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Opinión

26 de Junio de 2012

Un crack no tan Cristiano

Es un fenómeno, pero genera el rechazo de muchos. Dice que lo envidian por ser "guapo, rico y un gran futbolista". En la isla de Madeira, donde nació, lo recuerdan con cariño. Aseguran que nunca olvidó su origen humilde, cuando su padre limpiaba los vestuarios donde jugaba. De chico, lo apodaban "Niño llorón".

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Por Waldemar Iglesias para Clarin.com

Cristiano Ronaldo parece capaz de casi todo dentro del campo de juego. A veces, construye gambetas supersónicas, propias del mejor Maradona. Ocasionalmente, convierte goles de a tres o de a cuatro, como el inmejorable Messi. También, cuando aparece por el segundo palo, algunos especialistas cuentan que cabecea con la potencia que lo hacía el mismísimo Pelé. Lo muestra la televisión en cada continente: este portugués no sólo dice que es un crack, lo demuestra casi siempre. Sin embargo, su juego estupendo encuentra detractores por cada tribuna del planeta. Lo silban, se le burlan, intentan distraerlo, lo ridiculizan. Le falta ese encanto con el que Eric Cantona sedujo a Old Trafford. Carece de esa naturalidad con la que Diego contaba que su primer gol ante Inglaterra, en México 1986, había sido con La Mano de Dios. No tiene la simpleza de Messi para deshacer polémicas con silencios. No cuenta con el carisma de Ronaldo o de Ronaldinho o de Romario para sonreir hablando en portugués. CR7 -como le dicen- es un excelente futbolista, de los mejores, inmenso, dueño de récords, de cláusulas con millones que garantizan futuros, admirable. Un atleta destacado al servicio de consagraciones diversas y repetidas. Pero le falta ese detalle imperfecto o sencillo que lo haga querible.

En Europa encontraron un modo de molestar a Cristiano y de sacarlo del partido. Primero, silbidos cada vez que toma contacto con la pelota. Luego, si su rendimiento no decae, un grito unánime que lo lastima: “Meeeeessssi / Meeeeessssi”. Le pasó, sobre todo, en dos escenarios no tan frecuentes de la Champions League: en Zagreb ante el Dinamo, en Nicosia frente al APOEL. Pero también ahora, en la Eurocopa. Ya desde la primera vez el portugués buscó razones: “Me rechazan porque soy guapo, rico y un gran futbolista. Me tienen envidia, no hay otra explicación”. Sí, es guapo, según cuentan sus muchísimas admiradoras por los distintos rincones del mundo. Aunque según una encuesta realizada por la revista Interviú, Pep Guardiola es considerado el hombre más deseado en España. Sí, es rico. Según Forbes, en 2011 facturó 42,5 millones de dólares. Sin embargo, no quedó primero entre los futbolistas del mundo: a pura publicidad y marketing, David Beckham sumó 46 millones. Sí, es un gran futbolista. Estuvo en cuatro de los últimos cinco podios del Balón de Oro. Pero la sonrisa se le fue de la cara cuando Lionel Messi, su archirrival, ganó las últimas tres ediciones ante los reconocimientos del mundo. Tal vez el rechazo no tiene que ver con lo que es sino con su casi obsceno modo de querer exhibirlo todo el tiempo, en cada rincón donde se presente.

Para colmo, su contrafigura es un joven rosarino, amable, perfecto enemigo de las polémicas, respetuoso. Se llama Messi y juega en ese Barcelona que hizo de la constelación de estrellas del Real Madrid un equipo frecuentemente subcampeón. Sobre el Cristiano fuera del campo de juego, escribió Elsa Fernández Santos en el diario El País, en diciembre de 2011: “Divinidad, genio o niñato. Un chico tímido o directamente un maleducado. Solo una cosa parece clara: si Cristiano Ronaldo, como suele decir, creció echándole un pulso a la presión y bajo ella se hizo grande, la vida le supera a menudo fuera del campo. Lejos de la hierba, de los músculos perfectos y los logotipos millonarios”. Por esos días, Messi salía campeón del Mundial de Clubes y se llevaba todos los premios individuales. A esa altura, Messi era más que una sombra para el portugués; ya se parecía a un estigma.

A Cristiano, para colmo, hasta le tocó ser segundo o tercero de su propio apellido. Ronaldo -el Fenómeno, el brasileño, el gordo, el campeón del mundo- es para todos el auténtico, el original, el que merece ser considerado como tal. Lo explicó alguna vez el escritor mexicano Juan Villoro: “En la temporada 1996-97 el delantero llegó a Holanda, fichado por el PSV Eindhoven, y corrió como si quisiera ganarle terreno al mar: anotó 47 goles en 49 partidos. La proeza le valió el Balón de Oro. A los 21 años se había convertido en el único Ronaldo del fútbol. A partir de entonces, los que se atrevieran a llamarse como él, tendrían que ajustar su nombre. Un tal Ronaldo de Assis Moreira recogió el diminutivo que su tocayo había tirado a la basura y aceptó triunfar como ‘Ronaldinho’. Por su parte, el portugués Cristiano Ronaldo dos Santos Aveiro ha podido llamarse como un cyborg (CR7 o CR9), pero nunca podrá ser Ronaldo”. El crack portugués lo sabe. Y, a juzgar por lo mal que la pasa con los segundos puestos, no le agrada.

