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Opinión

2 de Enero de 2012

“Videla debería rejuvenecer para que esa condena perpetua le durara, efectivamente, toda la vida”

Cronista y periodista sobresaliente, Leila Guerriero (1967) es la editora de Los malditos (Ediciones Udp), libro en el que 17 escritores latinoamericanos vivos perfilan a 17 escritores latinoamericanos ya muertos y de vida maldita. Aquí habla de eso, del periodismo en tiempos de ciberproliferación de todo, y de política argentina: “Tenemos cadáveres con recorridos insondables –Eva–; ex presidentes mutilados en sus ataúdes –Perón– y, ahora, fantasmagorizados: Néstor Kirchner, que es, en los discursos de la presidenta, un ente sobrenatural llamado ÉL”, dice Guerriero.

Vicente Undurraga
Vicente Undurraga
Por

Foto: Cristóbal Olivares

ìEl malditismo es, quizás, una categoría difusa y evasiva pero, en todo caso, no está reservada para siglos viejos” –escribe Leila Guerriero, argentina, de Junín, en el prólogo de Los Malditos, libro donde 17 escritores escriben sobre 17 escritores muertos de vida maldita, por ejemplo, Alan Pauls sobre Jorge Baron Biza –una historia asombrosa–, Juan Gabriel Vásquez sobre Porfirio Barba Jacob; Graca Ramos sobre Samuel Rawet. De Chile: Costamagna sobre Wilms Montt, Óscar Contardo sobre R. Lira, Gumucio sobre Calvert Casey, Roberto Merino sobre Edwards Bello y Alberto Fuguet sobre el uruguayo Gustavo Escanlar.

Considerando eso que dices en el prólogo, y habida cuenta de la presencia de una obra sólida, ¿qué dirías que caracteriza una personalidad maldita en literatura?
-Aunque no me parece correcto autocitarme, parafraseo, o no tanto, lo que escribí en el prólogo del libro, no para ahorrarme trabajo, sino porque no soy capaz de pensar la misma cosa de tantas maneras diferentes: los malditos que están allí padecieron diversos grados de desdicha y de devastación, ya sea por ejercer el sexo a contrapelo en el momento y el lugar equivocados, por escribir en contra (de su época, de su circunstancia, de su entorno), por vivir en contra (de su época, de su circunstancia, de su entorno), por haber enfermado cuando no había cura, por no tener amor ni patria ni padres ni hermanos ni casa ni rumbo ni consuelo. Vivieron en un mundo que les resultaba demasiado incomprensible o despreciable u hostil.

¿Y?
-Y se enfrentaron a él con hostilidad, con desprecio, con fragmentación, con fragilidad, con espanto. Como dijo muy acertadamente en la presentación del libro Alejandro Zambra, en algunos de ellos se dan todas esas características juntas y, en otros, una sola pero elevada al cubo. Más en general, podría decir que quizás el malditismo implique una existencia cuyo peso se lleve de una forma tan cruenta y ominosa que casi no dé respiro, excepto por algunos pocos destellos en la oscuridad que lo hacen todo mucho más desesperante.

“No me servían borrachos alcohólicos que escribieran sonetos malos”, algo así dijiste en el lanzamiento; ¿mucho maldito sin obra, o con obra inmeritoria, en Latinoamérica?
-Sí, varios. Autores cuya obra no resultaba tan buena como su leyenda sugería, y cuyo mayor mérito parecía ser, precisamente, el de haber tenido un hígado privilegiado mientras duró.

¿Por qué no incluir algún español en el libro? ¿No los hay porque no los hubo?
-Lo intenté. Quería incluir un español, y hacer un libro iberoamericano. Elaborar la lista de los malditos me tomó seis o siete meses, hice consultas con muchos escritores, periodistas culturales, críticos y buenos lectores de España y de América. Pero, curiosamente, allí donde en países de Latinoamérica solía haber consenso acerca de uno, dos, tres o cinco nombres, en España todo era errático: cada escritor, periodista, crítico o lector al que consultaba parecía ponerse a pensar en esto por primera vez y, aunque todos terminaban por darme dos o cinco nombres, ninguno de ellos coincidía con los dos o cinco nombres que me daban los demás.

