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LA CALLE

1 de Enero de 2012

Viva San Lunes: 200 años de inútil guerra contra los que se caen al frasco en horas laborales

En 1972, en pleno gobierno de los trabajadores, el presidente Allende habló a los operarios de la Compañía Sudamericana de Fosfato: “Compañeros, he oído de algunos dirigentes sindicales que el san Lunes se prolonga hasta el san Martes, para amanecer el san Miércoles con el cuerpo malo. En esas condiciones, compañeros, no hay progreso. No […]

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En 1972, en pleno gobierno de los trabajadores, el presidente Allende habló a los operarios de la Compañía Sudamericana de Fosfato:

“Compañeros, he oído de algunos dirigentes sindicales que el san Lunes se prolonga hasta el san Martes, para amanecer el san Miércoles con el cuerpo malo. En esas condiciones, compañeros, no hay progreso. No hay ninguna posibilidad”, dijo el mandatario.

Después de dos años de Unidad Popular, en una época en que el discurso de los trabajadores como motor de la historia estaba en su punto más alto, todavía la jarana seguía siendo una firme institución republicana.

San Lunes, santo de la borrachera y el exceso, venía siendo venerado en gran parte de Europa y Latinoamérica desde finales del siglo XVIII, cuando se inició la revolución industrial, como una forma de escapar a las inhumanas condiciones laborales y ganar un día más de descanso y sobre todo de juerga.

En el viejo mundo la devoción a san Lunes se homologó a la de San Crispín, patrono de los zapateros, y hasta nuestros días trasciende una oración profana en su honor creada por un anónimo vate popular: “San lunes divino/ San lunes amado/ Cuida mi intestino grueso y delgado./ Protege mi páncreas/ beba lo que beba…/ Mi hígado encomiendo/ a tu Santa mano/ y lo que estoy bebiendo/ lo orine sin daño/ Líbrame de goma, diarrea y jaqueca/ Quítame la agrura y el ansia culeca”.

En Chile este “culto” fue recibido con beneplácito antes de que se pensara en industrias explotadoras. Ya en 1540 Jerónimo de Vivar, compañero de aventuras de Pedro de Valdivia, relataba en su crónica sobre el Reino de Chile que los naturales del Valle del Mapocho tenían entre “sus placeres y regocijos juntarse a beber… Y no lo tienen por deshonra, es general”.

Oreste Plath cuenta que en tiempos de la Quintrala, a mediados del siglo XVII, los peones de su finca le “hacían a la falla” y recién regresaban a trabajar el martes y los más entusiastas, el miércoles. Se sabe también que durante la construcción del puente Cal y Canto los sanluneros eran “arreados como novillos chúcaros y llevados a la obra que dirigía el corregidor Zañartu”.

A tal punto llegaron las ganas de seguir el jolgorio que en 1799, el mariscal de Campo don Joaquín del Pino y Rozas prohibió la celebración de los san Lunes. Encina llegó a estimar que alrededor del 60% de los trabajadores en aquella época faltaba a sus faenas el primer día de la semana.

Un estudio de 1905, citado por el historiador Daniel Palma, sostiene que se ingirieron 22 millones 260 mil litros de alcohol aquel año, situando al país en el segundo lugar de consumo mundial después de Francia. El investigador, experto en el consumo de bebidas a fines del siglo XIX, afirma que es “impresionante la exaltación al alcohol en la vida cotidiana expresada en la prensa satírica de la época”.

Para muestra un botón: “En Chile, hasta los muchachos/ Que no ganan una ficha/ Saben lo que es buena chicha/ Y aprenden a ser borrachos./ Antes que le pinte el bozo/ Y le salga el primer diente,/ Cualquier chicuelo inocente/ Beber sabe que da gozo…” , relataba Juan Rafael Allende, pionero del género satírico en Chile. En Santiago, a la sazón, existían alrededor de 2 mil puestos de expendio de licores para una población calculada en apenas 300 mil habitantes.
La devoción a la bebida alcanzó su punto más elocuente una lluviosa tarde de julio de 1895. Según el periódico El Chileno fueron detenidas 222 personas “por celebrar la lluvia con prolongadas libaciones”.

