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Opinión

18 de Agosto de 2011

La derecha dura

Este fin de semana, leyendo los diarios, en especial El Mercurio, me resultó evidente que la discusión sobre los movimientos sociales, la educación, la desigualdad y el modelo, habían terminado por sacarle los choros del canasto a los que tiembla cuando roncan. El gobierno, hasta aquí, se había pronunciado de manera condescendiente, intentando dar en […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Este fin de semana, leyendo los diarios, en especial El Mercurio, me resultó evidente que la discusión sobre los movimientos sociales, la educación, la desigualdad y el modelo, habían terminado por sacarle los choros del canasto a los que tiembla cuando roncan. El gobierno, hasta aquí, se había pronunciado de manera condescendiente, intentando dar en el gusto sin poder hacerlo, si no escuchando atentamente, al menos sufriendo con temor y perplejidad el rumor de las calles. Pero la derecha que lo rodea se aburrió de andar haciéndose la buena.

El domingo, en el cuerpo de Reportajes del decano, Sergio Melnick respondió una entrevista titulada “La clase política está siendo complaciente frente a la manipulación de la izquierda más extrema”. Allí asegura que “el gobierno debe dejar de ceder en todo y marcar una línea coherente de políticas”. A continuación, se larga en una interesante y atendible enumeración de puntos a corregir, con los cuales el sistema educativo chileno quedaría tiqui taca.

En el último propone “abrir formalmente el espacio a las universidades con fines de lucro”.  Entre medio le quita cualquier relevancia a las manifestaciones ciudadanas y culpa de prácticamente todo lo acontecido al Partido Comunista y a la Concertación. Por ahí se larga esta joyita: “La izquierda más radicalizada, liderada por el PC, buscará la desobediencia civil e intentará por todos los medios que el gobierno tenga que recurrir a los militares para asociar su imagen a la de Pinochet”. Zalaquett también amenazó con sacar el ejército a la calle. ¿Pensarán que son soldaditos de juguete? Parece mentira, pero todo indica que algunos ya están pensando en las Fuerzas Armadas, cuando la población recién termina el ejercicio de olvidarlas.

Son poquísimos, obviamente, pero esta entrevista a Melnick, editada con sumo cuidado, en tono de proclama, ubicada apenas abriendo el cuerpo más político del matutino, a mí me olió a editorial. Y era de esperar. La derecha chilena está muy lejos de compartir lo que se grita en las manifestaciones estudiantiles y en el resto de las marchas del último tiempo. No creen en la educación pública. Los maricas les producen urticarias. El cuento de la ecología, el poder local, la diferencia entre crecimiento y desarrollo simplemente le toman los nervios, lo consideran una bobada, más todavía cuando la economía está bullante y los negocios van viento en popa. El clamor popular les parece un chillido infantil al que ojalá se pudiera callar con un par de palmadas. Y algo de razón tienen al no distraerse con tanto ruido, porque precisamente mientras suenan las cacerolas, se aprueba la explotación de Isla Riesco, del primero de cinco enormes yacimientos de carbón destinados a abastecer las centrales termoeléctricas existentes y por existir.

La demanda por educación permitió desatender la discusión sobre la matriz energética, el valor de la naturaleza y la concentración del poder. Meten goles de hoyito. El gobierno ya dijo que no subiría los impuestos, pero a un sector de la derecha con eso no le basta para nada, es más, desprecian por pusilánime la falta de convicción mostrada por Piñera en la defensa del modelo económico que ellos mismos instauraron. Creen que “la niña” Vallejo y “el niño” Jackson se están pasando de la raya, sin entender que son precisamente ellos los mejores interlocutores a los que pueden aspirar. El epíteto de “¡comunistas!”, gritado como insulto y causa final de todos los descalabros, ha vuelto a volar con frecuencia desde sus bocas.

La nueva derecha gime sobre el felpudo de los derechistas de siempre, esos que no contienen su gen patronal cuando se les provoca más de la cuenta. A este punto, ¿qué hará el presidente? ¿Sucumbirá ante el supuesto Tea Party que nace, los ideólogos fanáticos de las isapres, las AFPs y la competencia milagrosa, para no mencionar el pinochetismo del que renegó en su campaña, o instalará por fin un camino propio, así tengan que confundirse las alianzas? Y los estudiantes ¿tendrán la habilidad y los huevos para hacerle frente a esta embestida que se les viene? ¿Por qué rechazaron el diálogo con el Congreso? ¿Sabrá primar la inteligencia sobre el entusiasmo? ¿De verdad llegaremos a un plebiscito? ¿Hay posibilidades de que suceda? Qué triste sería que la fuerza de los ciudadanos acabará exhausta en la camilla de una clínica privada, con médicos de Chicago muriéndose de la risa, y el mismo padrón electoral, el mismo sistema político, los mismos liceos de mierda y los mismos profesionales de segunda endeudados hasta la vida eterna. Los ricos con los ricos, los pobres con los pobres y, como decía Maquieira, la “clase media sin revolución”.

Hay varias huelgas en curso, un paro nacional convocado y una fuerza reaccionaria emputecida. Los bandos están bien dibujados. Empiezan a escucharse con demasiada frecuencia declaraciones destempladas. A este cuento le está faltando articulación. Si no prima la democracia, se impondrán los carcamales. No estoy pensando, por si acaso, en golpes de Estado -hoy sería payasesco-, pero sí en esos que saben manipular la fuerza de los hechos y que cuando el río suena se encargan de ahogar las piedras.

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