¿Y?
-Elegí, finalmente, uno. Aún cuando su obra me parecía demasiado experimental, el hombre había llamado la atención de buenos escritores y lectores de su época. Encargué el trabajo pero el texto recibido, aunque muy bueno, estaba en la veta del ensayo crítico, no del perfil, de modo que no se pudo publicar. El gran candidato español era Panero, pero Panero vive –espero que por muchos años más– y la condición inevitable para estar en el libro era estar muerto.

¿Y la Violeta Parra?
-Conozco mucho mejor la obra que la vida de la Violeta, de modo que no puedo decir nada al respecto, pero esto es seguro: haberse suicidado no es una condición para ser maldito y, al contrario, no haberse suicidado no implica, necesariamente, no serlo. El malditismo se define más como una forma de vida que como una forma de muerte.

SUICIDIOS

¿A qué entendimiento –por parcial e incierto que sea– de la autodestrucción humana has llegado?
-Escribí un libro, “Los suicidas del fin del mundo”, donde había muchos suicidas, y no creo haber vuelto a tocar el tema después, salvo lateralmente. No sé si la exposición a todos esos suicidios me ha permitido entender algo, pero podría decir, quizás, dos cosas: una de ellas es más o menos obvia y es que nadie se mata por estar sufriendo sino porque no tolera la perspectiva de seguir sufriendo indefinidamente.

¿Y la otra?
-La otra, que no es obvia aunque puede parecerlo, es que no sólo los poetas, los escritores, los científicos, las personas con el colegio secundario completo se suicidan. Se suicidan, también, los peones de campo, las maestras de kinder, los estudiantes de tercer año, los kiosqueros, los taxistas y los que nunca han leído a Ciorán ni saben quién es. Tenemos la idea bastante imperdonable de creer que sólo la gente que llamamos “ilustrada” puede aniquilarse a sí misma, como si el suicidio fuera una forma de muerte superior. Uno puede ser clasista de diversas formas. Esta es una, bastante jodida, de serlo.

ESCRITURA

“En la Patagonia, la agresión natural del paisaje… aumenta el malestar”. Así parte un sicólogo visitante su explicación de la ola de suicidios en Las Heras (en “Los suicidas…”), lo que hace aparecer, tal como en el Rey Lear, a la naturaleza amenazante y perturbadora de la vida humana.

¿Te interesa eso, lo tienes presente al observar y escribir crónicas?
-Creo que el ojo de un periodista siempre debe estar atento al entorno, sea eso el paisaje patagónico o la sala de una casa en Buenos Aires. Y no sólo porque es un elemento muy útil a la hora de escribir, sino porque el paisaje que rodea a las personas –y la forma en que esas personas se relacionan con o hablan de ese paisaje– dice mucho de ellas.

¿Por ejemplo?
-En Las Heras todo el mundo hablaba del viento como de un personaje con intenciones casi diabólicas. Pero, sin irnos a cosas tan extremas, una vez entrevisté a un hombre que medía dos metros y medio y, cuando le pedí pasar al baño, vi que el inodoro estaba en una tarima y que había dos espejos, uno a la altura de una persona de estatura estándar y otro a la altura del techo. Esas cosas te dicen, acerca de la vida de una persona, mucho más de lo que esa persona está dispuesta a decir. Imaginate lo que sería para ese hombre pasar al baño en otra casa, o estar una temporada en un hotel, o ir al baño en un bus.
“Es más fatigoso filtrar y descartar el material (una operación absolutamente necesaria para lograr la eficacia de un texto) que incorporarlo”, le dijiste a

Alejandra Costamagna en una entrevista refiriéndote al armado de tus textos.
-Sí…

Eso, de alguna manera, me recordó lo que Mario Bellatin me dijo en una entrevista el año pasado: que cada vez está más interesado en la des-escritura, en quitarle pedazos a textos ya escritos y luego hacer con ellos montajes y armar libros. ¿Suscribirías, con los matices que sea, esa escuela de escritura?
-Creo que no, porque en principio la escritura periodística tiene algunas exigencias propias que son distintas a las de la literatura de ficción. A mí, al menos, me parece que uno no debe pensar un texto periodístico a partir de la forma sino preguntarse si esa forma es la más eficaz para ese relato. Si uno se equivoca, quedan estructuras sobreactuadas. Ahora, por ejemplo, se ve mucho periodismo escrito fragmentadamente.

