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Opinión

12 de Julio de 2012

Flatos lácteos

Fue divertida la rabieta de Carlos Larraín al salir de La Moneda. El tipo estaba indignado. El presidente lo había invitado a un desayuno para conciliar posiciones en torno a una propuesta de sueldo mínimo, y se encontró, de sopetón, con el “conchudo” de Godoy -así le llamó más tarde- cómodamente instalado en la mesa. […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Fue divertida la rabieta de Carlos Larraín al salir de La Moneda. El tipo estaba indignado. El presidente lo había invitado a un desayuno para conciliar posiciones en torno a una propuesta de sueldo mínimo, y se encontró, de sopetón, con el “conchudo” de Godoy -así le llamó más tarde- cómodamente instalado en la mesa. Lo vio, y apenas tuvo tiempo de tirarle un par de chuchadas antes de no aguantar más, y salir, tan blanco como siempre, cepillando el suelo con furia.

Estaba resfriado, con la garganta mala, se sentía, en resumen, como las huevas. Ni a patadas lo hubieran levantado si no se tratara de un asunto tan importante. En pocas horas el gobierno debía enviar “el guarismo” propuesto para el sueldo mínimo, y no querían seguir con el espectáculo de que el presidente de la tienda de su excelencia fuera el mayor contradictor de la oferta. Pegándose una palmada en el muslo, con desagrado, debe haber dicho: “si no hay más remedio, voy”.

A él, Piñera le carga. No tiene empacho en decir que lo hacen todo mal en La Moneda, que ni siquiera saben servir las mesas cuando invitan a comer. El otro día no más, mientras todos brindaban por tercera vez, él y sus vecinos, reclamó, seguían con las copas vacías. ¡Eso pasará en la casa de Sebastián, pero no en la mía!, se leía en sus arrugas mal agestadas. A él le había faltado el respeto ese mocoso de quinta categoría, “diputado de tercera magnitud”, dijo, al compararlo con Girardi, hoy por hoy, el rey de las malas prácticas. El senador designado sintió entonces que le escupían la cara, y a él no le venía a escupir ningún mocoso de medio pelo, ni el inepto de Piñera tenía por qué andarlo exponiendo a estas humillaciones. ¡Qué se había creído! ¡Qué sueldo mínimo ni qué diablos! El mandatario éste pasaba por alto las mínimas normas de delicadeza, y, al ofenderlo, ofendía también a todo un partido que tiene depositada su dignidad en él.

Cuando Piñera llegó a la reunión, ya nadie estaba en condiciones de discutir el sueldo mínimo. Le explicaron al presidente lo que acababa de suceder, y cuentan que se emputeció de tal manera, que hasta el pelo le fue cambiando de color. Parece que gritó como un chancho. Mientras tanto, don Carlos daba entrevistas para la televisión, repitiendo que el pinganilla de Godoy lo había comparado con Girardi, ¡Gi-rar-di! O sea, lo había tratado de “extorsionador”. El sueldo mínimo podía esperar. Ya hablaría con la DC y arreglarían esto pasando por alto al gobierno, su presidentucho falto de convicciones y toda esa manga de tecnicoides seudo liberales del segundo piso, incapaces de distinguir entre un recamier estilo Luis XV y una tumbona de playa, o entre un caballero y un pinche aparecido.

Se enrolló la bufanda beige, y partió a tenderse en la cama de su casa, de donde nunca debió haber salido. Durante el resto de la jornada no contestó el teléfono. Estaba enfermo. A la mañana siguiente, tras veinte horas en que el mundo político sólo habló de él, reconoció que se le había “subido la leche”. Yo nunca había escuchado que a un adulto se le subiera la leche. En las guaguas se llama “flema”, y, es cierto, las pone mañosas, pero un viejo con flatos lácteos es la primera vez que veo. ¿Será por eso que su piel es tan blanca? ¿O habrá sido todo un show preparado? Nada es simplemente lo que parece, en el gran teatro de la política.

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