allí se juntaban con la madre Paula, quien las guiaba espiritualmente. La idea –según cuentan sus miembros- era hacer una promesa para vivir como santa Ángela y ser una ursulina en el mundo real.
Por eso pasaban metidas en el colegio en el verano, los fines de semana y también iban a retiros. Fue en uno de esos retiros espirituales a la Ermita Cordillera, por ejemplo, que Mónica durmió de la mano con la madre Paula. A Marcela hoy eso le hace sentido: “habíamos ido pocas y nos daba miedo porque habían ratones y murciélagos y dormimos todas en un pasillo. La Mónica estaba en la orilla y la monja también y yo pensé por qué le toma la mano, lo encontré raro”.
El retiro no era el único panorama. Varias veces la madre Paula las sacó a las dos de clases simplemente para que la acompañaran a comprar libros o a la Fisa.
Pero las alumnas de “El Cónclave” no eran las únicas con las que se manifestaba el cariño de la madre Paula. La ex profesora que acusa a sor María de los Ángeles de malos tratos también tuvo una relación cercana con ella. Eso sí, aclara, nunca hubo besos de por medio.
-Siempre fui heterosexual. Nunca pasó nada… a lo mejor porque yo no era rubia, no sé. De repente la sor Paula entraba a mi pieza y se sentaba a ver TV, se relajaba. Nunca me tocó, pero sí imagino que con las novicias pasó. Otras veces entraba a mi pieza y dejaba alguna cosita sobre la mesa, para que supiera que había estado allí, como una forma de tener el control sobre uno a través de gestos –cuenta la ex profesora.
La prima de Mónica también recuerda esos gestos de control. Por ejemplo, durante una fiesta que ella hizo en su casa, la monja la llamó para preguntarle quiénes estaban y para recomendarles que no apagaran la luz y que no debían beber alcohol. Marcela recuerda que la madre Paula tenía complicaciones con los hombres y una ex alumna agrega que la monja les prohibía a las amigas andar de la mano por el patio del colegio. Sus trancas –según la ex profesora- tenían que ver con la sexualidad, como cuando sentada en su pieza viendo televisión encontró grotesco que un niño se agarrara los pantalones a la altura de los genitales para bailar cueca.
Una ex alumna recuerda que una vez sor Paula golpeó a una compañera de séptimo básico por hacerle una broma sexual a otra monja.
-Había un capellán, que era el padre Jorge. Le escribimos una carta ficticia para que el cura se juntara en la noche con sor María del Rosario, pero el cabro que hacía el aseo encontró el papel y se lo pasó a sor Paula. Ella revisó una a una las mochilas hasta que le aforró a una chica.
Para la ex superiora de las ursulinas, había sólo una forma de ser una mujer correcta y esa era siendo una buena dueña de casa, súper señorita y femenina pero no feminista.
Después de que las alumnas del grupo “El Cónclave” salieron de cuarto medio, sólo una terminó siendo monja y el resto no renovó su promesa. A ella la madre Paula la bautizó como sor Mónica, en “honor” a Mónica Salinas. Sin embargo, a los pocos años arrancó del convento para irse a otra congregación.
A sor Mónica la acusaron de falta de vocación, mientras que a Mónica Salinas los besos de la madre Paula le han acarreado trancas. Las mismas que su prima Marcela dice tener sólo con haber estado bajo la influencia de una superiora que reprimía pero que no sabía reprimirse: “me daba rabia y me quedó esa cuestión de una educación súper represiva. Cualquier cosa que hicieras era pecado…. cagarnos la siquis, eso pretendía”.
El peor cuchillo
Las fotos en blanco y negro que ilustran este reportaje han estado por años guardadas en la casa de Isabel Quezada Pulgar; en un álbum antiguo, que tiene la imagen de la Virgen María y era de su hermana Rosita. Ambas fueron ex alumnas de las Ursulinas de Maipú: Isabel trabajó por años como secretaria del colegio y Rosita decidió entrar en los ochenta al convento motivada por sor Paula.
-Nosotros conocimos mucho a la sor Paula. Yo la vi incluso cuando cambió hábito como novicia. Mi hermana la tuvo como profesora jefe y fue por ella que quiso ingresar al convento, ella fue la que la guió, eran muy apegadas, pero después fue el peor cuchillo de mi hermana.
Rosita murió el año 1991 y las ex alumnas y ex profesoras coinciden que su historia es una de las más dramáticas. De un día a otro, nadie aún se explica por qué, pasó de ser la favorita de la monja Paula, a la más odiada. En el convento, la obligaba a hacer trabajos forzados y a limpiar las baldosas con un cepillo de dientes. Una vez, incluso, le rompió la foto de su papá en la cara diciéndole que “ella debía olvidar a su familia ahora que estaba ahí”.