¿Cómo así?
-Escriben tres renglones, cortan con dos asteriscos, ponen dos párrafos, cortan, ponen una palabra, cortan. Eso puede quedar precioso si uno tiene oído para la música y la textura de las palabras y puede darse cuenta cuándo un párrafo debe ser más opaco –el equivalente a una voz en off–-, y cuándo debe ser más brillante y rápido –el equivalente a un travelling–. Pero hay gente que te está contando la historia de la reproducción de las abejas y utiliza un tono épico, digno de un perfil de Alejandro Magno. Eso no es escribir bien: eso es no tener la menor idea de cómo usar un recurso.

Claro.
-Uno no usa un cañón para matar a un pajarito, y está lleno de cañonazos matando pajaritos. No creo que en periodismo sea bueno supeditar la historia a la forma: tengo tal forma, y ahí, como si fuera carne picada, meto mi historia. Eso es empezar a armar un muñeco de nieve por la cabeza. Creo que el proceso que propone o practica Mario Bellatin puede ser estupendo para experimentar con textos de ficción, pero que llevado al campo de la no ficción produciría ese mal: darle más importancia a la forma que al contenido. Más allá de eso, sí creo que en el periodismo hacemos muy poca experimentación. Pero la experimentación, en nuestro caso, nunca debería perder de vista que lo que más importa es la historia, no el lucimiento de la prosa.

TODOELMUNDO

Has dicho que te atraen las historias aparentemente sobretratadas por los medios; ¿por qué?
-No es que me atraigan esas historias porque hayan sido repasadas por la prensa, pero sí me doy cuenta de que las historias que cuento tienen, muchas veces, ese denominador común: que han encontrado una forma de ser contadas por la prensa, una forma que todos han aceptado como correcta y única, y que se repite idéntica a sí misma, sin que nadie –para empezar, los periodistas– la cuestione.

¿Por ejemplo?
-La historia del mafioso que siempre se ha contado como la historia del mafioso; la historia del héroe que siempre se ha contado como la historia del héroe. Yo creo que todas las historias tienen matices y, en esos casos, me interesa mucho ir a buscarlos y sobresaltar esos retratos planos con momentos en los que el mafioso no es tan mafioso y el héroe no es tan héroe.

Estando como están las cosas en el mundo, y en este continente en particular, y por otra parte proliferando como proliferan las comunicaciones y redes sociales, ¿ves alguna tarea prioritaria para el periodismo?
-Creo que la tarea prioritaria es recordar para qué hacemos lo que hacemos. Ir, ver, volver y contar parece una tarea sencilla que, en principio, podría hacer cualquiera, pero no. Es probable, claro, que entre miles de bloggeros y cuatrocientos millones de adictos al twitter haya gente con mirada fuerte, capacidad para seleccionar la información, evaluar fuentes confiables, conseguir datos y lograr, con eso, una pieza contundente, equilibrada, que contenga toda la información necesaria, que no sea ñoña ni autocomplaciente ni demagógica ni injusta ni arbitraria ni deje cabos sueltos, que tenga una precisión cronológica admirable, que no sea un festival de tics, que tenga estilo propio, que empiece bien y termine mejor, que no tenga golpes bajos, concesiones al lugar común y que logre contar el cuento. Es probable, claro.

Pero.
-Pero los medios de comunicación, en una carrera demagógica para ganar lectores, le han hecho creer a Todoelmundo que Todoelmundo puede ser periodista. Que cualquier tipa o tipo munido de un teléfono celular y dos gramos de ingenio puede “producir contenidos”. Yo, lo siento, no creo que sea así. No por comprarse dos pinceles y ocho óleos un tipo se transforma en Miguel Ángel.

ARGENTINA. CHILE

El 2010, Guerriero ganó el valioso Premio CEMEX-FNPI con un extraordinaria crónica, “El rastro en los huesos”, sobre la dictadura argentina. El texto, cuya lectura es justo recomendar con el mayor de los entusiasmos, está incluido en su libro “Frutos extraños” (Aguilar).