Por momentos, Cristiano, con sus expresiones divescas, parece desmentir su origen, aquellos días de modestia, en un reducto obrero de Funchal, la capital de la isla de Madeira. Sin embargo, tiene quien lo defienda. Se lo contó Francisco Afonso, su primer entrenador en el equipo del barrio, al diario El Mundo: “Es muy querido porque nunca ha renegado de su origen y siempre intenta ayudar, como en las inundaciones de hace dos años”. En aquel tiempo de la niñez, comenzó a jugar en el club Andorinha, allí donde su padre José Dinis Aveiro trabajaba como empleado de mantenimiento. Limpiaba los vestuarios en los que el niño Cristiano se cambió por primera vez.

Su fama de quejoso nació en aquellos días. Cuenta Luca Caioli en su libro “Cristiano Ronaldo, historia de una ambición sin límites”: “Rui Santos, el presidente del club, recuerda especialmente un partido de la temporada 1993-94: Andorinha contra Camacha. En aquella época, el equipo de Camacha era uno de los más fuertes de la isla. Andorinha, al final de la primera parte, perdía por 2-0. ‘Ronaldo estaba tan desilusionado que sollozaba como un niño a quien le han quitado su juguete preferido. En la segunda parte entró en el campo como una furia y marcó dos goles llevando el equipo a ganar por 2-3. No, no le gustaba nada perder. Quería ganar siempre y lloraba cuando perdía’, relata Rui Santos. Por eso, como cuenta su madre, llegaron a llamarle ‘El Niño Llorón’. Se le caían las lágrimas y se enfadaba fácilmente porque un compañero no le pasaba la pelota, porque alguien o él mismo fallaba un gol, un toque, o porque el equipo no jugaba como él quería. El otro apodo que le pusieron fue Abelhinha porque como una abeja no paraba ni un minuto y se pasaba el partido revoloteando por el campo”. El Andorinha era uno de los equipos más flojos del campeonato. A Cristiano le fastidiaban las derrotas. Y hasta ocasionalmente prefería no jugar antes que perder. Un día su padre -fallecido en 2005, tres años antes de la mejor temporada de su hijo- observó esa situación y le ofreció una frase: “Sólo los débiles se dan por vencidos”. Entonces, el chico que tanto lloraba decidió no bajarse más de ningún partido y guardó para siempre el significado de aquel mensaje.

Su historia con el seleccionado de Portugal está en construcción. Su recorrido hasta el momento, de todos modos, también lo ubica como un postergado. Dicho en números: hasta la actual edición de la Eurocopa, que se está desarrollando en Ucrania y en Polonia, había disputado 20 encuentros entre la máxima competencia continental y los dos últimos Mundiales y sólo marcó cinco goles. En las Copas del Mundo sus únicos tantos fueron ante Irán (2-0, en el 2006) y frente a Corea del Norte (7-0, en el 2010), ambos en la primera ronda. Su participación en Sudáfrica 2010, la describió con brevedad y con filo el escritor uruguayo Eduardo Galeano: “Y dicen que Cristiano Ronaldo estuvo, pero nadie lo vio: quizás estaba demasiado ocupado en verse”. Más allá de haber ganado el Balón de Oro (en 2008) y dos veces el Botín de Oro (en 2008 y en 2011), en la consideración de los portugueses aún no encontró el carácter de inobjetable como Eusebio -nacido en Mozambique, territorio africano, pero representante lusitano- y como Figo, las dos glorias que condujeron a Portugal en sus mejores actuaciones mundialistas.

La actual Eurocopa es, de todos modos, una demostración de lo que Cristiano significa y genera. En los dos primeros partidos, Portugal fue un equipo sin garantías de confianza. Perdió contra Alemania en el debut; derrotó a Dinamarca sobre la hora, con un gol de Silvestre Varela, un anónimo en el terreno de la elite. Los medios se preguntaban dónde estaba Ronaldo; los hinchas lo cuestionaban en las encuestas que la prensa ofrecía a modo de plebiscito respecto de su crack. Ante las quejas, el muchacho de Funchal se la agarró con Messi; y recordó que la Pulga del Balón de Oro se había quedado afuera de la Copa América muy pronto. Entonces, empezó la hora decisiva. Y bajo máxima presión, Cristiano está ofreciendo óptimo rendimiento. Le hizo los dos goles a Holanda en ese 2 a 1 que significó el pase a los cuartos de final. También convirtió el único tanto en el partido frente a República Checa. Portugal, a semifinales. Cristiano, el mejor jugador de ambos encuentros según la UEFA. Los mismos que lo mostraban como al villano ahora cuentan que es un superhéroe. Y Cristiano ahí anda, otra vez, en la cornisa de la soberbia, tras su fútbol que merece todos los aplausos.

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