Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

26 de Abril de 2012

Jorge Guzmán: “La vida académica no es nada de dulce. Se necesitan bolas de fierro”

Narrador y ensayista distinguido, Guzmán habla aquí de las miserias y grandezas de la universidad chilena, ajustando cuentas con la imagen de “pelao infernal” que cultivó durante sus años de docencia (incluida la mocha con Patricio Marchant). Promotor de viejas utopías, como la de los mapuche y su “anarquía dichosa”, Guzmán las emprende contra una cultura que se ha vuelto cada vez más agringada y políticamente correcta, pero donde también advierte las primeras escaramuzas de una democracia construida desde abajo.

Mario Verdugo
Mario Verdugo
Por

Foto: Alejandro Olivares

“Santiago no me hace bien”, afirma nuestro entrevistado mientras cierra las ventanas de su departamento de Providencia. Hace rato que se largó de la capital para instalarse en Santo Domingo, lugar al que considera “un paraíso”, en parte por el paisaje pero sobre todo por el silencio que le permite pasar largas horas leyendo sin perder la paciencia. Nacido en 1930, Jorge Guzmán fue profesor de literatura en Estados Unidos y en la U. de Chile, donde contribuyó, junto con Cedomil Goic y Félix Martínez Bonati, a la enseñanza del pensamiento estructuralista. De su trabajo como investigador dan cuenta libros como “Tahuashando. Lectura mestiza de César Vallejo”, reeditado el 2000 por Lom, y “Diferencias latinoamericanas”, de 1984.

A contar de los 60, con la publicación de “El capanga” y “Job-Boj”, Guzmán inició además su trayectoria en la narrativa, actividad que terminaría priorizando en cuanto pudo deshacerse de sus deberes académicos. La historia chilena asoma desde entonces entre los temas habituales de una seguidilla de novelas para nada complacientes: “Ay mama Inés” (1993), “La ley del gallinero” (1999), “Con ojos de niño” (2008), “Cuando florece la higuera” (2010) y “Deus machi” (2010). En ellas es posible ver a Inés de Suárez mangoneando a Pedro de Valdivia, y a Diego Portales decidiendo los destinos del país mientras se baña en pelotas, aunque no todo es pasado lejano y tampoco se echan en falta episodios de la dictadura y de la post-dictadura.

Me llama la atención aquel personaje de “Cuando florece la higuera” que es un médico ex-torturador. Hay un grupo de burladores o vengadores con máscaras de Pinochet, Merino y Leigh que amenaza con castrarlo. Es una escena un tanto tarantinesca…
-Bueno, no tan tarantinesca, porque se ríen de él no más. Son burladores y no vengadores, o su venganza consiste en humillar. Es un personaje que tiene más de un modelo empírico. Ahora, yo no creo en absoluto que la burla sea una respuesta adecuada a la impunidad. Pero a más no poder, la exposición es una forma de asesinato de imagen, útil contra un delincuente que vive disfrazado de persona honesta.

Parece que por estos lados (Providencia) aquel pinochetismo de nuevo se ha puesto fanfarrón.
-Muy vocinglero, claro. Es parte de un fenómeno histórico más grande, que viene junto con los movimientos sociales y su extensión transversal. Ha cambiado el ámbito político, y los pinochetistas que estaban en silencio, ahora se sienten desafiados, y dicen que todavía tienen poder. Vienen juntos el movimiento estudiantil y esto del señor Krassnoff y del señor Labbé…

Al que usted padece cuando pasa por Santiago…
-Mire, lo padecí en el demencial homenaje a Krassnoff, pero tiene la comuna hecha un chiche. Preferiría no verlo, en todo caso. Es extraño que vivir entre personas ordenadas y militarizadas sea tan cómodo y tan fácil. Se da el absurdo de que alguien de izquierda, como yo, viva feliz en lugares como estos. Si a usted le parece que es como vivir en la boca del lobo, le digo que no huele tan mal, y que no siempre muerde.

A propósito de bocas de lobo, ¿su visión de los años posteriores a Pinochet es tan oscura como la que puede entreverse en “Cuando florece la higuera”?
-No solo es un poco oscura, sino muy oscura. En buen romance, la Concertación traicionó todas las razones por las cuales la gente dijo no en el plebiscito. Siguieron las privatizaciones, siguió el neoliberalismo, siguió la entrega del país a los bancos, siguió la desatención a la educación y la salud. Me parece que lo que no pudo hacer Pinochet, que fue entregar el subsuelo a extranjeros, porque el consejo de generales lo consideró estratégico, la Concertación lo hizo. Además, la Concertación privatizó la cordillera, y un presidente de la Concertación autorizó la creación de Pascua Lama.