¿Qué comentario puedes hacer para Chile de la cadena perpetua a Videla?
-Sólo esto: que Videla debería rejuvenecer –mucho– para que esa condena perpetua le durara, efectivamente, toda la vida.

Este año en Argentina y en Chile algo de lo más horroroso de sus respectivas dictaduras volvió por momentos al primer plano; ¿qué dirías tú que hoy en nuestros países garantiza que una repetición de infiernos así no ocurrirá?
-Videla, en el alegato final del juicio, dijo: “Los enemigos de ayer hoy gobiernan el país”. Si hay tipos como él pensando de esa forma, y diciéndolo como si tal cosa, debe haber gente más joven que él, y más fuerte, y con mayor posibilidad de acción, que piensa igual. Nada garantiza nada, pero me gusta pensar que, esta vez, no lo permitiríamos.

“La argentinidad, pensé, es muchas cosas pero sobre ese gusto por poner las cosas del coger y del morir tan cerca la una de la otra”, escribes en “Los suicidas…”. Según Bataille, siempre van ligadas, pero ¿ese aspecto gustoso ya sería un énfasis argentino según tú?
-Parece que, en efecto, somos un poquito necrófilos y eso, necesariamente, implica gozo. Tenemos cadáveres con recorridos insondables –Eva–; ex presidentes mutilados en sus ataúdes –Perón– y, ahora, fantasmagorizados: Néstor Kirchner, que es, en los discursos de la presidenta, un ente sobrenatural llamado ÉL. Nos las arreglamos para que las cosas del más allá sigan siendo cosas del más acá.

¿Cómo, por ejemplo?
-No sé si en torno al cementerio de Père Lachaise, por mentar alguno, hay tantos burdeles y moteles como, por ejemplo, en torno al de la Recoleta, pero es muy usual encontrar moteles y burdelitos en torno a cementerios argentinos, incluso en pueblos del interior, y no tanto encontrarlos cerca de nurseries, kinders, parques, iglesias, piscinas publicas, canchas de tenis, gimnasios y otras atrocidades urbanas.

LA INENTREVISTABILIDAD COMO UNA HISTERIA

¿A quién, que sea imposible o muy difícil, te gustaría entrevistar?
-Me resulta imposible pensar en esos términos, porque no ejerzo esa forma de la histeria: los inentrevistables no me atraen por su inentrevistabilidad sino, en todo caso, a pesar de ella. Me atrae la gente que me atrae, que me produce curiosidad. Algunos inentrevistables me parecen muy poco interesantes, y hasta los felicito por permanecer en ese estado. Su inentrevistabilidad es, de alguna forma, lo más interesante que tienen para decir. (Eso sucede con varios cantantes de rock argentinos, por ejemplo).

Si a los perfilados de “Los malditos” los une una obra potente y una vida más o menos perra, ¿qué común denominador indicarías entre los 17 autores que escriben en los perfiles?
-Que todos escriben muy bien, y que todos o son periodistas o, en el caso de aquellos cuya elección estética se inclina más claramente hacia la ficción, han incursionado a menudo en el periodismo y tienen, entonces, una cercanía con la práctica del oficio necesaria para enfrentar este tipo de textos, que implican enormes exigencias desde el punto de vista de la búsqueda de la información y de la escritura.

Estás preparando un nuevo libro de crónicas, también para Udp. ¿Será en la línea de “Frutos extraños”?
-Será en la línea de “Frutos extraños”, sí. Se trata de una selección de textos publicados en los últimos años en diversos medios de Chile, Argentina, España, Colombia, México, pero tendrá, además, una unidad de género y una unidad temática.

¿Cuáles?
-Será un libro sólo de perfiles, y esos perfiles serán, solamente, de creadores: diseñadores, escritores, fotógrafos, pintores, escultores, poetas, etcétera.

¿A quién le das el Cervantes después de Parra?
-Otra vez a Parra, para terminar de prestigiar el premio.

LOS MALDITOS
Leila Guerriero (Ed)
Ediciones UDP
2011, 475 páginas.

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