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Opinión

10 de Noviembre de 2011

Hinchando velas

En el último tiempo han presentado sus conciertos en Chile varios de los músicos más admirados del planeta. Desde Paul McCartney a Justin Bieber. Ringo Starr, Eric Clapton, Faith No More (Mike Patton), Coldplay, Radiohead, Beady Eye, The Killers, Jamesons, Jane’s Adidction, Fatboy Slim, Ben Harper, Belle and Sebastian, Calle 13, Sepultura, y este fin […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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En el último tiempo han presentado sus conciertos en Chile varios de los músicos más admirados del planeta. Desde Paul McCartney a Justin Bieber. Ringo Starr, Eric Clapton, Faith No More (Mike Patton), Coldplay, Radiohead, Beady Eye, The Killers, Jamesons, Jane’s Adidction, Fatboy Slim, Ben Harper, Belle and Sebastian, Calle 13, Sepultura, y este fin de semana vendrán a “Maquinaria” Chris Cornell, Alice in Chains, etc., etc.

Acaba de terminar el festival Primavera Fauna, donde asistieron varios de los conjuntos más relevantes del pop actual. Pronto le toca a Jean Luc Ponty y Roger Waters. Entre medio, montones de bandas que sus respectivos seguidores consideran lo máximo de lo máximo han llenado teatros o arenas sin convertirse en gran noticia. Las universidades dignas están trayendo, como nunca, a estudiosos y teóricos connotados a nivel internacional. Antonio Negri y Julia Kristeva se cruzan sin saber el uno de la presencia del otro. A Puerto de Ideas, en Valparaíso, también vino el historiador Carlo Ginzburg, el antropólogo Marc Augé y el artista Alfredo Jaar. El Gran Teatro Chino ya pasa desapercibido.

Se realizan congresos económicos con estrellas de las finanzas y la administración. Norman Foster, Peter Zumthor y el brasileño Marcio Kogan, tres de los arquitectos más relevantes en la actualidad, tienen proyectos por estos lados. Mini cursos de guionistas exitosos como Robert McKee y Guillermo Arriaga colman con escritores emergentes los auditorios donde se presentan. Vino Nick Vujicic, el hombre sin extremidades más famoso del mundo, a conversar con Camiroaga justo antes de que se cayera el avión.
Gael García está rodando en Chile una película sobre el plebiscito del 80.

Dentro y fuera de la Feria del Libro circulan escritores de allende los Andes con una familiaridad que hasta recién no existía. Hay mendocinos que viajan a Santiago para ver a César Aira o Alan Pauls. Basta levantar una piedra para descubrir un panel de discusión sobre el rol de la cultura, los retos de la democracia, el valor de la educación, la crisis de la política, etc. Los debates teóricos han sobrepasado el ámbito del claustro.

Este lunes, en el tercer piso del bar The Clinic -donde suelen acontecer foros, stand up, tocatas y representaciones teatrales-, los académicos Harald Beyer y Fernando Atria discutieron acerca de la educación pública ante una audiencia que tomaba cerveza y fumaba mientras tanto. Nadie puede quejarse, como era costumbre hasta hace poco, de que acá falta eso que se llama “actividad cultural”. Entiendo que incluso comercialmente estos esfuerzos se justifican, porque las funciones, en un altísimo porcentaje, consiguen repletarse.

Pero algo pasa que toda esta efervescencia no consigue filtrar la oficialidad. Los noticieros de la televisión no dan cuenta de esta actividad nutriente. Son de una vulgaridad y bobería vergonzosas. Leer El Mercurio es la mejor manera de desinformarse, y, esta vez, no porque mienta, sino porque distrae. El Chile de sus páginas enormes no tiene nada que ver con el de las avenidas del país.

La Concertación está presa de discusiones absurdas y miserables, y el gobierno, con el apoyo del decano y de la casi totalidad de los grandes medios de comunicación, nos intenta convencer de que vivimos un ambiente de violencia preocupante. Nunca antes anduvo más gente en bicicleta por las veredas y parques.

Los robos, que han aumentado, ya no preocupan tanto a la derecha como la amenaza “anarquista” de los encapuchados. Ahora se han obsesionado con unas bombas que nadie quiere, pero que están lejos de constituir el gran problema nacional. El movimiento estudiantil –especialmente en sus primeros impulsos, porque a medida que la frustración crece, también aumenta su grisura–, lejos de plantearse amenazante, inauguró una fiesta civilizatoria.

Ellos, y todo el resto de las marchas que han circulado, pusieron en órbita una pregunta que al cabo del tiempo podría traducirse como “¿qué sociedad queremos?”. Es uno de esos problemas que no se presentan con fuerza a cada rato. Siempre rondan, pero de pronto emergen. El tema brotó en medio de un mundo convulsionado y falto de respuestas robustas. No estamos solos en esta encrucijada.

Únicamente para los cobardes o los enconados defensores del statu quo semejante ambiente de cuestionamiento puede significar una tragedia. Si las fuerzas políticas no son capaces de ver el lado virtuoso del proceso, corren el peligro de seguir transformando su savia en hiel. ¿Cómo hacer para que los problemas reales e irreales de la gente, en lugar de llevárselos el viento, hinchen velas en esta historia?

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