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Cultura

13 de Julio de 2012

Manuel García: “Yo tenía problemas en el colegio por mi pelo. Era sinónimo de desorden”

Manuel García está en ese gran momento de mierda en el que todos se esperan cosas de él. Su disco pasado compartía trono con Justin Bieber entre los más vendidos, llenó dos veces el teatro Caupolicán, llegó a Viña y, más encima, le fue bien. Es decir, una situación perfecta. Es decir, una situación perfecta […]

Camila Gutiérrez
Camila Gutiérrez
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Manuel García está en ese gran momento de mierda en el que todos se esperan cosas de él.

Su disco pasado compartía trono con Justin Bieber entre los más vendidos, llenó dos veces el teatro Caupolicán, llegó a Viña y, más encima, le fue bien. Es decir, una situación perfecta. Es decir, una situación perfecta para competir con uno mismo ahora que saca disco nuevo -con esa etiqueta terrible de uno de los más esperados del año- y tiene tres conciertos, 20, 21 y 22 de junio, en el Caupolicán.

Pero dice que está tranquilo. Y que si no lo está, la falta de tranquilidad se va hacia lugares que no se pueden sospechar.

-No sé. Por ejemplo me pasó una vez, en la calle, que iba caminando a resolver un problema, una situación cotidiana. Imagínate que era a pagar algo, a hacer estas cosas que son de la prisa, y de repente en súper buena onda la gente me pedía algo: una foto, un autógrafo. Alguien se dio cuenta de eso y, de pronto, perdí la ruta. Me desorienté. No sabía qué estaba haciendo, no sabía a dónde iba y lo único que atiné fue a tomar un taxi y partir derecho a cualquier parte. Eso me pasó en Providencia y cuando iba como por Plaza Italia caché que todavía no me acordaba qué iba a hacer, me bloqueé mucho.Tampoco era para tanto lo que me estaba pasando pero era como la gotita que rebalsó el vaso. Y me fui a la casa. Ahí se acabó el día. Debe ser como esa caricatura del artista que va ahí con sus lentes de sol y que nadie le puede hablar pero que al final tiene que ver con una búsqueda de un estado de soledad. Yo trato de no vivir en un estado así.

-Debe ser cansador vivir con las expectativas de todos.

-Sí. De hecho sí. De pronto está toda la buena voluntad y el reconocimiento es hermoso desde el punto de vista humano pero también el sentido que tu privacidad se vea amenazada es extraño.

-Y también en otro sentido: las expectativas de que el artista nunca cambie. A Jorge González hay gente que lo pela por no ser como en Los Prisioneros, tú ahora estás sacando un disco que es bien distinto a los otros…

-La libertad -personal y artística- es muy importante para mi. Y el derecho a ejercer la rebeldía natural. De una manera muy espontáena me viene eso de niño. Siempre fui, así con este pelo que tengo rebelde. Rebelde a mis padres, rebelde a la profesora que me quería peinar para el lado y hacerme una raya aquí en la mitad de la cabeza. Yo tenía problemas en el colegio por mi pelo. Era sinónimo de desorden. Me fui acostumbrando a eso y ahora me desesperan los circuitos cerrados, me complica el empezar a aferrarme cobardemente a las cosas, cuando no es la motivación la que te lleva a hacer algo si no la fuerza de la costumbre.

-Leí -no sé si parafraseo mal- que te habías cansado de las canciones sociales, de tener a la guitarra como centro.

-Algo de eso es cierto. Lo que me hace tener un punto de vista nuevo en las formas de hacer y componer es que, precisamente, si la canción social o política es mal entendida se puede volver absolutamente patética.

-¿Mal entendida desde quien canta?

-Sí, porque en este caso suponte que yo me hubiera identificado con lo esperable y hubiese sacado un disco…

-Del movimiento estudiantil y bla bla bla…

-Pucha -no sé- hay una parte de esto que estamos hablando que también está bien: si alguien logra hacer una crónica social y la lleva a una canción, y la convierte en una obra de arte, fantástico. Pero a mi no me resulta. Que yo hubiese sido en este disco nuevo otra vez cronista del día a día, de la política, de la sociedad chilena, era raro, sospechoso, patético. Estaríamos hablando de cosas que es obvio lo que voy a responder.

-Claro: “Piñera es malo”.

-Y la educación debe ser gratis. Ya sabemos. Y ese tema está en la mesa.

-Cuando uno lee mucho el mismo discurso ese discurso termina por expulsarte.

-Exacto. No tiene ya sentido seguir dándole vuelta. Dentro de una conversación pasa lo mismo: para qué seguir hablando del mismo tema si ya sientes que cerró.

-Voy hacia atrás. Decías que eras rebelde. ¿De qué forma eras rebelde a tus papás?

-Siempre uno se da cuenta después -ya adulto- que tus conductas eran extrañas: agarraba los manteles de la casa para pintar, rayaba las paredes pero las rayaba enteras. Me gustaba no violentar, pero sí pensar que mis papás iban a estar viviendo siempre con una pregunta en el corazón: “Oye, este niño qué onda”. De pronto se me ocurría que me gustaba Beethoven y me ponía a escucharlo a las cinco de la mañana, me hacía una taza de té y me sentaba en el patio -en arica puedes hacer eso a las cinco de la mañana- debajo del único árbol que había. Arica tenía eso: la temporalidad de provincia que tienen todas las provincias. Hay algo muy curioso; la gente duerme la siesta y sueña en la noche pero a esa hora también sueña. Es muy común que en la tarde te cuenten lo que soñaron a esa hora. Hay una especie de ambiente alucinante.