Luego de seis meses, lo habitual era que toda aspirante a novicia se convirtiera en postulante. Ese era el camino que había que seguir para jurar los votos perpetuos como religiosa. Pero a pesar del sacrificio de Rosita, ella no avanzaba mientras que sus compañeras, sí. No era coincidencia: quien decidía eso era Paula, la maestra de novicias. Todo esto, según Isabel, hizo que su hermana se enfermara. Estaba cada vez más flaca y se desmayaba habitualmente. “Pero ella nunca decía nada”, dice Isabel, “hasta que mi papá se dio cuenta y la sacó del convento”.
Rosita, sin embargo, no pudo cortar el vínculo con las ursulinas. Al igual que casi todas las ex alumnas que hablan en este reportaje, el cariño por el colegio era inmenso. Ella sentía que ahí estaba su lugar y se convirtió en profesora de religión. Y sus alumnas la adoraban. Rosita tocaba la guitarra, cantaba y todas las recuerdan como alguien que siempre las hacía reír. Aquello, por cierto, no le hacía gracia a sor Paula, quien en más de una ocasión la humilló delante de las alumnas. Así recuerda Laura Fuenzalida, ex alumna de las ursulinas, que estudió becada en esos años:
-Me acuerdo que andábamos en un paseo y la Rosita no quería hacer algo y la monja le gritó delante de todas nosotras. Era muy injusta con ella, pero también lo era con las alumnas como yo que estudiábamos becadas. Yo además estaba internada y una vez me dijo que tenía que ir a peinar a otra de las internadas que pagaba su mensualidad. Y como me negué me dijo que yo tenía que estar al servicio de quienes sí pagaban. Ella quería hacerme sentir que yo no tenía nada, pero yo le dije que al menos tenía orgullo y eso no me lo iba a quitar.
Para entonces, Laura era una niña de 13 años que se había enfrentado a la monja. Pero no todas se atrevían a hacerlo. Había otra niña, que las ex alumnas recuerdan, que en vez de decir “chancho” decía “shansho” y a quien sor Paula le hacía ejercitar su pronunciación delante de todas. Le molestaba que las estudiantes hablaran mal y también que fueran morenas. A Bernardita Aracena, por ejemplo, le decía en tono despectivo “morocha”.
“A mí me discriminaba porque era hija de un trabajador del convento y por estar becada. Además yo pertenecía a un grupo de atletismo y tenía que competir en los estadios de arriba, en el Manquehue. Una vez me dijo: “Bernardita, usted tiene que saber que no puede ir porque no pertenece a ese mundo”.
Un mundo, en el que según sor Paula, cada cual tenía su lugar y había cosas que eran inconcebibles. Como ser madre soltera, por ejemplo. Isabel Quezada vivió en carne propia esa discriminación cuando quedó embarazada de su hijo -que hoy tiene 25 años- y habló con la superiora de entonces, la madre Bernarda, para contarle lo que estaba viviendo. “Yo le pedí a la madre una semana de vacaciones y cuando volví, sor Paula me llamó y me dijo que esto no podía ser, que a qué me dedicaba yo, que tenía que irme de ahí. Yo intenté hablar con la madre Bernarda y ella me negó todo lo que me había dicho y se puso del lado de ella. Sor Paula la manipuló y a mí me dijo de todo. Sufrí mucho y le dije que por respeto a ese hábito no le contestaba”.
Y a Rosita le pasó lo mismo. El hábito que vestía sor Paula le impedía responder. Estuvo años de profesora en el colegio, pero sus ex alumnas recuerdan que la monja la persiguió. Le quitó la jefatura de algunos cursos hasta que, finalmente, Rosa terminó fuera del colegio. Para entonces, era laica consagrada del Movimiento Católico de Schoensttat. En otras palabras era una monja de civil, que podía seguir trabajando en el mundo real. Otra vez Rosita no quiso alejarse de las ursulinas y terminó sus días haciendo transporte escolar en el colegio. Sor Paula, entonces superiora, no la dejaba entrar a buscar a las niñas al colegio.
Según dicen sus hermanas, todo esto afectó tanto a Rosita, que siguió adelgazando y luego supieron que tenía bulimia. El día que murió, Paula no quiso prestarle a Isabel el gimnasio del colegio para que la velaran, pese a que había dado su vida por el colegio. “Dijo que las alumnas podían asustarse”, recuerda Isabel. Lo contradictorio es que la monja se apareció en el funeral de Rosita, que se hizo en una iglesia de Maipú, a rezar por ella y a dejarle a la familia sus condolencias.
Matilde Quezada, la hermana mayor de Rosita, luego de las denuncias que pesan sobre Paula tiene una nueva interpretación de lo sucedido con su hermana:
“La Rosita nunca me dijo por qué se fue del convento, pero ahora que se sabe todo esto, puedo aclarar las dudas que siempre he tenido. Porque uno después empieza a atar cabos y si mi hermana se enfermó tanto en el convento, si fue tan mal mirada por la sor Paula después que fue su regalona; algo vio la Flaca, o algo le propuso ella que mi hermana se negó. Lo que ahora está claro para mí es que algo pasó”.