Cualquier motivo era un pretexto válido para saciar la incombustible sed nacional. “Beben por todo, para combatir el frío y el calor, porque nació un niño, porque murió un viejo, porque llegó Fulano, porque se fue Zutano, por gusto, por pena, por cólera y hasta porque acaban de salir de ejercicios”, comentaba Juan Rafael Allende en el pasquín Poncio Pilatos de 1893.
El Pueta del Sur, otro vate dionisiaco, llegó a fantasear con el río Mapocho convertido en un torrentoso manantial de chicha pura. Así cantaba en 1880: “Cuando yo sea ministro/ Ni pobre ni rico habrá/ Y por el río Mapocho / Sólo chicha correrá”.

Pero el dato más revelador del grado alcohólico alcanzado en esos años es el siguiente: Chile fue pionero en la venta telefónica, justamente para expender trago. Ya en ¡1894! cuando sólo había 4 mil teléfonos en el país existía un “fono copete”. Un aviso del diario Poncio Pilatos, rezaba: “A mi escasa clientela ofrezco las mejores chichas que se producen en el Departamento. Recibo órdenes por teléfono, número 1960. Bodega San Miguel, Delicias 75. J.V.Garay”.

Para el historiador Daniel Palma esta publicidad “demuestra la alta demanda que tenía el consumo de bebidas alcohólicas en aquella época”.

ZONA SECA

La exaltación de la “jarana” en los periódicos satíricos tuvo un contrapeso importante con la aparición de La Cinta Azul y El Intransigente, los diarios más representativos de la nueva prensa temperante en la segunda mitad del siglo XIX. “Se trata de unidades confesionales pequeñas, nacidas al alero de las colonias norteamericana e inglesa, que hacen acción política en base a sus creencias religiosas. Van a los cuarteles de policía y predican contra el beber inmoderado. Con el correr de los años se transforman en los peores enemigos de las fiestas patrias”, asegura el historiador Marcos Fernández.

El otro bastión de la lucha contra el alcohol provino de la medicina que acuñó el concepto de degradación para demostrar la decadencia de la raza. “Nuestro pueblo de hoy no es el de antes: el alcohol y la mala habitación lo han debilitado. Ya no se encuentran esos verdaderos rotos chilenos, llenos de vida, de anchos pechos y de gruesos lagartos”, escribía el médico
Juan Enrique Concha en 1895, citado en un artículo del historiador Daniel Palma.

La Iglesia tampoco estuvo ajena al debate. En el año 1889, una pastoral redactada por monseñor Mariano Casanova “Sobre la intemperancia en la bebida” aseguraba que “el obrero dado al vino no se enriquecerá jamás porque todo el fruto de su trabajo no basta para satisfacer las crecientes exigencias de la pasión. Puede decirse que el vicioso sólo trabaja para beber”.

Para el historiador Marcos Fernández la misiva puede interpretarse de la siguiente manera: “La Iglesia al sostener que el único objetivo del trabajador es la satisfacción de sus vicios reconoce que hay que pagarle lo menos posible para que no tenga plata para despilfarros”.

La clase patronal chilena no pudo deshacerse de los trabajadores borrachos debido a que los sanluneros representaban el 60 por ciento de la masa laboral. A fines del siglo XIX la exigencia laboral era de lunes a sábado en jornadas de 14 horas diarias. Por esta razón el trabajador se consideraba con derecho a practicar el san Lunes. Pero la elite industrial le tenía preparada una sorpresa. “Cómo les resultaba imposible despedirlos comenzaron a contratar mujeres y niños. La ecuación fue la siguiente, por cada borracho, dos niños o una mujer, con un salario de un cuarto de sueldo”, explica el historiador Marcos Fernández.

La discusión respecto a estas materias terminó por instalarse en el Congreso. Y en enero de 1902, luego de 17 años de debate, se aprobó la primera ley de alcoholes, un cuerpo legal que criminaliza el consumo excesivo estableciendo la prisión por ebriedad y ordenando el cierre de las tabernas los fines de semana. Además recomienda la formación de asilos para alcohólicos y fija impuestos para los destilados, porque el alcoholismo puede ser una enfermedad, pero no por eso deja de ser un buen negocio.