Algunos le siguen echando la culpa a los bloqueos legislativos de la derecha…
-A mí no me parece. Entre el miedo de los unos y el poder de los otros se decidió la cosa. La codicia y la prepotencia funcionaron para el mismo lado. Los estúpidos y los ilusos fuimos nosotros, los que creímos que la cosa iba a cambiar y nos desilusionamos y no lo pasamos bien por razones nacionales. Yo soy muy patriotero y me duele que el país esté entregado a los bancos y al capital internacional.

¿Patriotero en qué sentido?
-Bueno, es una forma de reírme de mí mismo. Detesto muchas cosas de Chile. Pero también amo muchas cosas, especialmente la gente cabal que conozco. Y también amo el ánimo y el humor de la gente popular, el desierto del Norte Grande, las islas del sur. Considero que eso es mi país.

DE VUELTA AL CAMPUS

En 1983, Guzmán protagonizó una agria polémica con el filósofo Patricio Marchant. Entre las acusaciones, ventiladas mediante sucesivos artículos de uno y otro contendor, se mencionaron términos como “frivolidad”, “ignorancia” y “terrorismo”, a lo que se sumó una meticulosa búsqueda de erratas y algún empellón a los edipos de cada uno. Y si bien el novelista llegó a pensarse como el causante de la muerte de su rival, hoy recuerda con cariño aquella mocha tan erudita, atribuyéndola a lo que llama “majaderías” de la academia.

Un personaje suyo afirma que para ser buen investigador hay que resistir muchas tentaciones, o sea, hay que tener “bolas de fierro”.
-La vida académica no es nada de dulce. Está llena de envidia, de chaqueteo, de achatamiento y de una serie de cabildeos de todo tipo. A ello súmele los problemas de promoción y agréguele la necesidad de investigar. En verdad se necesitan bolas de fierro.

Aunque no podríamos decir que los académicos de sus libros sean precisamente unos monjes…
-Y lo digo con conocimiento de causa. Yo mismo no he sido nunca un monje. Sé de lo que hablo.

Ya que estamos con eso, en “Diferencias latinoamericanas” se lee que sus mayores intereses durante la década del 60 eran cuatro. Por orden alfabético: escribir ficción, la literatura medieval española, las mujeres y la teoría literaria. ¿Cómo ha ido variando esa lista?
-Bueno, la edad hace variar muchas cosas. En cuanto a las mujeres, me gusta la mía y por ahí termina la cosa. Lo de las mujeres es una tónica en todos los libracos que he escrito. La importancia de la mujer es enorme, incluso en términos de las escalas valóricas que uno tiene, sus preferencias estéticas, sus opciones ideológicas, todo. En cualquier caso, no da lo mismo Chana que Juana. Si usted se casa con Chana tiene una vida, y con Juana otra muy diferente.

De la vida académica usted ha repudiado una forma muy extendida de hacer investigación, esa donde todos viven pendientes de “curriculear” y de engrosar su “ridiculum vitae”.
-Eso es cierto, aunque conozco buenos académicos que no han olvidado qué los movió a escoger esa actividad: las ganas de saber o, mejor, de estar sabiendo, y las ganas de compartir con otros ese placer. Lo que echo de menos es que los académicos miren las cosas utilizando el aparataje crítico de los países desarrollados, de Francia, de Estados Unidos, qué sé yo, pero que lo hagan mirando desde acá.

Una manera de leer que usted adoptó en los años de la dictadura…
-Antes del golpe me daba por experto en literatura medieval española. Imagínese: pura siutiquería cultural. Después me pregunté qué diablos, cómo era posible tanta barbaridad, y ahí cambié. Fue una especie de conversión. Me di cuenta que había vivido con una visión falsa de lo que éramos los chilenos y los latinoamericanos.

¿Y qué ocurre actualmente con esa visión?
-Mire, somos diferentes de un modo que está moviéndose. Entre nosotros la apetencia de bienes y poder nunca ha sido igual a la de un norteamericano wasp. Para nosotros ser rico y poderoso blanqueaba, para ellos manifestaba la bendición del dios de Calvino. Hoy, los chilenos somos todos “blancos” indiscutiblemente, de manera que las posesiones y el dominio parecieran desearse por pura codicia vacía neoliberal. Pero hay claras muestras de que siguen siendo maneras de afirmar la blancura.