-Fonseca (mánager de Manuel) dice que en Arica hay mucho genio encerrado.

-Yo visitaba a unos amigos míos en una sola cuadra de una población que se llamaba El morro. El de la esquina, si no salió con un siete de la Chile de historiador, era algo así. A la otra estaba el Danis, que era un guitarrista increíble. Más acá, Daniel Cantillana, que es parte de los Inti Illimani y a la vuelta, el Rodrigo Pozo, que con menos de un año en Santiago ya era primer violín de la sinfónica juvenil. Era como que hubiera pasado un ovni por esa cuadra.

-Jaja. Américo es de Arica también.

-Me encanta. Me gusta Américo. Nos hemos encontrado un par de veces y hemos conversado muy brevemente. Se cuenta la historia del papá de Américo en Arica hace mucho atrás: Melvin Américo, que era cantante también. Lo que acá le decían música Sound o no sé cómo, en el norte era furor mucho antes. Yo le decía cumbia peruana, después caché que le decían chicha -música chicha- y de esa historia musical el que finalmente brilló es Américo. No porque mi música sea más intelectual yo no voy a dejar de sentir identificación.

-¿Y qué onda el reguetón? Todo el mundo le daba vida corta, como al Axé, y ya lleva casi diez años.

-Es que pasa que todo lo que se va enraizando en el ambiente, lo que es genuinamente popular, lo que el pueblo detecta y decide, no es pura basura todo el rato y no es algo que no pueda cobrar significado. A mi me da la impresión de que la cueca y nuestros bailes de folklor deben haber sido una cosa muy picante y peelusa,..

-El reguetón es la nueva cueca..

-Podria ser si es que en algún minuto aquel reguetón que se escucha en las poblaciones empiece a ser con instrumentos que reflejen a la gente que los escucha, tenga versos que los reflejen y de alguna manera -creo que algo por el estilo ha tratado de canalizar Calle 13- pero hay que tener ojo por eso también. De pronto lo que pudiera parecer muy huachaca a veces se encarna en la cultura. A mi me pasaba a veces, cuando niño, que mis vecinos tenían puesto a Lucho Barrios y yo decía: “Oh, pobre gente”. Y después esas canciones cebolla te roban el corazón. Son parte del paisaje emocional y están bien hechas además.

-Esto no tiene nada que ver, pero ¿cómo te ha cambiado todo desde que llegó Fonseca a ser tu mánager?

-Yo, ingenuo, dije: “Bueno ahora tengo un mánager: yo me preocupo de esto, él se preocupa de lo otro”. Pero lo que hace un buen mánager es que con dos opciones te las multiplica por diez. Son diez cosas en las que tengo que pensar. Diez en las que tengo que decidir. El Carlos Fonseca proyecta las cosas en el tiempo -es como un visionario- Y yo me tengo que sentar a pensar en una cosa en la que nunca había pensado nunca en mi vida: en el futuro. Cuando habíamos logrado hacer dos Teatro Teletón, estaba contento y le dije: “Hay que celebrar”. Me dijo: “No. El Caupolicán lo vamos a celebrar”. “¿El Caupolicán?”, dije yo “¿Qué está pensando este hueón?” y después cuando me hablaba de Viña yo decía “Pobrecito, hueón”. Qué más quisiera darle a mi mánager que lo mejor pero yo lo veía como un sueño, como una cosa de él. Bueno, ahora lo que me dice le creo. Si me dice que vamos a hacer un concierto en la luna, le creo.

-Fonseca lloró cuando estuviste en Viña. ¿Para ti que significó Viña?

-Tengo la sensación de que se subió todo el mundo conmigo al escenario. Por lo menos la gente que fue a mirar, la gente de provincia, se emocionó y yo sé por qué: no es sólo por las canciones o porque yo fuera yo. Es porque hace rato en Viña no se subía un artista con su guitarra tan pueblerino, tan cotidiano. Yo lo sentí como un momento en que por supuesto mi situacíon como artista había llegado a un punto alto. Alto en el sentido de la relación que existe entre el público y la canción. Yo estaba contento, entonces. Estaba tranquilo en Viña. Sentía que podía tener el dominio de todas las cámaras, de toda la tele, de toda la cosa, y me sentía poderoso por lo mismo. Pero también me sentía echando a andar un ciclo: volver a reposicionar a la guitarra en los grandes espectáculos.

-¿Y qué pasó con la carta que leíste?

-Dice mi teléfono que llamaba Andrés Chadwick.

-Nooo. ¿Pero era Chadwich de verdad?

-Yo parecía reconocer en la voz que me hablaba que sí.

-¿Qué te decía?

-Que al Presidente le interesaba que conversáramos y que por qué no nos juntábamos un día.

-¿Y por qué no?

-Porque finalmente la forma de establecer una reunión así para mi también tiene que ser muy formal. Entonces insistentemente tenía este llamado pero nunca se cerró en términos de protocolo. Y yo no quería ir así no más porque quizás no era cierto que me llamaban desde La Moneda. Ahora no sé si alguien se tomara el tiempo de hacer eso, averiguar mi número. Tal vez era ciero. Queda dentro de los misterios de la vida. Para mi, al menos.

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