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Cultura

10 de Septiembre de 2013

El Fahrenheit de la dictadura

La dictadura dejó imágenes tristes. Una de ellas es esta que usted ve: militares quemando libros durante un allanamiento a las Torres San Borja. La fotografía es parte de una muestra que trata sobre las innumerables publicaciones que fueron eliminadas por la dictadura, y que se exhiben en la Universidad Diego Portales, junto a casi 800 textos que fueron recuperados de esa época. El pánico que causaron estas acciones hizo que muchos terminaran quemando sus propias bibliotecas para no sufrir la represión. Tres testimonio dan cuenta de este horror.

Por

Imagen: Koen Wessing gentileza UDP

Por Daniela Araya Zamora

Carmen Soria, escritora:
“La quema de libros me marcó y aún la tengo en mi memoria”

“Estos desalmados empezaron a quemar libros como 15 días después del golpe. Las primeras imágenes que recuerdo son las de la torre San Borja, cuando allanaron y quemaron los libros que supuestamente eran subversivos. En esa época yo tenía 13 años y esas imágenes fueron aberrantes. No entendía como quemaban los libros que eran parte de la historia, del pensamiento de las personas, de formas de vivir, doctrinas, no sé, no me cabía que la gente fuese tan estúpida.

Pero luego de eso, por precaución y porque no había ninguna posibilidad de esconderlos, en mi casa también estuvimos quemando un montón de libros, desde Marx, Engel, Bakunin, etc. Quemamos también, libros de historia que podían ser relevantes políticamente, todo lo que pudiese tener para los militares algo de ‘rojo’. Mi casa se limpió de todo lo que pudiese tener algo de política, todo lo que fuese extremadamente comunista o anarquista fue quemado, al igual que la música de Quillapallún, Inti Illimani y Violeta Parra. Sólo pudimos conservar algo de poesía.

La quema de libros me marcó y aún la tengo en mi memoria. Recuerdo el sonido de las hojas rotas, de cómo los desojábamos uno por uno, y luego les prendíamos fuego en la chimenea, y las cenizas las tirábamos al baño, para evitar sospechas.

Lo hicimos porque cuando fue el golpe, los militares entraron a la casa de mi abuela, María Marchant, que era comunista, y que estaba casada con mi abuelo, que era escritor. Allí la dictadura se robó muchos libros, así que yo creo que la gran limpieza la hicieron ellos, y lo que quedó fue por su misma ignorancia. Gracias a eso pudimos recuperar algunos libros que estaban en otro idioma, en chino y en ruso. Yo creo que esos libros son los únicos que pudimos recuperar.

Yo vengo de una familia muy vinculada al mundo de la literatura -mi padre fue impresor en Quimantú y mi abuelo José González fue premio Nacional de Literatura -, y pese a todo lo que pasó seguimos igual de vinculados. Ahora tengo una editorial junto a un amigo, y acabamos de presentar tres obras de mi abuelo, la revista Cal que era una revista de crítica de arte muy importante en la época de la dictadura, y Letras Anarquistas que es una recopilación de los escritos de mi abuelo y de Manuel Rojas. Tengo, además, un hijo que es escritor.
Para mí la literatura te abre perspectivas y enseña. Los libros son como comer, es algo vital en mi vida. Aunque me cambie de casa o regale un par de libros, aún sigo arrastrando conmigo algunos que siempre tendré. Yo cuido mis libros”.

Jorge Moreno, asesor del Ministerio de cultura:
“Me robaron las obras completas de Marx, Lenin y de Rosa Luxemburgo”

“Era un día de septiembre de 1987. Recuerdo que volví tarde a mi casa porque había elecciones en la FEUC, y en el paradero cerca de mi casa me encontré con mi mamá. Me dijo que tenía que irme porque unos militares me habían ido a buscar a la casa y habían registrado mis libros. Pasé a buscar algunas cosas antes de partir y pude ver que habían registrado todo. Dieron vuelta los cajones, y registraron los libros de literatura Latinoamericana. También me robaron las obras completas de Marx, Lenin, y de Rosa Luxemburgo, en fin, muchos libros.

Yo le había dicho a mi madre que si llegaban a la casa, ella debía esconder algunos documentos y libros que eran importantes para mí. Así lo hizo, pero no alcanzó a ocultarlos todos. En mi pieza quedó uno que tenía una tapa falsa, que decía: “La Historia de la Migración Europea del siglo XIX”. Pero en realidad el libro trataba sobre discusiones referentes a las dos posturas que habían en el MIR. Los militares lo vieron y lo pasaron por alto. Luego le preguntaron a mi mamá por qué yo tenía tantos libros y ella les dijo que estudiaba historia y que siempre andaba leyendo.

Lo curioso de todo esto es que lo que buscaron tan arduamente siempre estuvo al frente de sus ojos, y como no lo encontraron siguieron persiguiéndome. Durante más de un mes y medio estuve escondido, mientras se tramitaba un recurso de amparo. Después de eso nunca regresé a mi casa, porque me independicé. Todo lo que me ocurrió es algo que jamás olvidaré. Quedan recuerdos dolorosos, pero siempre se saca algo positivo. De haber llegado ese día a mi casa, hoy no estaría contando esto, todo por un libro que jamás notaron y que siempre estuvo ahí mismo, donde buscaron y no lo encontraron”.

Lorena Muñoz Del Campo, bioquímica:
“No nos encontraron ningún libro, porque los habíamos quemado todos”

“Para el 11 Septiembre de 1973 tenía cinco años y vivía en Concepción. Recuerdo que ese día estaba en el colegio y cuando llegué a mi casa vi a mi mamá haciendo un hoyo en el patio. Allí comenzó a quemar libros y revistas que mi abuelo había traído de Europa del Este, porque eran un peligro para nuestra seguridad. Esas imágenes fueron bastantes impresionantes.

Los soldados pasaban por las casas del barrio revisando todo. Abrían las casas y si llegaban a encontrar algo que fuese sospechoso, te agarraban y te llevaban. Pero a nosotros no nos encontraron ningún libro, porque los habíamos quemado todos. Al verano siguiente, en ese mismo hoyo con mi hermano hicimos una ‘piscina’.

A pocos días del 11 de septiembre, al pololo de la prima de mi mamá se lo llevaron preso sólo por ser estudiante de sociología. Su hermano, que también estudiaba lo mismo, llegó con varias cosas en una caja a guardarlas en la casa de mi tía. Tiempo después mi tía y su pololo, que esperaban su primer hijo, se fueron exiliados a Inglaterra, pero cuando iban pasando por policía los golpes de los militares hicieron que ella perdiera la guagua y que nunca más volviera a tener hijos.

Las cajas que alguna vez habíamos guardado quedaron allí, donde mismo, sin ser abiertas por más de 35 años. Fue después de la muerte de mi mamá, en el 2009, que mientras ordenábamos sus cosas aparecieron nuevamente estas cajas y decidimos abrirlas. Estaban llenas de libros de economía y ciencias políticas, que habían sido editados a fines de la década del 60.

Como mi hermana estudió ciencias políticas los libros le interesaron mucho, hasta el punto que se dedicó a estudiar un postgrado sobre el surgimiento de las políticas públicas y laboral en Latinoamérica. Yo también me quedé con algunos libros. Estudié bioquímica y después hice un postgrado en economía y finanzas. Después de tantos años estos libros nos sirvieron para comprender la economía del punto de vista del hombre, no necesariamente desde el socialismo, como podrían haber creído los militares si hubiesen llegado a encontrar con estos textos. Estos fueron los únicos libros que rescatamos de ese tiempo”.

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#dictadura#libros#Pinochet

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