¿Entonces estamos peor?
-Todos nos creemos norteamericanos y hablamos en un spanglish muy gracioso. Las tiendas avisan de su “winter sale” o de su “summer sale”. Llega a ser ridículo.

UTOPÍA O MUERTE

¿Siguió el debate más o menos reciente sobre las nanas?
-Un poco.

Se lo pregunto a propósito de las nanas que aparecen también en su obra. Hay una que es muy ambivalente: por un lado sueña con que su hija tenga amigas rubias y de ojos azules, y por el otro no deja de recordar su origen mapuche…
-Yo creo que en Chile no hay mucha diferencia entre las nanas y las patronas en cuanto a ciertos ideales. La ideología es una sola. El pobre que se quiere hacer más rico piensa como el rico que se quiere hacer más rico. Quizá se ejerzan de maneras distintas, pero los valores son los mismos.

Suena duro….
-La comunidad de valores entre ricos y pobres consiste en que los mayores objetivos de ambos han sido hasta ahora tener y poder, tanto de las nanas como de sus patronas. Pero tiene usted razón en que el tema es muy complejo. No tengo la información necesaria para hablar de eso con fundamento.

En “Deus machi” usted reincide en el tema de las dos culturas. El protagonista es un jesuita hecho cautivo por los mapuche, que terminan cautivándolo además en el sentido de admiración.
-A mí me molesta mucho que no haya utopía. Yo creo en la utopía y una de las maneras en que creo es recordando culturas viejas. Las dos culturas que recuerdo son la inca y la mapuche. Lo que me interesa al mostrar la comunidad mapuche libre, es que puede haber una nación, como la de ellos, que sin tener Estado, ni gobierno, ni leyes escritas, ni funcionarios permanentes, ni siquiera la idea de castigo, pero con una lengua común, con una tradición respetada y con amor a su mapu, haya tenido una vida más feliz y más ordenada que la de los españoles.

Además de más limpia y más divertida, según Fray Lorenzo en “Deus Machi”.
-Claro, los españoles olían pésimo. La cultura mapuche vivía de fiesta: todos los momentos de siembra, cosecha, fabricación de la chicha, eran momentos de regocijo. Compárelo con el trabajo de los temporeros hoy en día, o con el de muchos profesores universitarios, para quienes el trabajo es un tormento y una maldición. Los mapuche sabían que alguien podía hacerle una cosa indebida a otro, pero lo que se imponía a través de los sabios era una reparación en trabajo, en bienes o servicios. Eso es una vida utópica. Los mapuche habían llegado al anarcosindicalismo, o por lo menos a la anarquía dichosa.

¿Y los incas?
-Si tuviera tiempo, me gustaría escribir un relato donde apareciera la sociedad inca, ésta sí con Estado y ejército regular, pero donde uno de los principios de los gobernantes era el amor de los pobres. Cosa que dijo el gran Garcilaso Inca de la Vega en el siglo XVII y ha comprobado John Murra en el XX estudiando las comunidades andinas, solidarias y comunitarias. Es decir, otra utopía. Y ya tenemos dos, ambas americanas, ambas indígenas. En “Deus Machi” quise mantener viva la idea de una utopía que tuvo lugar, y que podría volver a darse. Lo espero fervientemente, porque es eso o la extinción.

PUERTAS CERRADAS

Como ex alumno del Instituto Nacional y como profesor de la Chile, Guzmán asegura haber percibido el deterioro de la universidad chilena y de la educación pública desde los tiempos de la Unidad Popular. “Habiendo leído un poco de historia política -dice-, yo sabía que esto iba a terminar mal, pero nunca de la manera tan larga y tan horrorosa que fue finalmente. Intuía que el desastre nos arrastraría, porque cada vez que la derecha se ha apropiado de la educación, ésta se deteriora. A mi juicio, el gran momento de los estudios académicos chilenos sucedió posterior al 38 y duró hasta el 70. Hubo un sostenido crecimiento y enseguida una ampliación con Allende, un pequeño salto antes de la caída libre que produjo la dictadura y que continuó con la Concertación”.

¿Qué valor la da en ese sentido a las movilizaciones del año pasado?
-Es la única cosa buena que ha pasado en materia social en los últimos años. Me parece magnífico.