Con todo, pese a las imposiciones, el san Lunes continuó con un fervor inusitado, solo que ahora los chichas se empezaron a ir presos. En 1909 el diario El Ferrocarril titula con evidente orgullo: “El san Lunes triunfa pese al cierre de las cantinas”.
Los años posteriores a la aplicación de la ley el debate se agudiza. Los grupos temperantes y las autoridades sanitarias, creen que no se ha hecho suficiente, e instalan en la opinión pública la reivindicación de las zonas secas. La idea pretendía, según el historiador Marcos Fernández, poner un atajo al “alcoholismo crónico de las clases trabajadoras y asegurar el rendimiento económico de la industria salitrera”.

Nadie ocultaba a estas alturas el vínculo existente entre alcoholismo y productividad laboral. Pero las empresas no eran las únicas perjudicadas. El san Lunes caía a sesgo sobre las familias con su carga de violencia y pobreza.

En 1908, la Asociación de Costureras se sumó a la cruzada anti San Lunes pidiendo que al menos ese día se cerrara el Hipódromo Chile. En una carta publicada en el diario La Palanca, órgano oficial de la agrupación, las mujeres escribieron: “exponemos a la autoridad el grave prejuicio que arroja al trabajo, al hogar, y a la moral, el mantenimiento de ese garito público que, a la vez que es un poderoso estimulante de los diversos vicios que engendra el alcohol, es un formidable mentís a los deseos del gobierno que dicta leyes para la represión del alcoholismo”.

El primer lugar donde se implementó la zona seca fue en el mineral El Teniente, propiedad de la cuprífera estadounidense Braden Copper Company, en 1911. La aplicación fue motivo de orgullo para los gringos. La frase predilecta de los altos ejecutivos era “The chilean workingman without a drink is a very nice fellow” (el chileno sin trago es un excelente sujeto). Las ventajas productivas fueron evidentes. El salario no se despilfarró en las tabernas y el ausentismo laboral disminuyó ostensiblemente. Tras el éxito, las zonas secas se ampliaron a todas las salitreras.

Pero como toda acción tiene su reacción, y el chileno es pillo, surgió un nuevo personaje: el guachuchero. Un contrabandista de alcoholes que se introducía en las faenas mineras cargado de botellas. La revista Pacífico Magazine de 1918 lo describe como “Habilidoso y cínico, testarudo y valiente, sanguinario a veces, generoso otras … Sin más abrigo que su “chalequera” con botellas, llega a la cima de los cerros que cierran el mineral con sus flancos casi inaccesibles”.
Augusto Millán, autor de la crónica, relata a continuación lo difícil que es sobrellevar la abstinencia en aquellas latitudes inhóspitas.

“He visto vino fabricado con pasas machucadas en el secreto de un camarote de peón. Así, la botella de whisky o de modesto cognac nacional, que logra burlar la vigilancia inquisitorial de la Compañía llega a alcanzar precios fabulosos”.
La paulatina implementación de reformas laborales a contar de 1920 disminuyó las posibilidades de continuar con la práctica del san Lunes. La garantía de los días feriados, la implementación del descanso dominical y la reducción de las horas de trabajo disminuyeron las ansias de ausentismo.

Con todo, siguió siendo un grave problema incluso a comienzos de los 70 cuando la izquierda intentó concientizar a las masas trabajadoras.

En el citado discurso de Allende ante los trabajadores de la compañía de Fosfato, en 1972, el mandatario agregó: “Una cosa es tomar en condiciones normales y otra cosa, compañeros, es pegarle a la chupeta hasta quedar poco menos que inconscientes… es de esperar que estas palabras no caigan en terreno estéril”.

Todo indica, sin embargo, que las palabras presidenciales cayeron en un terreno regado. Un estudio que abordó el alcoholismo desde 1952 a 1982 contabilizó 400 mil alcohólicos en Chile en 1972, cifra record en la historia nacional.

A partir de esa cima, el consumo problemático ha ido descendiendo muy pero muy lentamente. En la actualidad, según el artículo 160 del Código del Trabajo, es causal de despido sin derecho a indemnización alguna “faltar dos lunes en el mismo mes”. Según cifras de 2004, el 70% de las ausencias injustificadas son atribuibles a problemas con el alcohol.
Después de 105 años desde que la ley de alcoholes inició la guerra contra el san Lunes, Chile no ha logrado ganarle. Peor aún, según el Conace hoy uno de cada cinco chilenos bebe de forma exagerada.

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