¿Y sus líderes?
-Excelentes: gente informada e inflexible, pero inflexible dentro de una concepción muy amplia de la realidad. Recuerde usted que el año pasado, no sé si fue Jackson u otro, le enseñó al ministro de Educación la legislación que regía en Chile, y este señor por supuesto que no sabía nada. Camila Vallejo es inteligente, serena y además buenamoza. Miel sobre hojuelas. Boric también me parece excelente.

¿Le tocó interactuar con alumnos como esos?
-La verdad es que yo era un amomiado. Con decirle que los alumnos me llamaban “el pelao infernal”. Llegaba a la clase y cerraba la puerta detrás de mí para que no entrara nadie más. Mis bibliografías eran abrumadoras y las exigía realmente. Recuerdo que tuve una pequeña revuelta de alumnos, y como yo era tan necio, estuve a punto de presentarle mi renuncia al decano. Sólo le cuento este incidente para exhibir la poca simpatía que ahora tengo por la imagen que cultivaba entonces.

El tema de la disciplina o de su falta o de su exceso está muy presente en “Con ojos de niño”.
-Así es.

Pienso en esos hermanos permanentemente reprimidos, a los que en cierto colegio sólo les permiten jugar si sus papás son de oposición al gobierno de Aguirre Cerda. Pareciera que la única libertad que les queda es el lenguaje: inventar palabras, leer a escondidas…
-Ocurre que la palabra siempre es un elemento antirrepresivo. El lugar de la libertad es la palabra, contra lo que cree mucha gente, que lo ve al revés: la cárcel del lenguaje y todo eso. Es una cárcel como la de la tortuga. Sin caparazón la tortuga no podría vivir. Está también ese famoso ejemplo de los lapones que distinguen como cuarenta especies de nieve con sus nombres específicos. Para ellos, eso es esencial: una nieve se hunde y otra nieve genera una avalancha. Tienen que saberlo, porque de lo contrario se embroman. No hay prisión en la palabra, sino el único espacio humano posible.

Como esos niños que se encierran para escapar.
-Es una vieja solución, los ermitaños decían eso, que para liberarse había que recluirse.

Aunque otro de sus personajes afirma que la mejor manera de cuidar a una vaca es dejándola suelta en un potrero muy grande.
-Claro, es una idea budista que también me seduce. La libertad, para mí, es la única forma de control eficiente.

PELO VERDE

Leí que había sido en San Antonio donde surgió la idea de postularlo al Premio Nacional.
-Así fue, la idea salió de la SECH de allá, aunque después me postularon en Santiago. Lo malo es que se les ocurrió postularme cuando estaba la Isabel Allende, así que saqué un voto de cinco. Algo es algo. Tuve una adhesión considerable, sobre todo del mundo universitario, pero ella era imbatible. Si se reunió hasta la Cámara de Diputados para respaldarla…

¿Quedó molesto?
-No, creo que le dieron el premio por una razón atendible. El Premio Nacional se da por muchas razones. Hasta se lo dieron a personas por hacer una traducción, como el doctor Oroz. Lo de Isabel Allende fue plenamente válido, por qué no.

¿La ha leído? ¿No cree, como tantos otros, que es apenas un epígono de García Márquez?
-Eso es cierto. “La casa de los espíritus” tiene hasta una señora con el pelo verde. Después creo que ha hecho cosas buenas. ¿Usted la ha leído?

Un poco, pero con el pelo verde creo que tendría suficiente. ¿Y qué autores chilenos lee en la actualidad?
-Naturalmente que Bolaño es inevitable y excelente. Lamento que el último libro no esté terminado. Y a esa magnífica novela que es “Los detectives salvajes” yo le sacaría unas cuantas páginas…

¿Cuál parte sacaría? ¿Los diarios de García Madero?
-No sé, pero varias veces tuve la impresión de estar leyendo cosas que sobraban.

En poesía supongo que sigue quedándose con Vallejo.
-La poesía de Vallejo es una fiesta del lenguaje, y es el primer poeta peruano que asume su condición de indio o mestizo y la incorpora en su poesía. En cuanto a los chilenos, últimamente sólo leo poemas saltados, algo de Harris, de Huenún, de Rosabetty Muñoz.

Me intriga una palabra que aparece profusamente en todos sus libros: “enormidad”. ¿Se le ocurre alguna explicación?
-Debe ser porque me siento chico y porque codicio la grandeza.

Notas relacionadas

Deja tu comentario